Saturday 11 July 2009


Este artíiculo sirvio como prólogo de mi libro
“Vigía de Largas Distancias”(antología personal),
Edición de Joan Margarit, Editorial Juan de Mairena
y de libros, Lucena, 2007


Shlomo Avayou

Entre lenguas e identidades
como un turco perdido en la neblina


“Yo, yo ahora
Yo aqui.
Despertar, ser, estar:
Otra vez el ajuste
prodigioso”
Jorge Guillen

Nacì en Izmir (Esmirna), Turquìa, en 1939, unos meses antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. La Juderìa sefardí y ladino parlante de entonces ya era la reliquia de un mundo medieval, empobrecido y decadente, tanto material, lingüistica y culturalmente. Sabido es que el Imperio Otomano se identificò como el paladìn del Islam y solo en sus postrimerìas, al derrumbarse, conociò el nacionalismo de Estado-Naciòn tipo europeo, factor principal en la agonìa de todas las minorìas en nuestra regiòn hasta hoy.
El destino de estas minorías en el Imperio ottomano, relativamente paternalista y tolerante, empeorò definitivamente en el siglo veinte, en las primeras décadas de la repùblica turca. Hasta el debacle del ejercito nazì en Stalingrad, el asì llamado “neutralismo” turco, fue abiertamente pro-alemàn y antisemita (si bien comparando nuestro destino con el de los judíos de Europa de aquella guerra, el nuestro fue un paraìso). Un miedo animal y salvaje a la masacre que nos esperaba, a los judìos en Izmir - il va san dire -, es uno de los primeros recuerdos de mi vida. En mis primeros tres años en la pequeña escuela judìa (1946-1949) era peligroso hablar una lengua que no fuera el turco. En Israel, como traductor, he traducido del turco moderno al hebreo la novela “Kara Kitab” (El Libro Negro) de Orhàn Pamuk, como tambien algunos himnos de Yunus Emre (poeta y mìstico del siglo XIII) y otros poemas del antiguo turco-ottomano. Para la traducciòn de estos ùltimos me fue muy útil el àrabe clàsico que estudié en Jerusalén de los años sesenta. Mi ambivalencia psicològica hacia la lengua turca se manifiesta en la sorprendente dificultad que encuentro al hablarla y en las pocas ocasiones que suelo ir a Estambul, hablo... ¡inglés! Jamas fui “turco”, ni tampoco fuì considerado como tal por el ambiente turco-musulman. Paradòjicamente este adjetivo - “turcos” - se nos atribuyó al llegar a Israel en la gran inmigraciòn de 1949-1950. Eso fué, probablemente, para distinguirnos y, hasta cierto punto, para marginarnos (como a otros judìos afro-asiàticos) de las élites que en los primeros cuarenta o cincuenta años del estado israelì fueron de origen “europeo”.

Del Ladino al Hebreo

No soy bastante egòlatra para creer que el niño de diez-once años que fui entonces en el Bet HaOlim BeerYaacob (Campo de inmigrantes fugitivos) elaborase un pensameinto de tipo ideológico o patriótico. Nada de esto, pero sì que reaccioné instintivamente adoptando con avidez el hebreo y convirtiendolo en mi “lengua materna”. Niños inmigrantes con sus instintos de cachorros, nos alejamos de nuestros padres y de su mundo, codenado a la extinciòn. El ladino ya no era nada màs que restos de un tiempo caduco, hispano-ottomano, de la juderìa històrica. Hoy dìa me identifico (no sin algunos escrùpulos y dudas, entre nous) como “poeta israelì, que se expresa en hebreo” y sólo como añdido, “de origen judeo-español”.

Algunos me aplaudirian si me diese aires de “poeta sefardì” cuando no lo soy y ni creo que otros, sean de Israel o de cualquier otro paìs, puedan serlo, en un mundo donde no existe ni una sola Juderìa, ni una sola familia que hable el ladino como lengua viva y normal. Todo esto está rodeado de un exotismo para turistas, y de charlatanerìa. No tengo problema en admitir que la literatura y poesìa en ladino, en el sentido contemporàneo de la palabra, ni ha existido ni existe hoy en dìa y no veo ninguna razòn para que exista en el futuro. Podría enumarar una por una las razones, pero esto nos alejaría demasiado de este pròlogo.

Desde hace màs de medio siglo, la ùnica realidad que comparto es la del estado Israelì con todo lo que tiene de maravilloso y con sus infìnitas pesadillas. He servido algo más de treinta años como soldado (un par de años como “obligatorio” y el resto como “reservista”) para proteger la existencia fìsica de este querido, duro y dolorido país. Para mi generaciòn ser soldado, trabajar en una plantaciòn y cultivar el hebreo fueron (¡no diria que son hoy!) tareas deseadas. Con todos mis sentimientos elegìacos hacia el ladino y mis muchas conferencias acadèmicas en Israel y fuera de ella sobre esta lengua y su patrimonio cultural, no escribo en ladino y lo que escriben otros "esta muy lejos de ser mi taza de tè", según el dicho inglès.

Me tocò ser El ùltimo niño de la Juderìa segùn el tìtulo de mi ùnica novela, publicada en hebreo en 1980. Al no tener tradiciòn de lenguaje poètico moderno en ladino, la busquè entre los poetas hebreo-españoles medievales y entre los escritores hebreos de origen europeo e israelì, no sefarditas la mayorìa. Más tarde descubrì la literatura hispanoamericana y la poesìa hispana, especialmente la de la “Generaciòn del 27”. Les debo mucho a Quiroga, Cortazar, Borges, Machado, Lorca, Alberti y a otros escritores prodigiosos que me han sido y siguen siendo un gran consuelo para mí.

El caso catalàn...

Gracias al pintor catalàn Manuel Capdevila, al que por casualidad encontrè en Jerusalèn y a Eulália Sariola, hebraista, traductora e ilustradora barcelonosa, tuve la oportunidad de un primer contacto con la extraordinaria poesìa catalana. Puedo discernir un tipo de afinidades o de una posible solidaridad entre los que hablan el catalàn y entre los que hablaron el ladino hasta hace poco. Pertenecemos en una forma u otra a las periferias no castellanas de la peninsula ibèrica o de la “hispanidad” en su sentido màs amplio. “Mai no me h’e tingut per grec” (Nunca me he considerado como un griego) fuè el primer poema de Joan Margarit que traduje al hebreo y que màs tarde sirvió como tìtulo de su primera antologìa poètica publicada en Tel Aviv. Me sedujo, y no por casualidad, su expresiòn agridulce de la enajenaciòn de un “barbaro entre los griegos”, tal vez de un catalàn entre castellanos, de un judìo entre gentiles, o de un poeta entre gente corriente. Como casi todos los poetas de cualquier procedencia no dejarè de sentrime exiliado, marginado, ajeno y alejado en mi intimidad, siempre y dondequiera que me arrastre mi destino.

Y del Inglès al Castellano

Para conocer algo de la cultura y de la literatura mundial, despuès del hebreo me fue de mucha utilidad el inglès. Leìa mucho y adquerì un impresionante vocabulario, pero nunca logrè crear intimidad alguna con esta lengua. En 1960, al cumplir mi servicio militar obligatorio, lleguè a la Universidad de Jerusalèn y en mi primer contacto con un castellano hablado por turistas, no se de que origen – me sentì traumatizado pensando en como habían desfigurado "nuestra" lengua. De repente se despertò dentro de mi una curiosidad, una avidez creciente por conocer este “español de los gentiles”. Songoro Cosongo de Nicolás Guillen, el poeta cubano, fue el primer libro que leì en esta lengua. Hoy, unos versos como: “Si trabajo me matan y si no trabajo – tambièn me matan”, versos escritos en otro hemisferio, y que me suenan ìntimamente, tal vez me recuerdan otro mestizaje, otra mescolanza no menos labirìntica, la de mi propia vida, la de mi identidad o identidades siempre movedizas.

Judios, hispano hablantes y gentiles...

Para mí, el mundo no està dividido entre judìos y gentiles. Esta divisiòn dicòtoma de la humanidad caracterìstica de otras civilizaciones antiguas como la china y la griega, la modificarìa para mí añadiendo entre “los gentiles” y “los judios” a los “hispano parlantes”. Sentì al conocerlos, a pesar de la distancia, un atàvico parentesco.
No puedo negar que algunos sentimientos de los hispano-hablantes se parecen mucho a los nuestros. No soy un gran partidario de las geneologìas, a pesar que en Zaragoza y en Calatayud puedo en qué calejuela vivieron mis antepasados en las vìsperas de la expulsiòn. En gran parte se conocìan por la alcurnia judeo-àrabe de Ibn-Ayyub o Abu- Ayyub (“Hijos de Job”), por su procedencia andalusì-norteafricana. Escaparon de los bereberes al norte cristiano. En Tudela, ya en el siglo XIII están registrados como “Avayu” en letras latinas (versiòn algo alejada del àrabe olvidado), segùn anota el profesor Juan Carrasco de la Universidad de Pamplona, en su obra monumental “Navarra Judàica”. Jamàs he visitado como turista Granada, Cordoba o Barcelona. Hasta en Lanzarote me acogen amigas y amigos valiosos, artistas y escritores, traductores y simpatizantes de mi patrimonio judìo que, en una parte considerable es tambièn el suyo.

Me gustarìa que Vigia de Largas Distancias, esta humilde antologìa, sirva como un pequeño puente de diàlogo entre nuestras literaturas, la hebrea israelì y las distintas literaturas ibèricas. Es una muestra de varios libros cuya traducciòn y cuya publicaciòn en Lucena, cuna de cultura hebreo-hispànica medieval, serìa impensable sin la simpatìa y el el gran apoyo de amigas y amigos, especialmente el de la muy querida Maribel Espinosa, de Caracas y ahora en Barcelona, y la del incansable y noble amigo y gran trovador catalàn Joan Margarit. A todos los que tomaron y toman parte en esta alegrìa mìa: ¡Gracias de corazòn!
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