Sunday 19 July 2009


Capítulo 4
PALACIO DE VAHO Y AGUA

Sonrojadas y frescas, el andar laxo y sensual, como si una levedad se hubiera aposentado en sus miembros y una blandura flexible acariciara la coyuntura de sus huesos, vuelven del baño, descendiendo con lento paso la calle Iky-Cheshmelík que bulle de carricoches, automóviles y gente hacia la calle tranquila del Gran Rabinato y de allí a su casa. David ansía correr y adelantárseles pero la madre lo regaña que permanezca a su lado, sin alborotar. Los negociantes y sus empleados toman posiciones como todos los días viernes, para clavar los ojos en las mujeres que se deslizan-ruedan puras y limpias calle abajo, hacia el barrio judío, directamente a los brazos de los pobres diablos de sus maridos. Las bromas cambian entre sí a viva voz y con expresivos gestos inhiben a las mujeres y las hacen apresurar el paso,abochornadas. Es mediodía. Verdad que trabajos domésticos han quedado casi completados, pero siempre queda algo por hacer y es bueno llegar a casa y dejar detrás de la puerta a la calle y su bullicio.
La tía Rajel se ofende m s por los comentarios de los hombres que hermana Oro, quien tiende m s a perdonar y apaciguar, suavizar y quitar importancia.
- Salvajes - se queja ante ella sin valor para hacer frente a los turcos en su lengua - ¨¿Nunca vieron mujeres? Que se atrevan a hacer a sus mujeres turcas una de sus groseras preguntas. Con las judías se lo permiten.
- Deja, Rajel. Si no pasó nada.
- ¨Y que esperas que pase? Sólo en caso de violación est permitido llamar a la policía.
- Policía... vamos, no exageres. Eso nos falta, llamar la atención de los policías... Y además, ¿quien hablará con ellos? ¿tú?.
Silenciosas prosiguen su camino y David marcha al lado de ellas cuidándose de no hacer nada que provoque su cólera.
Oro desata el lío de la casa de baños y tiende las toallas mojadas sobre el respaldo de una silla. Deja en el suelo la ropa para lavar y los enseres de baño que deben ser devueltos al armario del cuarto interior. Rajel deja este trabajo para más tarde, se acomoda en el sofá y observa a su laboriosa hermana.
- Sabes - le dice de pronto como si hablara consigo misma-, creo que llegó la hora de dejar de llevarlo.
- ¨¿Que? ¿De quién estás hablando?- se sorprende Oro y enderece la
espalda.
- “De quien va a ser? De Davico”.
Una expresión mezcla de impaciencia y un poco de burla se distiende en el rostro de Oro. Su hermana siempre encontrará algo nuevo de que ocuparse.
- No lo dices en serio... Si hace un mes cumplió apenas seis años.
- Seis o siete...¿Que más da?
- Claro que hay diferencia si todavía...
- Lo vieras clavar los ojos en las mujeres que se bañan...No se que es lo que entiende y que no.
- Creo - se atreve Oro a sentenciar - que estas nerviosa hoy...¿Pasó algo entre Jacques y tú?
Rajel quiere desviar el tema y su paciencia estalla: ҬPorque voy a estar nerviosa? Un chico que pronto ira la escuela, con la mirada puesta en el trasero de una y en los senos de la otra..."
- Curiosidad de chico, nada mas.
- Y si ni basta eso se mete la mano, ­ que verguenza­ y jugutea con sus desnudeces. No, no hay por que esperar que alguien nos haga una observación.
- Est bien- cede Oro, sin convencerse-,pero sigo creyendo que no hay ningun motivo para tus sospechas... y no lo voy a mandar con los hombres...
- ¨Quien te dice que lo mandes con los hombres desde ya? - se ofende Rajel . Ni se me ocurre. Lavalo en la cocina, en una tina, hasta que este bastante grande como para enviarlo con su padre - remata ella el asunto como suele hacerlo, en forma categ¢rica y con voz que no deja dudar sobre su autoridad. Ni le pasa siquiera por las mientes que su hermana quiera apelar. Como la madre, la abuela Perla, de la cual tom¢, en su caracter de la mayor de las hijas, el tono autoritario y raga¤¢n. Oro, en cambio, se jacta del buen car cter que hered¢ del padre."Yo salgo a mi padre -suele decir- que siempre se muestra sonriente pese a que se la pasa postrado en su lecho de enfermo".
David ama m s los preparativos para la casa de ba¤os que para el regreso. El mantel bordado con hilos de plata yace extendido sobre la cama con una tohalla de color claro sobre su forro. Ropa interior limpia, peine fino, que se clava hasta en cuero cabelludo y no deja en el la liendre m s peque¤a, este peina de color que David odia, puesto sobre las tohallas junto con el peine negro destinado al pelo largo de las mujeres despues del lavado de cabeza. Una enorme esponja extra¡da del fondo del mar y un pan de jabón. despues agregar n una palangana dorada para recoger agua de las pilas y las batas de baño de las mujeres. Todo eso se recoge en un l¡o cuidadosamente atado en la parte superior. Por unas pocas monedas lo llevar Salamo el negro, el hijo de los vecinos, hasta la puerta de la casa de baños. Allí lo pondré en manos de las mujeres y se marchar presuroso.
Desde afuera el edificio hace la impresi¢n de una mezquita. Y efectivamente conserva todav¡a su enorme cupula, rodeada de ventanales, pero una torrecilla apuntando al cielo le fue amputada. David sigue a su madre y a su tia por las escaleras de marmol lechoso. A traves de la puerta se llega a una entrada con una puerta doble con incrustaciones de vidrio de colores que se abre a un vest¡bulo fresco y en penumbra. Un enorme biombo obstruye la vista del que entra de lo que sucede en la sala de transpiración y masaje.
Rajel, que siempre se ocupa de los asuntos financieros se dirige sin más al mostrador de la bañera y arregla todo lo relativo al pago. Sin esperar mucho y como si quisiera abreviar la etapa necesaria, pero desagradable, Oro se vuelve hacia la izquierda, con David, a los vestuarios que se abren sobre el mismo vestíbulo. La tia Rajel deja la faltriquera y los otros objetos al cuidado de la ba¤era y se une a su hermana y sobrino. Este ultimo ya se despoj¢ de su ropa, y espera, flaco y blanquecino, a que ellas tambien se desnuden. Alrededor hay armarios empotrados con puertas de vidrio y dentro rollos de tohallas y batas para alquilar. La tia y la madre no necesitan de todo eso porque, pese a su pobreza, lo traen todo de la casa. Les repugna la idea de envolverse en batas y tohallas que muchas mujeres, judías y gentiles usaron antes que ellas.
Los vestuarios están hechos de parades de enrejado verde y los divanes en su interior son blandos, cubiertos con delgadas telas rojas, anaranjadas, con franjas amarillas. David ama el contacto suave de las coberturas al sentarse desnudo en el divan, apoyado en los coloridos almohadones. La casilla se asemeja a la galeria de una casa musulmana, que se cierra silenciosamente sobre su contenido. Las mujeres se envuelven en sus batas y calzan ruidosos zuecos. Oro toma David de la mano y pasando junto a la ba¤era, quien cuida que en el vestibulo se mantengan el silencio y el recato, se entroducen en la sala de transpiracion.
En la sala la luz es suave y opaca. De una de las entradas puede verse una casilla llena de le¤a para el fuego. En la sala de transpiraci¢n solo hay sof es y un banco pegado a todo lo largo de las paredes. Reina alli la holganza y el mimo y por un modestisimo pago, las servidoras del ba¤o est n dispuestas a masajear a quien lo desea. Las que se dejan regalar se echan sobre sus vientres y confian sus espaldas a las expertas manos de las mujeres turcas que amasijan sus carnes con diestros dedos. Por alguna raz¢n cuidan de no revelar lo innecesario, tratando de cubrir con sus batas todo lo que es posible. A veces Oro y su hermana, y hasta abuela Perla cuando viene con ellas, suelan desmorarse aqui, pero no solicitan los servicios de las masajistas, se limitan a disfrutar de las permanencia en esta sala de recuperaci¢n, de calor mediano, a fin de atemperar el cuerpo en su paso de la frecura al intenso calor, y del calor afuera, al corredor de los vestuarios, fresco y agradable.
La sala del baño escaldante recibe a los recien llegados con un alboroto mezcla de zuecos repiqueteando sobre la piedra y voces de mujeres en ascenso, en una confusi¢n que aturde y que el eco multiplica. Todo est envuelta en una neblina lechosa de vaho. Por un momento la respiraci¢n se corta y sobre el cuerpo brotan brillantes gotas de sudor. Todo aqu¡ es m rmol claro y reparador, puro, rebosando bienestar. Las escaleras de la entrada, los asientos largos, las cuencas de agua, el piso e incluso las paredes. Tal vez en la cupula, all en lo alto, sea marmol tambien, vaya uno a saber. La cupula tiene peque¤as ventanitas y la luz se filtra por ellas en columnas de oro reluciente. Con la luz vienen en vuelo las golondrinas que planean en lo alto del cielorraso y emiten un silbido especial. Sus nidos est n adheridos a lo alto de las paredes, muy cerca de la claraboyas. Criaturas tan peque¤itas...¨ Cómo no sienten temor de dormir a semejante altura en sus hamacas que penden en el vacio ?. David no se sacia de contemplar el gracil y osado vuelo de esos seres traviesos y agiles, que envisten el aire con filosos movimientos, entrando por un portillo, volando en el interior del recinto y saliendo por otro portillo hacia el azul del cielo que los aguarda fuera.
De las paredes arrancan finas medianeras de piedra que dividen al recinto en numerosos compartimentos. En cada uno de ellos hay dos bancos de piedras y entre ellos una pila y a ambos lados dos cuencas, para agua fria y agua hirviente. Las mujeres mezclan el agua en la pila del centro y de ella recogen palanganas llenas para verterlas sobre el cuerpo. Oro y Rajel se lavan la cabeza ayudandode entre si. Mientras una de ellas se enjabona, la otra derrama una y otra vez sobre ella agua de la palangana dorada. Se enjabonan con energia frotandose el cuerpo con guantes asperos y con la esponja, a fin de alejar la suciedad que aflora por los poros por acción del vapor y del intenso calor.
No tiene sentido hablar aqui en voz baja por que todo el mundo grita hasta que es imposible escucharse. Lo primero que hicieron es bañar a David y despues lo sentaron sobre el banco con el encargo de no correr para no resbalar sobre el marmol mojado y lastimarse. Sentado sobre el banco envidia a los pequeñitos que corren y se revuelcan desnudos, jugueteando con sus penes entre la multitud de las mujeres que gritan. David se aparta en lo posible de la pared que rezuma agua. Grande es su temor por las cucharachas que pululan en el recinto y a las que está prohibido tocar. Parecen amaestradas para andar solo por las paredes. Se acercan hasta las cuencas de agua y por fortuna no bajan a los bancos de marmol. Transparentes, amantes del calor, se deslizan con agilidad y rapidez y son el amuleto de la casa de baños.
A la entrada de los compartimentos corre un canal estrecho y de poca profundidad en el cual desemboca el agua caliente enturbiada por la espuma del jabón. En el centro del recinto se alza un pedestal y el calor que de el mana es más intenso que el calor del piso. Sobre este altar se tiende de espalda, en total entrega, una multitud de mujeres. Otras sorben el olor echadas sobre el vientre, mientras cierran languidamente los ojos. Echadas una junto a la otra, los cuerpos rozandose parecen desmayadas. En torno revolotean todas las otras. Una confusión de traseros, senos, andantes cabelleras esparcidas por espalda y sobre los senos. Multitud de rostros con bocas abiertas que emiten sonidos incomprensibles, voces que hacen m s fuertes en su camino hacia arriba, hacia la cupula, allí en lo alto.
Mujeres de todas las edades, de todas las formas. Criaturas, muchachas delgadas y de hombros caidos cuyos senos no brotaron aun, mujeres maduras y tundas y ancianas marchitas cuya piel les cuelga como los harapos de un espantapajaros. En muchos enrojecen sobre el albor de su piel toda clase de pustulas. David esta fascinado por esos granos que generalmente se aposentan en las partes que usualmente van cubiertas por las ropas. Embotado por el vaho y el calor David no aparta los ojos de la multitud que bulle y se mueve frente a el en medio de una nube de vapor.
Tambien David sufrió de granos terribles y ahora, gracias a Dios se le curaron. Le vinieron por el gran miedo, cuando se deslizó y cayó dentro de las resbaladizas letrinas de las termas de Lega, en las afueras de la ciudad. Lo atacaron los malignos que pululan en esos sitios y que, como es sabido, son la fuente de todo mal. Toda clase de medicos lo examinaron. El farmaceutico de Ergat Bazar y hasta el curandero turco de la aldea. Que no untaron sobre esos malditos granos, que no hicieron contra el miedo que esa plaga habia arrojado sobre el. Hasta que finalmente se curo.
"Las aguas del baño le lavarán la maldición de los malignos - dijeron las mujeres- no volver n a castigarlo con esos horribles granos”.
Las mujeres trajeron consigo un frasco de dulce, y saliendo del baño en dirección al vestuario Oro convido al niño y a su hermana, mientras sus labios murmuraban un benifico conjuro. La bañera lo vió con sus ojos de aguila a traves del enrejado y vino a advertirles que estaba prohibido introducir comida dentro de los baños publicos. Estaba prohibido, y no habia tut¡a.
- Malvada. Es porque somos judías - susurra Rajel a oídos de su hermana.
- La culpa no es de ella - suaviza Oro-. No quiere complicarse con la policía. Ahora no es como antes... Ahora se prohibe lo que antes estaba permitido... ¨ Que culpa tiene ella ?
- ¨ A eso llaman comida ? - comenta, resentida, la hermana - en un tiempo se hacian aquí verdaderos banquetes, con danzas.
- Si, ya lo se.
- Mi suegra me contó que en su epoca las mujeres solían traer cestos con arenques, panecillos caseros, leche de almendras y zumos de fruta, especialmente cuando traian a una novia. Se colgaban los arenques de colas cortadas en las orejas, como pendientes, y asi bailaban en la sala de transpiraci¢n al son del viol¡n del ciego Giusseppe y el tambor de la hija que alegraban a la novia y a las madrinas...
Solo aqui podian las novias comer arenques sin temor al olor, pues se enjuaban la boca con agua caliente. Deboraban arenques con panecillos y calmaban su sed con jugos de fruta que enfriaban en el agua de la fuente. Pero eso era antes de las nuevas leyes...
- Ahora hay que salir - recuerda Oro - . Seguramente mamá se afana sola para terminar el trabajo.
- Tienes razón, debe estar preocupada por nosotros. Y tu, David, atate bien las sandalias- ordena sesudamente la tia Rajel la grande- no quiero que vuelvas a perder una en la escalera, o peor que eso , en plena calle, entre las herraduras de los caballos y las ruedas de los automóviles. ¿Me escuchas ?
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