Sunday 19 July 2009


Capítulo 2
QUEJIDO DE ESCALONES

Una voz irrumpe desde afuera al cuarto en penumbra. Fin de la noche o tal vez comienzo de la alborada. A retazos llegan las voces a través de los algodones del mundo exterior, se infiltran por los muros, engatusan viejas persianas, cayendo como blandas plumas en los oídos. Est cómodo, caliente sobre el colchón, tendido en el piso del cuarto de los padres. La abuela Perla se acaba de levantar y sus raídos chanclos hombrunos se arrastran con una peculiar melodía. Ocupaciones matutinas que no pueden ser postergadas al momento de la plena luz. "¡Sicak! ¡sicak!" (turco: caliente, caliente), viene el lejano pregón. El vendedor de "sahlep" pasa por debajo de las ventanas. Relincho de caballo, sonido de cencerro, rumbo a la ciudad baja. Desde lo alto de la montaña, desde los barrios de los turcos, también ellos de condición humilde, el caballo hace su largo camino hacia el puerto. Palabras borrosas, quizás entre el carrero y el vendedor de sahlep, que no lo hay mejor para la bebida de la mañana. Paz apagada, apoltronada, que devora las primeras voces, suaviza el mundo en su despertar.
El abuelo Nissim ya salió para su trabajo de confeccionar escobas, amarillas y flexibles. Sin despertar a nadie madrugó y salió de puntillas. Cuán delicado es su carácter. Cómo oculta su preocupación por sus hijas, por el hijo perdido en el extranjero. Cuidándose siempre de no intervenir en cosas que no le conciernen. Apresurándose a endulzar las sentencias de su mujer Perla, severa en el juicio. "Imposible enojar a mi padre" - suele decir Oro a sus amigas de la vecindad -. " Mi padre tiene entrañas de azúcar y dulce la sangre. Hasta mamá no consigue reñir con él. Él simplemente le sonríe con su sonrisa bondadosa, le da la razón en todo".
La mamá acomoda la ropa de cama antes de salir a sus tareas diarias, en el taller de gorrearía; coloca almohadas en la ventana que media entre sus cuartos y la vivienda de la abuela Perla.
- Mamá , conviene abrir las persianas - aconseja por encima de las
almohadas.
La voz de la anciana llega desde su cuarto interior, el cuarto alejado: "Ya lo haré, hija, no me apures". E inmediatamente el gemido de pesadas persianas que plañen al contacto de la mano de la anciana.
- "Tú, a la izquierda, y tú, a la derecha", trata ella, con curtidas manos, de persuadirlas que se abran, cual si fueran alas de paloma y no chatarra de cien años. "La bula (doncella) blanca. Allí está , en todo su esplendor " - estalla de su boca una exclamación admirada.
Un viento frío y una luz brillante irrumpen en los cuartos despanzurrados y el ámbito se llena de dulce fiesta. David se deshace de sus mantas y corre también a ver. La madre deja almohadas y sábanas y viene de su cuarto a la ventana que da la calle para contemplar el blanco milagro:
­ ¡Hermosa novia, madre ! - se excita Oro - ¡Y que blancura se extiende sobre todo !
- Espero que tanto tú Shemuel como tu padre hayan tenido tino
suficiente como para abrigarse debidamente antes de salir. La vista es hermosa pero el mal, como es sabido, con las plantas de los pies pisa la helada, mas con la frente arde al sol.
El corazón se expande ante la abierta vista y la luz colma todos los compartimientos del cuerpo. Todo se sumerge, se zambulle, en una suprema pureza. De pie entre su madre y su abuela, David contempla también el gran prodigio, que aterrizó sorpresivamente. Esponjoso y limpio se extiende sobre todo. Los tejados se cubren de una capa de ternura. Los tiestos de los balcones, los canos, las cercas, los muros de piedra terminados en una fila de botellas rotas, todos perdieron su herrumbre y su fealdad, ocultando remiendos y roturas bajo una capa de realeza. Un mundo en descomposición, mustio de vejez y de pobreza, se evade de su sordidez por varias horas, hasta que caballos y carros, transeúntes y asnos, turben el albor nupcial del camino y todo vuelva a ser lodo interminable.
Lo más hermoso es el ciprés grande en el frente del patio del rabinato, aquel que vigila celosamente los enormes portones de hierro. Fuerte y más alto que las casas que lo rodean, las atalaya bondadosamente. Ahora la luz se quiebra sobre su ropaje invernal. Oro y plata lo orlan y el alma de David ansia llegar a él como un pájaro que tuviera un nido entre sus ramas. El buen ciprés cuyas ramas se doblan hacia los costados por el peso de la nieve que se posa sobre ellas, extiende sus brazos y bendice ese mísero vecindario, tan necesitado de caridad y auxilio.
- Es buena señal que el día comience así, con pureza - susurra la abuela con voz tierna y rostro apaciguado, que no es el rostro de todos los días.
Oro hace un gesto de asentimiento mientras desliza una mano amante por la cabeza de David. Una sonrisa aflora a su rostro, y entretanto cae en la cuenta que en un día más¡ su esposo puede llegar temprano, y con las manos vacías, de las calles a las que salió a ambular con su cesto de baratijas. Las mujeres salen a la proveeduría, a la tienda de carbón, al vendedor de queroseno para las lamparas, pero quien osa poner el pie en la calle nevada para elegir un hilo de bordar, o adquirir alfileres, botones u otros chifles por el estilo?
Radiante está el rostro de la abuela - piensa David, asombrado. Ella, la del ceno adusto como si soportara el yugo del mundo y su manejo, se transforma en una niña transportada frente al esplendor de plata. La belleza del espectáculo y el radiante albor la sacan de quicio, quizás por algunos instantes. No es mujer para transportar lejos de su sitio, de la firme fortaleza de las obligaciones hogareñas.
En una mañana como esa es siete veces más difícil encender el fogón, que tiene el aspecto de un cajón cuadrangular, con las dos alas abiertas de sus persianas cayendo a uno y otro lado. Sus patas son negras y finas como, los dos fierros sobre los cuales se posan pesadamente ollas y pucheros. Los comerciantes mojan el carbón para hacerlo más pesado, mezclándolo con arena negra y sucia. La anciana se esfuerza para que el fuego prenda en ellos. El carbón escaso, húmedo y caro produce un humo que irrita los ojos. Ella agrega astillas cuya resina ayuda al carbón a arder rápidamente y una palada de carozos triturados de aceituna, recogidos en la prensadora de aceite. Se inclina y revuelve con un pincho de hierro para que el aire se abra camino hacia el fuego. El humo sigue mordiendo perversamente sus pupilas. Con un abanico de plumas de pavo apantalla enérgicamente la llama que finalmente prende en los carbones. Con sus hábiles manos los irá transformando en hermosas y buenas brasas.
La rugosa "Erma" Vida Alaluf, madre del tío Menasch, el soldado, viene en hora tardía de la mañana a visitar a su comadre, la abuela Perla. El fogón que ya arde bien está plantado en el centro del cuarto y esparce su calor a los que están sentados en torno. Las dos ancianas beben café de diminutos pocillos, y David se deja ganar por el embrujo de las sonrosadas brasas. Escucha a medias la cháchara y penetra con todo el alma en los castillos que se alzan de las brasas, uno tras otro, uno dentro del otro. Pasajes encantados, grutas y túneles y también balcones que cuelgan y se desprenden de pronto de las pequeñas construcciones. Cuando el fuego se asienta un poco, Perla lo revuelve, y una nueva serie de estructuras se alza ante sus ojos embrujados.
- Apárate del fuego. Un poco más y te quemarán las pestañas - le dice con dulce voz la humilde Erma Vida, de suaves modales -. ¨Extranas al tío Menasch, David ?
- Si, mucho - responde el niño con fervor - ¨ Cuándo vendrá?
- Me pregunto si verdaderamente se acuerda de el, después de tanto tiempo.
- Y yo me pregunto - le interrumpe Perla, tanteando con la voz -si no hubiéramos debido casarlos antes que se fuera ese dichoso ejercito...
- Crees que no lo habló conmigo poco antes de la movilización También yo aprecio a Vicky, como tú sabes, como si fuera hija mía... Que termine su servicio en buena hora y celebraremos su regreso con la boda... se lo merecen.
- Un compromiso que dura más de la cuenta lleva en su seno peligros que no hay porque mencionar...Tres anos, o quizás más...
- Cuántas guerras tendremos que pasar en vida ? Desde que soy niña, el mundo da vueltas y vueltas - comenta la enjuta Vida.
Y frente a ella reflexiona Perla, con voz preocupada : " Ojalá que esto termine pronto y salgamos también de esta calamidad".
David se entristece sin saber por que. También el embrujo de las brasas parece apagarse, pierde algo de su encanto.
- Me voy - se levanta Vida para irse - es jueves y debo preparar el Shabat.
- Yo no salgo hoy. No puedo soportar la humedad en los pies. Todo aquel que sufre de reumatismo no debe pasear por los mercados en los días de nieve. La persona debe cuidar ante todo sus piernas. Está comprobado, para todo aquel que quiera cuidar su salud.
- Tampoco a mí me gusta salir al frío, pero hoy es jueves, y quien me preparará el Shabat ? Por lo que me dije. " Viducha, haz de tripas corazón y salía a hacer compras. No recurras a la caridad del prójimo, aunque se trate de tus propias hijas".
- ¨ Vendrías a visitarnos en Shabat, al atardecer ? Mi Vicky se alegrará de verte con nosotros.
- No, este Shabat no, no alcanzaré. Pero la próxima semana, sin
falta.
- Serás bienvenida en todo momento.
- Menash me insiste en sus cartas que me saque una foto y se la mande, para que no extrañe tanto.
- También nosotros recibimos carta suya, no hace mucho.
- Quiere que me retrate - ¨ Para que ? ¨ Soy acaso hermosa y joven para plantarme delante del fotógrafo ? Pero el insiste "manda una foto", y ¨ cómo puedo negarme?
- ¨ Vas a fotografiarte ahora, Erma Vida ?- se interesa de pronto David en los planes de la visitante.
- No, para que ahora. Puedo esperar unos días.
- Yo también quiero fotografiarme, yo también - ruega el niño con tono zalamero, seguro del cariño de la anciana-. Menash me extraña a mi también.
- Si, claro que te extraña. Hasta escribió en la carta : " Dale saludos al querido Davico " - así, tal cual, escribió.
- Entonces, llévame cuando vayas a hacerte la foto, si?
- Bueno, si tu abuela no se opone me retratare gustosa contigo. Que mas quiero yo, que una pareja tan joven y linda.
A la espalda de los fotografiados, un fondo pintado con colores agrietados sobre una tela. Una casa con jardín italiano con columnas y arcos. Agua que corre al pie de coposos arboles. Sobre una columna de m mármol, un tiesto del que rebosan pimpollos y flores. Pinos recortados y narcisos que emergen del centro del prado. Toda esa gloria barata desplegándose de un manotazo detrás de la espalda.
Erma Vida esta en los comienzos de la cincuentena, y ya parece tener sesenta años o mas. Pelo muy claro y enmarañado, labios hundidos que revelan el mal estado de su dentadura, hombros sepultados dentro de las solapas de su abrigo, el cual se prolonga hasta rozar los bruñidos zapatos. Su calzado no condice con la época del año: abierto, de taco chato, prendido con un botón brillante en el extremo de la tira, resabio de los días claros de antes de la guerra. Medias oscuras y un largo vestido asoman por el abrigo, completando un cuadro de pobreza serena, sumisa, resignada a una vejez prematura.
Imposible dejar de notar la sonrisa benévola que irradia de esa criatura femenina. Imagen humilde que se va constriñendo con el paso del tiempo, mientras contempla el mundo del Creador a través de un par de lentes aferrados a la nariz, que esparcen diminutas chispas de luz. David siente la bondad y la desconfianza en la gente de esa mujer de voz melodiosa, exenta de toda mala intención. No puede decirse lo mismo de su futura comadre, la abuela Perla, cuyo carácter y expresión del rostro recuerdan casi siempre a un halcón colérico y pendenciero, que acaba de ser arrojado de lo alto del risco.
La abuela Perla Januca no es de las que se esperan que le repliquen. A nadie se le ocurrirá apelar. Escuchan para obedecer. Habla con parquedad, con autoridad, sin abundar en palabras. Hasta el padre de David, esposo de su hija, escucha y obedece. Clava los ojos en el piso mientras ella le habla. El ojo del niño apresa un musculo tenso y tembloroso en la mandíbula contraida del hombre regañado. Sombrío y plagado de tristeza, así es su padre. La madre sigue la escena preocupada, sin intervenir. Los ojos ennegrecen repentinamente, se agudizan. Pero el es incapaz de reaccionar en forma descortés. Incluso hombres que no son de la familia agachan la cabeza y escuchan sus regaños sin animarse a abrir la boca. Por su propia voluntad traen ante ella sus pleitos. Erma Perla escucha con atención, medita y sopesa en medio de un silencio intencionadamente prolongado. Después dirá alguna palabras a la mujer, al marido, o quizás a ambos, en plural. Expresa su opinión sin ambages ni pizca de fingimiento. La respetan y un poquitin le temen. Sin esperar mas se levantaran para irse apresuradamente.
La tía Rajel la grande, la hija mayor de Erma Perla, se parece mucho a su progenitora. También ella es un pesado roble, árbol que no se mece con el viento. Dicen de ella que debiera haber nacido varón; el orgullo, la mano que ayuda, el discernimiento. El padre de David tiene en mucha estima a su cuñada. Sabe que muchas veces suministra en secreto, sin que el debiera saberlo, pequeños prestamos a su mujer. Prestamos que deben ser devueltos, según ella, cuando Dios disponga mejorar la situación de el, es decir, de Shmuel, cuya suerte, en materia de sustento, no es de las mejores. El padre sospecha, pero no averigua. Calla. David presta oído a la conversación de las hermanas que se secretean lejos de la mirada de la madre, a los cuchicheos de los padres en medio de la noche, cuando les parece que el sueño venció ya a los niños tendidos en los colchones sobre
el piso. Espía con astucia. Capta medias o cuartas palabras, silencios; sospecha, supone, desata nudos, ata cabos.
Pero también la respetable tía grande Rajel cae a veces en la frivolidad. La semana pasada, en el gran frío, volvían los chicos y las chicas del barrio de la escuela. David, su hermano y hermano se unieron a los bullangueros arrastrados por el alboroto de gritos, persecuciones y travesuras, hasta que la cabeza de Perla parecía pronta a estallar de tanto ruido. De pronto, en medio de la bulla, cayó de pronto el grito: - Allí viene el " bambarato "
Una figura envuelta en alba sabana de pie a cabeza surgió de los cuartos del pabellón, a los gritos y tropezones, saltando y gritando, " Uh, uh, uh", con voz misteriosa de búho, el p pájaro agorero. Blancas manos se adelantan y los ojos corren dentro de las órbitas clavándose en los pequeñuelos aterrorizados. Los mas ágiles huyeron con rapidez para refugiarse en los cuartos, y los pequeños quedaron paralizados, pegados a las paredes:­ mamá , mamá! - Sean niños buenos y obedientes, o el bambarato los comer vivos, revoltosos! - sentencia la abuela desde la pila de ollas frotadas con barro. La figura fantasmagórica que corre de un extremo al otro del corredor no la concierne. Sólo vino a cazar niños. Los grandes no tienen por que temerla . David corre al escondite de su falda para salvarse.
Rivka, la hermana de David, flacucha, bajita e insignificante, es la que reveló el timo del monstruo blanco. Desde su escondite vislumbró un par de zapatos blancos que le eran conocidos, taconeando y bailando debajo del revoltijo de la sabana. Y entonces gritó con alivio, en agudo gorjeo: ­Es la tía Rajel, es la tía Rajel!
Todos los niños asomaron de sus cuevas y salió la tía sofocada y riendo, como una enorme mariposa emergiendo de los restos de la crisálida. Con gran alegría vuelven los niños al foco del regocijo que se renueva. ­ Cuan buena e inteligente es esta hermana mía! David siente por ella un cariño agradecido. A veces piensa que merece mucho m s amor del que el le demuestra, especialmente en los momentos en que se planta, delgada y transparente, del hermano mayor Rafael o de los niños del patio grande.
Fin del invierno, quizá s comienzos de la primavera. La acacia se cubre de renuevas. Un poco mas y el anciano árbol que se alza junto al portón del patio grande estar cargado de flores blancas que ocultan en su seno un dulce néctar. Viaje de David al otro extremo del patio. Peregrinación, con corazón expectante, hasta el tallo de gorrearía, para visitar a su madre.
Alzanse los escalones desde el sitio en que se encuentra hasta lo alto del piso. Cada uno de ellos una tabla de grietas separadas del otro por la mitad de su altura. Tantos son que no puede vislumbrar el m s alto que besa el piso del taller al que ansia llegar. Crujen con un seco maullido de gato. A través de las grietas y agujeros asoma desnuda y malevolente, la oscuridad. Sensación de blandura placentera y nauseabunda a la vez que viene del polvo de hilachas y una maraña de hilos de colores que se espesan en una película parda algodonosa, grasienta al tacto. Sus blancas manos buscan apoyo e imprenta en esa pasta diminutos hoyos. A lo ancho de sus caderas ennegrece una franja de suciedad que se disgrega.
Desde la explanada del patio asciende por un peldaño de piedra y entra a un pequeño recinto en el se apoya en forma transversal el tramo de escaleras cuyos escalones están clavados a la izquierda de la pared y atados al lado derecho a una frágil baranda. La penumbra del cuartucho lo intimida, pero el alboroto de maquinas y voces humanas fluyen hacia abajo en andanadas, y el toma coraje, se anima. Ese alboroto le anuncia que poco tiempo mas la tendrá a su visita. Como buzo que emerge del agua jadea y se debate hacia arriba, se ayuda con brazos y piernas, va subiendo y trepando por endebles escalones de madera hacia su madre. La sabe allí, afanándose y fatigándose con todos. Ya la puede imaginar disimulando su sorpresa y susto, temerosa de pronunciar un palabra, no sea que el pierda el equilibrio y caiga hacia atrás.
Cuando su cabeza emerge de los escalones superiores todo en el taller queda congelado por un instante. Moise, un apuesto muchacho, discierne con su fino oído, en medio del ruido general, el crujido de las tablas debajo del niño. Como un águila sobre un cordero salta de su lugar, separa las piernas - una sobre la base de la baranda y la otra junto a la pared -, y viene por detrás para alzarlo en vilo como un lío de ropas, y depositarlo en la falda de su madre. Sorpresa y risa estrepitosa de las jóvenes obreras, entre ellas su madre Oro, que sienten especial simpatía por el águila elástico y musculoso.
Debido a la fuerza del impulso y la garrula recepción se le quita el habla. Como si no fuera un niño grande que ya sabe declamar poesías con gracia y a pedido. Se siente incapaz de contestar a una pregunta o de acceder a la insistencia de su madre de decir alguna gracia. Pollito desplumado y jadeante que alcanzó a la clueca que hurga en el basural, y se refugia entre sus c lidas plumas.
Es suya. Por un corto tiempo, lamentablemente. No de su padre, que pregona en esos momentos su mercancía por las callejuelas de los barrios turcos, sino de el, del hijo m s pequeño. Con sus dos manos encierra las manos frías del niño, después se levanta y acerca a la m quina de coser el alto brasero de tres pies, para que se caliente. El le cuenta de la visita de Erma Vida, que lo llevar a retratarse. Un pájaro saldrá volando de la manga negra del fotógrafo. Ella lo silencia: " después me contaras, David,
en casa, de noche... Ahora quiero que te vuelvas rápido donde la abuela, antes que te resfríes afuera... "
Muchas veces le repitieron que mama se fatiga y marchita para mantenerlos a el, a Rafael y a Rivka en esos espantosos años de guerra a la que se echa la culpa de todo: " Porque no hay mas pan, mama ? " - " Por la guerra ". "¨Quien grita afuera que apaguen de inmediato la luz?" " Es la guerra, hijo mío, y por favor, no hagas tantas preguntas. Mama est muerta de cansancio. Mama quiere descansar".
Medias claras, caídas, le rodean los tobillos como cálidas polainas de lana. Calza zapatones de caña alta que heredó de su hermano. Rodillas esféricas y arcos de musculos carnosos que se ocultan detrás de pantalones de tela a pintas. Sobre ellos blanquea un suéter tejido a mano que lo protege del frío. El pelo largo y liso remata en la punta del cráneo en una cresta enrulada en forma de salchicha. Mofletudo y vestido igual que una campesina de fiesta , su aspecto es la realización de un ideal materno, piadoso y dulzón.
David recuerda toda la conmoción del bambarato y se mantiene sumiso en su puesto junto a la anciana. Una gran dulzura lo penetra. Obediente contempla, como se le pidió, un trozo de papel desteñido que le colocaron en la mano izquierda, una pequeña foto de pasaporte del tío Menasch Alaluf, que esta haciendo el servicio militar en la zona de los Dardanelos. Menasch, que tan lejos esta y tanto ansia volver, pero no se lo permiten. David sostiene en su mano la foto como testimonio de que también el recuerda y extraña al tío heroico que se encuentra en el exilio. Y para que la foto salga bien y el niño no salte de pronto de la escena cuidadosamente preparada, le colocan la mano derecha dentro de la mano de la anciana. Ella permanece sentada pacientemente en la silla de madera frente al fotógrafo, ocupado en sus artilugios dentro de la misteriosa tienda negra.
El taller de gorrearía de Musiú Beja y su socio Salvatore Garguir, este último un refugiado de Odemisch. Su mujer, Diana hace frecuentes visitas al taller, pues tiene celos de las jóvenes obreras. En el taller hay gorras de hombre de todo tipo, ordenados en pilas. A veces una pila se mueve y se viene abajo y David abre los ojos asombrados, banandose de una alegría que le ensancha el alma. Mosiu Beja, el cortador, frecuenta la sinagoga. Como todos los refugiados de la ciudad de Tiria, también ellos fugitivos de la guerra anterior, es estrictamente observante. A diferencia de su socio, que sale en busca de pedidos, permanece casi todas las horas del día en el taller. El joven Moise Shujami, pelirrojo y vestido con gracioso abandono, es el primo del patrón. Mamá asegura que es diestro en todos los oficios. Sea empuñando la pesada plancha de vapor, o cosiendo con rapidez y también como cortador. Ese aprendiz de largas piernas es el que introduce vida y un poco de espíritu travieso en la tristeza del sudoroso taller.
Los ojos de David siguen, fascinados, los movimientos del señor Beja quien, aislado en su rincón, se alza de la mesa como un árbol trunco y zarandea hábilmente las telas de un lado a otro. Es posible que su sordera lo hace desentenderse de la conmoción provocada por la aparición del niño, o quizás de esta manera expresa su desaprobación por la holganza y las perdidas resultantes. Su silueta se inclina sin rostro sobre las telas marcadas con jabón blanco de sastre. Echa parte del cuerpo a un costado y descuelga de un gancho de la pared una larga regla de madera para trazar una lina guía, después lo inclina hacia el otro costado para descolgar un par de tijeras que clava en la tela y corta siguiendo las marcas.
Es sabido que las tijeras de un sastre o gorrero que cortan telas tendidas sobre una mesa producen un sonido peculiar, que no se puede confundir, por ejemplo, con el crujido sibilante de las tijeras que cortan papel e incluso tela sostenida en el aire. Compacta trama sonora compuesta por ricos sonidos que se deslizan dentro del oído como agua que penetra en tierra sedienta. Un puesto de honor tiene reservada esta voz en la colección de voces amadas. Sola la pitada de los barcos anclados en el puerto, que hiende la distancia hasta llegar al viejo barrio judío, esa pitada que atesora un mensaje misterioso cargado de esperanzas, y que los niños imitan con exactitud, solo ella supera en importancia al sonido del cortador que marca en la tela rutas a su antojo.
Musiu Beja, chismea su madre a oídos de la vecina Bojora, esta eximido del servicio militar debido al defecto de su oído, pero a tiempo sospechó que en época de guerra no se tiene tan en cuenta la letra de la ley, y podía ser enrolado a pesar de todo. Que hizo ? Se apresuró a instruir al joven Moise en los distintos aspectos del oficio de gorrero, y efectivamente, en ausencia del patrón queda este a cargo del taller, junto con el socio Salvatore, y lo dirige con talento: " Moise es ya un experto con las tijeras. Coloca cuatro telas, una sobre otra, y as¡ salen de sus manos una docena de gorras a la vez " - se admira.
- Escuche que es experto en otras cosas también - irrumpe el padre, sin ser llamado, en el entusiasta discurso de su mujer. Hay un tono de mofa en su voz.
Oro se interrumpe y lo mira con sorpresa. No tiene ningún deseo de aventar una discusión entre ella y su marido, con mayor razón en presencia de la tonta y charlatana Bojora. Sopesa su mordiente observación por todos los costados.
- En total es un mozo joven de buen carácter que no le hace mal a nadie - dice - su voz es apagada y sin brillo.
- Depende de cómo se mire - remata el a su manera. El cuadrado de su bigotito, tipo Charlie Chaplin, el héroe de las películas de su juventud, le roza la punta de la nariz. Cuando tuerce el labio superior, el bigote se alza hacia arriba. Pareciera que hasta su ojo derecho tendiese a subir en dirección a los pliegues de la frente.
La exactitud y la limpieza de trabajo de Moise tiene sus ventajas. Por regla general el resto de la tela, después del corte, no se devuelve al cliente sino que se distribuye entre los obreros. Mas de una vez le ha entregado a mama retazos de tela. A veces le cose un saco de escuela a Rafael, otras un par de pantalones para el. Mama confecciona muy bien ropa de niños y es también diestra en otras tareas, no solo en costura. Abunda en historias sobre Moise. También el niño siente por el cariño. Nadie le pregunta al respecto, pese a que con frecuencia le piden que confirme su gran amor por cada uno de los miembros de la familia, sin saltearse a nadie.
Los hombres del taller son grises y sin vida en comparación con las mujeres. Insignificantes y arrumbados en los rincones. David observa con curiosidad a su alrededor desde su puesto en la falda de su madre y ve tres m quinas de coser a lo largo de las paredes, junto a las ventanas de grandes antepechos y que producen gran alboroto. Sus trípodes est n cubiertos por un plumón pegadizo, lanudo. Un pedal rectangular yace sumiso al pie de cada obrera y cuando esta acciona el pie con un movimiento experimentado, enérgico, irrumpe la rueda de transmisión de la derecha en alucinante torbellino. No una rueda de hierro de radios en espiral y una flexible correa, sino un disco de plata que alborota y chisporrotea. Las costureras, jinetes arrebozados en capas de colores, montando, airosos, los ágiles y briosos caballos, que corcovean y galopan sin descanso. Solo los pies de los campeones son hierro firme aferrado al piso de madera temblequeante.
Los hombres se ocupan del paño exterior de la gorra, primero como cortadores, y en la etapa final, como planchadores. Las mujeres tratan la tela del forro, cosen las partes internas y todos los otros aditivos al paño exterior. La primera dobla el forro hacia adentro, la segunda, su madre, sentada en el medio, ajusta y pega el forro al borde la circunferencia de la gorra y la cierra, y la tercera, que maneja una m quina especialmente pequeña y de nombre cómico, Firildac, añade la visera afirmada con cartón. Después la gorra es arrojada con diestro movimiento a las manos del planchador, quien siempre logra atraparla al vuelo, con gracioso ademan.
David se hizo la costumbre de visitar el taller del extremo del patio. Debido a la frecuencia de sus visitas se conoce al dedillo todos los trabajos. Pese a los ruegos de su madre y las prohibiciones de la abuela, consigue siempre zafarse de la vigilancia y llegar. Ama el crujido de los maderos flexibles al que se mezcla un riesgo dulzón, el quejido de escalones agrietados y resecos.
Papa regresó no hace mucho del ejercito. Nadie sabe cuando volver n a movilizarlo. En todo tiempo, incluso con nieve y helada, no se tiene compasión, y sale a la buena de Dios para traer pan al hogar, como si quisiera demostrar que es capaz de mantener a su mujer y sus tres hijos con su propio esfuerzo. No le hace feliz el duro trabajo de su mujer - No quiere que trabaje fuera de casa. " Tres años en ese maldito taller ya bastan" - se enfurece. Tampoco yo quiero trabajar tanto, pero ¨ cómo podremos vivir de lo que el trae a casa ? - arguye Oro a oídos de su madre, en tono defensivo, como si pidiera clemencia.
- Tendrás que trabajar en tu m quina sin salir de casa. Sabes muy bien que todo ese asunto lo come vivo - explica la abuela Perla con severidad implacable -. Tiene celos de los hombres que te ven todos los días mientras el traquetea sus pies como mercachifle. El carácter del celoso no cambia, hija mía. Y en cuanto a trabajo, no te faltar también aquí¡, ya veras.
David siente la tensa atmósfera del hogar, que se agrava cuando regresa con sus cestos. No se dirige a los niños. Pincha el plato con el tenedor con chirridos irritados. Intercambia largas miradas con mama . Esta suspira y sale del cuarto. La abuela la insta a obrar con rapidez.
Si mamá deja de trabajar, reflexiona David, mejor para mí. Será una alegría y un alivio. Estar todo el día en la casa, junto a él. al alcance de la mano, libre para de dedicarle toda su atención. Su hermano y su hermana en la escuela y el padre rondando por las callejuelas, solo David y su madre en la casa, solos y juntos.
Hace dos días que el padre abandonó, colérico, el hogar y duerme en casa de su hermana mayor. La cosa es mantenida en secreto para evitar las malas lenguas de las vecinas. La abuela Perla en persona fue a ver a la madre de el para hablar frente a frente. Consintieron de inmediato. Todo se arreglar , le prometieron, el volver , como si nada hubiera sucedido. Nadie preguntará nada sobre su ausencia. Lo que exigió, se hará , con tal que vuelva a su mujer y sus hijos, donde debe estar. Después de todo, nada, Dios libre, sucedió.
¨ También con el, David, esta enojado papá ? Nuevas zozobras, que no se sabe donde se originaron, afloran a la superficie. ¨ Lo tomara papa cuando vuelva, sobre las rodillas, para explicarle, para darle una razón que lo tranquilice, que aparte la angustia de su corazón ?
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