Saturday 18 July 2009


Capítulo 12
LA HIJA DEL JAZAN

Es un refugiado de Tiria, dueño de un pequeño comercio de telas en la calle Larasta. Toda la familia se caracteriza por su excesiva religiosidad, como muchos de los originarios de la aldea de la cual huyeron durante los azares de la guerra. Su mujer, la Sra. Clara, es conocida por su apodo, "La Jajáma ", es decir, la rabina, porque durante todo el día el libro Meam Loez no se mueve de su falda. Su casa se encuentra no lejos del cine. David lleva el almuerzo para el anciano desde esta casa hasta la tienda.
Un espíritu de fría contención y arrogante silencio insufla el anciano a su alrededor. Recato que no despierta simpatía, tendencia al enclaustramiento. De las conversaciones de las mujeres en el patio David se enteró de la causa de esta actitud. Su herida es profunda y oculta, pero est a la vista de quienes hurgan en las heridas ajenas, de los que no permiten a nadie olvidar ni hacer olvidar.
El lugar, como sus dueños, es sombrío y falto de alegría. Entre sus paredes no se escuchar un chascarrillo, una palabra de cariño. Tampoco un reproche o un insulte que denuncie un interés, una relación. Silencio sin rostro definido que imprime en el corazón tedio, y recelo oculto. No fue así su trabajo en las vacaciones del año pasado. En la plaza de los sastres se hizo amigo de Yosef, vivaz y lleno de inventiva, encantador muchacho cuya compañía y juegos le endulzaban la amargura del trabajo.
Todas las mañanas David barre el umbral de la tienda y la acera. Esparce agua y limpia. Entra al local y sacude el polvo, endereza coloridas piezas de tela sobre los estantes de la pared. Los rollos de tela son un deleite para los ojos. David los contempla mientras deja correr sus pensamientos, placenteros, sosegados. Cuando nadie ve extiende una mano para palpar su suavidad. Musiu Kemal Campeas, el anciano, es diestro en desplegar sobre el mostrador, en un abrir y cerrar de ojos, uno de esos rollos, mientras David contempla como hipnotizado, los colores fijos en las caracoleantes franjas de colores. Una tela que se desenrolla por primera vez, por ordinaria que sea, deja escuchar un frufrú especial, grato al oído. Si no fuera vergonzoso y circunspecto, al igual que su anciano empleador, le arrebataría el rollo y lo desenrollaría hasta el final, convirtiendo a la tienda y a la acera junto al umbral en un mar de olas de suaves colores.
A veces, en momentos de pausa y tranquilidad, David se imagina en la oscuridad de la tienda, como si el mismo fuera la pieza de tela antes de ser extendida, silenciosa y enrollada. Aunque a veces se despliegue un poco hacia afuera, de inmediato vuelve a enrollarse sobre si mismo. Amante de los secretos y de las sombras. Enrolladas extensiones se atesoran dentro de el, y en cuanto al exterior, se repliega ante el antes que pueda presentar batalla. Sedentario dentro de los muros de la casa, contemplando a través de las rendijas de la persiana a medias corrida el alboroto y el espectáculo callejero. Finalmente se sacude y tomando un fino plumero acaricia amorosamente a sus amigos, los rollos, pero el polvo vuelve a asentarse sobre ellos una y otra vez.
En ocasiones sale David a cumplir la orden del patrón, dada un poco de viva voz, otro poco con un gesto, hacia la tenducha del cafetero, donde encarga pocillos de café para los campesinos cuya confianza quiere ganar. El cafetero tiene un dispositivo especial de bronce en cuya parte inferior hay pocillos de café y delgadas tazas de té con borde dorado. Coloca las tazas y los pocillos sobre el mostrador, y sin cobrar el dinero se retira llevándose el reluciente artefacto. La cuenta la lleva mediante rayas que traza con un lápiz sobre la mezuzá. Al cabo de la semana suma sus señales y se cobra su dinero.
En los momentos en que el ojo del viejo no vigila, David extrae del bolsillo un mazo de ajadas fotografías de colores. La mayoría fotos de actores de cine, pero no faltan los jugadores de fútbol más importantes, las banderas de todos los países, fieras y aves de todo tipo. Todas en series que se coleccionan con paciencia y ahínco. Céntimo a céntimo debe ahorrar para comprar los dulces en cuyos envoltorios esperan esos seres encantados. El es su señor, su dueño, son su propiedad. Otros los negocian en la escuela e incluso durante las clase, debajo de las narices de los maestros. Y al termino de las clases siguen comprando y vendiendo y apostándolas hasta el anochecer. David teme la competencia, tiene miedo de perderlas. Las junta en los bolsillos, se goza contemplándolas. Las repasa y ordena a veces así y a veces de otra manera hasta que las devuelve al escondite del bolsillo junto con sus otros tesoros. Las lleva cerca del cuerpo, donde la mano pueda llegar cada vez que quiera palparlas y sentirlas.
A la tienda llegan aldeanos de Anatolía, de las aldeas situadas en los aledaños montañosos de la ciudad. Estos conocen bien al señor Kemal y vienen directamente a el. Algunos lo recuerdan de la época en que residía en Tiriá. "La pequeña Saféd" así llamaban cariñosamente los judíos a esa aldea, mientras miraban desde arriba a los judíos de Esmirna, reprochándoles su desprecio por los preceptos y su afán de imitar las modalidades de los gentiles. Víctimas de las sucesivas invasiones de los griegos y los turcos, su mundo se desmoronó, y mal que les pesara se convirtieron en humildes refugiados dependientes de la buena voluntad de los habitantes de la ciudad, a la cual huyeron del incendio. Los campesinos que vienen de aquellos lugares recuerdan los días de compartida juventud con el anciano Kemal. Vienen a sorber un pocillo de café, conversan y de paso compran para sus mujeres, allí , en la aldea, telas de sus colores preferidos.
Como todos, gustan de regatear. Con cortesía y contención, pero resueltos a que se les rebaje, porque sin regateo todo el asunto de la compra pierde su interés. David repara que el trato del anciano hacia sus clientes no es el mismo en todos los casos. Los campesinos son víctimas propicias del engaño y las triquiñuelas de los comerciantes. Compran mercancía fallada al precio de la buena. Cuanto m s lejos viven de la ciudad y sus tahúres, mayor es el precio que se les pide por mercancía de menos valor. David se admira de cómo cambian los precios, suben y bajan a lo largo del mismo rollo de tela, como si las partes que lo componen no fueran parejas en calidad. Saben los campesinos que no tienen ninguna posibilidad de sobreponerse a las tramoyas de los comerciantes, especialmente a las de los m s jóvenes y listos. , y hasta sospechan, con razón, de los de su propio origen. Por eso prefieren a Kemal, su amigo de juventud. Es preferible su engaño razonable a la grosera engañifa de los otros. Pasan junto a los umbrales de los otros negocios, sin aceptar la invitación de entrar, hasta que llegan a la tienda de Kemal. El anciano no tienta a sus clientes a grandes voces como los otros comerciantes, ni siquiera le pide a David que lo haga en su lugar. Esos gritos y zalemas a la puerta de los negocios no le parecen dignas.
"Larasta", es decir, el mercado techado. Pero eso fue antes - recuerda la abuela Perla, antes de nacer David y hasta su madre, Oro. Hasta que en uno de los tantos incendios, tras los cuales solía venir un impulso renovador de construcción, el techo desapareció y la calle quedó abierta a todos los vientos. Solo las callejas contiguas a la mezquita grande siguen techadas hasta el día de hoy y se convirtieron en el refugio de los vendedores de especias, legumbre y frutas. La calle Arasta cayó en suerte a los vendedores de calzado, y entre ellos se apretujan los vendedores de telas, uno que otro perfumero y varios plateros. Los vendedores de calzado son los reyes de la calle, y en cuanto al resto, incluyendo las pocas familias que viven encima de los negocios, pasan desapercibidos. Los habitantes de la calle quedan anulados frente a los vendedores, transeúntes y mercachifles que la pueblan desde el comienzo del día hasta el final.
Aquí pasa David la vacación de verano. Cuanto espero el fin del agotador y humillante ano de estudios, y al final, para que ?Duro esfuerzo en la calle de los tenderos. Ni playa, ni bosques, ni montes llenos de nueces, bellotas y frambuesas, ni blanco transbordador que cruza la bahía a la otra orilla, llena de alegres luces...Al caer la noche cierra David y el anciano la tienda y se despiden rápidamente. Cansado y agotado David no ve el momento de llegara a su casa. No tiene fuerza siquiera para ambular por la ciudad cuyas luces comienzan a encenderse. En un de las callejas laterales se encuentra la tienda del Sr. Benjamin Campeas, el hijo mayor de Musiu Kemal. Es sastre, y también a el, como al padre hay que traerle el almuerzo de casa de la madre. Estos no se permiten comer en uno de los restaurantes, como los otros. No hay restauran que sea suficiente casher para ellos. Los otros judíos comen afuera, sea en los restaurantes de los correligionarios o de los turcos. Incluso recurren a los quioscos de carne de todo tipo que, naturalmente, no tienen la menor pretensión de ser casher.
La anciana de anteojos coloca de lado un pesado libro de tapas forradas en cuero castaño y se dirige a la cocina para preparar dos atados el almuerzo. Uno para su hijo y otro para el marido. Hace sentar a David adentro, aunque junto a la puerta, sin ofrecerle de comer o de beber. Allí permanece sentado, temeroso de apoyarse en el respaldo y ponerse cómodo. Espera, tenso, que le dirijan la palabra, pero ella no lo tiene en cuenta para nada, como si fuera un florero apoyado en la pared.
Los ojos de David recorren la amplia habitación y sin querer se detienen en los gazmoños retratos de familia. El Sr. Kemal, de
traje oscuro y corbata, una cadena de oro pendiente del cinturón. A su lado su mujer con un vestido claro, muy largo, orlado de flecos. Una blanda toca en su cabeza. A sus pies, en cuclillas, un niño feo y gordo. Seguramente Benjamín, el primogénito, barrunta David. Donde esta el retrato de la hija menor? ¨Ser posible que se hayan desecho incluso de las fotografías? Piensa melancólicamente. La misteriosa Diamante a quien se trago la tierra. ¨La habrá besado ese turco en la boca y ella, presa de sus encantos, lo siguió allí donde quiso llevarla?
Si pudiera ver su retrato, si se le revelaran los rasgos del rostro, la historia de su desaparición se le haría m s palpable. Hasta la imaginación necesita un punto de apoyo. Le hubiera gustado ver con sus propios ojos los labios que aquel astuto canalla beso. Todo de acuerdo a lo que el verano pasado, le contó su amigo Yosef. Quien bese a una muchacha en la boca, esclava le será para el resto de sus días. Su sello queda impreso en su carne y hasta el ultimo día de su existencia no podrá liberarse. También el se convierte en esclavo de ella. A partir de ese momento ser n amantes y nada podrá separarlos. El, el astuto Yosef, beso a una de las muchachas de su patio, junto al pozo del agua. ­Oh, que suerte le espera! Aunque este ausente siete anos, su amante lo esperar . No consentir en dar su mano a otro.
Extrañas añoranzas, diluidas en una dulce melancolía, le acometen mientras espera. El cuarto esta limpio y ordenado, pero repele con un frío extraño. Otrora vivió, entre esos muebles, una muchacha. Su espíritu, carente de cuerpo, ambula en el recinto, se rehusa separarse de la casa paterna, pese al ostracismo y la excomulgacion ¨No habrá recurrido ese gentil al embrujo para poder besarla? Desde ese momento, su suerte estaba echada. ¨Que podía hacer la pobre?
David recuerda que escuchando lo que Yosef le revelo sintió que todo su cuerpo se estremecía. Una emoción embotada, una especia de temor, por encima de todo, una ardiente oscuridad.
- ¨Como conquistar el alma de una muchacha para que te quiera para
siempre? - prorrumpió inesperadamente Yosef.
- ¨Que? - se asombro David. Estaba dispuesto a escuchar con mucha atención lo que le decía su amigo, y aprender, pero sus repentinos virajes en la conversación lo confundían.
- ¨Que? ¨No entiendes? - prosiguió - Una muchacha, digamos una niña, con quien te gustaría casarte.
- ¨Para que?
- Espera, ya veras. Una que te ame hasta la muerte y que te sea fiel...Y Bien, ¨que hay que hacer para eso? - Una vez mas, Yosef conseguía dejar a David sin habla. El sonrojo le cubrió el rostro. No quería que Yosef volviera a decirle que tenia mucho que aprender todavía. Yosef espero un momento y después dijo sonriente, con voz de triunfo:
- Y bien, hay un truco infalible.
- ¿Cual es? - vino la esperada pregunta de David.
- Besarla en los labios.
- En la boca - balbuceo lentamente David.
- Si, solamente en la boca. Si la besas en la cara y en cualquier otro lugar, nada conseguiste. Pero si diste en el blanco esta perdida.
- Perdida...
- Despavoriste de toda voluntad propia, te seguiría donde vaya. Su suerte esta echada, sin remedio.
- Pero...no es tan fácil - dijo David, recuperándose un tanto.
- No, no es tan fácil...pero yo lo hice.
El recuerdo de esa conversación todavía lo hace sentirse incomodo. A ella se sumaron otras preguntas sobre el tema. David no quiere emplear el recurso con una de las niñas del patio. Provisto de nuevos ojos salió a examinarlas, a sopesar el asunto. No las encontró suficientemente buenas para el. Todas tenían algún defecto. Pero, es muy posible que la que le esta destinada viva en otro palacio. ¿Como saber quien es? ¿Cual será la señal? Besarla en los labios es un cometido arriesgado y de mucho peligro. Pero aun suponiendo que lo logre, ¿quien le asegura que corrió riesgo semejante por su verdadera pareja? ¿Por aquella que le destinaron desde el cielo? ¿como saber que se trata de la única? Y bien, el consejo de Yosef es bueno, pero hasta que no lo indiquen en sueños, hasta que no le den la clave del enigma, no podrá ponerlo en practica.
Dentro de una servilleta a rayas, un poco peluda, la anciana coloca un plato hondo con un cocido. Mas de una vez su salsa roja se va volcando en el camino, para desesperación de David. Por encima del plato una ollita cerrada, sobre ella otro recipiente y en lo alto de la torre un racimo de uvas u otra fruta de verano. David sostiene la cabeza de este cono vacilante y camina cuidadosamente, para no volcar su contenido, hasta que llega a la tienda del padre y de allí a la tienda del hijo. David es feliz los días en que la anciana le da la comida en una olla doble, fácil de llevar. Sostiene dos ollas dobles, una para el padre y la otra para el hijo, y camina sin cuidado. No debe volver a la anciana señora de clara tez, a quien un poco teme y un poco respeta. Su hijo y su marido le devolver n los recipientes vacíos cuando regresen de noche al hogar.
Por esos días resurge la historia de Diamante, como emergiendo de una tumba olvidada. Oro cuenta todo lo que sabe a la vecina Bojora. Un niño pequeño que habla turco, aparece en casa de Benjamin Campeas y entrega un mensaje de su madre enferma. En la escuela enviada por Diamante después de diez anos de silencio, cuenta que est muy enferma y tiene los días contados. Pide que la perdonen, que vengan a despedirse de ella antes de morir. Una de las hermanas se hizo de coraje y fue a visitarla. Encontró a Diamante moribunda de una enfermedad incurable. Dejaba tres niños, al mayor de los cuales envío en esa misión de penitencia. Los padres y el hijo mayor Benjamin escuchan y menean la cabeza. Aun en el lecho de muerte no la perdonan ni la lloran después de muerta.
Esa Diamante que termino su vida como musulmana, nació como la hija menor de Musiu Kemal, implacable hombre de principios, y de la Sra Clara, mujer beata de aire senorial. Se convirtió en una muchacha esbelta, delgada, morena y locuaz. Su ligereza de cascos y su alegría no conformaban con el carácter de los padres y del resto de la familia. No había cumplido catorce anos y ya se demoraba en la calle, contemplando todas las vidrieras, conversando y riendo con sus amigas. En Ergat Bazar, que cruza el viejo barrio judío, ejerce su oficio un peluquero, soltero, de mas de treinta y cinco anos. Junto a su tienda ella se detiene para verlo trabajar. El sale a pregúntale cual es su deseo.
- Un poco de agua de colonia - le dice ella, coqueta.
- Con mucho gusto señorita - se apresura a cumplir su pedido, y se queda mirándola, mientras se aleja.
No pasan muchos días y ella desaparece. Todas las estaciones de policía se movilizaron. Se entrega su descripción a los guardias. La tierra se la ha tragado. El peluquero es un buen hombre. Sus relaciones con los judíos son amistosas. Muchos de sus clientes son judíos. Nadie sospecha que tenga algo que ver con la desaparición de las hijas del señor Kemal. Hasta que se echa de ver que el fue el raptor. Los padres de ella se desgarran las ropas, guardan una semana de duelo. La liviandad de la muchacha la traiciono. Hijos e hijas, parientes y amigos reciben orden de no hablar con la moza, ni para bien ni para mal. Si la encuentran por la calle, negarle el saludo, si les dirige la palabra, no contestarle. Al abandonar la casa, es como si estuviera muerta y hay que desentenderse de toda señal de vida que pudiera hacer llegar a uno de los miembros de la familia o a sus amigos o conocidos de antaño. Excomulgada esta . Arrancada viva del cuerpo de la comunidad.
Oro cuenta que cuando fue a la municipalidad con Shemuel a
registrarse para el matrimonio civil, se encontró con Diamante y el peluquero. También ellos habían venido a registrarse.
- Shalom, Diamante.
- Shalom Oro - respondió en tono sosegado. Su espíritu voluble y juvenil se había apagado. Parecía diez anos mayor.
- Me toma por esposa - comento Diamante, como quien asume su propia defensa.
Esperaba en la cola de la oficina municipal. Delgada y esbelta, envuelta en un negro abrigo. A su lado el, emocionado y confuso, de hermosas cejas, tratándola con solicitud. De allí irían al fotógrafo, ella con su abrigo negro y velo negro, como una musulmana devota, su esposo llevándole una cabeza.
A partir de su boda Diamante desapareció por completo - prosigue Oro. Paso a vivir a la casa de los padres del marido en la parte alta de la ciudad, evitando no solo la casa de los padres sino los barrios judíos. Los padres tienen prohibido incluso la mención de su nombre. La madre, Clara, es mas estricta que su marido, mas que su hijo Benjamin, el jazan de la sinagoga de los refugiados, aunque trabaje los seis días de la semana como sastre, hombre adusto y pío que no hará de su oficio religioso una herramienta para su sustento. Ella es quien adopta el tono de anatema al hablar de la pequeña Diamante, la que conjura a los miembros de la familia: Ni mirarla siquiera en la calle, ni sonreírle de acera a acera. ­ Os conjuro! ¨No soy yo quien la parió? Y bien, yo os digo: vuestra hermana fornico con el gentil. Vuestra hermana ha muerto. Si la ven por casualidad, volved la cabeza. Así, hasta que descienda a la tumba.
- Hoy no es como antes - concluye Oro - Antes huían con gentiles a
causa de embrujos que aquellos le hacían. Los seguían debido al embrujo. Ahora casi todas huyen por que se enamoran. Si los aman, huyen con ellos ¨y donde se enamoran? En los talleres donde trabajan, en las grandes casas de comercio, y en encuentros...así en la calle. También la maldición de la dote contribuye. Es mas fácil para una muchacha pobre huir con un gentil que la acepta sin nada que quemarse las cejas y la salud en un pesado trabajo para reunir la dote, que cada vez es mayor...Diamante, que no era pobre, lo dejo todo para ir en pos del amor prohibido...hasta el fin...hasta el fin.
Junto a la tienda de Musiu Kemal est la perfumería que irradia su gracia y su encanto sobre su sombría vecina. David se siente atraído hacia ella como un imán. El arco iris en el agua de colonia lo tiene fascinado. La luz se quiebra a través del liquido transparente y colorido, se esparce en torno en un rojo ardiente, en distintos tones de verde, en azul que se va aclarando hasta el puro celeste, en el limón retozón, en el intenso anaranjado. Aquí y allí, frías manchas de violeta se repliegan ante sus brillantes vecinos. Después de pasearse de color en color, los ojos de David pasan revista a las distintas formas de lo botellones y los frascos. Algunos cilíndricos, otros cuadrados y hexagonales. Algunos adoptan formas de animales o pájaros. Los ojos no se sacian. No solo las botellas de vidrio, sino los recipientes y vasos para distintos cometidos, de trasvase, filtro, medida y mezcla. Todo colocado sobre el mostrador, en los estantes, en armarios con puertas de vidrio. Los mas grandes, del tamaño de un barrilito, yacen sobre el piso. Los pequeños diminutos, entre ellos algunos del tamaño de dedales, se alzan uno sobre el otro hasta el cielorraso.
David no esta dotado de olfato, por lo que sabe que no puede apreciar el encanto principal del lugar. Ello no le impide gozar de los colores y las formas. El aroma, que es imposible ver, atrae a numerosas compradoras. Algunas vienen a oler perfumes y no comprara nada. Pareciera que el vendedor distinguiera sin dificultad entre quien viene a comprar y quien a importunar, y adapta su trato a las circunstancias. Zalamero y convincente con el primer grupo, de las ultimas se desentiende por completo y prosigue con su trabajo como si no estuvieran. David aprovecha momentos de ocio para echar una mirada. Se interesa por el trabajo del perfumero, que consiste en diluir, mezclar y agitar. "­Que suerte tiene el perfumero. Cuan liviano es su trabajo!" - comenta la gente. Echa agua, y saca un perfume. Se hace de unos pocos concentrados y esencias, el resto solo engañifa. Colores y lindas botellitas, envases que sorben el seso de las mujeres...La
cosa no sorprende a David, pues cada oficio tiene sus supercherías. Con sus propios ojos llego a la conclusión de que el engaño es parte del arte de todo aquel que entra en la pista del sustento diario. Quien sabe regatear, hacer valer su labia, ponerse un margen mayor de ganancia, lleva la delantera. No es fácil. Se necesita experiencia y pericia. Hay que aprender y ejercitarse. Las reglas del juego están a la vista.
La calle de la zapaterías es el escenario de una permanente actividad. Un verdadero tablado. Además de los pregones de los dueños de las tiendas y sus ayudantes, quienes desde el umbral están a la pesca de los compradores, se alzan las voces cantarinas de los mercachifles. Estos pasan como nómadas actores de circo, exhiben su variada mercancía con cantos, graciosas rimas, haciendo una demostración practica del uso de su mercancía: una pintura mágica para telas, un polvo que quita toda mancha y un pelador prodigioso. Escancian jugos de fruta, ofrecen helados y choclos, cortan pan para preparar sandwiches de carne, y mas y mas.
No todos los actores son parejos en sus voces, en sus talentos, en su altura y en su simpatía. Los que mas se destacan gozan de gran popularidad, como si fueran jugadores de fútbol o famosos cantantes. No se sabe de que disfrutan mas, de lo que venden o de la ejecución de sus cantos y trucos que hacen las delicias de los espectadores. Los tenderos les tienen simpatía, les permiten colocar sus mostradores portátiles junto a sus tiendas. A veces los convidan a un pocillo de café. Son viejos conocidos y en general, el movimiento es saludable para todo aquel que busca aquí el sustento, y la gente se siente atraída por la gracia de los mercachifles, sus estribillos y sus espectáculos improvisados. David se empeña en aprender esas rimas y esas representaciones con ahínco de alumno industrioso. El idioma turco, que en su casa no se habla, empieza a fluir de su boca con el pintorequismo y la gracia de los actores callejeros.
De tanto en tanto le pide su familia o los vecinos que les represente a "Osman, el polvo mágico" o "Gingis, frío como el hielo". Sin vacilar empieza David a declamar las dotes del polvo celestial, americano, especial, que quita toda suciedad, sin afectar la tela del traje o el vestido mas delicado, maravilla de maravillas, y sin transición irrumpe en las losas de la bebida fría como el hielo, que pasman los dientes y alegran el paladar con el jugo que desciende con todo el frescor de bosques añosos para apagar la sed, nada se le iguala en una día de calor. E imitando a los mercachifles se pone antes de acuerdo con uno de los presentes, que hará de presunto comprador. Su papel es abrirse paso, impaciente entre el publico y comprar a viva voz grandes cantidades del producto. Cuando el publico se dispara devolver la mercancía. Esos presuntos compradores son los satélites del buhonero. Por lo general se trata de sus hijos o sus hermanos menores; David se entretiene descubriendo quienes son los auténticos compradores y quienes los aparentes, cuya función es producir alboroto y conmoción.
Esas representaciones le ganan cumplidos, que le sirven de consuelo, pues una gran preocupación le deprime el espíritu. No esta constantemente sumido en ella, por suerte, pero cada vez que da en pensar se hunde como quien tropieza y cae dentro de un pozo. Hasta que sube de allí sus huesos están magullados y su aspecto es lamentable. Rafael se ha constituido para el en la memoria de todos sus defectos. Desde que fue aceptado en la escuela secundaria de comercio, junto con unos pocos judíos mas su talla, su talla se irguió y su soberbia se intensifico considerablemente. Como el, David unta el pelo con zumo de limón para darle el aspecto de una cresta, y para darle brillo se pone aceite. El tacto del pelo y las gotas de aceite que se escurren por el cuello le causan asco, pero el hace caso omiso de esos pequeños inconvenientes.
Que apuesto es Rafael. El acaparo toda la belleza, dejando a su hermana y su hermano menor toda la fealdad. Alto y de piel tersa, sin la menor señal de extrema palidez y de pecas imposibles de borrar. Su rostro es agraciado y las orejas no se extienden hacia los costados, como las de David.
Esos esfuerzos desesperados no escapan a la atención de Oro quien trata de mantener con el una conversación intima, de levantarle el animo. Estando ambos solos en la habitación, no espera a que David le diga nada y observa:
- No te pongas triste David. Ya veras, serás un lindo muchacho. Te lo aseguro.
- Mama, ¿que quieres de mi?
- Todas las muchachas se colgaran de los balcones para mirarte...Se morirán por ti.
- Deja, mama. No quiero que nadie se muera por mi - protesta David, y rehusa a escuchar mas.
- Una y otra se dirán. Allí va David, el buen mozo.
- Basta mama - implora y huye a la calle.
Esas palabras de consuelo obran como la sal sobre sus heridas. ¨Por que lo atormenta? ¨por que no lo deja en paz? ¨de verdad creen los mayores que su discernimiento no alcanza para ver la falacia y el engaño? En carne propia sufre las consecuencias del ineludible hecho de su esmirriado aspecto y su fealdad. Además ¿quien quiere muchachas colgadas de los balcones? Su mayor ansia es entrar, junto con Rafael y sus amigos con seguro paso, a la primera función del cine, unirse a sus paseos a la orilla del mar, ir con ellos a ver partidos de fútbol de verdad, ser uno de la barra. Pero ellos lo alejan como a una lacra, cada vez que aparece en compania de Rafael. Si fuera fuerte como ellos no lo rechazaría. A eso lo conduce su fealdad, sus brazos como estacas, su aspecto desmañado. No les falta razón a Rafael y sus amigos, cuando lo increpan burlonamente.
- No seas colita. Pálpate los labios para sentir la leche de tu madre...Vete a casita, ¿si?
- Déjenme venir con Vds. No los molestare...Tengo plata, trabajo.
- Pues cómprate un chupetón y lámbetelo...en casa - se ríen de el.
Vacación de verano que es todo trabajo, carreras a casa de su patrón para traer comidas, hasta que algo pasa que lo extrae de su melancolía. Frente a la residencia del Sr Kemal se encuentra la casa que últimamente le causa una dulce emoción. Allí vive Gabriel, su condiscípulo con quien hizo amistad hacia el fin del ano escolar. Como David, Gabriel no es de la casta de los bravucones; es bajito y de pálida tez, el rostro lleno de pecas. Es el único varón entre sus hermanas, las hijas del joven patrón, Benjamín Campeas, preciado nieto del anciano Musiu Kemal. El Sr Benjamin es un hombre serio, que heredo el carácter de sus padres. Son tal para cual. Guardan un silencio arrogante que no los hace simpáticos a la gente y la tristeza que atesoran en lo mas hondo aflora al rostro en una expresión amarga. Pese a ser casado y con hijos sigue pegado a la falda de su madre, atento a lo que sale de su boca y prefiriendo sus cocidos a los de su propia mujer.
Los suaves modales y la timidez de Gabriel lo inclinaron a David, pero jamas una invito al otro a su casa. Corta y rápida era su conversación frente a la casa de los padres de Gabriel, al lado de la residencia del abuelo. David se esfuerza por mirar hacia el interior de la casa a través de la ventana y ver quien entra y sale. Fue así como vio por primera vez a Matilda, la hermana mayor de Gabriel.
David no sabe que le ocurre. "Si es mayor que tu hermana" - trata de recriminarse. Es alta y morena, distinta a su pálido hermano. Pero ­Que hermosa es! Ojos grandes y pelo largo y lacio. Su andar es leve, grácil, los ojos castamente puestos en el camino. Es por eso que no lo nota a el, a David, quien pasa todos los días después del almuerzo junto a su puerta, espía a través de las ventanas. Seguramente Gabriel le hablo de su amigo David. Fue el quien le encontró trabajo en casa de su abuelo. Sin duda sabe de su existencia, y quien sabe, tal vez esta enamorado de el en secreto. Tendrá el coraje de revelar en publico sus sentimientos? No hay que olvidar que es la hija del jazan, y no una de las niñas pobres del patio, chillonas y de lengua filosa como una navaja. Todo su andar revela aristocracia. ¿Será Matilda la destinada? Es acaso casualidad que hubiera hecho amistad con su hermano en el Talmud Tora, y que sus andanzas de mandadero de la tienda del señor Kemal lo hayan conducido a la calle en que vive?
Oh, es de no creer...Allí sale de la casa en compania de su hermano Gabriel. David se queda tieso a las escaleras de la casa del señor Kemal, de la que acaba de salir. Sin reparar en el caminan una junto al otro. David no sabe a que atinar, y finalmente los sigue a corta distancia. El corazón le late con fuerza, la sangre le afluya al rostro. Que hacer para que reparen en el, para que ella lo mire? Si interpela a Gabriel y empieza a hablar con el se dará cuenta que su intención es acercarse a su hermana, y se enojar . Al final de cuentas es responsable por ella y debe cuidar su honra. Un poco mas y tornaran a la izquierda, y el perder esta oportunidad que el cielo le puso delante.
Sin saber exactamente como obrar, se hace de pronto de coraje. Comienza a correr como si se apresurara hacia una meta que el solo conoce. Al pasar junto a ellos lanza un alarido. Es el grito de Tarzan cortando el viento de la jungla. Extrae rápidamente del bolsillo sus preciosas laminas de actores de cine, pájaros y animales, esparce sus tesoros a sus pies, y desaparece hacia la derecha, devorado por la calleja que lleva a la tienda del anciano.
Solo el cansancio lo obliga a mirar hacia atrás. Aminora su loca carrera. A los pies de ella esparció todos sus tesoros. Seguramente en estos momentos se inclinan a recoger su tributo de amor. Ese obsequio los abrumar . Ella no podrá menos que admirarlo. Buscar la manera de provocar el encuentro. O quizás, piensa mas sereno, creen que las laminas se le deslizaron solo por casualidad. Cuando lo vean, mañana o pasado, se le acercaran para devolverle lo que es suyo. Ella le preguntara al hermano, le pedirá que le hable de el - se consuela.
Sonrojado y jadeante sigue su camino, trata de dirigir sus pasos hacia la tienda y teme presentarse sin tener ningún pretexto por su tardanza. ¿Mentira esta vez? ¿Cual fue el objeto de su mandato? ¿Quizás sea preferible que no vuelva a la tienda? Lo dejara todo y regresara a su casa. ¿De donde sacar animo para mostrarse en la calle donde vive el anciano, después de lo que le hizo a sus nietos, a Gabriel y a su hermana? Como dejar su trabajo y que dirán en su casa. Lo llamarían inútil. Su hermano Rafael se burlar de el. ¿Quien sabe si no se burlan de el en estos momentos Gabriel y su hermana? ¿Será posible? Tal vez no hayan visto las laminas. Tal vez no es digno de ellos levantar del suelo un ovillo de papeles rugosos que pertenecen a un muchacho pobre como el.
Ellos, los ricos y altaneros, con su excesiva religiosidad, no tienen la menor intención de crear una relación demasiado intima con el aprendiz. Con Gabriel hizo amistad en el patio de Talmud Tora , pero este no le abrió las puertas de su casa ni lo invitó a entrar. Un pobrete como el oso posar sus ojos en la hija del jazán...¿habrá se visto osadía mayor? Dejarán rodar por el polvo la ofrenda de su amor, la pisotearán. Fue esta maldición de los Campeas la que produjo la muerte prematura de Diamante, la que la acompañó, sin piedad ni perdón, hasta la tumba.
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