Saturday 26 September 2009

Sunday 19 July 2009

Shlomo Avayou

Shlomo Avayou











EL ULTIMO NIÑO DE LA JUDERIA
Novela por Shlomo Avayou
Traducción del hebreo
Sra. Ety de Hoter
Tracucción al castellano argentino
de la novela hebrea "Enkat Madregot"
(Quejido de Escalones), publicada por
HaKibbut HaMeujad, Tel Aviv, 1980












Lista de capítulos:
Prólogo
1. El conventillo del hospital viejo
2. Quejido de escalones
3. Una cabeza regia sobre las olas
4. Palacio de vaho y agua
5. La rendición
6. La tribu de Sanson
7. El traje de marinero
8. Primeras ganancias
9. El barrilete
10. Chocolate agridulce
11. Los demonios y la hija de la tía Mercada
12. La hija del Jazan
13. Paladines de la fe
14. Pájaros a bordo
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Prólogo tardío del autor
.
Soy esencialmente poeta y casi todos mis libros publicados son de poesía, pero tengo que confesar que he pecado y escribí dos libros en prosa. El primero fue "Enkat Madregot" (Quejido de escalones), mi única novela que en su hebreo original se pulicó por la editorial HaKibbutz HaMeujad en Tel Aviv, 1980, y que
algunos de sus capitulos fueron integrados en libros de textos para las escuelas secundarias en Israel. Lamentablemente su traducción al castellano argentino quedo hasta hoy inedita(!). El segundo libro de prosa "Zekifei Aava" (Estalagmitas de Amor, publicado en Tel Aviv por Sifriat Poalim,1991), es una colección de doce cuentos cortos, la mitad ubicados en mi Esmirna natal (Izmir, Turquía) y la otra mitad en los años cincuanta y sesenta en Israel. "Leon, el último músico" que esta en este blog, es uno de los cuentos de este libro, en traduccion al castellano.
Las peripecias de esta traducción fueron muchisimas y sus defectos, que hoy los veo muy claros, me han causado esconderlo en mi archivo y lo he olvidado. Sólo antes poco tiempo lo encontré por casualidad y decidi de ponerlo aqui sin cambiar su castellano porteño.
Esta novela que su forma o genero literario es de Bildungs Roman, es decir novela de aprendizaje y que exteriormente narra algo de las peripecias de mi niñez en Izmir en los años 1946-1949, poco antes de inmigrar con mis padres a Israel en marzo del año 1949, teniendo yo diez años... no fue escrita por alguna nostalgía, cosa que detesto, ni con ninguna intención de idealizar la Judería Sefardita, otra cosa falsa y abominable para mí... No sé si logre o no realizar mi meta o mi inteción, pero, al menos traté de dar una respuesta honesta y atrevia a la pregunta que me interesaba en los años setenta, cuando la novela fué escrita. La preguna fue - cómo y porque dejó de existir, murió, más correctamnte dicho, toda esta "civilización", o todo aquel mundo conocido como la cultura judeo-española, sefardita, incluida la muerte del ladino, que fué la primera lengua que hable... Yo recibo respuestas escribiendo y no escribo para difundir ideas o "respuestas" politicalmente muy correctas (es decir moralmente bastante feas...), que muchos otros, para mi charlatanes y oportunistas, cuando no ignorantes, en su gran mayoria, que siguen deambulando por el mundo y vendiendo con bastante ganancias la falsa legenda del los muy "vivos" ladino, cultura sefardita y hasta poesía ladino macaronica... sin que nadie se atreve anunciar que este rey esta desnudo y desbragdo... conforme el muy propio dicho ladino - " toparón kazal sin perro, kaminarón sin palo", es decir, encontraron aldea sin perros (criticos literarios, en buen romance) caminaron y siguen caminado sin palo... y siempre hay quien los aplaude...
Sh.Avayou 19 de julio de 2009
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Capítulo 1
El CONVENTILLO DEL HOSPITAL VIEJO

Refugiarse en lo más hondo del contacto reconfortante consigo mismo, desbordante de compasión blanduzca. calladito como el niñito bueno, obediente que es. Como una barrera de almohadas en torno a un enfermo, así lo envuelve su soledad. Paredes gruesas, pesadas, potentes, pero silenciosas, tiene la casa. Puertas de madera desteñida se aferran a los vanos con dedos de moho persistente. Las piedras de las jambas abrazan de ambos costados, como si dijeran: con nosotros se construyó la casa, con nosotros se derrumbará . No aflojaremos nuestro abrazo. Puertas que vigilan umbrales. Por la noche se cerrarán con un gemido y una tranca de hierro las atravesará. Fortaleza impenetrable. Nadie entra ni sale. Ciudad sitiada. No es fácil levantar la barra oscura, lisa, que dice: hasta aquí ý, adentro, nuestro, judío. Desde aquí hacia afuera, ellos, gentiles borrachos, la calle.
Noche. Quien prestará oído, quien acudirá en su socorro. Solitario en la tiniebla acuosa, mientras el peligro expreso, palpable, acecha. Verdad es que su hermano y también su hermana yacen en su vecindad, sobre el colchón del piso, pero lejos de el y sumidos en sueño inquieto. Papá y mamá ý sobre una alta cama de cajones. Desde abajo no se los ve. A veces los cajones crujen como si quisieran revelar su secreto, contar algo, pero finalmente se muerden la lengua y callan. Uno o dos gemidos más y enmudecen. El se queda esperando, sin saber que, explorando, tenso, la oscuridad, mientras contiene su deseo de llorar. De pronto, todas las sombras pueden surgir de sus escondites y echarse sobre el, juntarse una con otra y acosarlo por todos los costados.
Un terror inconfesable lo posee y se sumerge hacia abajo, buscando la protección de los pliegues de la cobija. Como precio de su amor esta pretende sofocarlo. Seno maternal soy -susurra- pero refugio hermético. La cobija de retazos, rellena de algodón, le aherroja espalda y extremidades con su peso. Más de una vez sospecha que muy adentro, entre sus costuras, alberga un alevoso deseo - ahogar con astucia a los niños sumergidos en su sueño invernal.
Pero ahora es mañana avanzada. Todo aquel que debía dejar la casa, se fue. Los niños mayores que el, aquellos a quienes todo les est ý permitido, han levantado vuelo alegremente y ya no están. Una luz de un amarillo meloso y transparente se apodera del corredor, y deslizándose desde la calle a través de las puertas abiertas acorta camino hacia "El Cortijo Grande", ese patio del conventillo que bulle de voces, movimiento y algarabía velada, que arrastra y aspira con fuerza tenaz a todo: mujeres y hombres, viejas y viejos cojos, niños en cantidad, y sólo el quedó tristemente olvidado en la cocina.Si entrecierra los ojos hasta reducirlos a un par de rendijas el día que avanza se transforma como por encanto en un relumbre de plata tembloroso y acariciante. Fascinantes, trizas de color se desplazan incesantemente. Todo parece estar en movimiento. Un sueño delicioso y viajero, airosos potrillos galopando en el espacio, incluso las columnas de luz polvorienta que se extiende de la ventana al piso están sembradas por diminutos puntillos de plata que brincan con donaire.
El patio refuerza su algarabía permanente en alternados altos y bajos. Pero casi todo el ruido se vierte de las fauces de la sala de lavado junto al portón. Cómo espanta esta sala! Todos evitan pasar a su vera cuando está oscuro. Sentado en su rincón sin ser notado, se deslizó a su oído el secreto, mientras su madre explicaba a Bojora, la vecina de enfrente, a quien hay que explicar con lujo de detalles lo que todo el mundo ya da por sabido: ¨Y que por algo es? ¨ No sabes que solían lavar aquí ... aquellos que no se puede nombrar ? Si, estos cuartos, este patio, pertenecieron durante muchos años al hospital "Rotschild - Vida y Merced". Pues se cambio el edificio en casa de vecindad. Al principio la gente no se animaba a venir a vivir aquí, hasta que rebajaron los precios del alquiler.
Pero la sala sigue siendo distinta de los cuartos y cuartuchos. Más de una vez surge de allí el eco del golpeteo de zuecos, voces de mujeres y gritos que no salen de gargantas mortales. Todo el mundo lo sabía.
Desde entonces no le era fácil dormirse. Entre aquella pavorosa estancia, desierta y sumida en la oscuridad y las ventanas de su casa mediaba un paso apenas. De un sólo salto podían estar a su lado.
Pero la mañana luminosa y abierta no le recuerda para nada la noche poblada de criaturas y susurros horripilantes. Los enormes zuecos de madera que calzan las mujeres repiquetean mientras se acercan y alejan del grifo que alborota debajo de su ventana, y nuevamente con apresurado paso a las enormes tinas rebosantes de espuma, a la ropa humeante.
Un niño con medio cuerpo desnudo juguetea con sus desnudeces. "Shabtai, suelta ese collar" - le regaña cariñosamente una de las mujeres y todas estallan en alegres carcajadas.
Con atención creciente David oído a las voces que se entrelazan una con otra. Se esfuerza por diferenciar, por ubicar según el repiqueteo del taco, el modo de arrastrar el pie y de andar quien es la mujer, quien la moza, quien la anciana.
Cada día que pasa se perfecciona. Tenso en la emboscada, paciente y experimentado. La alegría del logro ilumina su alma melancólica cuando la voz de la mujer que espera junto a al fuente confirma su deducción. A menudo se equivoca, mas no desespera y vuelve al ejercicio que vierte en sus miembros una leve ebriedad.
Este es su entretenimiento. Una nerviosa ansiedad se apodera de él cada vez que le parece que logró aislar de la maraña de repiqueteos y el nudo de voces el eco de los zuecos de su madre. Ya se acercan a la puerta. Ya vienen, sólo para él, pero no. Que pasó? su imaginación lo engaño. Cosas que pasan.
Ya hace rato que aprendió a andar e incluso a correr, pero su madre, antes de irse, lo sienta sobre lo alto de una cómoda, con orden de quedarse quieto, para no caerse. Y así, pasa el tiempo esperando, aburrido.
Se avergüenza de llorar como una niña, y teme protestar. La observa en su quehacer. Ella, que durante todas las horas de luz se afana afuera, no cesa en sus afanes al llegar a la casa: barre, lava, frota con dura mano como resuelta a algo que no da lugar al arrepentimiento. Si lo deja al cuidado de la abuela también esta se apresura a alzarlo y sentarlo sobre un alto estante recubierto de hojalata, pegado al antepecho de una enorme ventana de la cocina.
Hora tras hora está condenado a mirar a través de las rejas de hierro a la explanada del patio bañado de luz, pululante de imágenes que cambian constantemente. Se puede abrir grandes ojos y mirar al frente. Se puede también hacerlos rodar, distraídos, mientras se sume en reflexiones indefinidas, en melancolía vaga, altanera.
Detrás suyo, frente a la ventana grande, se abre un nicho separado de la cocina. En el techo se amontonan cacharros viejos, defectuosos y polvorientos, que los grandes desecharon por cansancio. El interior del nicho sirve de retrete de las tres familias que viven en ese flanco de la casa.
Al otro lado de la puerta hay diarios esparcidos y junto a ellos una jarra de arcilla para lavarse las manos. La abuela prohibió a los niños beber del agua. Dijo que estaba vedado por la Torá . Como todo lo prohibido, también esta prohibición trae en pos suyo el castigo. A veces una cachetada resonante, a veces pinchazos de alfiler sobre el dorso de una mano que se retrae de dolor.
En medio del piso hay un agujero oscuro y repugnante. A través de el, salen la noche ratas que arrancan dientes de niños malos directamente de sus bocas. Se acercan a la cama, muerden y tiran.
A papá lo mordieron los ratones mientras dormía con sus hermanas y hermanos sobre el piso. De niño era rebelde. Se pasaba todos los días de verano en la playa, ofreciéndose para extraer algas y otras porquerías del fondo del mar. Competía con niños Tártaros en la zambullida mientras se aferraban salvajemente uno del gañote del otro. Solía arrojar bolas de papel a los maestros del Talmud Torá ý. Volvía tarde a su casa y trepaba por el portón de hierro ya cerrado. Que tenía de extraño que los ratones se le hubieran echado encima y entre todos sus hermanos lo hubieran elegido a él para morderle el labio. A duras penas pudieron detener la sangre. Sólo con el látigo flexible y benéfico logró el padre enderezarlo.
A causa de esos desenfrenados roedores se permite a los enormes gatos pasearse por todos los cuartos, y a la hora de la comida, enredan debajo de la mesa entre los pies de los comensales. Para evitar su contacto David levanta los pies y dice en un susurro, "gato, gato", hasta que el abuelo Nissim se levanta y los echa.
El abuelo, naturalmente, lo hace porque lo ama, a él, al Davico, el nieto de su vejez. El abuelo bondadoso y valiente. Los vecinos aseguran que tiene tanto coraje que es capaz de cazar con la mano desnuda a la más grande de las ratas y estrellarla contra el muro de piedra del edificio de enfrente, sede del rabinato.
Muy de vez en cuando se puede ver aquí a los gatos de la casa corriendo por los corredores, a un ratoncito que silba desesperado mientras se debate entre sus colmillos. Los grandes se ríen y dicen que esos gatos perezosos temen a las ratas grandotas y se la dan de héroes con los pequeños. Todos los niños alborotan entonces de contento con gritos y saltos y empujones hasta que sale alguien a regañarles: Hay enfermos, no tenéis temor de Dios? Tal vez los niños no escucharon a mamá explicándole a la pobre Bojora que nunca se puede saber con seguridad cuál es gato y cual - un maligno disfrazado de gato. Debido a su antipatía por esos animales, sospechosos y perversos, David prefiere quedarse a un lado, mirando, y no participar de la baraúnda.
Desvía sus ojos de la cocina y los coloca en lo que sucede del otro lado de la ventana. Allí, debajo suyo, hay un grifo de bronce gordo y de boca ancha, cuya agua se vierte sobre una pila de cemento pulido. A ese rincón se allegan no sólo las lavanderas en el día de lavado, sino todos los habitantes del patio e incluso quien no vive en él, como los aprendices de los talleres. A veces se acerca un forastero transeúnte, a fin de reponer el agua fresca de su bote o llenar un balde para su caballo cansado. Todos conversan en la fuente pública y concentran su amorosa atención en los carros que se colman de abundancia deliciosa. Como no siempre alcanza a ver los cacharros presta atención, fascinado, al ruido del agua.
Al caer en la jarra vacía tañe y resuena alegremente y poco a poco su voz se va abombando. En un balde de metal salta y alborota a grandes voces como las ruedas de un carro cargado de pasas traqueteando por el empedrado. En cambio, las botellas emiten voces tenues y deleitosas, gratas al oído. Se llenan con rapidez, mientras se las sostiene con la mano.
A veces sucede que una mujer parlanchina abre el grifo a todo trapo y se hace a un lado para de devanar una charla hasta que se llene su jarra. En ese instante acerca él su mejilla al vidrio y mira en derredor. Tenso y anhelante escucha el ruido del agua, comenzando por el golpe del primer chorro en el fondo del recipiente y su emoción llega a la cima con el agua que desborda de la boca del cántaro.
Lo anima entonces un tembloroso deseo de levantarse y dar aviso que corran a cerrar el grifo y se lleven de una vez la jarra pesada y goteante. Tenso asiste a las historias de los cántaros que se colman, para desviar su pensamiento del agravio de la prolongada soledad.
Pero bajar del estante alto como un altar, el estante en cuyo vientre se amontonan carbones que se pulverizan en la oscuridad, no se atreve. De pronto se imagina descendiendo para salir a la calle o al patio para unirse a las correrías, pero el temor de caer y lastimarse - no, el miedo al castigo y los agraviantes regaños lo fijan en su sitio.
Apoyado en las cálidas almohadas prefiere portar su aburrimiento en silencio. Esperar sumiso, con una tristeza que se va acumulando como miel espesa y sofocante, el regreso de su madre o de su abuela. Cuando vuelvan, lo alabarán por su obediencia y mansedumbre. Vaya, sí, lo alabarán.
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Capítulo 2
QUEJIDO DE ESCALONES

Una voz irrumpe desde afuera al cuarto en penumbra. Fin de la noche o tal vez comienzo de la alborada. A retazos llegan las voces a través de los algodones del mundo exterior, se infiltran por los muros, engatusan viejas persianas, cayendo como blandas plumas en los oídos. Est cómodo, caliente sobre el colchón, tendido en el piso del cuarto de los padres. La abuela Perla se acaba de levantar y sus raídos chanclos hombrunos se arrastran con una peculiar melodía. Ocupaciones matutinas que no pueden ser postergadas al momento de la plena luz. "¡Sicak! ¡sicak!" (turco: caliente, caliente), viene el lejano pregón. El vendedor de "sahlep" pasa por debajo de las ventanas. Relincho de caballo, sonido de cencerro, rumbo a la ciudad baja. Desde lo alto de la montaña, desde los barrios de los turcos, también ellos de condición humilde, el caballo hace su largo camino hacia el puerto. Palabras borrosas, quizás entre el carrero y el vendedor de sahlep, que no lo hay mejor para la bebida de la mañana. Paz apagada, apoltronada, que devora las primeras voces, suaviza el mundo en su despertar.
El abuelo Nissim ya salió para su trabajo de confeccionar escobas, amarillas y flexibles. Sin despertar a nadie madrugó y salió de puntillas. Cuán delicado es su carácter. Cómo oculta su preocupación por sus hijas, por el hijo perdido en el extranjero. Cuidándose siempre de no intervenir en cosas que no le conciernen. Apresurándose a endulzar las sentencias de su mujer Perla, severa en el juicio. "Imposible enojar a mi padre" - suele decir Oro a sus amigas de la vecindad -. " Mi padre tiene entrañas de azúcar y dulce la sangre. Hasta mamá no consigue reñir con él. Él simplemente le sonríe con su sonrisa bondadosa, le da la razón en todo".
La mamá acomoda la ropa de cama antes de salir a sus tareas diarias, en el taller de gorrearía; coloca almohadas en la ventana que media entre sus cuartos y la vivienda de la abuela Perla.
- Mamá , conviene abrir las persianas - aconseja por encima de las
almohadas.
La voz de la anciana llega desde su cuarto interior, el cuarto alejado: "Ya lo haré, hija, no me apures". E inmediatamente el gemido de pesadas persianas que plañen al contacto de la mano de la anciana.
- "Tú, a la izquierda, y tú, a la derecha", trata ella, con curtidas manos, de persuadirlas que se abran, cual si fueran alas de paloma y no chatarra de cien años. "La bula (doncella) blanca. Allí está , en todo su esplendor " - estalla de su boca una exclamación admirada.
Un viento frío y una luz brillante irrumpen en los cuartos despanzurrados y el ámbito se llena de dulce fiesta. David se deshace de sus mantas y corre también a ver. La madre deja almohadas y sábanas y viene de su cuarto a la ventana que da la calle para contemplar el blanco milagro:
­ ¡Hermosa novia, madre ! - se excita Oro - ¡Y que blancura se extiende sobre todo !
- Espero que tanto tú Shemuel como tu padre hayan tenido tino
suficiente como para abrigarse debidamente antes de salir. La vista es hermosa pero el mal, como es sabido, con las plantas de los pies pisa la helada, mas con la frente arde al sol.
El corazón se expande ante la abierta vista y la luz colma todos los compartimientos del cuerpo. Todo se sumerge, se zambulle, en una suprema pureza. De pie entre su madre y su abuela, David contempla también el gran prodigio, que aterrizó sorpresivamente. Esponjoso y limpio se extiende sobre todo. Los tejados se cubren de una capa de ternura. Los tiestos de los balcones, los canos, las cercas, los muros de piedra terminados en una fila de botellas rotas, todos perdieron su herrumbre y su fealdad, ocultando remiendos y roturas bajo una capa de realeza. Un mundo en descomposición, mustio de vejez y de pobreza, se evade de su sordidez por varias horas, hasta que caballos y carros, transeúntes y asnos, turben el albor nupcial del camino y todo vuelva a ser lodo interminable.
Lo más hermoso es el ciprés grande en el frente del patio del rabinato, aquel que vigila celosamente los enormes portones de hierro. Fuerte y más alto que las casas que lo rodean, las atalaya bondadosamente. Ahora la luz se quiebra sobre su ropaje invernal. Oro y plata lo orlan y el alma de David ansia llegar a él como un pájaro que tuviera un nido entre sus ramas. El buen ciprés cuyas ramas se doblan hacia los costados por el peso de la nieve que se posa sobre ellas, extiende sus brazos y bendice ese mísero vecindario, tan necesitado de caridad y auxilio.
- Es buena señal que el día comience así, con pureza - susurra la abuela con voz tierna y rostro apaciguado, que no es el rostro de todos los días.
Oro hace un gesto de asentimiento mientras desliza una mano amante por la cabeza de David. Una sonrisa aflora a su rostro, y entretanto cae en la cuenta que en un día más¡ su esposo puede llegar temprano, y con las manos vacías, de las calles a las que salió a ambular con su cesto de baratijas. Las mujeres salen a la proveeduría, a la tienda de carbón, al vendedor de queroseno para las lamparas, pero quien osa poner el pie en la calle nevada para elegir un hilo de bordar, o adquirir alfileres, botones u otros chifles por el estilo?
Radiante está el rostro de la abuela - piensa David, asombrado. Ella, la del ceno adusto como si soportara el yugo del mundo y su manejo, se transforma en una niña transportada frente al esplendor de plata. La belleza del espectáculo y el radiante albor la sacan de quicio, quizás por algunos instantes. No es mujer para transportar lejos de su sitio, de la firme fortaleza de las obligaciones hogareñas.
En una mañana como esa es siete veces más difícil encender el fogón, que tiene el aspecto de un cajón cuadrangular, con las dos alas abiertas de sus persianas cayendo a uno y otro lado. Sus patas son negras y finas como, los dos fierros sobre los cuales se posan pesadamente ollas y pucheros. Los comerciantes mojan el carbón para hacerlo más pesado, mezclándolo con arena negra y sucia. La anciana se esfuerza para que el fuego prenda en ellos. El carbón escaso, húmedo y caro produce un humo que irrita los ojos. Ella agrega astillas cuya resina ayuda al carbón a arder rápidamente y una palada de carozos triturados de aceituna, recogidos en la prensadora de aceite. Se inclina y revuelve con un pincho de hierro para que el aire se abra camino hacia el fuego. El humo sigue mordiendo perversamente sus pupilas. Con un abanico de plumas de pavo apantalla enérgicamente la llama que finalmente prende en los carbones. Con sus hábiles manos los irá transformando en hermosas y buenas brasas.
La rugosa "Erma" Vida Alaluf, madre del tío Menasch, el soldado, viene en hora tardía de la mañana a visitar a su comadre, la abuela Perla. El fogón que ya arde bien está plantado en el centro del cuarto y esparce su calor a los que están sentados en torno. Las dos ancianas beben café de diminutos pocillos, y David se deja ganar por el embrujo de las sonrosadas brasas. Escucha a medias la cháchara y penetra con todo el alma en los castillos que se alzan de las brasas, uno tras otro, uno dentro del otro. Pasajes encantados, grutas y túneles y también balcones que cuelgan y se desprenden de pronto de las pequeñas construcciones. Cuando el fuego se asienta un poco, Perla lo revuelve, y una nueva serie de estructuras se alza ante sus ojos embrujados.
- Apárate del fuego. Un poco más y te quemarán las pestañas - le dice con dulce voz la humilde Erma Vida, de suaves modales -. ¨Extranas al tío Menasch, David ?
- Si, mucho - responde el niño con fervor - ¨ Cuándo vendrá?
- Me pregunto si verdaderamente se acuerda de el, después de tanto tiempo.
- Y yo me pregunto - le interrumpe Perla, tanteando con la voz -si no hubiéramos debido casarlos antes que se fuera ese dichoso ejercito...
- Crees que no lo habló conmigo poco antes de la movilización También yo aprecio a Vicky, como tú sabes, como si fuera hija mía... Que termine su servicio en buena hora y celebraremos su regreso con la boda... se lo merecen.
- Un compromiso que dura más de la cuenta lleva en su seno peligros que no hay porque mencionar...Tres anos, o quizás más...
- Cuántas guerras tendremos que pasar en vida ? Desde que soy niña, el mundo da vueltas y vueltas - comenta la enjuta Vida.
Y frente a ella reflexiona Perla, con voz preocupada : " Ojalá que esto termine pronto y salgamos también de esta calamidad".
David se entristece sin saber por que. También el embrujo de las brasas parece apagarse, pierde algo de su encanto.
- Me voy - se levanta Vida para irse - es jueves y debo preparar el Shabat.
- Yo no salgo hoy. No puedo soportar la humedad en los pies. Todo aquel que sufre de reumatismo no debe pasear por los mercados en los días de nieve. La persona debe cuidar ante todo sus piernas. Está comprobado, para todo aquel que quiera cuidar su salud.
- Tampoco a mí me gusta salir al frío, pero hoy es jueves, y quien me preparará el Shabat ? Por lo que me dije. " Viducha, haz de tripas corazón y salía a hacer compras. No recurras a la caridad del prójimo, aunque se trate de tus propias hijas".
- ¨ Vendrías a visitarnos en Shabat, al atardecer ? Mi Vicky se alegrará de verte con nosotros.
- No, este Shabat no, no alcanzaré. Pero la próxima semana, sin
falta.
- Serás bienvenida en todo momento.
- Menash me insiste en sus cartas que me saque una foto y se la mande, para que no extrañe tanto.
- También nosotros recibimos carta suya, no hace mucho.
- Quiere que me retrate - ¨ Para que ? ¨ Soy acaso hermosa y joven para plantarme delante del fotógrafo ? Pero el insiste "manda una foto", y ¨ cómo puedo negarme?
- ¨ Vas a fotografiarte ahora, Erma Vida ?- se interesa de pronto David en los planes de la visitante.
- No, para que ahora. Puedo esperar unos días.
- Yo también quiero fotografiarme, yo también - ruega el niño con tono zalamero, seguro del cariño de la anciana-. Menash me extraña a mi también.
- Si, claro que te extraña. Hasta escribió en la carta : " Dale saludos al querido Davico " - así, tal cual, escribió.
- Entonces, llévame cuando vayas a hacerte la foto, si?
- Bueno, si tu abuela no se opone me retratare gustosa contigo. Que mas quiero yo, que una pareja tan joven y linda.
A la espalda de los fotografiados, un fondo pintado con colores agrietados sobre una tela. Una casa con jardín italiano con columnas y arcos. Agua que corre al pie de coposos arboles. Sobre una columna de m mármol, un tiesto del que rebosan pimpollos y flores. Pinos recortados y narcisos que emergen del centro del prado. Toda esa gloria barata desplegándose de un manotazo detrás de la espalda.
Erma Vida esta en los comienzos de la cincuentena, y ya parece tener sesenta años o mas. Pelo muy claro y enmarañado, labios hundidos que revelan el mal estado de su dentadura, hombros sepultados dentro de las solapas de su abrigo, el cual se prolonga hasta rozar los bruñidos zapatos. Su calzado no condice con la época del año: abierto, de taco chato, prendido con un botón brillante en el extremo de la tira, resabio de los días claros de antes de la guerra. Medias oscuras y un largo vestido asoman por el abrigo, completando un cuadro de pobreza serena, sumisa, resignada a una vejez prematura.
Imposible dejar de notar la sonrisa benévola que irradia de esa criatura femenina. Imagen humilde que se va constriñendo con el paso del tiempo, mientras contempla el mundo del Creador a través de un par de lentes aferrados a la nariz, que esparcen diminutas chispas de luz. David siente la bondad y la desconfianza en la gente de esa mujer de voz melodiosa, exenta de toda mala intención. No puede decirse lo mismo de su futura comadre, la abuela Perla, cuyo carácter y expresión del rostro recuerdan casi siempre a un halcón colérico y pendenciero, que acaba de ser arrojado de lo alto del risco.
La abuela Perla Januca no es de las que se esperan que le repliquen. A nadie se le ocurrirá apelar. Escuchan para obedecer. Habla con parquedad, con autoridad, sin abundar en palabras. Hasta el padre de David, esposo de su hija, escucha y obedece. Clava los ojos en el piso mientras ella le habla. El ojo del niño apresa un musculo tenso y tembloroso en la mandíbula contraida del hombre regañado. Sombrío y plagado de tristeza, así es su padre. La madre sigue la escena preocupada, sin intervenir. Los ojos ennegrecen repentinamente, se agudizan. Pero el es incapaz de reaccionar en forma descortés. Incluso hombres que no son de la familia agachan la cabeza y escuchan sus regaños sin animarse a abrir la boca. Por su propia voluntad traen ante ella sus pleitos. Erma Perla escucha con atención, medita y sopesa en medio de un silencio intencionadamente prolongado. Después dirá alguna palabras a la mujer, al marido, o quizás a ambos, en plural. Expresa su opinión sin ambages ni pizca de fingimiento. La respetan y un poquitin le temen. Sin esperar mas se levantaran para irse apresuradamente.
La tía Rajel la grande, la hija mayor de Erma Perla, se parece mucho a su progenitora. También ella es un pesado roble, árbol que no se mece con el viento. Dicen de ella que debiera haber nacido varón; el orgullo, la mano que ayuda, el discernimiento. El padre de David tiene en mucha estima a su cuñada. Sabe que muchas veces suministra en secreto, sin que el debiera saberlo, pequeños prestamos a su mujer. Prestamos que deben ser devueltos, según ella, cuando Dios disponga mejorar la situación de el, es decir, de Shmuel, cuya suerte, en materia de sustento, no es de las mejores. El padre sospecha, pero no averigua. Calla. David presta oído a la conversación de las hermanas que se secretean lejos de la mirada de la madre, a los cuchicheos de los padres en medio de la noche, cuando les parece que el sueño venció ya a los niños tendidos en los colchones sobre
el piso. Espía con astucia. Capta medias o cuartas palabras, silencios; sospecha, supone, desata nudos, ata cabos.
Pero también la respetable tía grande Rajel cae a veces en la frivolidad. La semana pasada, en el gran frío, volvían los chicos y las chicas del barrio de la escuela. David, su hermano y hermano se unieron a los bullangueros arrastrados por el alboroto de gritos, persecuciones y travesuras, hasta que la cabeza de Perla parecía pronta a estallar de tanto ruido. De pronto, en medio de la bulla, cayó de pronto el grito: - Allí viene el " bambarato "
Una figura envuelta en alba sabana de pie a cabeza surgió de los cuartos del pabellón, a los gritos y tropezones, saltando y gritando, " Uh, uh, uh", con voz misteriosa de búho, el p pájaro agorero. Blancas manos se adelantan y los ojos corren dentro de las órbitas clavándose en los pequeñuelos aterrorizados. Los mas ágiles huyeron con rapidez para refugiarse en los cuartos, y los pequeños quedaron paralizados, pegados a las paredes:­ mamá , mamá! - Sean niños buenos y obedientes, o el bambarato los comer vivos, revoltosos! - sentencia la abuela desde la pila de ollas frotadas con barro. La figura fantasmagórica que corre de un extremo al otro del corredor no la concierne. Sólo vino a cazar niños. Los grandes no tienen por que temerla . David corre al escondite de su falda para salvarse.
Rivka, la hermana de David, flacucha, bajita e insignificante, es la que reveló el timo del monstruo blanco. Desde su escondite vislumbró un par de zapatos blancos que le eran conocidos, taconeando y bailando debajo del revoltijo de la sabana. Y entonces gritó con alivio, en agudo gorjeo: ­Es la tía Rajel, es la tía Rajel!
Todos los niños asomaron de sus cuevas y salió la tía sofocada y riendo, como una enorme mariposa emergiendo de los restos de la crisálida. Con gran alegría vuelven los niños al foco del regocijo que se renueva. ­ Cuan buena e inteligente es esta hermana mía! David siente por ella un cariño agradecido. A veces piensa que merece mucho m s amor del que el le demuestra, especialmente en los momentos en que se planta, delgada y transparente, del hermano mayor Rafael o de los niños del patio grande.
Fin del invierno, quizá s comienzos de la primavera. La acacia se cubre de renuevas. Un poco mas y el anciano árbol que se alza junto al portón del patio grande estar cargado de flores blancas que ocultan en su seno un dulce néctar. Viaje de David al otro extremo del patio. Peregrinación, con corazón expectante, hasta el tallo de gorrearía, para visitar a su madre.
Alzanse los escalones desde el sitio en que se encuentra hasta lo alto del piso. Cada uno de ellos una tabla de grietas separadas del otro por la mitad de su altura. Tantos son que no puede vislumbrar el m s alto que besa el piso del taller al que ansia llegar. Crujen con un seco maullido de gato. A través de las grietas y agujeros asoma desnuda y malevolente, la oscuridad. Sensación de blandura placentera y nauseabunda a la vez que viene del polvo de hilachas y una maraña de hilos de colores que se espesan en una película parda algodonosa, grasienta al tacto. Sus blancas manos buscan apoyo e imprenta en esa pasta diminutos hoyos. A lo ancho de sus caderas ennegrece una franja de suciedad que se disgrega.
Desde la explanada del patio asciende por un peldaño de piedra y entra a un pequeño recinto en el se apoya en forma transversal el tramo de escaleras cuyos escalones están clavados a la izquierda de la pared y atados al lado derecho a una frágil baranda. La penumbra del cuartucho lo intimida, pero el alboroto de maquinas y voces humanas fluyen hacia abajo en andanadas, y el toma coraje, se anima. Ese alboroto le anuncia que poco tiempo mas la tendrá a su visita. Como buzo que emerge del agua jadea y se debate hacia arriba, se ayuda con brazos y piernas, va subiendo y trepando por endebles escalones de madera hacia su madre. La sabe allí, afanándose y fatigándose con todos. Ya la puede imaginar disimulando su sorpresa y susto, temerosa de pronunciar un palabra, no sea que el pierda el equilibrio y caiga hacia atrás.
Cuando su cabeza emerge de los escalones superiores todo en el taller queda congelado por un instante. Moise, un apuesto muchacho, discierne con su fino oído, en medio del ruido general, el crujido de las tablas debajo del niño. Como un águila sobre un cordero salta de su lugar, separa las piernas - una sobre la base de la baranda y la otra junto a la pared -, y viene por detrás para alzarlo en vilo como un lío de ropas, y depositarlo en la falda de su madre. Sorpresa y risa estrepitosa de las jóvenes obreras, entre ellas su madre Oro, que sienten especial simpatía por el águila elástico y musculoso.
Debido a la fuerza del impulso y la garrula recepción se le quita el habla. Como si no fuera un niño grande que ya sabe declamar poesías con gracia y a pedido. Se siente incapaz de contestar a una pregunta o de acceder a la insistencia de su madre de decir alguna gracia. Pollito desplumado y jadeante que alcanzó a la clueca que hurga en el basural, y se refugia entre sus c lidas plumas.
Es suya. Por un corto tiempo, lamentablemente. No de su padre, que pregona en esos momentos su mercancía por las callejuelas de los barrios turcos, sino de el, del hijo m s pequeño. Con sus dos manos encierra las manos frías del niño, después se levanta y acerca a la m quina de coser el alto brasero de tres pies, para que se caliente. El le cuenta de la visita de Erma Vida, que lo llevar a retratarse. Un pájaro saldrá volando de la manga negra del fotógrafo. Ella lo silencia: " después me contaras, David,
en casa, de noche... Ahora quiero que te vuelvas rápido donde la abuela, antes que te resfríes afuera... "
Muchas veces le repitieron que mama se fatiga y marchita para mantenerlos a el, a Rafael y a Rivka en esos espantosos años de guerra a la que se echa la culpa de todo: " Porque no hay mas pan, mama ? " - " Por la guerra ". "¨Quien grita afuera que apaguen de inmediato la luz?" " Es la guerra, hijo mío, y por favor, no hagas tantas preguntas. Mama est muerta de cansancio. Mama quiere descansar".
Medias claras, caídas, le rodean los tobillos como cálidas polainas de lana. Calza zapatones de caña alta que heredó de su hermano. Rodillas esféricas y arcos de musculos carnosos que se ocultan detrás de pantalones de tela a pintas. Sobre ellos blanquea un suéter tejido a mano que lo protege del frío. El pelo largo y liso remata en la punta del cráneo en una cresta enrulada en forma de salchicha. Mofletudo y vestido igual que una campesina de fiesta , su aspecto es la realización de un ideal materno, piadoso y dulzón.
David recuerda toda la conmoción del bambarato y se mantiene sumiso en su puesto junto a la anciana. Una gran dulzura lo penetra. Obediente contempla, como se le pidió, un trozo de papel desteñido que le colocaron en la mano izquierda, una pequeña foto de pasaporte del tío Menasch Alaluf, que esta haciendo el servicio militar en la zona de los Dardanelos. Menasch, que tan lejos esta y tanto ansia volver, pero no se lo permiten. David sostiene en su mano la foto como testimonio de que también el recuerda y extraña al tío heroico que se encuentra en el exilio. Y para que la foto salga bien y el niño no salte de pronto de la escena cuidadosamente preparada, le colocan la mano derecha dentro de la mano de la anciana. Ella permanece sentada pacientemente en la silla de madera frente al fotógrafo, ocupado en sus artilugios dentro de la misteriosa tienda negra.
El taller de gorrearía de Musiú Beja y su socio Salvatore Garguir, este último un refugiado de Odemisch. Su mujer, Diana hace frecuentes visitas al taller, pues tiene celos de las jóvenes obreras. En el taller hay gorras de hombre de todo tipo, ordenados en pilas. A veces una pila se mueve y se viene abajo y David abre los ojos asombrados, banandose de una alegría que le ensancha el alma. Mosiu Beja, el cortador, frecuenta la sinagoga. Como todos los refugiados de la ciudad de Tiria, también ellos fugitivos de la guerra anterior, es estrictamente observante. A diferencia de su socio, que sale en busca de pedidos, permanece casi todas las horas del día en el taller. El joven Moise Shujami, pelirrojo y vestido con gracioso abandono, es el primo del patrón. Mamá asegura que es diestro en todos los oficios. Sea empuñando la pesada plancha de vapor, o cosiendo con rapidez y también como cortador. Ese aprendiz de largas piernas es el que introduce vida y un poco de espíritu travieso en la tristeza del sudoroso taller.
Los ojos de David siguen, fascinados, los movimientos del señor Beja quien, aislado en su rincón, se alza de la mesa como un árbol trunco y zarandea hábilmente las telas de un lado a otro. Es posible que su sordera lo hace desentenderse de la conmoción provocada por la aparición del niño, o quizás de esta manera expresa su desaprobación por la holganza y las perdidas resultantes. Su silueta se inclina sin rostro sobre las telas marcadas con jabón blanco de sastre. Echa parte del cuerpo a un costado y descuelga de un gancho de la pared una larga regla de madera para trazar una lina guía, después lo inclina hacia el otro costado para descolgar un par de tijeras que clava en la tela y corta siguiendo las marcas.
Es sabido que las tijeras de un sastre o gorrero que cortan telas tendidas sobre una mesa producen un sonido peculiar, que no se puede confundir, por ejemplo, con el crujido sibilante de las tijeras que cortan papel e incluso tela sostenida en el aire. Compacta trama sonora compuesta por ricos sonidos que se deslizan dentro del oído como agua que penetra en tierra sedienta. Un puesto de honor tiene reservada esta voz en la colección de voces amadas. Sola la pitada de los barcos anclados en el puerto, que hiende la distancia hasta llegar al viejo barrio judío, esa pitada que atesora un mensaje misterioso cargado de esperanzas, y que los niños imitan con exactitud, solo ella supera en importancia al sonido del cortador que marca en la tela rutas a su antojo.
Musiu Beja, chismea su madre a oídos de la vecina Bojora, esta eximido del servicio militar debido al defecto de su oído, pero a tiempo sospechó que en época de guerra no se tiene tan en cuenta la letra de la ley, y podía ser enrolado a pesar de todo. Que hizo ? Se apresuró a instruir al joven Moise en los distintos aspectos del oficio de gorrero, y efectivamente, en ausencia del patrón queda este a cargo del taller, junto con el socio Salvatore, y lo dirige con talento: " Moise es ya un experto con las tijeras. Coloca cuatro telas, una sobre otra, y as¡ salen de sus manos una docena de gorras a la vez " - se admira.
- Escuche que es experto en otras cosas también - irrumpe el padre, sin ser llamado, en el entusiasta discurso de su mujer. Hay un tono de mofa en su voz.
Oro se interrumpe y lo mira con sorpresa. No tiene ningún deseo de aventar una discusión entre ella y su marido, con mayor razón en presencia de la tonta y charlatana Bojora. Sopesa su mordiente observación por todos los costados.
- En total es un mozo joven de buen carácter que no le hace mal a nadie - dice - su voz es apagada y sin brillo.
- Depende de cómo se mire - remata el a su manera. El cuadrado de su bigotito, tipo Charlie Chaplin, el héroe de las películas de su juventud, le roza la punta de la nariz. Cuando tuerce el labio superior, el bigote se alza hacia arriba. Pareciera que hasta su ojo derecho tendiese a subir en dirección a los pliegues de la frente.
La exactitud y la limpieza de trabajo de Moise tiene sus ventajas. Por regla general el resto de la tela, después del corte, no se devuelve al cliente sino que se distribuye entre los obreros. Mas de una vez le ha entregado a mama retazos de tela. A veces le cose un saco de escuela a Rafael, otras un par de pantalones para el. Mama confecciona muy bien ropa de niños y es también diestra en otras tareas, no solo en costura. Abunda en historias sobre Moise. También el niño siente por el cariño. Nadie le pregunta al respecto, pese a que con frecuencia le piden que confirme su gran amor por cada uno de los miembros de la familia, sin saltearse a nadie.
Los hombres del taller son grises y sin vida en comparación con las mujeres. Insignificantes y arrumbados en los rincones. David observa con curiosidad a su alrededor desde su puesto en la falda de su madre y ve tres m quinas de coser a lo largo de las paredes, junto a las ventanas de grandes antepechos y que producen gran alboroto. Sus trípodes est n cubiertos por un plumón pegadizo, lanudo. Un pedal rectangular yace sumiso al pie de cada obrera y cuando esta acciona el pie con un movimiento experimentado, enérgico, irrumpe la rueda de transmisión de la derecha en alucinante torbellino. No una rueda de hierro de radios en espiral y una flexible correa, sino un disco de plata que alborota y chisporrotea. Las costureras, jinetes arrebozados en capas de colores, montando, airosos, los ágiles y briosos caballos, que corcovean y galopan sin descanso. Solo los pies de los campeones son hierro firme aferrado al piso de madera temblequeante.
Los hombres se ocupan del paño exterior de la gorra, primero como cortadores, y en la etapa final, como planchadores. Las mujeres tratan la tela del forro, cosen las partes internas y todos los otros aditivos al paño exterior. La primera dobla el forro hacia adentro, la segunda, su madre, sentada en el medio, ajusta y pega el forro al borde la circunferencia de la gorra y la cierra, y la tercera, que maneja una m quina especialmente pequeña y de nombre cómico, Firildac, añade la visera afirmada con cartón. Después la gorra es arrojada con diestro movimiento a las manos del planchador, quien siempre logra atraparla al vuelo, con gracioso ademan.
David se hizo la costumbre de visitar el taller del extremo del patio. Debido a la frecuencia de sus visitas se conoce al dedillo todos los trabajos. Pese a los ruegos de su madre y las prohibiciones de la abuela, consigue siempre zafarse de la vigilancia y llegar. Ama el crujido de los maderos flexibles al que se mezcla un riesgo dulzón, el quejido de escalones agrietados y resecos.
Papa regresó no hace mucho del ejercito. Nadie sabe cuando volver n a movilizarlo. En todo tiempo, incluso con nieve y helada, no se tiene compasión, y sale a la buena de Dios para traer pan al hogar, como si quisiera demostrar que es capaz de mantener a su mujer y sus tres hijos con su propio esfuerzo. No le hace feliz el duro trabajo de su mujer - No quiere que trabaje fuera de casa. " Tres años en ese maldito taller ya bastan" - se enfurece. Tampoco yo quiero trabajar tanto, pero ¨ cómo podremos vivir de lo que el trae a casa ? - arguye Oro a oídos de su madre, en tono defensivo, como si pidiera clemencia.
- Tendrás que trabajar en tu m quina sin salir de casa. Sabes muy bien que todo ese asunto lo come vivo - explica la abuela Perla con severidad implacable -. Tiene celos de los hombres que te ven todos los días mientras el traquetea sus pies como mercachifle. El carácter del celoso no cambia, hija mía. Y en cuanto a trabajo, no te faltar también aquí¡, ya veras.
David siente la tensa atmósfera del hogar, que se agrava cuando regresa con sus cestos. No se dirige a los niños. Pincha el plato con el tenedor con chirridos irritados. Intercambia largas miradas con mama . Esta suspira y sale del cuarto. La abuela la insta a obrar con rapidez.
Si mamá deja de trabajar, reflexiona David, mejor para mí. Será una alegría y un alivio. Estar todo el día en la casa, junto a él. al alcance de la mano, libre para de dedicarle toda su atención. Su hermano y su hermana en la escuela y el padre rondando por las callejuelas, solo David y su madre en la casa, solos y juntos.
Hace dos días que el padre abandonó, colérico, el hogar y duerme en casa de su hermana mayor. La cosa es mantenida en secreto para evitar las malas lenguas de las vecinas. La abuela Perla en persona fue a ver a la madre de el para hablar frente a frente. Consintieron de inmediato. Todo se arreglar , le prometieron, el volver , como si nada hubiera sucedido. Nadie preguntará nada sobre su ausencia. Lo que exigió, se hará , con tal que vuelva a su mujer y sus hijos, donde debe estar. Después de todo, nada, Dios libre, sucedió.
¨ También con el, David, esta enojado papá ? Nuevas zozobras, que no se sabe donde se originaron, afloran a la superficie. ¨ Lo tomara papa cuando vuelva, sobre las rodillas, para explicarle, para darle una razón que lo tranquilice, que aparte la angustia de su corazón ?
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Capítulo 3
UNA CABEZA REGIA SOBRE LAS OLAS

Una veintena de chicuelos de escasas carnes, vistiendo ropas que no son de su medida, se acurrucan junto a las paredes. Algunos de ellos sentados sobre un jergón raído, los ojos de todos clavados en la puerta del cuarto interior donde se encuentra la "Maestrica". Los ojos vigilan la puerta, pero las bocas no dejan de parlotear ni las manos de accionar, empujando, presionando, haciendo cosquillas y otras mil travesuras. David est de espalda a la pared, encorvado y con las manos sobre las rodillas levantadas. Habla con el niño sentado a su derecha, mientras mantiene la mirada preocupada puesta en la puerta, por la cual debe hacer su aparición la mujer enjuta con el cabello recogido en un rodete sobre la coronilla y ardientes ojos saltones. Todos la temen, y más que temerla, se estremecen ante su voz desbordante de cólera sibilante y desesperación resignada.
Su misión es evitar que los niños salgan al patio y estorben a sus madres. Para eso los han mandado. su casa es un cuarto dentro de otro, como la mayor parte de las viviendas en el patio grande. Todos se apretujan en el corredor sin entrar en el cuarto donde ella se refugia, cerrando la puerta tras si. El ruido de afuera crece hasta convertirse en una batahola. En cuanto toca el picaporte para salir, se hace inmediatamente el silencio. Pero viéndola atravesar el recinto para salir al patio, respiran aliviados, y nuevamente sube el alboroto como leche hervida.
Las madres est n muy ocupadas. Algunas trabajando hojas de tabaco y otras preparando higos secos y pasas para su envío a todas las ciudades del mundo. Esas ocupaciones no son de todo el ano. Por regla general trabajan en las casas de los ricos, judíos y no judíos. Lavan días enteros sus ropas sucias o cumplen otras tareas domesticas como sacudir alfombras, lavar vajilla, limpiar los cuartos, servir la mesa. La madre de David lleva a su casa cuero para coser por las noches, y como suplemento inevitable, trabaja en el club del partido situado en el parque municipal. Allí limpia y lava los pisos y est a cargo del guardarropa, donde los concurrentes dejan sus abrigos y cartapacios. Una vez les cosió gratuitamente cortinas enormes, para ganarse su favor.
La Sra. Reina es la maestrica en cuyas manos las madres del patio y fuera de el confían sus polluelos cuando salen a trabajar. La Sra. Reina est muy enferma y su estado empeora por momentos. Tose continuamente. En el pasado, atendía a su sustento su único hijo, de su casamiento anterior, hasta que sucedió la desgracia y la fuente de su sustento se obturó. El Varlik, el tributo especial de los no musulmanes, lo abrumó. Ni siquiera vendiendo su taller y sus herramientas pudo hacerle frente. Entonces encontraron para el una solución : lo mandaron a los montes del este de Anatolía para limpiar de nieve los caminos y construir vías de ferrocarril, hasta que lograra rescatar la deuda con su salario. Regresó a la ciudad esquilmado y vencido. Sin taller y sin herramientas para trabajar, se incorporó a las huestes de los receptores de caridad en el patio del rabinato. Poco tiempo se lo encontró colgado de una de las vigas del techo de su casa, dejando a su madre desamparada y su padrastro en la soledad. Hay que ayudar a Reina - decidieron las mujeres y le propusieron dejarle los niños por un modesto pago. Ella aceptó pero la cosa le pesa. Especialmente el bochinche.
Erma Yuda, su marido, luce una rala barba de chivo, grísea y flameando hacia los costados. Es el bedel de la sinagoga Beit Hilel, conocida en boca de todos como la sinagoga del Palatchi. David reza allí por las mañanas con su padre y hermano. Es lindo ir de madrugada a esa pequeña casa de oración. El roce de los flecos de los mantos de rezo que caen de los hombros de los mayores le causa placer y le infunde seguridad. Se atan las filacterias con los ojos entornados, acompañando los movimientos con un fervoroso cuchicheo. Al termino de la oración Erma Yuda espera junto a la puerta sosteniendo una alcancía de lata.
Al termino de esas plegarias recitadas por la gente de duro sustento que habitan el vecindario, su rostro trasunta un sereno placer. No as¡ en su propia casa. Allí su semblante se oscurece. Al entrar echa una adusta mirada sobre el bullicioso grupo y sale al patio a beber allí su café.
A veces, después de beber, se siente el viejo junto al vano, de cara al patio, y lee en un libro pequeño y grueso. Al leer, entrecierra los ojos y se menea. Los niños no le temen y no interrumpen el alboroto por su causa. De pronto irrumpe la señora Reina, sin que nadie sepa de donde y se aposta entre ellos, como una leona :
- Pero, ¨ no lo est n viendo, malvados ? - sus ojos parecen querer salirse de las órbitas - ¨ no ven que Erma Yuda est leyendo Salmos, y Vds. lo estorban ? Est n cometiendo una gran pecado.
Los niños la miran y se llaman a silencio, estupefactos. Ella sigue de pie, por encima de ellos, mientras habla, regaña, explica, y poco a poco su voz se quiebra, perdiendo fuerza y seguridad. " Les pido por favor, sean niños buenos - suplica finalmente, y su rostro oscuro se oscurece más aún - "Traten de guardar silencio. Me duele mucho la cabeza ". Esta cabeza que parece a punto de irse a pique sobre las olas de un borrascoso mar,- “Por favor chicos, se los pido ".
Los niños parecen olvidar su temor ante su voz suplicante. No saben que hacer. David contempla con boca abierta por el asombro la puerta que se cierra detrás s de Reina. Hela aquí, plañendo y suplicando un momento después que sus gritos sembraron el pánico dentro del cuarto sofocante. Esa mujer lo fascina. Cómo llegó a ser Reina - se pregunta. No es as¡ como el se imagina una reina, un rey y un palacio. El sabe perfectamente que aspecto tienen los reyes y las reinas. Escuché sobre ellos cuentos sinfín. No hay como su madre, Oro, para narrar historias. Tanto hombres como mujeres se hacen lenguas en el patio de su talento de relatora, sin parangón en el vecindario. Y he aquí a esa que llaman Reina, seca y oscura, el vestido colgándole como de un espantapájaros. Solo sus ojos se agrandan cada día m s, y la cabeza parece desprendida del cuerpo, flotando sobre las aguas. La horrorosa cabeza de ojos desencajados contempla a los niños. El bullicio de estos vuelve a crecer, se agita como las ramazones del bosque.
Los niños m s grandes atormentan a los pequeños. Pellizcan y empujan, los hacen caer y se encaraman sobre ellos. Esos aúllan y aquellos lloran. Quien puede se hace a un lado y se adhiere a la pared para estar protegido, por lo menos de atrás, de manos hostiles, de pies que patean. En medio del bosque de voces y del mar de manos flota sobre las verdes aguas la cabeza de la reina doliente, de cascada voz. Su pelo se suelta de sus ataduras, esparciéndose como delgadisimas víboras sobre aguas turbias. Un poco mas y la cabeza se sumergir en las profundidades. Un poco mas.
No hay mayor placer que pasear por la costanera y contemplar las procelosas aguas desde la seguridad de la tierra firme. El misterioso mar esconde en sus profundidades el mellizo y doble de cada criatura que por la tierra camina, se arrastra o vuela. Todo hay allí, hasta personas. Estas, tanto hombres como mujeres, tienen la parte posterior del cuerpo en forma de pez. En el fondo del mar tienen sus casas, sus ciudades, sus reinos. Que suerte que la tía Rajel Contente ama a los niños de su hermana. Oro se casó muchos años antes que ella y tiene tres hijos, en tanto que la tía Rajel, que es la mayor, tiene solo una niña. Cada vez que su marido Jacques sale a pasear los sábados después del desayuno a la orilla del mar, no se olvida de decirle que se lleve también a los hijos de su hermana. Que los pequeños gocen un poco y Oro pueda descansar de los afanes de la semana.
Rafael ya no necesita que lo lleven. Tiene su propia patota y desaparece con ellos para vagar y pasear. Jamas lleva consigo a David, quien se muere por ser de la partida. Todas las suplicas no lo mover n a llevarse consigo a la colita lloriqueante. Por eso David y Rivka se alegran con el tío Jacques que viene a recogerlos. Oro se apresura a vestir a ambos y enviarlos lo m s temprano posible.
- Iremos, caminando despacito, hasta el monumento - anuncia el bueno del tío y los cuatro salen alegremente al camino. Suben por la calle Ergat Bazar que comunica los vecindarios turcos de lo alto del monte con la ciudad baja, yendo a desembocar en la plaza del monumento sobre la costa. Junto a los grifos públicos frente al cine " Tiare " Rivka se detiene a beber agua. Se inclina y se moja los zapatos. El tío tuerce la cara. Teme que también David y su hija se ensucien junto a los grifos y los insta continuar la marcha. En la plaza les comprar agua limpia y transparente en un vaso.
Shemuel, el padre de David, no gana lo suficiente para comprar ropa nueva para sus hijos. Por eso Oro se afana en improvisar. Lava, surce, adapta las vestimentas de uno para el otro. A veces una prenda pasa de Rafael a Rivka y de esta a David, lo que se trasluce en la traza del niño. Su aspecto es una sola manifestación de pobreza : pantalones cortos de una tela áspera, desteñida, de confección casera, sobre sus piernas largas y flacas. Abrigo que supo de otros dueños antes que fuera adaptado a su cuerpo, que entretanto creció. Medias largas sujetas por ligas junto a las rodillas salientes, calzado viejo con las puntas raídas de patear piedrecitas y latas vacías que le salen al camino. David no puede vencer la tentación de patear . Patear y hacer rodar objetos sonoros a lo largo de la ruta. A falta de otro juguete, fuera de una pelota de trapo de fabricación propia, patea todo lo que se le pone delante de su pie inquieto. De ese envoltorio flaco y mísero asoma una cabeza rapada. Ya no se lo puede confundir con una niña. Es un hombrecillo. Sus ojos oblicuos parpadean al sol y sus orejas apuntaladas flamean hacia los costados.
David tiene la mano puesta en la de su hermana. Tras ellos camina el tío Jacques con su traje abotonado, por el que asoma una corbata de colores. Siempre prolijo e impecable, un poco pomposo. Su mano empuña la de su acicalada hija, la pequeña Jacqueline. Cómo la envidia David. Que hizo ella para merecer que sus padres fueran m s ricos e instruidos que los suyos Su abrigo nuevo luce un cuello de piel, sus medias cortas son nuevas y bonitas, da gusto verlas. Todo en ella habla de la buena posición de su padre, quien de joven tuvo el buen tino de aprender el oficio de la imprenta, un trabajo limpio, que da un respetable sostén.
Un kilo de matzot contra ocho puntos de la cuota del pan, esta la ración que se puede comprar para la fiesta de Pesaj, pero tampoco para eso alcanzan los medios de los parientes de su mujer, y junto con los otros "pobres, pero honrados", recibirán matzot en forma gratuita del rabinato. Pero el, el tío Jacques, no aparece en la lista de los necesitados. Lee el francés mejor que nadie y todo lo que aparece en las revistas ilustradas lo cuenta cuando se reúne la familia y los vecinos. Maravillas del gran mundo : caza de tiburones en el Mar del Norte, la lucha de valientes marineros contra los pulpos, los osos blancos, descubrimientos de tesoros en la profundidades de la tierra y en el fondo del mar. Cuentos con aroma de un mundo prodigioso, lleno de misterio. Son esos relatos lo que hacen a ese tío tan respetado y querido por todos.
Su casa se maneja de acuerdo al principio de la economía inteligente, de la contemporización. Reina allí una limpieza respetable, un poco fría, y una plétora de carpetas de encaje dispersas sobre los respaldos de los sillones, las cómodas, los banquillos junto a las paredes. El tío es muy solicito con su mujer que le lleva diez años. Sus relaciones son de respeto mutuo y cariño reservado, discreto. Hasta la abuela Perla adopta una actitud cautelosa al hablar con el, pero con Shemuel, que vive con ella y no gana lo suficiente para vivir, su comportamiento es mas brusco.
Los paseantes dejan taras el parque nacional que se levanta sobre los terrenos quemados y destruidos de la ciudad junto a la escuela de comercio. A la izquierda se alza una iglesia quemada y cercada con alambre de púa. El edificio en ruinas, calcinado, infunde en David un opaco pavor. Siempre al pasar por aquí lo fascina este espectáculo de misterio y horror. No le cabe duda que el maldito lugar est lleno de malos espíritus, y quien entra en el pone en peligro su vida. David conoce también muy bien el paseo de la costanera y la estatua ecuestre que se encuentra en su centro. Mas de una vez lo lleva allí su padre en las mañanas de los días festivos. A papa le gusta detenerse junto a los pescadores sentados por encima de las aguas oscuras, y que deslizan sus cañas hacia abajo con infinita paciencia. A veces se queda contemplando largamente a los grandes vapores. ­ Como quiso en su juventud partir en uno de ellos, al igual que muchos de sus camaradas ! Buenos Aires, el Río de la Plata, la " Habana de la Cuba ", de todos esos lugares habla como si hubiera estado allí y lo hubiera visto con sus propios ojos. Al acercarse a la plaza los niños alargan, impacientes, los pasos.
En medio de la plaza hay un alto pedestal sobre el cual se alza un monumento de bronce de grandes proporciones. El padre de la nación turca de uniforme y a caballo, señala la lejanía del mar. Así señalo y venció sus enemigos griegos aquí, en esta ciudad. Aquí se completó su victoria. En torno al monumento canteros de césped y flores. También bancos pintados de verde, ocupados por familias enteras. Junto a ellas pasa un muchacho turco, cuyas ropas atestiguan su procedencia de los barrios pobres. Vendedor de agua. "Agua de vertiente, fresca agua de vertiente" - pregona su barata mercancía. Vende el agua traída de las caudalosas vertientes de las afueras de la ciudad en vasos que trae atados a una reluciente bandolera en torno a las caderas. De ese recipiente de estaño extrae un vaso, lo enjuaga, lo frota hasta hacerlo brillar, y por unas pocas monedas escancia una copa llena con gracioso movimiento. " Agua fresca como el hielo " - continua el niño pregonando, mientras David bebe de su vaso y se hace a un lado para permitir que otros abreven su sed.
Un fotógrafo ambulante ofrece sus servicios. En cuanto obtiene el consentimiento dispone a los interesados de espaldas al monumento y los enfoca de modo que aparezcan ellos y por encima caballo y caballero congelados en un gesto heroico y victorioso. El tío le dice al fotógrafo que quiere fotografiarse con los niños, pero junto a los canteros de flores. Se arrodilla y con la mano izquierda abraza a David y con la derecha rodea el hombro de su hija, menor que David con tres años. La mano derecha de la pequeña est dentro de la mano de Rivka, la hermana de David.
En esos primeros días de la primavera, entre lluvia y lluvia, sucede que se da un domingo de sol, límpido y precioso. Una cálida placidez se esparce por la calle. Los viejos del hospicio "Ozer Dalím" que no están postrados en sus camas se lanzan hacia afuera e invaden todo trozo soleado junto a las paredes. Debajo de las ventanas del edificio del rabinato se sientan, haraposos, a gozar del sol. Las aceras son muy estrechas. Una angosta saliente de la pared les basta como asiento. No son pretenciosos. Se conforman con poco. A todo lo largo del edificio del rabinato y de las pocas escaleras del hospicio siéntanse viejos y viejas, disfrutando y dormitando al calor del sol. Aquellos que en un tiempo estudiaron en los libros santos - y son pocos - se apretujan para salmodiar los versículos con melodiosa voz. David ama a esos viejecitos que son de buen corazón y muy amistosos. No como los mendigos que cuando se ofenden pegan con sus bastones hasta hacer doler, y son muy propensos a la ofensa. Los niños callejeros les tiran piedras y saben cuál es el insulto que les hace hervir la sangre.
A veces el aspecto de los viejitos no es agradable. Las bocas babeantes, los mocos goteándoles sobre las ropas raídas. Las moscas se ensañan con ellos y se les adhieren perversamente, con obcecada dedicación. Sus manos tiemblan. A veces uno de ellos dormita al sol y a través de la abertura del pantalón asuman sus peludas desnudeces y su oscuro falo. No se abotonó como es debido. Su cuerpo marchito y su extraña vestidura son un foco de atracción para David, que da vueltas a su lado y lo examina con suma curiosidad. Una divertida canción infantil le sube a los labios:
Yoja tenía frío,
se sentó en el sol.
La braga tenía rota -
¡Se le vido el coshcondón!
Más de una vez se allega al lugar un carricoche negro, atado a bríos caballos ornados con flecos y correas de colores. Desde su asiento, el postillón vigila atentamente, y nadie se atreve a arrancar crines de las colas de los caballos para las cañas de pescar. El largo látigo en manos del postillón llega hasta detrás de la capota del carricoche, a la barra trasera de la cual suelen colgarse los m s osados. David se acerca a mirar a prudente distancia. No sea que el turco le atribuya las malas intenciones, no sospeche de el. No es sino un niño bueno y curioso sin la menor intención de colgarse del coche o atormentar al caballo. Todo lo que quiere es contemplar a las respetables señoras que se apean y entran con digno empaque al patio de entrada rodeado de un pequeño jardín. Unos cuantos escalones las llevan al recinto de los viejos y las viejas. Un piso para los hombres y un piso para las mujeres. Camas de hierro carcomidas y miserables, como enormes saltamontes que llevan sobre sus lomos la liviana carga de los hombres flacos en el ocaso de sus vidas, los viejos que las damas vienen a atender personalmente. Todos saben que hacen una gran obra de bien y se congregan para alabar su buen corazón. Mujeres ricas de otros barrios que vienen en días domingos de sol. La cocinera trata de congraciarse y el conserje corre de un lado a otro para impresionarlas con su dedicación al lugar y a sus habitantes. Los viejecitos se alegran con esas visitas. Esos días comen mejor y hasta reciben dinero para sus gastos.
- Eh, chico, Si¡, tu, - se dirige a el uno de los viejos desparrados de bajo de la ventana - Ven acércate - El anciano espera que David se acerque y se coloque a su lado.
- Que? - pregunta solicito. A veces piden un vaso de agua y el corre a traaerselos. La abuela Perla suele enviarlo con un paquete de masitas para uno de ellos y el lo entrega con alegría.
- Toma este dinero. Que no se te pierda en el camino ¨eh?, y bien, muchacho, corre a lo de Osman y tráeme una cajetilla de tabaco de oler. ¨Nos basta una? - dice, volviéndose a quien est sentado a su lado que mira la lejanía y se entrega al agradable calor del sol que se derrama desde arriba.
Hay entre los viejecillos algunos vivaces que incluso entran en conversación con los niños de la calle. Con ellos la abuela Perla no quiere trato. Se desentiende de ellos como si no existieran. Su amistad es con los ancianos que se ocupan de asuntos de religión. Estos pasan mucho de su tiempo en las sinagogas, aparecen periódicamente en la ceremonia de recordación de los muertos y aprovechan las comidas de caridad. Perla les sonsaca todo lo que saben acerca de los sabios y sus discípulos. Sobre "Los Asara Batranin" ("Los Diez Ociosos") y sus hazañas. Sobre el nombramiento de nuevos administradores de sinagoga y los coros de niños que se preparan para cantar en las fiestas o a recitar salmos en el ocaso del shabat, con una melodía grata al oído y cercana al corazón. Esos son los viejos que disfrutan de sus cocidos y masas. La tratan con respeto y le hablan con una voz en la que solemnidad y cariño, que no emplean con sus colegas los viejos ignorantes que, como suele suceder con los incultos, se hacen m s imbéciles cada año que pasa. A David, no le cabe duda que si la abuela Perla fuera hombre, seria uno de esos respetables senores de rostros importantes que pasan por los portones del rabinato.
El padre lee en el diario una noticia sobre el ungimiento del rabino Catribas en la ciudad de Estambul y la abuela Perla escucha con unción. Si alguien deja escapar un sonido ella lo hace callar con una penetrante mirada. Una nueva época comienza, y se vislumbra el fin de la espantosa pobreza de los años de guerra. Las sinagogas de la ciudad son refaccionadas y pintadas y cada vez es mayor el número de feligreses. La madre de David concurre junto con su madre al piso de las mujeres de la sinagoga portuguesa, que es la sinagoga distinguida de los días Shabat. También el padre y el abuelo Nissim van allí en Shabat, pero las oraciones diarias las hacen en la sinagoga " Beit Hilel ", pequeña y humilde. En el "Cal Portugués" hay sermones a la hora de la oración vespertina, sobre temas religiosos o eruditos. Los mas jóvenes hacen gala de su saber en tanto que los viejos hablan sobre religión y moral y la necesidad de salvar las almas de los niños de los peligros de la calle y enviarlos a toda costa a las lecciones de Salmos y a los coros, y va sin decir que deben concurrir a la sinagoga, todos los días. Escuchan las mujeres tocadas con pañuelos o pelucas y enjugan una emocionada l grima. A través del enrejado siguen atentamente lo que sucede abajo, en el mundo de los hombres orantes.
A veces en el Shabat, después del desayuno tardío. la abuela Perla dice con soñadora voz que quizá pueda hacer de Rafael un hombre docto. Si pudiera estudiar en " Majazikei Tora " y perseverar ... Pero al parecer dejó de depositar esperanzas en Rafael, quien ingresó a la Escuela de Comercio, en la que hay muy pocos judíos. Entonces, quizá s el pequeño, su nieto preferido, quizás el llegue a jajam con la ayuda de Dios. Que lo dejen por cuenta de ella. Ella atender a su educación. Y es necesario comenzar a temprana edad. As¡ le aconsejan los viejos de larga experiencia, sus amigos de Ozer Dalim. Al principio cuidaba que Rafael lo llevara lo de la maestrica para que se acostumbre a estar con niños y estudie de boca de erma Yuda, el bedel, quien como es sabido es cabalista y se mortifica en la plegaria de medianoche. Que de el aprenda a decir Bendito El y Bendito sea Su Nombre. Rafael no perseveró y después de una o dos veces empezó a escurrir el bulto, desentendiéndose de esa cargosa obligación. La abuela Perla empezó a llevarlo en persona todas las mañanas a lo de la Sra. Reina.
El entierro de rabí Menajem Matal¢n, el anciano de noventa años, y de Rabí Itzjak Gershón, a quien atropelló un tranvía conmoviendo a la ciudad y estremeciendo a los corazones. También el padre y el abuelo de Nissim marcharon con rostros adustos detrás de los catafalcos. Viejos, jóvenes y alumnos de Talmud Tora formaban la caravana. Al día siguiente la abuela Perla se lo llevó a su cuarto para tenerlo bajo su protección. Desde entonces empezó a dormir con ella, sobre un colchón extendido en el piso. El abuela Nissim, hostigado ya por la enfermedad, ocupaba la cama junto a la ventana. El hermano y la hermana de David no obtuvieron el permiso para dormir en el ala de los abuelos y seguían durmiendo con los padres en los cuartos que daban al cuarto grande. El cuarto interior, bello y espacioso, donde se alzaba una gran cama de bronce, lo ocupaba un inquilino, y la abuela prohibía la entrada de los niños en el.
Rafael y Rivka envidiaban a David, el privilegiado y mimado, el niño preferido de la abuela a quien nadie, ni siquiera el mismo padre, Shemuel, le estaba permitido pegarle con la correa. El derecho a castigarlo le estaba reservado solo a ella. Ello lo trae y lleva de la casa allí donde vaya. Es que el lleva el nombre de su hermano menor, que siguió el camino de toda carne. David, el hermano renacido. Tiene todas las esperanzas depositadas en el. De el vendrá el consuelo, y nadie osar desviarla de su camino y de sus planes. Nadie en la casa. El hermano y la hermana reprimen su envidia, el padre domina su ofensa y la encierra en su corazón a tranca y candado.
La abuela viste una toca de terciopelo negro con un pinche que remata en una perla lechosa, clavado como un apóstrofe, y sale con David a la casa de Mercada, la hermana que vive en el barrio de Carratash. Allí vive esa tía anciana con sus hijas y en la vecindad de su hijo, con gran desahogo y en cuartos muy bien amoblados. En las fiestas Perla toma a David y viaja con el a Carratash. Con ella duerme, con ella come, con ella regresa de sus viajes para envidia y resentimiento de Rafael que se ve desplazado por su hermano menor.
David se sumerge en el calor del mimo especial que se derrama sobre el. Pero los privilegios suponen también obligaciones. El dominio de la abuela se hace m s estricto cada día. Mama Oro trabajo mucho. Papa Shemuel se desloma por un mísero pedazo de pan y ambos sienten agradecidos a que hay alguien que se preocupa por el pequeño y le impide que vague por las calles.
El ojo de águila de la abuela todo lo ve, todo lo sabe, aun sin salir del patio. Pese a su pobreza, vienen a contarle sus cuitas todos los que necesitan su ayuda, su arbitraje o su caridad. Otros niños trepan a su antojo a los arboles, saltan muros y cercos, hacen largos paseos, se dan de moquetes y se revuelcan en el suelo con gran energía. David no puede permitirse todo eso. A la cobardía y timidez profundamente estampada en el se suman las prohibiciones y las advertencias. Si le pegan, no reacciona; si lo empujan, no empuja por temor a caerse y ensuciarse los pantalones. Los niños ven su apocamiento y su sumisión y se burlan de el, relegándolo a los peldaños mas bajos de la escala social.
A pedido de su doliente mujer, Erma Yuda dedica de vez en cuando unos momentos a los niños. Entra al cuarto y trata de enseñar algunas bendiciones. No todos escuchan y el se interrumpe intentando mirar por encima de sus gafas quien es el que molesta. Ya les enseño la bendición del alimento. Ahora están aprendiendo el Shema Israel. Es necesario aprenderlo al dedillo. Antes de cerrar los ojos en la cama se debe recitar el Shema con suma devoción para que los sorprenda la muerte estando dormidos y se encuentren yéndose de este mundo como gentiles, Dios libre, sin haber aceptado la carga del reino de Dios.
David estudia con ahínco, estremecido por la idea no muy clara de la negra muerte, llena de sombras, que por la noche ambula por los cuartos y estrangula a los niños durante el sueño. Por eso debe afilar el arma con que lo proveyó Erma Yuda. Armado y protegido por el Shema , no osar el ángel hundir la punta de su sable en el cuello de David. Como ya aprendió la bendición del pan, David pone cuidado en sumergir el pan en la sal, mucha sal, después de la bendición, con lo que se gana m s aun el favor de la abuela Perla. David bisbisa la bendición y la abuela Perla lo mira con buenos ojos. Hay salario y recompensa para esa labor. Siempre.
Un niño de pelo crespo y rojo se siente en su derecha en casa de la maestrica. David ansia tener el pelo crespo. Los niños mas grandes le dicen: "Pídele a tu mama que te rice el pelo". David pide y su pedido le es negado. Insiste y provoca una respuesta impaciente. Nuevamente lo azuzan los niños. Por que no pide que le ricen el cabello como es debido. Torna David a cargosear a su madre hasta que esta pierde la paciencia y le da una bofetada. Su rostro arde con el fuego del dolor y la ofensa. Se lo voy a contar a la abuela - amenaza a la madre . Le voy a decir que me pegaste. Veras lo que ella te hace. A eso le llaman ser soplón, querido hijo -responde ella, burlona.
Una carroza idéntica a la que suele detenerse a las puertas del asilo de ancianos se para ahora frente al portón de hierro del patio grande. La señora Reina camina sostenida por ambos costados. Oro la sostiene por la derecha. Los niños se apretujan para ver cómo llevan a su maestrica a la carroza que espera. La reina es conducida al hospital judío en el barrio de Carratash, en lo alto de un monte que atalaya sobre la bahía. A través de la ventana podrá contemplar la gloria del mar que alberga en sus entrañas a los semejantes de todo lo que vive en tierra firme y vuela sobre ella, y sobre los cuales reina un monarca sentado en su trono entre rocas de coral y columnas de m mármol.
Detrás de los niños van las mujeres que tratan de consolar a Reina, oscura y enjuta. " Pronto volverás" - le dicen. Ella las mira con ojos desencajados y calla. De pronto se desprenden y caen sus calzones de color, de costura casera, hasta las rodillas. Oro se agacha de inmediato para levantarlos y ayudarla en camino al carricoche.
- Hay de mi - plañe la reina mientras la conducen -. Oro, querida Oro, este es el fin de Reina.
- Guardate de decir semejantes cosas- dice alarmada la madre de David, mientras la l grimas cuajan dentro de sus ojos.
La maestrica trata de sujetar sus ropas desprendidas y sigue su marcha doliente y exhausta, hasta el portón.
- Si Reina llegó a eso, a la vergüenza de que se le caigan los calzones, sepan que Reina no volver - profetiza .
Las mujeres se enjugan una l grima y los niños lo presencian todo, boquiabiertos, sin comprender el significado de lo que están viendo. El postillón se mueve sobre su alto poyo y se rasca con impaciencia los pelos de la barbilla. Reina vuelve la cabeza y sus ojos brillan como alucinados o como si viera cosas m s allí , por encima del público que la acompaña desde el patio, desde la casa donde pasó toda su existencia a la carroza que ennegrece en el vano.
Una noche pesada cae sobre el patio y sus pabellones. También en casa de David se comentan los tristes acontecimientos del día. ¨Se recuperar Reina? ¨Y que ser del marido que no tiene en el mundo m s que a esa pobrecita y su sinagoga y sus preces día y noche ? En esas preces exagera, en opinión de las mujeres del patio, mas allá de lo que est obligado todo judío. El verano pasado Reina viajo por indicación m‚medica a las termas de Liga, y Erma Yuda se quedo solo en su casa. No era hombre de descuidar sus obligaciones en la sinagoga para concurrir a balnearios de cura. Cuando Reina regreso, se apresuraron contarle sus inquietudes: por las noches se escuchaban quejas que provenían de su cuarto, voces gemebundas, y ellas las vecinas, que Dios las perdonara, fueron a echar una mirada. Tal vez estuviera enfermo. Y a quien ven, a la luz de la lampara, si no a Erma Yuda, medio cuerpo desnudo, bisbisando y azotándose con un látigo, azotándose y gimiendo con angustia desgarradora. " No se aflijan, no es locura ni embrujo, las tranquiliza Reina, sino aceptación de la carga de los azotes divinos. Expiación de Lea, expiación de Raquel ". Las mujeres no se convencen. Oro, que aprecia mucho a la mujer del Bedel, sola insistirle que vigilara el anciano y no permitiera que se quedara solo de noche. Con esos azotes sobre los huesos secos y los baños fríos a la madrugada acabaría por matarse, y ella Reina, quedaría sola. " No tienes a nadie fuera de el y tu deber es velar por su salud - le decía Oro - y ojal que estés sana para cuidarte tu y cuidarlo a el."
Reina no consiguió cuidarse a si misma. Desde ese momento, nadie cuidaba de Erma Yuda, el cabalista solitario. Desde que fuera conducida al hospital sobre el monte, no se apretujaban ya los veinte chicuelos inquietos, gritones, en su cuarto pequeño y sofocante. Esa misma noche anegaron las rompientes del mar, verdes, negras y fragosas, la cabeza desgreñada, atormentada, de desencajados ojos, que tantos años flotó sobre ellas. Vencida cayó la reina ante el embate
de las olas del mar.
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Capítulo 4
PALACIO DE VAHO Y AGUA

Sonrojadas y frescas, el andar laxo y sensual, como si una levedad se hubiera aposentado en sus miembros y una blandura flexible acariciara la coyuntura de sus huesos, vuelven del baño, descendiendo con lento paso la calle Iky-Cheshmelík que bulle de carricoches, automóviles y gente hacia la calle tranquila del Gran Rabinato y de allí a su casa. David ansía correr y adelantárseles pero la madre lo regaña que permanezca a su lado, sin alborotar. Los negociantes y sus empleados toman posiciones como todos los días viernes, para clavar los ojos en las mujeres que se deslizan-ruedan puras y limpias calle abajo, hacia el barrio judío, directamente a los brazos de los pobres diablos de sus maridos. Las bromas cambian entre sí a viva voz y con expresivos gestos inhiben a las mujeres y las hacen apresurar el paso,abochornadas. Es mediodía. Verdad que trabajos domésticos han quedado casi completados, pero siempre queda algo por hacer y es bueno llegar a casa y dejar detrás de la puerta a la calle y su bullicio.
La tía Rajel se ofende m s por los comentarios de los hombres que hermana Oro, quien tiende m s a perdonar y apaciguar, suavizar y quitar importancia.
- Salvajes - se queja ante ella sin valor para hacer frente a los turcos en su lengua - ¨¿Nunca vieron mujeres? Que se atrevan a hacer a sus mujeres turcas una de sus groseras preguntas. Con las judías se lo permiten.
- Deja, Rajel. Si no pasó nada.
- ¨Y que esperas que pase? Sólo en caso de violación est permitido llamar a la policía.
- Policía... vamos, no exageres. Eso nos falta, llamar la atención de los policías... Y además, ¿quien hablará con ellos? ¿tú?.
Silenciosas prosiguen su camino y David marcha al lado de ellas cuidándose de no hacer nada que provoque su cólera.
Oro desata el lío de la casa de baños y tiende las toallas mojadas sobre el respaldo de una silla. Deja en el suelo la ropa para lavar y los enseres de baño que deben ser devueltos al armario del cuarto interior. Rajel deja este trabajo para más tarde, se acomoda en el sofá y observa a su laboriosa hermana.
- Sabes - le dice de pronto como si hablara consigo misma-, creo que llegó la hora de dejar de llevarlo.
- ¨¿Que? ¿De quién estás hablando?- se sorprende Oro y enderece la
espalda.
- “De quien va a ser? De Davico”.
Una expresión mezcla de impaciencia y un poco de burla se distiende en el rostro de Oro. Su hermana siempre encontrará algo nuevo de que ocuparse.
- No lo dices en serio... Si hace un mes cumplió apenas seis años.
- Seis o siete...¿Que más da?
- Claro que hay diferencia si todavía...
- Lo vieras clavar los ojos en las mujeres que se bañan...No se que es lo que entiende y que no.
- Creo - se atreve Oro a sentenciar - que estas nerviosa hoy...¿Pasó algo entre Jacques y tú?
Rajel quiere desviar el tema y su paciencia estalla: ҬPorque voy a estar nerviosa? Un chico que pronto ira la escuela, con la mirada puesta en el trasero de una y en los senos de la otra..."
- Curiosidad de chico, nada mas.
- Y si ni basta eso se mete la mano, ­ que verguenza­ y jugutea con sus desnudeces. No, no hay por que esperar que alguien nos haga una observación.
- Est bien- cede Oro, sin convencerse-,pero sigo creyendo que no hay ningun motivo para tus sospechas... y no lo voy a mandar con los hombres...
- ¨Quien te dice que lo mandes con los hombres desde ya? - se ofende Rajel . Ni se me ocurre. Lavalo en la cocina, en una tina, hasta que este bastante grande como para enviarlo con su padre - remata ella el asunto como suele hacerlo, en forma categ¢rica y con voz que no deja dudar sobre su autoridad. Ni le pasa siquiera por las mientes que su hermana quiera apelar. Como la madre, la abuela Perla, de la cual tom¢, en su caracter de la mayor de las hijas, el tono autoritario y raga¤¢n. Oro, en cambio, se jacta del buen car cter que hered¢ del padre."Yo salgo a mi padre -suele decir- que siempre se muestra sonriente pese a que se la pasa postrado en su lecho de enfermo".
David ama m s los preparativos para la casa de ba¤os que para el regreso. El mantel bordado con hilos de plata yace extendido sobre la cama con una tohalla de color claro sobre su forro. Ropa interior limpia, peine fino, que se clava hasta en cuero cabelludo y no deja en el la liendre m s peque¤a, este peina de color que David odia, puesto sobre las tohallas junto con el peine negro destinado al pelo largo de las mujeres despues del lavado de cabeza. Una enorme esponja extra¡da del fondo del mar y un pan de jabón. despues agregar n una palangana dorada para recoger agua de las pilas y las batas de baño de las mujeres. Todo eso se recoge en un l¡o cuidadosamente atado en la parte superior. Por unas pocas monedas lo llevar Salamo el negro, el hijo de los vecinos, hasta la puerta de la casa de baños. Allí lo pondré en manos de las mujeres y se marchar presuroso.
Desde afuera el edificio hace la impresi¢n de una mezquita. Y efectivamente conserva todav¡a su enorme cupula, rodeada de ventanales, pero una torrecilla apuntando al cielo le fue amputada. David sigue a su madre y a su tia por las escaleras de marmol lechoso. A traves de la puerta se llega a una entrada con una puerta doble con incrustaciones de vidrio de colores que se abre a un vest¡bulo fresco y en penumbra. Un enorme biombo obstruye la vista del que entra de lo que sucede en la sala de transpiración y masaje.
Rajel, que siempre se ocupa de los asuntos financieros se dirige sin más al mostrador de la bañera y arregla todo lo relativo al pago. Sin esperar mucho y como si quisiera abreviar la etapa necesaria, pero desagradable, Oro se vuelve hacia la izquierda, con David, a los vestuarios que se abren sobre el mismo vestíbulo. La tia Rajel deja la faltriquera y los otros objetos al cuidado de la ba¤era y se une a su hermana y sobrino. Este ultimo ya se despoj¢ de su ropa, y espera, flaco y blanquecino, a que ellas tambien se desnuden. Alrededor hay armarios empotrados con puertas de vidrio y dentro rollos de tohallas y batas para alquilar. La tia y la madre no necesitan de todo eso porque, pese a su pobreza, lo traen todo de la casa. Les repugna la idea de envolverse en batas y tohallas que muchas mujeres, judías y gentiles usaron antes que ellas.
Los vestuarios están hechos de parades de enrejado verde y los divanes en su interior son blandos, cubiertos con delgadas telas rojas, anaranjadas, con franjas amarillas. David ama el contacto suave de las coberturas al sentarse desnudo en el divan, apoyado en los coloridos almohadones. La casilla se asemeja a la galeria de una casa musulmana, que se cierra silenciosamente sobre su contenido. Las mujeres se envuelven en sus batas y calzan ruidosos zuecos. Oro toma David de la mano y pasando junto a la ba¤era, quien cuida que en el vestibulo se mantengan el silencio y el recato, se entroducen en la sala de transpiracion.
En la sala la luz es suave y opaca. De una de las entradas puede verse una casilla llena de le¤a para el fuego. En la sala de transpiraci¢n solo hay sof es y un banco pegado a todo lo largo de las paredes. Reina alli la holganza y el mimo y por un modestisimo pago, las servidoras del ba¤o est n dispuestas a masajear a quien lo desea. Las que se dejan regalar se echan sobre sus vientres y confian sus espaldas a las expertas manos de las mujeres turcas que amasijan sus carnes con diestros dedos. Por alguna raz¢n cuidan de no revelar lo innecesario, tratando de cubrir con sus batas todo lo que es posible. A veces Oro y su hermana, y hasta abuela Perla cuando viene con ellas, suelan desmorarse aqui, pero no solicitan los servicios de las masajistas, se limitan a disfrutar de las permanencia en esta sala de recuperaci¢n, de calor mediano, a fin de atemperar el cuerpo en su paso de la frecura al intenso calor, y del calor afuera, al corredor de los vestuarios, fresco y agradable.
La sala del baño escaldante recibe a los recien llegados con un alboroto mezcla de zuecos repiqueteando sobre la piedra y voces de mujeres en ascenso, en una confusi¢n que aturde y que el eco multiplica. Todo est envuelta en una neblina lechosa de vaho. Por un momento la respiraci¢n se corta y sobre el cuerpo brotan brillantes gotas de sudor. Todo aqu¡ es m rmol claro y reparador, puro, rebosando bienestar. Las escaleras de la entrada, los asientos largos, las cuencas de agua, el piso e incluso las paredes. Tal vez en la cupula, all en lo alto, sea marmol tambien, vaya uno a saber. La cupula tiene peque¤as ventanitas y la luz se filtra por ellas en columnas de oro reluciente. Con la luz vienen en vuelo las golondrinas que planean en lo alto del cielorraso y emiten un silbido especial. Sus nidos est n adheridos a lo alto de las paredes, muy cerca de la claraboyas. Criaturas tan peque¤itas...¨ Cómo no sienten temor de dormir a semejante altura en sus hamacas que penden en el vacio ?. David no se sacia de contemplar el gracil y osado vuelo de esos seres traviesos y agiles, que envisten el aire con filosos movimientos, entrando por un portillo, volando en el interior del recinto y saliendo por otro portillo hacia el azul del cielo que los aguarda fuera.
De las paredes arrancan finas medianeras de piedra que dividen al recinto en numerosos compartimentos. En cada uno de ellos hay dos bancos de piedras y entre ellos una pila y a ambos lados dos cuencas, para agua fria y agua hirviente. Las mujeres mezclan el agua en la pila del centro y de ella recogen palanganas llenas para verterlas sobre el cuerpo. Oro y Rajel se lavan la cabeza ayudandode entre si. Mientras una de ellas se enjabona, la otra derrama una y otra vez sobre ella agua de la palangana dorada. Se enjabonan con energia frotandose el cuerpo con guantes asperos y con la esponja, a fin de alejar la suciedad que aflora por los poros por acción del vapor y del intenso calor.
No tiene sentido hablar aqui en voz baja por que todo el mundo grita hasta que es imposible escucharse. Lo primero que hicieron es bañar a David y despues lo sentaron sobre el banco con el encargo de no correr para no resbalar sobre el marmol mojado y lastimarse. Sentado sobre el banco envidia a los pequeñitos que corren y se revuelcan desnudos, jugueteando con sus penes entre la multitud de las mujeres que gritan. David se aparta en lo posible de la pared que rezuma agua. Grande es su temor por las cucharachas que pululan en el recinto y a las que está prohibido tocar. Parecen amaestradas para andar solo por las paredes. Se acercan hasta las cuencas de agua y por fortuna no bajan a los bancos de marmol. Transparentes, amantes del calor, se deslizan con agilidad y rapidez y son el amuleto de la casa de baños.
A la entrada de los compartimentos corre un canal estrecho y de poca profundidad en el cual desemboca el agua caliente enturbiada por la espuma del jabón. En el centro del recinto se alza un pedestal y el calor que de el mana es más intenso que el calor del piso. Sobre este altar se tiende de espalda, en total entrega, una multitud de mujeres. Otras sorben el olor echadas sobre el vientre, mientras cierran languidamente los ojos. Echadas una junto a la otra, los cuerpos rozandose parecen desmayadas. En torno revolotean todas las otras. Una confusión de traseros, senos, andantes cabelleras esparcidas por espalda y sobre los senos. Multitud de rostros con bocas abiertas que emiten sonidos incomprensibles, voces que hacen m s fuertes en su camino hacia arriba, hacia la cupula, allí en lo alto.
Mujeres de todas las edades, de todas las formas. Criaturas, muchachas delgadas y de hombros caidos cuyos senos no brotaron aun, mujeres maduras y tundas y ancianas marchitas cuya piel les cuelga como los harapos de un espantapajaros. En muchos enrojecen sobre el albor de su piel toda clase de pustulas. David esta fascinado por esos granos que generalmente se aposentan en las partes que usualmente van cubiertas por las ropas. Embotado por el vaho y el calor David no aparta los ojos de la multitud que bulle y se mueve frente a el en medio de una nube de vapor.
Tambien David sufrió de granos terribles y ahora, gracias a Dios se le curaron. Le vinieron por el gran miedo, cuando se deslizó y cayó dentro de las resbaladizas letrinas de las termas de Lega, en las afueras de la ciudad. Lo atacaron los malignos que pululan en esos sitios y que, como es sabido, son la fuente de todo mal. Toda clase de medicos lo examinaron. El farmaceutico de Ergat Bazar y hasta el curandero turco de la aldea. Que no untaron sobre esos malditos granos, que no hicieron contra el miedo que esa plaga habia arrojado sobre el. Hasta que finalmente se curo.
"Las aguas del baño le lavarán la maldición de los malignos - dijeron las mujeres- no volver n a castigarlo con esos horribles granos”.
Las mujeres trajeron consigo un frasco de dulce, y saliendo del baño en dirección al vestuario Oro convido al niño y a su hermana, mientras sus labios murmuraban un benifico conjuro. La bañera lo vió con sus ojos de aguila a traves del enrejado y vino a advertirles que estaba prohibido introducir comida dentro de los baños publicos. Estaba prohibido, y no habia tut¡a.
- Malvada. Es porque somos judías - susurra Rajel a oídos de su hermana.
- La culpa no es de ella - suaviza Oro-. No quiere complicarse con la policía. Ahora no es como antes... Ahora se prohibe lo que antes estaba permitido... ¨ Que culpa tiene ella ?
- ¨ A eso llaman comida ? - comenta, resentida, la hermana - en un tiempo se hacian aquí verdaderos banquetes, con danzas.
- Si, ya lo se.
- Mi suegra me contó que en su epoca las mujeres solían traer cestos con arenques, panecillos caseros, leche de almendras y zumos de fruta, especialmente cuando traian a una novia. Se colgaban los arenques de colas cortadas en las orejas, como pendientes, y asi bailaban en la sala de transpiraci¢n al son del viol¡n del ciego Giusseppe y el tambor de la hija que alegraban a la novia y a las madrinas...
Solo aqui podian las novias comer arenques sin temor al olor, pues se enjuaban la boca con agua caliente. Deboraban arenques con panecillos y calmaban su sed con jugos de fruta que enfriaban en el agua de la fuente. Pero eso era antes de las nuevas leyes...
- Ahora hay que salir - recuerda Oro - . Seguramente mamá se afana sola para terminar el trabajo.
- Tienes razón, debe estar preocupada por nosotros. Y tu, David, atate bien las sandalias- ordena sesudamente la tia Rajel la grande- no quiero que vuelvas a perder una en la escalera, o peor que eso , en plena calle, entre las herraduras de los caballos y las ruedas de los automóviles. ¿Me escuchas ?
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Capítulo 5
LA RENDICION

Una osadía nueva, extraña, le acomete en esta hora difícil. Calcula y ejecuta. Imposible salir en los recreos. Un carcelero implacable hace guardia en la puerta. Solo después del timbre suele abandonar su puesto para retirarse a su sotano-vivienda en el edificio. Durante la marcha desde la explanada donde se alza el mástil con la bandera que se iza los viernes por la mañana, rumbo a las aulas, para comenzar una día de deprimente estudio. Se terminó de cantar el himno. Las filas de tres avanzan marcando el paso en dirección al adusto edificio. Nadie detendrá la caravana hasta que sea devorada dentro de las aulas, hasta que cada niño quede aprisionado en el cepo del pesado asiento de madera. Antes que el portero cierre el portón de hierro del patio, para volver a abrirlo al medio día. He aquí el momento.
Las filas de tres marchan ya sobre la galería del piso bajo a la cual se abren las aulas de los primeros grados. En el recodo, antes de entrar al aula, hace de tripas corazón para dejar caer el l lápiz al suelo, entre la maestra y el tramo de escaleras, apartarse de su terceto, los que siguen se apresuran a cerrar el hueco, agacharse con el pretexto de levantar el lápiz y de allí escurrirse y huir. ¿Hacia donde ? Hacia el portón. En los ojos de la maestra estupefacta asoma una mirada de "­Eh, tú! ¿Dónde vas?", pero el ya esta afuera, y del patio que se va vaciando, a casa.
Corriendo como una bestiecilla asustada que huye de cazadores invisibles, temiendo mirar hacia atrás. Tal vez hayan enviado tras el a niños que son buenos corredores para capturarlo. Muchachos rebosantes de odio que se dicen, seremos feos y hambrientos, pero coraje nos sobra, y acabaremos por cazarte, conejo pusilánime, por clavar el diente en tu blando pescuezo de niño mimado. Te arrastraremos, te entregaremos. Colocaremos complacidos tu cadáver a la puerta del despacho del director.
Quizás el portero se haya dado cuenta de lo que pasó y ya dio la voz de alarma. Es posible que en esta momento uno de los maestros acorta la distancia, dando un rodeo, y aquí, en el recodo, le pondrá la mano encima, hasta el agotamiento de las fuerzas, hasta el ardor de la garganta y el dolor en las costillas, hasta la picazón de los ojos. Una mula cargada de cestas de verdura viene, embalada, hacia el. Alarmada, se desvía del camino y tropieza con la pared. A su lado, un campesino grita su mercancía y maldice a David con ganas. Este no presta atención. Por el contrario, redobla la carrera para alejarse de la zona del peligro. Bañado en sudor, jadeante, ansioso por llegar, por tocar las puertas de madera del santuario seguro. Allí, el fugitivo encontrar refugio. Lo respaldar n e incluso tratar n de calmar su borrasca interior. Y si es necesario contar, contar . Su corazón angustiado hablar , expondrá su dolor, y ellos comprenderán. Tienen que comprender.
En el mercado de pescado de la judería, infinidad de tiendas y estancos. A uno y otro flanco verduleros y pescaderos. David es devorado y arrastrado por la presurosa muchedumbre. Aquí y allí tropieza su vista con un tugurio de hojalatero, que moldea en la
plateada hojalata todo lo que uno puede imaginar, un balde, una lata para aceite, una chimenea para el humo de la estufa, un cuenco y hasta un candelabro de Jánuca para pobres. Aquí y allí pilas de jaulas con aves para el sacrificio: Enormes pavos junto a gallinas multicolores que cacarean y dejan caer sus excrementos sobre la jaula de abajo. Las víctimas sacuden las cabezas y se vengan ensuciando a las prisioneras de las jaulas que est n debajo de ellas. Entre las jaulas, en uno de los callejones, trabaja el matarife en medio de un charco de sangre. A sus pies se sacuden y saltan las gallinas después del degüello. De pronto se levantan para dar un paso, otro m s, huir, para abatirse nuevamente sobre la tierra. Una pirueta m s con ojos desencajados y manchados de sangre, que ofuscan a David, quien debe capturar a su gallina degollada y apresurarse para traerla a casa.
Pesada es la gallina en el camino de ida. Una y otra vez vuelve la cabeza hacia arriba para picotear sus manos arañadas. Siente un miedo rebelde, nauseabundo. Por que lo eligen a el para esta tarea. El no dirá como su hermano, " No quiero, y hagan conmigo lo que les de la gana.
Péguenme, griten, si quieren ". Sumiso apresa las patas del ave y camina silencioso y pálido de pavor vergonzoso. De vuelta, la sangre gotea, gota aquí y gota allí, señales en la ruta. También sobre sus zapatos. Sudor y estremecimiento atraviesan el cuerpo caliente del ave y se trasmiten al cuerpo de David. El no comer de la carne de este animal mísero y perverso. No, que coman los otros. El no hincar y el diente en esa miserable carroña. Pero en su fuero intimo sabe que comer junto con todos. A casa, pronto, lo mas pronto posible, para lavarse las manos de suciedad, recuperar el aliento. El resto lo hará el olvido, reparador, blando, sabio.
Estancos de pescaderos brillantes de plata, de delicado celeste de escamas. Y entre los pescados permitidos siempre algún pequeño cangrejo, una criatura impura arrastrada fortuitamente al barrio judío. Es posible recogerlos gratis entre los desperdicios de los estancos. Pesecitos estremecidos que se deslizan de la mano a la tierra entre las piedras de la calle. David y su nuevo amigo, Vitali Soriano, se llevan consigo un pecesito vivo. Tratan de hacerlo flotar en uno de los charcos. Si nada, se zambullir y reaparecer ý para dar gracias a sus dos salvadores que lo devolvieron al agua. El pescadito se sacude en el barro hasta volverse panza arriba. Entonces lo llevan a casa para lavarlo y ponerlo en un balde de agua, o en un frasco transparente, donde puedan verlo en toda su belleza, plateado y elastico. Pero no es este el recibimiento que se da al diminuto huesped que dejo de sacudirse. " Tírenlo inmediatamente a la basura, y a lavarse bien
las manos - se les ordena. No hay porque‚ traer a casa toda carroña
maloliente que se revuelca en el mercado ". "Lastima, lastima ! "
Vitali no es del mismo patio. Vive en la vecindad de la sinagoga portuguesa. La casa de sus padres est en el segundo piso. Su padre vende pescado en a feria. Hace eso cuando no se va a las montañas, de caza. De los desperdicios de su estanco recogieron el pescadito que no quiso nadar en el charco. De lo alto de la puerta de su casa y de las ventanas cuelgan, desde el ultimo verano, collares de vainas de orca, peluda y seca, relucientes pimientos rojos, trenzas de cebollas y ajos, racimos de pescados disecados.
Vitali se complace en contar historias sobre las expediciones de caza de su padre, allí en las montañas que circundan la ciudad. Lejos, en lo profundo del bosque, se sienta junto a sus camaradas los cazadores en torno a una hoguera, y escucha fascinantes historias. A veces también Vitali es de la partida. Así lo cuenta a David quien lo contempla carcomido por la envidia y la curiosidad. En la montaña hay un oso que sale en busca de alguna muchacha que le haga de mujer en su cueva. Le lame los pies con su lengua áspera hasta que la pobre no pude pisar y fugarse. Allí vivirá y parirá para su dueño feo y peludo. Los lobos no se interesan por las muchachas. Se allegan a las casas en los inviernos nevados, arrastran a una criatura de su cuna y se la comen viva. Hincan los dientes en la garganta del niño y se lo llevan. Su sangre gotea sobre la nieve. Los airados campesinos los persiguen, horquillas en ristre, pero es inútil. El hambre y el frío volver n a traer a los lobos a los umbrales de las casas, o debajo de las ventanas, para atisbar a su presa entre espantosos aullidos. El campesino rodea el pescuezo de su perro con un collar de hierro claveteado, pero el lobo se burla de el. Ahuyenta al perro junto con su collar, o le arranca las entrañas.
Otra historia son las víboras que moran en las afueras de la ciudad. Algunas de ellas hablan como personas muy inteligentes. Tienen fuerza mágica para causar tremendos daños. Los mas grandes son capaces de devorar a una elefante. A falta de elefantes en nuestra zona, se conforman con un camello perdido. La fogata de los cazadores es la que impide que todas esas malas bestias se tragan vivos a Vitali, su padre y sus heroicos camaradas.
Pero hay una bestia que es la m s maravillosa de todas - prosigue el amigo de David, y llega al meollo de su relato - Es una bestia pequeñina, no mas grande que un conejo. Su aspecto es el de un disco peludo y es el mas astuto de todos los animales montañeses. Sabe que los cazadores acabar n por fatigarse de contar historias. Después de comer su pan y beber su vino, cada cual se buscar su rincón para dormir. Poco a poco la olvidada fogata se ir apagando. La bestia espera a la distancia, clava los ojos y elige a su víctima entre quienes rodean la fogata. Espera la hora oportuna y entonces, sin ruido ni advertencia alguna, se arroja rodando sobre el pobrecito, pelota de ira y fuego, corta, muerde, araña y desgarra sus carnes. Hasta que sus camaradas vuelven en si para avivar el fuego y correr en auxilio del atacado, la astuta alimaña estará ya lejos del lugar del hecho.
- No cabe duda que no se trata de un animal - apunta sesudamente David, después de una larga reflexión.
- Es un animal, el mas espantoso de todos - se defiende Vitali.
- Pero cae de maduro que es un maligno disfrazado de animal - prosigue David, con aire de entendido -. De modo que no hay arma que lo pueda.
- Guay del cazador que cae víctima de el - trata Vitali de poner fin a su relato.
- Salvo - le interrumpe David, triunfante - salvo que conozca el
conjuro adecuado para alejarlo, para despojarlo de su fuerza con
el poder de la palabra. No cabe duda - insiste David exponiendo su docta teoría ante su ofendido compañero.
La primera visita para la inscripción fue espantosa. De mano de la madre, quien llevaba la cédula de identidad y otros papeles necesario. Sobreponiéndose a su emoción entran por el portón de hierro de la escuela al patio grande. De inmediato a la izquierda, cinco o seis peldaños de piedra, de allí a una terraza, y de allí al despacho del director, Musiu Israel Botón, escondido y al acecho en la espesura de su reino de sombras. Pero eso no es lo importante, delante suyo, sobre la tierra del ancho patio se desarrolla un espectáculo insólito. Una pista, y el juego se llama "que nadie este quieto". El patio esta lleno de chiquillos y muchachones que ruedan uno sobre el otro. Un revoltijo de pescados agitándose sobre el estanco del mercado. Desde la pared del edificio hasta la tapia que remata en un hilero de botellas rotas para que nadie se atreva a escapar. Empujones y caídas intencionadas para salvarse del empujón, de los golpes de los mas fuertes. Maraña de cuerpos que viborean, emiten risas, llantos, gritos. Manos que se extienden hacia el enemigo, cabezas que golpean en todo la que est en torno. Patadas, aullidos, alharaca. Se celebra el fin de curso. El anuncio de la proximidad de un verano cálido y libre para los asiduos de un establecimiento colmado de varones.
Otoñal, lluvioso y agorero se inicia el primer año de estudios. El patio esta lleno y envuelto en angustia. Irrumpe el timbrazo. Una multitud de niños rapados, vestidos con túnicas negras y cuellos blancos postizos, se disponen rápidamente de tres en fondo. Pequeños son los soldados. Tristes marcharan al compás de un pito en boca de una maestra, entrando en fila al edificio. En la entrada se dividirán en dos cabezas : los primeros y segundos grados a las aulas del piso bajo, y el resto, hacia la derecha, por una amplia escalera que lleva al segundo piso, cuya baranda abierta da al piso de madera de los pequeños. En los recreos, los grandes escupen desde arriba sobre las cabezas de los pequeños. Por lo tanto hay que desplazarse a lo largo de las paredes, y en el centro de explanada expuesta a los francotiradores.
Todos los días marchan pegados a la pared, desde la entrada hasta la puerta del aula y allí, ordenadamente, cada cual a su asiento. Tres en cada banco. Allí cada niño colocara su cartera y sus trapos en el cajón del pupitre. El banco y el pupitre forman una sola unidad. Sobre la tabla del pupitre una mezcla de rayas, nombres, malas palabras, dibujos cincelados con clavos, con cortaplumas, con navajas rotas. Producto de trabajo empecinado de generaciones de alumnos.
En la maleta de tela, textos, cuadernos. Estos últimos generalmente nuevos. No así los libros, que ya estuvieron en la escuela el año pasado, tal vez el anterior, ­ quien sabe! destrozados y sucios pasan en venta de año en año, de niño a niño. Quien tiene un hermano lo recibe del hermano y quien no lo tiene los compra a niños mayores.
Los mas listos no necesitan comprar nada. Tienen su propia manera de completar su equipo sin gastar dinero. Lo roban todo de los mas pequeños, los débiles y timoratos. Cuando estos lo descubren rompen en amargo llanto. En la casa reciben sopapos y reiteradas advertencias, pero no se animan a quejarse ante el director de adusto rostro, especialmente por temor a la mano vengadora de los bravucones del aula. De modo que todos están atentos a sus maletas durante la lección. En los recreos la entrada a las aulas esta prohibida, pero no para los listos, para los astutos, quienes encuentran su camino hacia las maletas. Libros y cuadernos, sandwiches y frutas, lápices y sacapuntas, cajas de útiles y todo lo que les pone a mano lo toman y no lo devolverán jamas. Grande es la vergüenza y el dolor, mísera y humillante la confrontación con los padres que acusan: " hasta que logramos reunir el dinero para comprar el libro va este infeliz y lo pierde al día siguiente. Como comprare otro? ¨Y la caja de útiles? ¨Y el cuaderno? De donde saldrá el dinero? Vete sin caja de útiles, sin libro y sin goma de borrar. Aprende a cuidar las cosas que se consiguen a costa de tanto esfuerzo "
Los lápices son el articulo de mayor demanda. Rápidamente pasan infinidad de manos. Llegan a la escuela en una multitud de colores, cada producto con su forma y señales particulares. A semejanza de los niños, que llegaron a la escuela quien con pelo lacio y quien con rizado, ralo o espeso, negro o rojo como la zanahoria, y ahora están todos cortados al ras por precaución contra los piojos, así fue la suerte de los lápices. Todos rapados a navaja para que nadie venga y diga, " es mío, tengo grabado mi nombre grabado en el". Todos los lápices son del mismo color madera rosado, como ratoncillos recién nacidos. Después de la afeitada que iguala a los lápices como a los presos de una cárcel o a los niños de una misma escuela, viene el momento de roerlos. Ningún lápiz escapa a este destino. Después de un corto tiempo son chatomondos, de carcomidos traseros. No pasó mucho tiempo y la paciencia de David se colmó. En secreto y clandestinamente, cuaja en el la resolución, huir a toda costa. A casa, al seno materno y a la falda de la abuela. Estar en compañía de seres humanos, no de animales salvajes que muerden y escupen veneno. ¨¿Porque lo abandonaron, arrojándolo a las fieras sin compasión? No se quedar. Aunque le peguen, a este pavoroso recinto no regresará.
En la escuela hay letras grandes y negras en cantidad. Entre las columnas negras aparecen figuras del color de zanahoria, rojas, de otros colores y nuevamente letras. Todas negras. "Nuestro padre Ataturk - recita la maestra desde su tarima elevada y lejana, y los niños repiten tras ella, con voces estridentes - Ataturk amaba a los niños. Nuestro padre Ataturk ha muerto. Pero está vivo. Muerto y vivo. En nuestros corazones, en los corazones de los niños, sus niños. Ataturk de los niños. No está muerto. No. Muerto. No, nuestro padre. Somos turcos. Turquía es nuestra amada patria. Nuestra madre Anatolía rebosa de amor materno. Anatolía es nuestra madre, y nuestro idioma, el turco. Porque Turquía es solo para los turcos. Nosotros. No murió. Los niños. Nuestro buen padre que tanto nos amó. Murió y nos dejó. Pero no ha muerto y est aquí . No se debe hablar en otro idioma. Ni aquí ni en la casa. Quien sea sorprendido, ser castigado. Ni nosotros ni nuestros padres hablaremos Judeo-española en el secreto del hogar. Pobre del que lo habla. Ciudadano, habla el turco. Todos hablaremos sólo en el idioma de nuestro padre que tanto nos amó y nos abandonó después de hacer tanto por nosotros. Grande es nuestro dolor, Ataturk ! "
El frío en el aula es intenso, porque no hay estufa. Y si la hay, se encuentra junto a los pies de la maestra. Se acurruca allí como un gato y dirige todo su calor debajo del vestido. Niños de cabezas rapadas, enjutas carnes, mal aspecto y mal corazón. El invierno es duro, cruel. El invierno es el castigo de los pobres. Los alumnos que se distingan recibirán, así lo prometen, un suéter. Gratis. Quien tenga suerte recibirá un suéter de hermoso color. Hay pocos suéteres de lindos colores. A quien la suerte le sea adversa obtendrá un suéter cualquiera, de los que quedan. "No repartirán zapatos este año - comenta la madre de David en casa - y hay que comprarle algo al niño. Sus dedos asoman por los zapatos de Rafael que está usando, con la punta cortada para que el pie pueda crecer hacia afuera" .
Pero no a un refugio cálido y sereno llega el fugitivo. Corre por su vida, hasta confundirse y equivocar el camino, y finalmente llega. Como un ave a la trampa de su jaula, as¡ cae el refugiado. Las ropas en desorden, sudoroso, enrojecidos los ojos. Pero no es eso lo que imaginó. Que le paso y que ocurrió. Alarmadas le salen al encuentro y le preguntan que le paso y que le duele. Que ocurrió y donde, y porque tuvo que volver a casa.
- ¨ Te heriste, acaso? - con preocupación sincera, ansiosa.
- ¨¿Te caíste en el camino, o algún coche, o que?
- Bebe agua, descansa.
- No temas. Bebe primero.
- No, no.
- ¨¿Que significa, no? - una chispa de fuego se apago ya dentro del cobarde.
- ¨¿Que? ¿Te fugaste? - como una catapulta, como un cachiporrazo en la cabeza.
- No...yo. no... me vine.
- Pero ahora todos estudian, ¿no? - con aparente inocencia. Ya operan astutamente. ¿Que le espera ahora?
- Si, en clase. Pero yo, yo no quiero estar allí, porque ... - las lagrimas lo estrangularon. No las lagrimas sino los rostros que de esta manera van endureciendo a ojos vistas, haciendosen hostiles. Al comienzo fue la preocupación, la alarma. Dejando sus ollas corrieron a auxiliarlo, mientras se limpiaban las manos en los delantales. Pero antes de escuchar y antes que pudiera explicar, expresar lo que siente una bandada de aves de rapiña se abate sobre el, para picotearle la carne del cráneo descubierto.
- ¨¿Y que piensas hacer aquí? - lanza la abuela Perla su saeta envenenada, que da en el blanco. Las palabras se le clavan en lo mas hondo. Precisamente ella, la que siempre lo defiende, incluso de su propio padre.
- A estas horas los niños deben estar en clase, estudiando. ¿Que mejor que eso? - apunta la madre, como si no se dirigirá a el, sino a un corro de escuchas -. A mi no me mandaron a la escuela. Yo a esa edad rasqueteaba pisos en casas ajenas.
Que los dejen en paz. Que el circulo se rompa. Que quiten de en trono suyo esas faldas que lo encierran como un muro y por encima los ojos que se engranan, las bocas que cuchichean, aconsejan, silencian, tranquilizan, se encolerizan y riñen. Porque no lo dejan tranquilo. Entre bruñidos cuchillos. Que puede explicarles. Quien le presta oído. Quien trata de comprenderlo.
- Y que le diremos a tu padre, a tu abuelo, a los vecinos.
- Tendrás a cuchilleros y ladrones por compania. De ellos aprenderás y te harás hombre.
- ¨¿Te propones revolcarte en las basuras con perros callejeros y niños depravados, mi hijo querido ? - con amarga burla, con voz fustigante. Su madre.
- No esta bien, no esta bien. Si eres un chico inteligente - revolotean las aves de rapiña, de amenazante pico, sobre su cabeza.
El llanto le cierra la garganta. Si supieran quienes eran esas inocentes criaturas que concurren al maldito Talmud Tora , no lo enviarían a ese lugar. No lo expondrían a sus malignos ataques. El frente se consolida y todos ya están contra el. No habrá piedad. Nadie lo escucha. Sólo se quedó. Desde muy abajo, desde la punta de sus dedos, se alza, borbotando, la ofensa y el bochorno llegando hasta las raíces del pelo que brota de su cuero cabelludo. El mal lo va cercando. No hay cuerda a la cual aferrarse ni peldaño para el pie que quiere escalar el pozo. Un tajo profundo se revelo en su ser intimo. Dejo de lloriquear y se quedo quieto, regañando, en su rincón. Su corazón no presta atención a lo que le dicen. No llega a comprender el motivo de la consulta. No le importa lo que decidan. Tal la caída de quien no se volver a levantar.
El fugitivo es la oveja negra que deshonra el nombre de la familia. No se parece en nada a su hermano y hermana, que son buenos, estudiosos, progresan en sus estudios y son la envidia de todos. Los señalan con el dedo en el patio y en la calle, los alaban y elogian. Que aquí, en la misma casa, se haya criado alguien capaz de huir, no del ejercito ni de la cárcel, sino - inconcebible - de un Talmud Tora judío que le dará la oportunidad de llegar a ser un hombre bueno e instruido. ¨¿C¢mo se presentara su madre al director? Ella es quien lo persuadió que lo aceptara pese a que todavía le faltaban algunos meses. Solo gracias al buen nombre de su hermano consintieron en recibirlo. Y ahora vean Vds. que decepción, como un granuja, como uno de los pequeños de cuentos que rondan por las calles.
- Es mejor que tu padre no sepa nada de lo que paso - agrega la abuela Perla, desde las esferas superiores.
- Como si me faltara quehacer... y todavía en viernes - se queja
amargamente la madre.
- Nosotros no le contaremos a tu padre - tercia Bojora Ventura, la vecina de enfrente, con aire de conjurada- . Y tu, querida Oro, llévatelo. Explícale al maestro que fue por culpa de un dolor de barriga. Gracias a Dios el dolor paso, y el vuelve. Lo recibirán.
Su mano dentro de la tenaza de la mano firme de su madre. Se arrastra, tras ella. Suspiro tras suspiro. Pavor, fatiga. Odio que fluye y se arrastra, ciego, dentro de un corazón en borrasca. Ella camina con enérgico paso de soldado, haciendo sonar sus zapatos claveteados sobre la acera. Apresura la marcha con resolución. El en parte camina, en parte es arrastrado con impaciencia.
Frente al despacho del director, le ordena, con un dedo frente a sus ojos, a esperar sin moverse. Ni un paso siquiera. Aquí, junto a la baranda, hasta que ella salga a llamarlo. Es casi mediodía, y pese al invierno fluye de su cuerpo un extraño calor. Todos están de parte de sus enemigos, sus acusadores, sus entregadores. Ella sale. Una vez mas, el mérito de su hermana lo salva. Solo gracias a su hermano Rafael lo recibirán en forma condicional y en base a la palabra que ella acaba de dar al señor director. De inmediato, con el fin del recreo, entrara directamente en el aula y se dirigirá a su asiento como si nada hubiera ocurrido. Pero solo por esa vez, sin castigo. Es una favor especial. Todo depende ahora de el, de el solamente. Que aprenda su lección.
David regresa abatido a su lugar entre los tres, al cepo del banco de escuela. A ejercitarse en raspar lápices de toda posibilidad de identificación. A especializarse en matar piojos durante las clases. Poco a poco va progresando. Largos días en los que la pausa del almuerzo cruza como un ancho sendero dentro de un desierto de arena sin vegetación, sin sombra. Entre los últimos de la escala de la fuerza brutal, escala que determina el lugar de cada uno, desde los gandules mas selectos y violentos hasta los míseros criados, débiles, zalameros, los escuderos, los mandaderos, los llorones. No exactamente el ultimo. Tiene algunos debajo suyo. Sumiso se aviene a su destino.
Abatido, pero no sin ninguna esperanza. Hacia el fin de ano comienza el mismo a probar el palo desde el extremo de la pizca de miel reservada a quienes atormentan a los mas débiles que ellos. Poco a poco empieza a practicar lo que le hicieron a el, en aquellos que están debajo suyo y he aquí un piojo que cazo en su propia cabeza. No se apresura a matarlo con la una antes que se escurra. Lo retiene entre el índice y el pulgar hasta que logra colocarlo en la cabeza del niño sentado delante. Los que lo flanquean a derecha e izquierda contemplan y disfrutan. Contiene la alegría para que no estalle. Su mérito sube para ellos uno o dos peldaños. David aspira con constancia a una etapa superior. No pretende figurar entre los primeros, pero no renunciar al placer de subir el próximo peldaño, inseguro, tentador, lleno de peligros.
Sus mejores amigos provienen del grupo de huérfanos que llegan todas las mananas desde su internado como una patrulla de soldados, y forman una unidad aparte. Los huérfanos, sus aliados, componen un bloque peculiar en medio de la multitud de niños pobres cuyos padres vivos no pueden enviarlos a la "Alliance Israelite Universelle”, la prestigiosa escuela en la cual niños y niñas estudian juntos. Allí van los niños privilegiados, que chapurrean francés y que no quieren trato con la chusma rapada de maletas de trapo.
Una alegría autentica siente David cuando se une a su banda, a los huérfanos y sus adulteres, en la persecución de los niños atrasados del aula preparatoria, "El azil". Se apiñan allí los mas pequeños y aquellas que de ninguna manera logran incorporarse al primer grado, para que no vaguen por las calles. Los últimos de los últimos en la escuela. El peldaño mas bajo de la escala en el fondo del pozo. En cuanto irrumpen de su oscuro agujero los arrinconan. Los hacen girar y le gritan directamente al oído, "zilo-zilo-al azilo", y nuevamente, más alto, "zilo, zilo, al azilo". Así le cantan su ignominia a las míseras criaturas.
David se une a sus compañeros y entona con toda el alma y en alegre carrera las ofensivas rimas, que arroja como balestras bien dirigidas a los atemorizados pequeños, quienes guardan de reaccionar. Bálsamo dulce y reparador que cura dolores y candentes ofensas absorbidas durante un año entero. Y dulce es el sabor dela travesura y la acción.
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