Sunday 12 July 2009

“El León Santo” y sus cachorros

Shlomó Avayou

El arameo: nuestra ¿segunda? lengua sagrada

Los más antiguos fragmentos de poesía incluidos en los primeros libros de la Biblia, atestiguan una sofisticada tradición artística, que no podía ser creada de la noche a la mañana y a la que es ineludible ver como una herencia recibida de las civilizaciones semíticas más antiguas. Algunos lingüistas opinan que algún dialecto arameo fue, probablemente, la lengua original de los primeros israelitas que surgen desde el desierto y conquistan las antiguas y cultivadas tierras de Canaán. Los cananeos, quienes fueron vencidos o asimilados por los invasores monoteístas, hablaban el hebreo, lengua en la que desarrollaron, siglos antes de la aparición de los israelitas, una poesía elaborada que era enseñada y utilizada en los templos paganos y en las cortes de sus “reyes”, vasallos de los faraones de Egipto.
Es hartamente conocido que el arameo sirvió como lingua franca entre los egipcios, los hititas y los babilonios de Mesopotamia. Es evidente que esta lengua está estrechamente atada a la cultura judía desde sus más remotos orígenes y existen testimonios que demuestran que nunca dejaron de utilizarla junto con el hebreo. Gracias al Talmud, escrito en ambas lenguas, hasta el alumno principiante debe familiarizarse con un considerable número de palabras y términos en arameo, sin darse cuenta de que está aprendiendo una “lengua ajena”.
Jesús, por ejemplo, no conocía ninguna lengua aparte del hebreo y el arameo. En su época, la élite cultural, concentrada en Judea, utilizaba el hebreo, y la obra maestra del momento, la Mishna (c. año 200 D.C) fue escrita en esta lengua. Las capas más humildes y especialmente las de la Galilea, menos arraigadas en la religión y menospreciadas por la clase intelectual y religiosa, utilizaban el arameo. Una razón más para el poco entusiasmo de los jerusalemitanos por el Nazareno.
En contradicción con los primeros siglos antes y después de Jesús, en la España medieval y más tarde en la diáspora posthispánica, el hebreo era entendido y hablado entre gran número de hombres. Precisamente, por ser el arameo poco conocido y algo enigmático para la gran mayoría del público, fue preferido por los místicos para componer obras en prosa como el famoso Zohar y para revestir sus himnos con un aura sublime, más allá del alcance de los sencillos mortales. A ello se debe que el siguiente cántico de Sábado, del cual presento mi versión castellana, haya sido compuesto en arameo.

Con estas alabanzas lograré
(Azamer biShevajin...)
Negrita
Rabí Isaac Louria (1534-1572)

1. Con estas alabanzas lograré,
por las sendas me adentraré
en el vergel de las manzanas,
que, por cierto, santas son.

2. Vengan, salgamos a invitarla
a la mesa, puesta y preparada,
iluminados nuestros rostros
con la preciosa almenara.

3. A la derecha y a la izquierda
y en el centro, ella, la novia.
Con alhajas y joyas anda,
con atavíos y ricos ropajes.

4. Su marido la abraza
y en su fundamento,
para satisfacer su deseo
la aferra y la aprieta.

5. Llantos y dolores son
negados, anulados.
Tan rebosantes los rostros,
las almas y los espíritus.

6. Alégrense hasta el colmo,
doble sea el regocijo.
La Luz que no fallará,
multitud de bendiciones.

7. Acérquense, discípulos,
hagan los arreglos.
Preparen los manjares,
aves y pescados también.

8. Para fortalecer los espíritus
y reanimar las almas,
las Treintidós vías
y el Triple Tronco.

9 Adornada con los Setenta
para el rey de las Alturas.
Ya se corona la novia
para el Santo Santísimo.

10. Ocultos y segregados
de los mundos, en lo hondo.
Y el Antiguo, por lo tanto,
uniéndose se estremece.

11. Ojalá Su voluntad elija
residir sobre su pueblo,
que se deleita en su honra
con almíbares y dulces.

12. En el lado sur colocaré
el místico candelabro,
y en el norte dispondré
la mesa con sus panes.

13. Con el vino en el vaso
y los manojos de mirto,
para la novia y el novio
por el agobio colmados.

14. Le trenzaremos coronas
con elocuentes invocaciones,
con Setenta ornamentos,
además de los Cincuenta.

15. La Shejiná se adorna
con seis de cada lado,
con escarpias se trenza
y los demás aderezos.

16. Ya cesaron, están vedados
malhechores de toda índole,
los dañinos que oprimen,
los impuros, alejados.

Anotaciones

El cántico revela hasta qué medida su autor impregnó con un denso simbolismo el recibimiento del Sábado: el banquete, la música, las velas encendidas, los dos panes, etc., que acompañan la mesa puesta en la tarde del viernes, la cual se eleva a las alturas del altar y de la Mesa, con seis panes de cada lado, situada en el Templo de Jerusalén.

Estrofas 1 y 16. Se alude al paraíso. El canto abre el camino bloqueado por las fuerzas del mal.

Estrofas 2-3. El Sábado, femenino en hebreo, se compara a la Reina, a la Novia de los días ordinarios (masculinos, en hebreo) que la escoltan, a la derecha y a la izquierda. Las oraciones y los cantos son para invitarla al banquete.

Estrofa 4. Fundamento es el nombre de Yessod, una de las diez esferas. En el esquema antropomórfico de esas emanaciones divinas, conocido como Adam Qadmón, (= “el Hombre Primordial”), dicha esfera corresponde a los órganos genitales.
La reconciliación entre los elementos femenino y masculino aparece en tres planos: en lo divino con la Shejina y Dios; en lo ritual con la Reina Sábado y los días ordinarios. Lo enigmático se aclara un poco más, con el tercer plano, el humano, conociendo la recomendación tradicional de la noche de viernes como la propicia para la conjugación íntima de los “discípulos de los Sabios” con sus esposas.

Estrofas 4, 10 y 15. Con la destrucción del Templo de Jerusalén y la salida masiva del pueblo judío a la Diáspora, la Shejina, la parte femenina de la divinidad, fue exiliada de la parte masculina, referida aquí como “el novio” o “el marido”. La cópula divina, alegórica, entre estos dos elementos sagrados, celebrada en el Sábado, es como un principio o un ejemplo de la soñada unificación final que se realizará en la Redención.

Estrofa 8. Se alude a los treintidós senderos o vías que conducen a lo oculto, y el tronco, o el sarmiento triple, se refiere a las tres partes de la Biblia Judía, conocidas en el mundo cristiano como el Antiguo Testamento: Pentateuco, Profetas y Hagiógrafos.

Estrofas 9 y 14. Setenta es el valor aritmético de la palabra “vino” en hebreo y la bendición de este vino santifica a Dios. Cincuenta se refiere a las bendiciones recibidas por los tres patriarcas.

* * *

“El que sabe calla, y el que no sabe habla”

En el mundo de los místicos, sin distinción de religiones, las palabras tienden a profanar y lo ideal sería callar: “El que sabe calla, y el que no sabe habla”, insisten todos y yo, distancias aparte, estoy de acuerdo con ellos. Pero todos sucumbimos al urgente anhelo de comunicar y al inevitable compromiso de utilizar la lengua, con todo lo frágil y pagano, diría yo, que esta creación, humildemente humana, implica.
El encanto irresistible, lo incomprensible de la magia de los textos divinos, no es un fenómeno restringido a la religión judía. Por ejemplo, en Turquía, donde me tocó nacer, el Corán fue traducido al turco por orden de Kemal Atatürk para que fuera comprendido por el pueblo. Pasadas unas décadas, todos volvieron al árabe original, a pesar de que sólo pocas personas lo comprenden. Ello evidencia que el dominio sagrado requiere de una distancia, de una lejanía de lo cotidiano y que el sentido literal de los textos es menos importante de lo que suponemos en esta época nuestra, tan perjudicada en favor de “decirlo todo”.
El Rabino Matzliah Melamed, jefe espiritual de la comunidad sefardí de Miami, Florida, y recopilador del Sidur Tjelet Matzliah Hashalem (Miami, 1978), libro de plegarias según el rito sefardí consultado para la versión que presentamos, al llegar a este himno se disculpa: “Teniendo esta melodía un sentido cabalístico, no puede traducirse literalmente. Por esta razón hice una traducción libre, dándole el sentido cabalístico más aproximado al que este cántico nos quiere transmitir”. De esta manera elegante, supongo, se ahorra tener que enfrentarse con el motivo espinoso de la “sacra cópula”.

El gran “accidente” cósmico y su redención

Las iniciales hebreas de Isaac Louria, el ashkenazí, crean la palabra Haari, es decir “El León” y por esto sus discípulos recibieron el apodo afectivo de “Los cachorros del León Santo”. El grupo de Rabí Isaac Louria y sus “cachorros” extasiados, se refugiaban en las montañas de la Alta Galilea, en los alrededores de Safet, para meditar en la naturaleza con absoluta devoción y entrega, utilizando kavanot, es decir, invocaciones, intenciones, o combinaciones mágicas conocidas por los iniciados, para acercar la llegada del Mesías esperado, la redención del pueblo de Israel y de todo el universo.
A diferencia de las teorías cabalísticas anteriores, Haari desarrolló su teoría de la creación del Universo, que curiosamente se acerca a la teoría del Big-Bang de los astrofísicos modernos: la teoría del Tsimtsum, o sea la concentración o el misterio de la contracción de la divinidad omnipresente que posibilitó un espacio “vacío de su presencia”, si se puede utilizar este término paradójico, y que propició la creación del universo material, inferior a la Luz primaria, el bien del Génesis. Como resultado de este “accidente cósmico”, el universo sufrió una explosión y sus nitsotsot, partículas, centellas, como aquellas chispas de oro puro, se mezclaron trágicamente con las kelipot, las cáscaras de materia gruesa, inferior, mala. Desde entonces, estas chispas dispersas y cautivas dentro de la materia inferior anhelan acercarse la una a la otra para reconstruir la unidad primaria, lo que significaría la última salvación.
Tal teoría, que a primera vista parece muy esotérica, alejada de la vida cotidiana, logró dar una explicación más convincente sobre el origen del mal existencial. Por darle al ser humano una misión decisiva, resultó tener una influencia notable: el ser humano, con sus hechos, pensamientos y actitudes puede impregnar de santidad todos sus actos, hasta los más ordinarios, como la comida o los contactos sexuales. Mediante sus actos positivos, cualquier hombre, por más humilde que sea, puede participar activamente en la redención, es decir, unir las partículas, “ayudar a Dios” si se puede decir. O lo contrario, con sus actos negativos, fortalecer el mal y alejar el triunfo final de lo bueno, actuando contra la voluntad divina de realizar la redención.

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