Sunday 19 July 2009

Capítulo 5
LA RENDICION

Una osadía nueva, extraña, le acomete en esta hora difícil. Calcula y ejecuta. Imposible salir en los recreos. Un carcelero implacable hace guardia en la puerta. Solo después del timbre suele abandonar su puesto para retirarse a su sotano-vivienda en el edificio. Durante la marcha desde la explanada donde se alza el mástil con la bandera que se iza los viernes por la mañana, rumbo a las aulas, para comenzar una día de deprimente estudio. Se terminó de cantar el himno. Las filas de tres avanzan marcando el paso en dirección al adusto edificio. Nadie detendrá la caravana hasta que sea devorada dentro de las aulas, hasta que cada niño quede aprisionado en el cepo del pesado asiento de madera. Antes que el portero cierre el portón de hierro del patio, para volver a abrirlo al medio día. He aquí el momento.
Las filas de tres marchan ya sobre la galería del piso bajo a la cual se abren las aulas de los primeros grados. En el recodo, antes de entrar al aula, hace de tripas corazón para dejar caer el l lápiz al suelo, entre la maestra y el tramo de escaleras, apartarse de su terceto, los que siguen se apresuran a cerrar el hueco, agacharse con el pretexto de levantar el lápiz y de allí escurrirse y huir. ¿Hacia donde ? Hacia el portón. En los ojos de la maestra estupefacta asoma una mirada de "­Eh, tú! ¿Dónde vas?", pero el ya esta afuera, y del patio que se va vaciando, a casa.
Corriendo como una bestiecilla asustada que huye de cazadores invisibles, temiendo mirar hacia atrás. Tal vez hayan enviado tras el a niños que son buenos corredores para capturarlo. Muchachos rebosantes de odio que se dicen, seremos feos y hambrientos, pero coraje nos sobra, y acabaremos por cazarte, conejo pusilánime, por clavar el diente en tu blando pescuezo de niño mimado. Te arrastraremos, te entregaremos. Colocaremos complacidos tu cadáver a la puerta del despacho del director.
Quizás el portero se haya dado cuenta de lo que pasó y ya dio la voz de alarma. Es posible que en esta momento uno de los maestros acorta la distancia, dando un rodeo, y aquí, en el recodo, le pondrá la mano encima, hasta el agotamiento de las fuerzas, hasta el ardor de la garganta y el dolor en las costillas, hasta la picazón de los ojos. Una mula cargada de cestas de verdura viene, embalada, hacia el. Alarmada, se desvía del camino y tropieza con la pared. A su lado, un campesino grita su mercancía y maldice a David con ganas. Este no presta atención. Por el contrario, redobla la carrera para alejarse de la zona del peligro. Bañado en sudor, jadeante, ansioso por llegar, por tocar las puertas de madera del santuario seguro. Allí, el fugitivo encontrar refugio. Lo respaldar n e incluso tratar n de calmar su borrasca interior. Y si es necesario contar, contar . Su corazón angustiado hablar , expondrá su dolor, y ellos comprenderán. Tienen que comprender.
En el mercado de pescado de la judería, infinidad de tiendas y estancos. A uno y otro flanco verduleros y pescaderos. David es devorado y arrastrado por la presurosa muchedumbre. Aquí y allí tropieza su vista con un tugurio de hojalatero, que moldea en la
plateada hojalata todo lo que uno puede imaginar, un balde, una lata para aceite, una chimenea para el humo de la estufa, un cuenco y hasta un candelabro de Jánuca para pobres. Aquí y allí pilas de jaulas con aves para el sacrificio: Enormes pavos junto a gallinas multicolores que cacarean y dejan caer sus excrementos sobre la jaula de abajo. Las víctimas sacuden las cabezas y se vengan ensuciando a las prisioneras de las jaulas que est n debajo de ellas. Entre las jaulas, en uno de los callejones, trabaja el matarife en medio de un charco de sangre. A sus pies se sacuden y saltan las gallinas después del degüello. De pronto se levantan para dar un paso, otro m s, huir, para abatirse nuevamente sobre la tierra. Una pirueta m s con ojos desencajados y manchados de sangre, que ofuscan a David, quien debe capturar a su gallina degollada y apresurarse para traerla a casa.
Pesada es la gallina en el camino de ida. Una y otra vez vuelve la cabeza hacia arriba para picotear sus manos arañadas. Siente un miedo rebelde, nauseabundo. Por que lo eligen a el para esta tarea. El no dirá como su hermano, " No quiero, y hagan conmigo lo que les de la gana.
Péguenme, griten, si quieren ". Sumiso apresa las patas del ave y camina silencioso y pálido de pavor vergonzoso. De vuelta, la sangre gotea, gota aquí y gota allí, señales en la ruta. También sobre sus zapatos. Sudor y estremecimiento atraviesan el cuerpo caliente del ave y se trasmiten al cuerpo de David. El no comer de la carne de este animal mísero y perverso. No, que coman los otros. El no hincar y el diente en esa miserable carroña. Pero en su fuero intimo sabe que comer junto con todos. A casa, pronto, lo mas pronto posible, para lavarse las manos de suciedad, recuperar el aliento. El resto lo hará el olvido, reparador, blando, sabio.
Estancos de pescaderos brillantes de plata, de delicado celeste de escamas. Y entre los pescados permitidos siempre algún pequeño cangrejo, una criatura impura arrastrada fortuitamente al barrio judío. Es posible recogerlos gratis entre los desperdicios de los estancos. Pesecitos estremecidos que se deslizan de la mano a la tierra entre las piedras de la calle. David y su nuevo amigo, Vitali Soriano, se llevan consigo un pecesito vivo. Tratan de hacerlo flotar en uno de los charcos. Si nada, se zambullir y reaparecer ý para dar gracias a sus dos salvadores que lo devolvieron al agua. El pescadito se sacude en el barro hasta volverse panza arriba. Entonces lo llevan a casa para lavarlo y ponerlo en un balde de agua, o en un frasco transparente, donde puedan verlo en toda su belleza, plateado y elastico. Pero no es este el recibimiento que se da al diminuto huesped que dejo de sacudirse. " Tírenlo inmediatamente a la basura, y a lavarse bien
las manos - se les ordena. No hay porque‚ traer a casa toda carroña
maloliente que se revuelca en el mercado ". "Lastima, lastima ! "
Vitali no es del mismo patio. Vive en la vecindad de la sinagoga portuguesa. La casa de sus padres est en el segundo piso. Su padre vende pescado en a feria. Hace eso cuando no se va a las montañas, de caza. De los desperdicios de su estanco recogieron el pescadito que no quiso nadar en el charco. De lo alto de la puerta de su casa y de las ventanas cuelgan, desde el ultimo verano, collares de vainas de orca, peluda y seca, relucientes pimientos rojos, trenzas de cebollas y ajos, racimos de pescados disecados.
Vitali se complace en contar historias sobre las expediciones de caza de su padre, allí en las montañas que circundan la ciudad. Lejos, en lo profundo del bosque, se sienta junto a sus camaradas los cazadores en torno a una hoguera, y escucha fascinantes historias. A veces también Vitali es de la partida. Así lo cuenta a David quien lo contempla carcomido por la envidia y la curiosidad. En la montaña hay un oso que sale en busca de alguna muchacha que le haga de mujer en su cueva. Le lame los pies con su lengua áspera hasta que la pobre no pude pisar y fugarse. Allí vivirá y parirá para su dueño feo y peludo. Los lobos no se interesan por las muchachas. Se allegan a las casas en los inviernos nevados, arrastran a una criatura de su cuna y se la comen viva. Hincan los dientes en la garganta del niño y se lo llevan. Su sangre gotea sobre la nieve. Los airados campesinos los persiguen, horquillas en ristre, pero es inútil. El hambre y el frío volver n a traer a los lobos a los umbrales de las casas, o debajo de las ventanas, para atisbar a su presa entre espantosos aullidos. El campesino rodea el pescuezo de su perro con un collar de hierro claveteado, pero el lobo se burla de el. Ahuyenta al perro junto con su collar, o le arranca las entrañas.
Otra historia son las víboras que moran en las afueras de la ciudad. Algunas de ellas hablan como personas muy inteligentes. Tienen fuerza mágica para causar tremendos daños. Los mas grandes son capaces de devorar a una elefante. A falta de elefantes en nuestra zona, se conforman con un camello perdido. La fogata de los cazadores es la que impide que todas esas malas bestias se tragan vivos a Vitali, su padre y sus heroicos camaradas.
Pero hay una bestia que es la m s maravillosa de todas - prosigue el amigo de David, y llega al meollo de su relato - Es una bestia pequeñina, no mas grande que un conejo. Su aspecto es el de un disco peludo y es el mas astuto de todos los animales montañeses. Sabe que los cazadores acabar n por fatigarse de contar historias. Después de comer su pan y beber su vino, cada cual se buscar su rincón para dormir. Poco a poco la olvidada fogata se ir apagando. La bestia espera a la distancia, clava los ojos y elige a su víctima entre quienes rodean la fogata. Espera la hora oportuna y entonces, sin ruido ni advertencia alguna, se arroja rodando sobre el pobrecito, pelota de ira y fuego, corta, muerde, araña y desgarra sus carnes. Hasta que sus camaradas vuelven en si para avivar el fuego y correr en auxilio del atacado, la astuta alimaña estará ya lejos del lugar del hecho.
- No cabe duda que no se trata de un animal - apunta sesudamente David, después de una larga reflexión.
- Es un animal, el mas espantoso de todos - se defiende Vitali.
- Pero cae de maduro que es un maligno disfrazado de animal - prosigue David, con aire de entendido -. De modo que no hay arma que lo pueda.
- Guay del cazador que cae víctima de el - trata Vitali de poner fin a su relato.
- Salvo - le interrumpe David, triunfante - salvo que conozca el
conjuro adecuado para alejarlo, para despojarlo de su fuerza con
el poder de la palabra. No cabe duda - insiste David exponiendo su docta teoría ante su ofendido compañero.
La primera visita para la inscripción fue espantosa. De mano de la madre, quien llevaba la cédula de identidad y otros papeles necesario. Sobreponiéndose a su emoción entran por el portón de hierro de la escuela al patio grande. De inmediato a la izquierda, cinco o seis peldaños de piedra, de allí a una terraza, y de allí al despacho del director, Musiu Israel Botón, escondido y al acecho en la espesura de su reino de sombras. Pero eso no es lo importante, delante suyo, sobre la tierra del ancho patio se desarrolla un espectáculo insólito. Una pista, y el juego se llama "que nadie este quieto". El patio esta lleno de chiquillos y muchachones que ruedan uno sobre el otro. Un revoltijo de pescados agitándose sobre el estanco del mercado. Desde la pared del edificio hasta la tapia que remata en un hilero de botellas rotas para que nadie se atreva a escapar. Empujones y caídas intencionadas para salvarse del empujón, de los golpes de los mas fuertes. Maraña de cuerpos que viborean, emiten risas, llantos, gritos. Manos que se extienden hacia el enemigo, cabezas que golpean en todo la que est en torno. Patadas, aullidos, alharaca. Se celebra el fin de curso. El anuncio de la proximidad de un verano cálido y libre para los asiduos de un establecimiento colmado de varones.
Otoñal, lluvioso y agorero se inicia el primer año de estudios. El patio esta lleno y envuelto en angustia. Irrumpe el timbrazo. Una multitud de niños rapados, vestidos con túnicas negras y cuellos blancos postizos, se disponen rápidamente de tres en fondo. Pequeños son los soldados. Tristes marcharan al compás de un pito en boca de una maestra, entrando en fila al edificio. En la entrada se dividirán en dos cabezas : los primeros y segundos grados a las aulas del piso bajo, y el resto, hacia la derecha, por una amplia escalera que lleva al segundo piso, cuya baranda abierta da al piso de madera de los pequeños. En los recreos, los grandes escupen desde arriba sobre las cabezas de los pequeños. Por lo tanto hay que desplazarse a lo largo de las paredes, y en el centro de explanada expuesta a los francotiradores.
Todos los días marchan pegados a la pared, desde la entrada hasta la puerta del aula y allí, ordenadamente, cada cual a su asiento. Tres en cada banco. Allí cada niño colocara su cartera y sus trapos en el cajón del pupitre. El banco y el pupitre forman una sola unidad. Sobre la tabla del pupitre una mezcla de rayas, nombres, malas palabras, dibujos cincelados con clavos, con cortaplumas, con navajas rotas. Producto de trabajo empecinado de generaciones de alumnos.
En la maleta de tela, textos, cuadernos. Estos últimos generalmente nuevos. No así los libros, que ya estuvieron en la escuela el año pasado, tal vez el anterior, ­ quien sabe! destrozados y sucios pasan en venta de año en año, de niño a niño. Quien tiene un hermano lo recibe del hermano y quien no lo tiene los compra a niños mayores.
Los mas listos no necesitan comprar nada. Tienen su propia manera de completar su equipo sin gastar dinero. Lo roban todo de los mas pequeños, los débiles y timoratos. Cuando estos lo descubren rompen en amargo llanto. En la casa reciben sopapos y reiteradas advertencias, pero no se animan a quejarse ante el director de adusto rostro, especialmente por temor a la mano vengadora de los bravucones del aula. De modo que todos están atentos a sus maletas durante la lección. En los recreos la entrada a las aulas esta prohibida, pero no para los listos, para los astutos, quienes encuentran su camino hacia las maletas. Libros y cuadernos, sandwiches y frutas, lápices y sacapuntas, cajas de útiles y todo lo que les pone a mano lo toman y no lo devolverán jamas. Grande es la vergüenza y el dolor, mísera y humillante la confrontación con los padres que acusan: " hasta que logramos reunir el dinero para comprar el libro va este infeliz y lo pierde al día siguiente. Como comprare otro? ¨Y la caja de útiles? ¨Y el cuaderno? De donde saldrá el dinero? Vete sin caja de útiles, sin libro y sin goma de borrar. Aprende a cuidar las cosas que se consiguen a costa de tanto esfuerzo "
Los lápices son el articulo de mayor demanda. Rápidamente pasan infinidad de manos. Llegan a la escuela en una multitud de colores, cada producto con su forma y señales particulares. A semejanza de los niños, que llegaron a la escuela quien con pelo lacio y quien con rizado, ralo o espeso, negro o rojo como la zanahoria, y ahora están todos cortados al ras por precaución contra los piojos, así fue la suerte de los lápices. Todos rapados a navaja para que nadie venga y diga, " es mío, tengo grabado mi nombre grabado en el". Todos los lápices son del mismo color madera rosado, como ratoncillos recién nacidos. Después de la afeitada que iguala a los lápices como a los presos de una cárcel o a los niños de una misma escuela, viene el momento de roerlos. Ningún lápiz escapa a este destino. Después de un corto tiempo son chatomondos, de carcomidos traseros. No pasó mucho tiempo y la paciencia de David se colmó. En secreto y clandestinamente, cuaja en el la resolución, huir a toda costa. A casa, al seno materno y a la falda de la abuela. Estar en compañía de seres humanos, no de animales salvajes que muerden y escupen veneno. ¨¿Porque lo abandonaron, arrojándolo a las fieras sin compasión? No se quedar. Aunque le peguen, a este pavoroso recinto no regresará.
En la escuela hay letras grandes y negras en cantidad. Entre las columnas negras aparecen figuras del color de zanahoria, rojas, de otros colores y nuevamente letras. Todas negras. "Nuestro padre Ataturk - recita la maestra desde su tarima elevada y lejana, y los niños repiten tras ella, con voces estridentes - Ataturk amaba a los niños. Nuestro padre Ataturk ha muerto. Pero está vivo. Muerto y vivo. En nuestros corazones, en los corazones de los niños, sus niños. Ataturk de los niños. No está muerto. No. Muerto. No, nuestro padre. Somos turcos. Turquía es nuestra amada patria. Nuestra madre Anatolía rebosa de amor materno. Anatolía es nuestra madre, y nuestro idioma, el turco. Porque Turquía es solo para los turcos. Nosotros. No murió. Los niños. Nuestro buen padre que tanto nos amó. Murió y nos dejó. Pero no ha muerto y est aquí . No se debe hablar en otro idioma. Ni aquí ni en la casa. Quien sea sorprendido, ser castigado. Ni nosotros ni nuestros padres hablaremos Judeo-española en el secreto del hogar. Pobre del que lo habla. Ciudadano, habla el turco. Todos hablaremos sólo en el idioma de nuestro padre que tanto nos amó y nos abandonó después de hacer tanto por nosotros. Grande es nuestro dolor, Ataturk ! "
El frío en el aula es intenso, porque no hay estufa. Y si la hay, se encuentra junto a los pies de la maestra. Se acurruca allí como un gato y dirige todo su calor debajo del vestido. Niños de cabezas rapadas, enjutas carnes, mal aspecto y mal corazón. El invierno es duro, cruel. El invierno es el castigo de los pobres. Los alumnos que se distingan recibirán, así lo prometen, un suéter. Gratis. Quien tenga suerte recibirá un suéter de hermoso color. Hay pocos suéteres de lindos colores. A quien la suerte le sea adversa obtendrá un suéter cualquiera, de los que quedan. "No repartirán zapatos este año - comenta la madre de David en casa - y hay que comprarle algo al niño. Sus dedos asoman por los zapatos de Rafael que está usando, con la punta cortada para que el pie pueda crecer hacia afuera" .
Pero no a un refugio cálido y sereno llega el fugitivo. Corre por su vida, hasta confundirse y equivocar el camino, y finalmente llega. Como un ave a la trampa de su jaula, as¡ cae el refugiado. Las ropas en desorden, sudoroso, enrojecidos los ojos. Pero no es eso lo que imaginó. Que le paso y que ocurrió. Alarmadas le salen al encuentro y le preguntan que le paso y que le duele. Que ocurrió y donde, y porque tuvo que volver a casa.
- ¨ Te heriste, acaso? - con preocupación sincera, ansiosa.
- ¨¿Te caíste en el camino, o algún coche, o que?
- Bebe agua, descansa.
- No temas. Bebe primero.
- No, no.
- ¨¿Que significa, no? - una chispa de fuego se apago ya dentro del cobarde.
- ¨¿Que? ¿Te fugaste? - como una catapulta, como un cachiporrazo en la cabeza.
- No...yo. no... me vine.
- Pero ahora todos estudian, ¿no? - con aparente inocencia. Ya operan astutamente. ¿Que le espera ahora?
- Si, en clase. Pero yo, yo no quiero estar allí, porque ... - las lagrimas lo estrangularon. No las lagrimas sino los rostros que de esta manera van endureciendo a ojos vistas, haciendosen hostiles. Al comienzo fue la preocupación, la alarma. Dejando sus ollas corrieron a auxiliarlo, mientras se limpiaban las manos en los delantales. Pero antes de escuchar y antes que pudiera explicar, expresar lo que siente una bandada de aves de rapiña se abate sobre el, para picotearle la carne del cráneo descubierto.
- ¨¿Y que piensas hacer aquí? - lanza la abuela Perla su saeta envenenada, que da en el blanco. Las palabras se le clavan en lo mas hondo. Precisamente ella, la que siempre lo defiende, incluso de su propio padre.
- A estas horas los niños deben estar en clase, estudiando. ¿Que mejor que eso? - apunta la madre, como si no se dirigirá a el, sino a un corro de escuchas -. A mi no me mandaron a la escuela. Yo a esa edad rasqueteaba pisos en casas ajenas.
Que los dejen en paz. Que el circulo se rompa. Que quiten de en trono suyo esas faldas que lo encierran como un muro y por encima los ojos que se engranan, las bocas que cuchichean, aconsejan, silencian, tranquilizan, se encolerizan y riñen. Porque no lo dejan tranquilo. Entre bruñidos cuchillos. Que puede explicarles. Quien le presta oído. Quien trata de comprenderlo.
- Y que le diremos a tu padre, a tu abuelo, a los vecinos.
- Tendrás a cuchilleros y ladrones por compania. De ellos aprenderás y te harás hombre.
- ¨¿Te propones revolcarte en las basuras con perros callejeros y niños depravados, mi hijo querido ? - con amarga burla, con voz fustigante. Su madre.
- No esta bien, no esta bien. Si eres un chico inteligente - revolotean las aves de rapiña, de amenazante pico, sobre su cabeza.
El llanto le cierra la garganta. Si supieran quienes eran esas inocentes criaturas que concurren al maldito Talmud Tora , no lo enviarían a ese lugar. No lo expondrían a sus malignos ataques. El frente se consolida y todos ya están contra el. No habrá piedad. Nadie lo escucha. Sólo se quedó. Desde muy abajo, desde la punta de sus dedos, se alza, borbotando, la ofensa y el bochorno llegando hasta las raíces del pelo que brota de su cuero cabelludo. El mal lo va cercando. No hay cuerda a la cual aferrarse ni peldaño para el pie que quiere escalar el pozo. Un tajo profundo se revelo en su ser intimo. Dejo de lloriquear y se quedo quieto, regañando, en su rincón. Su corazón no presta atención a lo que le dicen. No llega a comprender el motivo de la consulta. No le importa lo que decidan. Tal la caída de quien no se volver a levantar.
El fugitivo es la oveja negra que deshonra el nombre de la familia. No se parece en nada a su hermano y hermana, que son buenos, estudiosos, progresan en sus estudios y son la envidia de todos. Los señalan con el dedo en el patio y en la calle, los alaban y elogian. Que aquí, en la misma casa, se haya criado alguien capaz de huir, no del ejercito ni de la cárcel, sino - inconcebible - de un Talmud Tora judío que le dará la oportunidad de llegar a ser un hombre bueno e instruido. ¨¿C¢mo se presentara su madre al director? Ella es quien lo persuadió que lo aceptara pese a que todavía le faltaban algunos meses. Solo gracias al buen nombre de su hermano consintieron en recibirlo. Y ahora vean Vds. que decepción, como un granuja, como uno de los pequeños de cuentos que rondan por las calles.
- Es mejor que tu padre no sepa nada de lo que paso - agrega la abuela Perla, desde las esferas superiores.
- Como si me faltara quehacer... y todavía en viernes - se queja
amargamente la madre.
- Nosotros no le contaremos a tu padre - tercia Bojora Ventura, la vecina de enfrente, con aire de conjurada- . Y tu, querida Oro, llévatelo. Explícale al maestro que fue por culpa de un dolor de barriga. Gracias a Dios el dolor paso, y el vuelve. Lo recibirán.
Su mano dentro de la tenaza de la mano firme de su madre. Se arrastra, tras ella. Suspiro tras suspiro. Pavor, fatiga. Odio que fluye y se arrastra, ciego, dentro de un corazón en borrasca. Ella camina con enérgico paso de soldado, haciendo sonar sus zapatos claveteados sobre la acera. Apresura la marcha con resolución. El en parte camina, en parte es arrastrado con impaciencia.
Frente al despacho del director, le ordena, con un dedo frente a sus ojos, a esperar sin moverse. Ni un paso siquiera. Aquí, junto a la baranda, hasta que ella salga a llamarlo. Es casi mediodía, y pese al invierno fluye de su cuerpo un extraño calor. Todos están de parte de sus enemigos, sus acusadores, sus entregadores. Ella sale. Una vez mas, el mérito de su hermana lo salva. Solo gracias a su hermano Rafael lo recibirán en forma condicional y en base a la palabra que ella acaba de dar al señor director. De inmediato, con el fin del recreo, entrara directamente en el aula y se dirigirá a su asiento como si nada hubiera ocurrido. Pero solo por esa vez, sin castigo. Es una favor especial. Todo depende ahora de el, de el solamente. Que aprenda su lección.
David regresa abatido a su lugar entre los tres, al cepo del banco de escuela. A ejercitarse en raspar lápices de toda posibilidad de identificación. A especializarse en matar piojos durante las clases. Poco a poco va progresando. Largos días en los que la pausa del almuerzo cruza como un ancho sendero dentro de un desierto de arena sin vegetación, sin sombra. Entre los últimos de la escala de la fuerza brutal, escala que determina el lugar de cada uno, desde los gandules mas selectos y violentos hasta los míseros criados, débiles, zalameros, los escuderos, los mandaderos, los llorones. No exactamente el ultimo. Tiene algunos debajo suyo. Sumiso se aviene a su destino.
Abatido, pero no sin ninguna esperanza. Hacia el fin de ano comienza el mismo a probar el palo desde el extremo de la pizca de miel reservada a quienes atormentan a los mas débiles que ellos. Poco a poco empieza a practicar lo que le hicieron a el, en aquellos que están debajo suyo y he aquí un piojo que cazo en su propia cabeza. No se apresura a matarlo con la una antes que se escurra. Lo retiene entre el índice y el pulgar hasta que logra colocarlo en la cabeza del niño sentado delante. Los que lo flanquean a derecha e izquierda contemplan y disfrutan. Contiene la alegría para que no estalle. Su mérito sube para ellos uno o dos peldaños. David aspira con constancia a una etapa superior. No pretende figurar entre los primeros, pero no renunciar al placer de subir el próximo peldaño, inseguro, tentador, lleno de peligros.
Sus mejores amigos provienen del grupo de huérfanos que llegan todas las mananas desde su internado como una patrulla de soldados, y forman una unidad aparte. Los huérfanos, sus aliados, componen un bloque peculiar en medio de la multitud de niños pobres cuyos padres vivos no pueden enviarlos a la "Alliance Israelite Universelle”, la prestigiosa escuela en la cual niños y niñas estudian juntos. Allí van los niños privilegiados, que chapurrean francés y que no quieren trato con la chusma rapada de maletas de trapo.
Una alegría autentica siente David cuando se une a su banda, a los huérfanos y sus adulteres, en la persecución de los niños atrasados del aula preparatoria, "El azil". Se apiñan allí los mas pequeños y aquellas que de ninguna manera logran incorporarse al primer grado, para que no vaguen por las calles. Los últimos de los últimos en la escuela. El peldaño mas bajo de la escala en el fondo del pozo. En cuanto irrumpen de su oscuro agujero los arrinconan. Los hacen girar y le gritan directamente al oído, "zilo-zilo-al azilo", y nuevamente, más alto, "zilo, zilo, al azilo". Así le cantan su ignominia a las míseras criaturas.
David se une a sus compañeros y entona con toda el alma y en alegre carrera las ofensivas rimas, que arroja como balestras bien dirigidas a los atemorizados pequeños, quienes guardan de reaccionar. Bálsamo dulce y reparador que cura dolores y candentes ofensas absorbidas durante un año entero. Y dulce es el sabor dela travesura y la acción.
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