Saturday 18 July 2009


Capítulo 13
PALADINES DE LA FE

Este año la carga de los estudios es más pesada que en el anterior. Materias nuevas, desconocidas en el tercer grado. Nuevos maestros y maestras. De anatomía, de geografía, de dos idiomas extranjeros, Francés y Hebreo.
Las lecciones de Sr. Shelomó Leví, el maestro de hebreo, son sumamente aburridas y fatigan a David hasta la tristeza. Para el no hay nada nuevo en la bendición del alimento y en el Shema, pues las aprendió en su casa, a temprana edad, pero el señor maestro no pasar a los capítulos siguientes hasta que los cuarenta alumnos sepan esas sencillas oraciones. Para este propósito trabaja con ahínco dos meses enteros, dos veces por semana. El lee y los niños recitan por turno, y cada niño debe leer al pie de la tarima, con su libro de rezos personal en la mano.
Esa repetición de palabras ininteligibles infunden desazón y melancolía en los corazones. Después llega el turno del libro de lectura que tiene dibujado un racimo de uvas en una esquina de la tapa rosada, letras cuadradas con puntas y rayas debajo. "Me llamo Zejaria y mi padre se llama Saadia" - lee el maestro las rimas que caen que caen sobre el oído como una pedrada sobre latón. ¿Son esos nombres judíos? - se pregunta David. Si es así, ¿por que no se los escucha en nuestras calles? Todo lo relacionado con esta lengua, que la gente bisbisa y recita sin entender el significado de sus vocablos, es peregrino y lleno de misterio.
El señor Levi es un hombre enfermo del estomago. Por cierto que existe una estrecha relación entre sus tétricas clases y su semblante y estado de animo. Con su traje oscuro, abotonado, permanece escondido detrás del escritorio colocado sobre una alta tarima y pintado de un negro pegajoso. Estrangula su cuello una corbata color vino. ¿Por que no la desata? Su semblante es amarillento, como si acabara de vomitar. Lo primero que hace al entrar al aula es pedirle a un niño que le traiga un vaso de agua, el cual permanece sobre su escritorio a la vista de todos. Pareciera que el maestro lo hubiera olvidado allí y no hay la menor señal de que alguna vez le preste atención. Uno a uno se levantan los niños de sus asientos y van a pararse al pie de la tarima, de cara a la clase y de espalda al maestro, y leen la oración. De vez en cuando el maestro dispara una corrección, entre carraspeos. El alumno se corrige y continua su recitado.
Como su turno ya paso, David queda libre para observar el vaso huérfano del maestro, a la expectativa de futuros acontecimientos. Y efectivamente, desde las profundidades del traje el maestro extrae un saco de papel cuyo contenido vierte dentro del vaso. Dos niños alcanzan a leer y retornar a sus asientos, hasta que el Señor. Levi alza de la gaveta una cucharilla y la sumerge en el vaso. El maestro contempla la espalda del alumno que lee, mientras con la mano derecha revuelve con la cucharilla.
David contiene la respiración. En la clase cesa la caza de moscas y el comercio de trueque que se desarrolla entre los pupitres. Todos los ojos se posan en el vaso. La espuma se levanta sin que el maestro pare mientes en ella. Llega al borde del vaso, sin que merezca la atención de nadie. David siente un fuerte impulso de gritar, señor maestro, el vaso. Traga saliva por la emoción. La espuma se levanta y desborda. Los alumnos lanzan un suspiro de alivio y el niño que lee interrumpe su lectura. Solo entonces nota el maestro la bebida que se derrama del vaso al escritorio, y de el al piso de madera, y bebe lo que queda de ello. Mientras lo hace, tuerce el gesto. Finalmente extrae un enorme pañuelo, no muy limpio, y borra las huellas de la espuma de su boca y sus gruesos labios. El timbre salvador. Con todo, hay quien escucha las preces de los niños judíos, sus m s profundas ansias.
De una fuente inesperada se infunde un poco de alegría en las lecciones de rezo. El señor Reuben Carmona, quien prepara a los niños de la ciudad para su Bar Mitzva, esta dispuesto a enseñar a los alumnos de Talmud Tora a cantar los Salmos con las melodías tradicionales. La abuela Perla es quien llamo la atención de David al respecto y le insta a ir a la sinagoga "La Jevra ", es decir, el Talmud Tora viejo, en sábado, antes de la oración vespertina. El camino hacia allí pasa por el mercado de la judería y la calle de las sinagogas. Todo el sector es judío y no hay peligro que los niños gentiles los ataquen. El patio de la sinagoga esta cubierto por piedras extraídas del lecho de los ríos; junto a la entrada, en las paredes de ambos costados, dos enormes placas. Una agradable frescor se conserva entre sus muros y la luz penetra a través de los vitrales de la ventana, refractada y suavizada.
El Sr. Carmona es un hombre simpático y no infunde temor con el Sr. Levi en la escuela. David va con gusto a sus clases, a las que concurren solo unos quince niños de distintas edades. Los versículos de los Salmos, su melodía, despiertan en el añoranzas profundas. Pareciera que desde el día en que rezo con fervor junto al tabernáculo de la sinagoga Bikur Jolim, para pasar los odiados exámenes de matemáticas, no supo de emociones tales. Quien sabe, tal vez su destino sea el que sono para el la abuela Perla, ser Jazan o por lo menos uno de los asiduos lectores que recitan la lectura de la Tora con cadenciosa voz.
Pareciera que pasaron muchos anos desde aquellos días en que estaba seguro que la redención estaba a la vuelta de la esquina y el, el niño del barrio pobre, era un Mesías oculto que en el momento oportuno se daría a conocer. Desde entonces presencio muchos pecados en la calle, el mercado y la escuela, y los continuos hostigamientos de los pecadores, los bravucones del Talmud Tora, le sirvieron de dura lección. Y sin embargo su alma desborda con "Bienaventurado el hombre que no siguió el consejo de malos" y una humedad le llena los ojos. No estuvo en "camino de pecadores", y se siente triste porque en la "Ley del señor esta su delicia", y que será de el, y como escapar de la trampa y meditar en su "Ley día y noche". También "honrad al hijo para que no se enoje" con meneo de cabeza y cuerpo y una melancólica cadencia "que horada el alma" hasta lo mas profundo, hasta que "perezcáis en el camino", y no hay retroceso.
El portero de la escuela vive en uno de los pabellones del sótano. El y su mujer cocinan el almuerzo para los alumnos y limpian las aulas antes del oscurecer, después que el edificio se vacía de los quinientos gritones. En el incendio de la estufa de la sala de maestros el portero no hace participar a su mujer. Ese trabajo lo hace con gran dedicación en entrada techada del edificio, para proteger el fuego de la lluvia. Algunos alumnos, entre los m s antiguos y fuertes, lo ayudan. Ellos le juntan astillas para apresurar el incendio, apantallan con el abanico de plumas, rastrillan la ceniza superflua, se ríen y bromean. Extienden sus manos hacia el fuego y lo disfrutan en forma exclusiva. Si uno de los mas pequeños llega a cercarse al circulo se lanzan contra el: ¿que haces aquí, pedazo de burro? ¿No ves que el fuego necesita aire? ­ ¡Fuera de aquí!
Bension Sidi es alumno del quinto grado, que es el ultimo, pero todos saben que no llego a el por sus méritos de estudiante. Varios anos paso en cada grado y es ya un muchacho de voz gruesa. Tiene el pelo crespo y la piel cetrina. Todos temen trabar contacto con sus brazos musculosos. Es capaz de levantar un niño de cuarto grado y también de sostener una silla con los dientes, haciendo con ella toda clase de cabriolas. Va rodeado siempre con un escolta de escuderos que sorben sus palabras, que fluyen como un reguero sin fin. El es el ayudante principal del portero en el encendido de la estufa para la salida de maestros.
David ve un corro de alumnos y se acerca para ver que pasa. Sidi est haciendo lo que antes dijo que haría: coge en sus manos brasas ardientes y las pasa de mano en mano sin que su curtida piel se chamusque.
- Vengan a ver que a mi mano no le paso nada - proclama, victorioso. Entre quienes se acercan se apretuja también David para ver el truco, olvidado de que toda esa jarana no le concierne.
Lo dejan acercarse y cierran el circulo tras el. Sin darse cuenta se encuentra de pronto junto al moreno bravucón. Este contempla a David como a un huésped querido que se hubiera unido a la patota y al cual se debe brindar el recibimiento adecuado.
- Hazme un pequeño favor, ¿si?
- ¿Yo? ¿Me estas hablando a mi? - dice David, sorprendido por el honor - El, el jefe de la patota, se dirige a el, busca su amistad. ¿Es posible?
- Si, si, a ti ¿A quien, si no?
- No te entendía - se disculpa David.
- No es necesario que entiendas. Solo haz lo que te diga. ¿De acuerdo? - dice Sidi con aparente dulzura. El blanco de sus ojos corre de un lado a otro. Sus lacayos lo rodean, sonrientes, expectantes. David se siente incomodo, pero no hay retroceso posible.
- Me vistes asir una brasa. ¿si?
- Verdad - confirma David, sin comprender hacia donde apuntan las palabras.
- Pues me duele un poco el dedo. Mete la mano en el bolsillo y saca el pañuelo. No, en ese bolsillo no, en el derecho, si , en el derecho.
- Yo...no quiero...después dirás que quise robarte la plata...y me pegaras.
- ¿Por que voy a pegarte? ¿Y quien habla de plata? El pañuelo... el pañuelo.
Confundido y temeroso, David hace lo que le dicen, mientras los niños en torno se apretujan para calentarse las manos en la estufa. Otros empujan entre si y empujan a David, quien introduce la mano en el bolsillo del muchacho para extraer el pañuelo.
- Mas hondo, ¿que? ¿tienes miedo?
- No hay nada en el bolsillo - dice David, y quiere sacar la mano.
- Saca de una vez el pañuelo - se impacienta el gorila. David obedece y toca algo blando y cálido con susto y asco. Saca la mano. Todos brincan en su derredor, con desatada alegría.
- ¿Por que no juegas con eso? Es lindo - lo provocan.
- ¿Que tal? Una salchicha de carne, ¿eh? - pregunta el bravucón, mientras se sostiene el vientre y ríe a carcajadas. David huye despavorido. Desaparecer entre la multitud de alumnos, lavarse la horrible repugnancia con el agua del grifo. Se siente profundamente humillado y furioso consigo mismo. La nausea le sube de lo mas profundo de la garganta. Su curiosidad y desaprensión lo hicieron caer en la trampa. ¿Cuando escarmentar ?
Por una lado, judíos pequeños, por el otro, pequeños turcos. Las huestes de los buenos que emergen del barrio judío del centro de la ciudad, las huestes de los alevosos, enemigos de Dios, filisteos que bajan de lo alto de sus vecindarios. Los primeros, menos de diez, cantores de Salmos vienen de la casa del Señor Carmona. Difícil es para el señor Carmona, de suaves modales, bajar a la ciudad los sábados por la tarde, de modo que traslado sus lecciones gratuitas a su casa, en una de las noches de la semana.
¿Que le dio a un buen judío como el Señor Carmona por vivir en vecindad tan próxima con los gentiles, eso no lo entiende David. Si entrar y salir allí es un peligro. Extraños pensamientos vuelven a poblar de dudas prohibidas su corazón. Por lo visto, quieren ponerlo a prueba. Fuertes e intimidantes son los niños de los filisteos del monte, y frente a ellos huestes del Señor. Siempre los niños judíos se dan a la fuga. David y el negro Salomo y Vitali, y el hijo del pescador que se les pega pese a que ellos lo rechazan, huyen con todas las fuerzas de sus piernas flacas y constantemente lastimadas en las rodillas.
Al principio tratan de rodear el campo enemigo, evitando caer en la emboscada que les tienden. Pero en cuanto se enfrentan las piedras son extraídas de los bolsillos y se cruzan los insultos. Entonces los judíos huyen perseguidos a pedradas, confiando mas en la rapidez de las piedras que en su puntería o coraje. Y en plena carrera una piedra pega en la mejilla como una bofetada, y la sangre en la mano y las lagrimas y la tierra que lo embadurna todo. Salomo y Vitali, mas ágiles, se adelantan. El Salterio se desliza de la axila a la acera, destrozándose.
Ya en refugio seguro, donde no los alcanzaran los niños de los filisteos fugitivos se detienen para esperar a David, sangrante la mejilla, el libro de rezos roto en la mano. Conversación de fugitivos. Heroicamente resistieron la lluvia de piedras de los turcos. Solo David fue levemente herido. Podía haber sido mucho peor.

En la farmacia de Algazi le colocan en la mejilla un algodón mojado en alcohol. Solo un rasguño, pronto pasara, no hay necesidad de ir al medico. Suerte que la piedra no le dio en el ojo. Camino a la casa del Señor Carmona iba con el pecho hinchado. El Salterio lo defendía, como un escudo de hierro. Si una piedra llegara a pegar en el Libro caería de inmediato un rayo desde lo alto y calcinaría a quienes profanaban Su nombre y Su Santidad. El, el Dios de las Alturas, haría llover azotes sobre quienes osaban atacar a los estudiantes de su Santa Ley. Algo se desvirtuó incomprensiblemente durante la fuga. Debido a los ataques de los niños gentiles y el terror que infunden en David y sus camaradas, cesan las visitas a lo alto del monte y llega el fin de los salmos cantados.
Distinta de todos los maestros y maestras del Talmud Tora es Bella, maestra de francés, con sus vestidos de colores claros, sus faldas tabladas, sus hermosos bolsos de colores brillantes gratos a la vista, y por sobre de todo, con su cabellera larga y rubia. Entre todos los maestros, maestras y cientos de alumnos, no hay nadie que tenga el pelo de este color. Se sabe que es una mujer rica, que su marido es dueño de una librería en el moderno barrio de Alsandchak, sobre la costanera. No trabaja para mantenerse. Por el contrario, toma del negocio del marido libros y cuadernos, gomas de borrar y sacapuntas, y al cabo del trimestre distribuye premios y regalos a los alumnos cuyas calificaciones los colocan en el tercero, segundo y primer lugar de la clase. Bella es como una estrella de cine, y a menudo David la ve en sus sueños desplazando a María Montez, la reina de la pantalla, la m s grande de las artistas y su amante imaginaria.
El Salterio de David, descompaginado en la vergonzosa fuga montaña abajo, es entregado al tío Jacques Contente, quien compone sus hojas y los da a encuadernar. Al volver del encuadernador, David lo arrumba en el fondo del armario y allí queda olvidado. Su rotunda negativa a seguir yendo a las lecciones de Salmos entristece a la abuela Perla. Por consejo de los padres, David deja su cuarto y vuelve a dormir con ellos en el piso, junto a sus hermanos. Ya tiene diez años, y es demasiado grande para dormir en el mismo colchón que la abuela. El corazón de David se duele por la abuela Perla que desde que enviudo se niega a desprenderse de su oscuro luto, pese a que pasaron m s de dos anos desde el fallecimiento de su marido, el abuelo Nissim, que en paz descanse.
Quizás correspondiera devolverlo a su cuarto, a fin de aliviar su soledad, pero papa insiste en que se quedar con ellos. Desde el principio no las tenia todas consigo con el asunto de las ideas a lo alto del monte a la casa del Señor. Carmona. La herida del chico justifico sus aprensiones y le dio el pretexto para trasladarlo del ámbito de la anciana enclaustrada, sombría, al suyo. Después de todo, es su padre, y nadie le dirá lo que tiene que hacer. El dominio de la anciana no es ya el de antaño. Los achaques en distintas partes del cuerpo se alzan para abatirla y sujetarla de tanto en tanto al lecho.
Más lindo que el breviario y el libro de lectura sobre Zejaria y Saadia es el texto de francés. Es un libro de tapa blanda, casi lanuda, lleno de hermosas ilustraciones, y hasta notas musicales de las canciones que aprenden con la maestra Bella. Es un libro alegre, musical, dibujado, que abre horizontes llenos de promesa. Cada lección con su correspondiente lamina. El protagonista de todas las lecciones y las laminas es Pierre.
El mundo de Pierre no se parece absolutamente en nada al mundo de David. David lleva pantalones hasta la rodilla y una gruesa tricot que recibió de las damas de la Asociación "Vestir al desnudo" en el Talmud Tora . Pierre, en cambio, es un niño rico. El y sus padres se sientan cada cual en su sillón frente al hogar, vestidos con pantalones largos nuevos, camisas planchadas y hermosas corbatas. Pierre tiene una maleta de cuero con correas atadas a la espalda. David, en cambio lleva sus útiles en una bolsa de tela cosida por su madre. La casa de Pierre se encuentra a orillas del mar y desde el balcón se ven veleros, lanchas y los niños ricos nadando en la vecindad. Todo lo que aparece en el paisaje, en la sala de visitas, en el cuarto de Pierre, esta anotado con letras pequeñas en la pagina de enfrente, y la lista es larga.
Pierre sale en las vacaciones a campamentos, visita hermosas granjas. Durante la lección sobre su visita a la aldea la maestra Bella enseña la canción. "Il pleut, il pleut, ma petite bergere". Pierre tiene un cuarto de estudio para el solo con una mesa de trabajo, estantes para libros, sillones de cuero y cuadros colgados en las paredes. Todo el bien y toda la riqueza del mundo, todo lo que le fue negado a David y a los niños judíos de su barrio y su patio, todo lo recibió Pierre, feliz, bien vestido, hermoso. David ser Pierre cuando sea grande, cuando la suerte le sonría, cuando de alguna manera le sea posible, en algún lugar que no es aquí¡ y no es ahora.
A mediados de año, contrariamente a la costumbre, y por razones que nadie comprende, ingresa a la clase Daniel Ben Mayor. Quizás s haya sido trasladado, por alguna causa, de la "Alliance”, o tal vez de alguna otra escuela. De cualquier manera, su apariencia es insólita. Sus buenos modales, sus ropas limpias y su semblante sereno lo acercan a David. Ben Mayor se distingue por sus conocimientos de francés. David se queda sorprendido al enterarse que ese niño habla francés con sus padres y su familia. ¿Como es posible? También el tío Jacques domina el francés, lee revistas, pero hablar francés en casa - es toda una novedad, por cierto envidiable. Y otras cosas raras hacen en casa de Ben Mayor, ese niño que parece salido de las l minas del libro. En el verano sale de vacaciones con sus padres y no va a trabajar de aprendiz. Jamas trabajó ni ganó un centavo. Sus padres viajan en sábado y hasta almuerzan con sus niños es restaurantes donde se sirve comida que no es casher. Tienen una sirvienta para las tareas de limpieza, que duerme en uno de los cuartos de la casa. El la espía por el ojo de la cerradura mientras se viste. Dichoso de el, afortunado Pierre...
La idea de que la maestra Bella lo llame al pizarrón y el no sepa la lección o que recoja su cuaderno para revisarlo y se lo devuelva lleno de senales rojas, la sola idea le da grima. Bella no es como todas las maestras y si llegara a reganarlo, seria insoportable. Con energía, con gran esfuerzo, trata de ganarse el favor de esta maestra atractiva y simpática, que puebla sus sueños. Al final del primer trimestre David alcanza el segundo puesto de francés, después de Daniel Ben Mayor. Una caja de útiles de latón plateado y tres gruesos cuadernos, de tapa negra y aterciopelada, fueron su premio. Frente a toda la clase la maestra lo llamo a su escritorio y le estrecho la mano. El contacto de su mano sedosa de largos dedos lo atravesó de un dulce tremor, y todo su cuerpo aprecia participar de su sonrojo. Con piernas flojas de emoción regreso a su banco, poniendo cuidado en no caerse en el camino.
¨Le será posible alcanzar, e incluso sobrepasar a Ben Mayor, quien se gano un hermoso libro y cuatro cuadernos gruesos, como primer premio? ¿Como competir con un niño en cuya casa se habla francés mañana, tarde y noche? Alentado por el premio David se dedica con ahínco al estudio de esa lengua, para alegría de sus padres. La abuela Perla, cuyo hijo se fue a Francia y no regreso, no se mostró entusiasmada con el premio. David empezó a eludir los rezos matutinos y vespertinos, con gran dolor de la abuela. Tampoco David las tenia todas consigo, a veces temiendo venganza de la divinidad, a veces arrepintiéndose por su dureza de corazón. La buena abuela, tan pía y temerosa de Dios, respetuosa de toda cosa santa, teniendo a gran honra a los doctos de la Tora, aun cuando fueran aislados de "Ozer Dalim", ¿que diría si se enterara de su ambición de ser Pierre el francés y embarcarse a bordo de una poderosa nave hacia París, como pájaro que se evade de su jaula?
En el extremo del patio del Talmud Tora, frente al cobertizo, hay una terraza colgando, a la cual se sube por algunas escaleras. Pero la puerta a la que da ese balcón esta siempre clausurada. Es la puerta de la sinagoga anexa al Talmud Tora, que solo se abre para el rezo durante fiestas. Sobre la baranda de hierro los niños se apoyan sobre el vientre, se aferran con la mano derecha a la parte inferior de los barrotes, con las piernas para arriba, y con una osada voltereta aterrizan sobre sus pies en el patio. Hasta el mismo David se sobrepone a su miedo y salta. Es verdad que se entreno con ahínco para mejorar su caída. La fila es larga y todos se apretujan y saltan por turno. Sucede a veces que uno o dos muchachos permanecen de pie junto a la baranda para ayudar al saltador de turno a cumplir con la voltereta en forma debida.
La terraza de los saltos es un sitio frecuentado. En el hoyo que hay debajo suelen sentarse a jugar a la taba. El que pierde recibe golpes de un pañuelo a cuyo extremo se ata una pelota, para que duela. Por encima de el se salta revoleando las piernas y haciendo una voltereta en el aire. Dos o tres miembros de la patota de Sidi se secretean y suben detrás de Ben Mayor. El corazón de David presiente la desgracia y quiere advertir a su amigo y competidor, pero este ya lo saluda con la mano y corre hacia arriba. Los conspiradores se apostan a ambos lados del que le toca saltar. En el momento en que Ben Mayor revolea la pierna para la vuelta, lo asen por los tobillos, solo un segundo, y de inmediato lo sueltan. El impulso se quiebra, y en vez de que sus piernas se proyecten en un arco, el muchacho se precipita como una vela, directamente sobre el cráneo. Es dudoso que alguien hubiera puesto atención en la satánica maniobra y quien lo noto no osar denunciarla. El asunto fue r pido y alevoso. Aún si alguien los delatara dirían los bravucones de Sidi que Ben Mayor sencillamente tropezó con ellos. Ellos no lo tocaron.
Ben Mayor cae y la sangre le mana de uno de los costados. Se hirió seriamente. La sangre mancha sus ropas. Gran batahola. Lo arrastran al despacho del director a la entrada del patio y de allí es enviado al hospital. Al cabo de tres días regresa Ben Mayor con una enorme venda que le rodea la frente por encima del cráneo. El padre, hombre de distinguido aspecto, entra al despacho del director, y al cabo de un largo rato sale. También esta vez los bravucones se salen con la suya. Ben Mayor no vuelve al aula. Pasadas dos o tres semanas se llega a saber que la familia partió para Israel en uno de los primeros barcos.
David se siente triste. Un niño que era su amigo y un buen alumno, uno de los mejores, se vio obligado a dejar la escuela. Es el comienzo del fin para la clase. Cada semana que pasa se sabe de otro niño que parte para Israel. Pero la clase no se reduce. Niños de grados paralelos, cuyas aulas están repletas, son trasladados para llenar los claros. No vale la pena hacer amistad con los nuevos. Se acerca el fin del segundo semestre. David estudia con ahínco solo por amor a la maestra. Menudea los días claros en que el corazón ansia salir al patio grande y platica con los amigos que todavía quedaron. Al termino del semestre, en la clase de francés, la maestra lee los nombres de los merecedores de los tres primeros puestos. El ultimo en ser llamado es David, para recibir el primer premio. Es el primero de la clase en el conocimiento de la noble lengua francesa, la lengua de los privilegiados, que abre las puertas como una llave mágica. Todos los niños de la clase le baten palmas.
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