Saturday 18 July 2009

Capitulo 10
CHOCOLATE AGRIDULCE

Las finas astillas se consumen en el fuego, crepitando suavemente, con un sonido grato al oído. En el vientre de la negra plancha las brasas rosadas se sollozan sobre un colchón de ceniza gris. El rosado es un color dulce. Se puede estar mirando las brasas durante horas. Un limpio plumón blanco las cubre. Para removerlo, se alza un pestillo en forma de gallo en la punta de la plancha, se levanta la tapa y se sacude un poco. De tanto en tanto, hay que agregar un poco de carbón negro que no da humo. David se cuida de acercarse al trípode sobre el cual se colocan las planchas calientes. Se curó del encanto del fuego. Basta una quemadura. Una venda le envuelve el codo de la mano derecha. Torció la cara, pero no lloró.
- No temas. David, no es nada.
- Ser s un buen sastre. Esta es la señal.
- Ya paso ¨¿no es verdad?
- Hay acaso un sastre que no se haya quemado con la plancha? Ya tienes el sello del oficio. Puedes estar orgulloso.
Dos tareas le están reservadas aquí, y las dos tienen de común el
esfuerzo duro e ingrato. Untar trozos de tela de yute con jabón, para
endurecerlos. Cuando se lo coloca entre el forro y la tela del saco
proporcionan una buena silueta, incluso a quien tiene los pechos hundidos y los hombros caídos. Toma los trozos de tela de la mesa del cortador, los extiende sobre el piso y se pone en cuatro patas. Con sus dos manos apresa un pan de jabón del color de la cera y frota enérgicamente hacia adelante y atrás, ida y vuelta, de derecha a izquierda, e incluso en movimientos circulares. No hace falta que pasen horas. Bastan quince minutos para cansar sus brazos y desalentar su espíritu, de ya deprimido. No imaginó así su trabajo en el taller de costura de abrigos de señora, no así.
Su otro trabajo puede ser mas atractivo, pues supone la salida del recinto cerrado al aire estival y al alboroto de las callejas. No mas prisión con trabajos forzados, no mas interminable jabón de cera. Pero hay quien se empeña en afear todo lo hermoso:
- ­Davico! - ruge de pronto Alberto Cohen, el socio de negra cabellera baja a traerme un atado de cigarrillos.
No acaba David de captar la intención del patrón, cuando cae sobre el Aarón Gabai, el otro socio, de veinticinco anos de edad, flaco y pelirrojo. Su rostro enrojece al hablar y su estado de animo se acelera:
- ¨Que? Todavía estas aquí? Todavía no has vuelto con el atado? Yo en tu lugar ya hubiera alcanzado a llegar a la costa y volver.
David se pone en movimiento y sale. Como un perro de caza azuzado y de pocos alcances salta de dos en dos las escaleras, corre a la tienda de bebidas y cigarrillos, apretada entre dos viejos edificios junto a la entrada del mercado techado, arrebata un atado y corre como una flecha hasta el taller. Hubiera preferido demorarse junto a los carros estacionados. Los cansados caballos mastican heno y una espuma color naranja le cubre los belfos. Horas podría pasearse en la acerca contemplando los carros, sin moverse de allí, trabado solo por el miedo a los violentos careros. Sofocado y resoplando irrumpe en el taller, seguro de que no se harán lenguas de su rapidez, pero una ducha fría lo espera:
- Donde estuviste hasta ahora? - todos te estuvieron buscando - se enoja el del pelo negro.
- Coge esas telas que te est n esperando hace mucho en la punta de la
mesa. Veremos si esta vez los enjabonas como es debido - sentencia el
pelirrojo.
La correría a la panadería es distinta, si bien tampoco le falta el aspecto negativo. Como de costumbre, se lo envía a la panadería de Mustafa ý, junto al corral de los carros.
- Una pita grande con tres huevos - explica David el manjar preferido de sus patrones.
El hombre, muy ocupado, lo interrumpe de inmediato.
- Carne o queso?
- Carne.
Sin esperar nuevas explicaciones el panadero se dirige hacia adentro a sus ocupaciones. No le queda a David sino esperar tranquilamente y contemplar una vez mas, desde una distancia segura, a los caballos y los carros. A veces se vuelve para observar las manos blancas y diestras del panadero. Este toma una pelota de masa y la estira con varios golpes de la mano en un blando circulo con un reborde alrededor. Lo carga de carne molida, sobre la carne echa huevos batidos y esparce perejil picado, un tomate cortado en rajas muy finas y por ultimo sal y pimienta. Coloca la pasta con su contenido sobre una pala de madera que se zambulle en el vientre de un horno de interior rosado purpúreo. Del calor que emana de las piedras candentes del piso y del aire del horno encendido, la enorme pita se cocina en contados minutos. Aquí comienza la zozobra de David. El diario o el fino papel no bastan para aislar el calor que emana de la pasta y sus manos sufren quemaduras. Trata de llevar su carga en los brazos, pero tampoco allí puede soportarlo. Vuelve entonces a llevarlo sobre las palmas de las manos, enrojecidas como salchichas. Siente la tentación de dar un buen mordisco en el manjar y su boca se le hace de solo pensarlo. Si le ofrecen probar, aceptar de inmediato. Solo tienen que invitarlo a la mesa y el se arrancar un trozo bien jugoso. Pero David sabe que peca solo de pensarlo. La carne no es casher. Que puede saber de casher un gentil. Cierta vez Aaron arranco un pedazo de la pita y se la ofreció a David, que lo estaba mirando, pero este sintió un vahído y rehuso, espantado. Le resulta sorprendente que Aar¢n y su moreno socio disfruten de los manjares impuros sin pestañear. El temor del castigo no los inhibe en absoluto. Son adultos, no cumplen con los preceptos, pero no temen. David siente mucho temor de Dios y de la abuela. Su decisión es firme: Jamas, jamas comer alimento impuro, Dios guarde!
Aaron Gabai es un hombre de r pido entendimiento que trabaja
cumpliendo encargos de las casas de comercio. Es industrioso e inventa
modelos a su antojo.
- ¨Que te parece un bolsillo en forma de mariposa? - dice, mientras le
muestra al socio un retazo de tela.
- Por mi, ponle cinco bolsillos de mariposa y cinco de baklawa - responde, sonriente, Alberto.
El padre de David ama a Aaron Gabai porque es el hijo de su hermana mayor. "Excelente muchacho y de corazón generoso" - así lo describe - "pero temperamental y complicándose en cosas que no le conciernen". Su servicio militar duro mas de tres anos, y todo por que vio a un oficial turco pegándole a un soldado judío y el, Aaron, saltó del camión estacionado donde se encontraba y le quebró al oficial dos dientes. Naturalmente, lo azotaron. Antes del juicio y después. Estuvo un ano y medio preso con espías alemanes, desertores, y simples delincuentes de las llanuras de Anatolía, soportando heroicamente azotes y tormentos. ¨Creen que escarmentó? Cierta vez que pasamos por Konya nos reconoció en el anden. Inmediatamente desapareció y volvió al cuartel - servia en el bastimento cosiendo uniformes y quepis - vacío las mochilas de soldados y oficiales y nos trajo al tren hojazas de pan y otros alimentos para el camino. Le dijimos: Aaron, a este paso llegar s a la horca. Ten cuidado. Y el dijo, yo estoy en la ciudad y no me falta nada. Cuídense Vds. de las nieves del este. No se enfermen. ­Resistan!. David escucha esos cuentos de boca del padre y no puede menos que preguntarse si de verdad es un héroe, ¨por que come impuro, y desafía a Dios? ¨Por que grita y se encoleriza en el trabajo y llega a decir groserías? David no le comenta nada a su padre. Sabe solo que, pese a sus glorias pasadas, Aaron no le despierta simpatía.
El taller de Aarón y Alberto est situado en el edificio Cardichali Oglu, cerca de la antigua sede de los tribunales, en la vecindad de la calle de los orfebres. En la misma calleja hay otros dos talleres de costura y una pequeña imprenta, todos de propiedad judía. Desde el estrecho balcón se ve un patio cerrado en el piso bajo, también rodeado de tiendas. Entre ellas, el taller grande de pulido de vidrio, cuya mercancía desborda hacia la acera. En horas de la mañana, los rayos de sol se quiebran sobra las laminas de vidrio apoyadas contra las paredes, y su efecto es encantador e insólito. El alboroto de la actividad, cajones llevados a la rastra, gritos de los mozos de cuerda, sube todo el día desde el ámbito del patio. En el taller de costura de Bojor y Tarragan trabajan algunas muchachas judías. Una de ellas le amarga la vida a David. Se llama Esther, bien torneada y abundante de pechos y caderas. Sus labios est n pintados de rojo fuego, y sus urgencias, al parecer, bullen dentro de ella sin salida; cuando David pasa a su lado se le viene encima con una lluvia de besos, apretujas y abrazos que le producen nausea de rechazo. Las senales de carmín en su
delgado pescuezo y su pálido rostro divierten a los adultos. El no entiende que significan todas esas risitas y guiños y no logra sacudirse de encima esas atenciones que se le enredan como una zarza. Hace todo lo posible para zafarse de los brazos de esa parienta que lo tiene harto. Solo Yosef, el aprendiz de ese taller, consigue convencerlo de entrar en el. Yosef es mayor que David con dos o tres anos, y es mucho lo que enseña a su amigo mas joven.
En la imprenta del señor Yeoshua Bali trabaja un joven apuesto,
moreno y delgado. No muestra interés ni por Yosef ni por David. Para el no son m s que niños. Y con todo, ante sus ojos admirados hace gala de su pericia en los trabajos de imprenta, extrayendo de ello un orgullo
moderado. En un m quina que abre la boca en forma acompasada introduce un pliego blanco y liso y después mete las manos intrépidamente entre los colmillos de la bestia negra y ensordecedora, para extraer de allí un papel impreso a la maravilla, todavía húmedo. Su agilidad fascina a los niños. Un hombre de verdad. Junto a la baranda del balcón, debajo de las ventanas del taller de cajas de cartón, David y Yosef pasan cada momento robado en compania.
Ya tiene Tras si dos anos de estudio sin alegría. Se siente grande, casi nueve anos. Pocos días después que trajo el boletín de fin de ano, la actitud de la abuela Perla cambio para mal. Esta demás en la casa, es un estorbo entre las piernas de las afanosas mujeres del patio. No es bienvenido en la cocina y tiene prohibido corretear y jugar con los niños de la calle, por temor a las malas influencias. Que salga a trabajar. Así fue vendido sin precio a Aaron y Alberto. Desde un principio ninguno de los dos le mereció confianza, y la realidad resulto m s amarga que lo que sospechaba. Largo y cansado es el día de trabajo, que se prolonga hasta el anochecer. El encajonamiento del yute es agotador, precipitadas y sin sentido las salidas para los mandados fuera del edificio. Solo Yosef, sabio y experimentado, le proporcionan poco de placer y consuelo.
Alberto dice: "Yosef es un alumno aplicado. Para aprender mejor se queda dos años en cada grado". David no se ríe de Yosef como los demás. Por el contrario, considera que Yosef, su amigo, sabe muchas cosas. Con un trazo del lápiz es capaz de dibujar un vaquero americano con antifaz amplio, sombrero aludo y un humeante revolver en su mano derecha. Gracias a su inteligencia y astucia descubre lugares secretos donde los niños de la calle suelen guardar las monedas malhabladas en los juegos de azar. Tiene un sentido especial para descubrir tesoros de este tipo en las grietas de los cercos y las paredes de casas abandonadas. Así le cuenta a David, quien tiembla de gozo. El descubrimiento de tesoros le produce una cálida sensación. Son sus historias preferidas y hasta llega a inventarlas. La fuerza de Yosef esta en el lápiz y en su labia. Le enseña a David a inventar juegos en el que se entretejen dibujos improvisados por ellos. Como la tarea de Yosef es también enjabonar telas de yute, el jabón sirve de fuente inagotable de travesuras e imaginación desatada. Helos aquí, a Yosef y
David, con el jabón en la mano, deslizándolo sobre una tela. Suponiendo que sus pies pisaran un trozo de jabón, que les impedirá deslizarse así por las laderas como los conocidos patinadores de las películas, esos que se deslizan sobre inmensas praderas de hielo? Y como nada detiene a la imaginación cuando se zafa de su prisión y se remonta, el camino esta abierto. "Ahí tienes Yuja, por ejemplo - inicia Yosef su historia - camina tranquilamente y de pronto sus pies pisan sobre panes de jabón. Sin querer empieza a deslizarse con la rapidez del rayo, pasa por callejas y mercados y también sobre paredes, como el motociclista de la feria del circo que corre - así lo dicen todos - sobre las paredes de un enorme carretel de madera embrujado. Y bien, va ese Yuja deslizándose por la ciudad cuando le cae encima un tejo rojo que le golpea en la cabeza. En la nuca del héroe crece un chichón del tamaño de un pepino" - Aquí Yosef interrumpe el relato y dibuja con pocos trazos un niño con un reluciente pepino saliéndole de la cabeza, para gran diversión de ambos. Esos relatos, en los que abundan los deslizamientos, las caídas, los golpes y osados actos de violencia, son motivo de mucha risa. De tanto reírse duele la piel del rostro y se les contraen los musculos del vientre.
David resuelve que también el ser sastre cuando sea grande. No un aprendiz que enjabona tela basta ni mandadero que trae cigarrillos y botellas de bebida, sino sastre de verdad. Sentando en la tienda pierna sobre pierna, coser , paso a paso, hermosos trajes. Recoge del suelo retazos de tela y se los guarda en el bolsillo, y en la casa cose en secreto un traje pequenito, de todos los colores. Una pierna del pantalón es de color mostaza y la otra castaño oscuro. También la chaqueta es de dos colores. Una traje completo, pero en miniatura. Todos se lo elogian cuando lo muestra. La abuela dice: "Verdad es que David ser circumcidor y hasta cantor de sinagoga, con la ayuda de Dios, pero no veo por que no ha de ganarse la vida como sastre. Es un oficio decente".
En la primera semana de su trabajo David hace planes con el salario que recibir . Hay miles de posibilidades para gastar esa fortuna. Va detallando lo que se comprar para si y para sus padres. A veces piensa en términos de ahorro. Juntando el salario de varias semanas, alcanzar una suma respetable que despertar la admiración de sus padres. En una fuente inesperada se les ofrecer una suma ganada por el hijo con sudor de su frente. Los vecinos lo señalar n ante sus hijos holgazanes diciendo, miren a David y aprendan. Que les sirva de ejemplo. Una lira por semana, digamos media lira. Y al cabo de cuatro semanas, un hermoso par de libras. Con impaciencia espera el momento del viernes a la tarde.
Al cabo de la primera semana, una semana larga llena de expectativa y calculo, lo llaman Aarón como quien no quiere la cosa y le mete en la mano algunas monedas diciéndole, aquí tienes para tus gastos. David agradece vivamente y se aleja con piernas vacilantes. En las escaleras no puede contenerse y mira el total. Ay, solo veinticinco céntimos. Veinticinco céntimos el salario de toda una semana. Seguramente hubo un error. Con el corazón expectante se demora en las escaleras ¨No lo están llamando? No esperar , sino que se acercar directamente para preguntar que significa todo eso. Pero cómo dominar la vergüenza? Poco a poco toma el lugar del asombro y la ofensa, la cólera. Debería volver y arrojarle las nauseabundas monedas a la cara y decirle todo lo le dicta su amargo corazón: "Tacaño desvergonzado, este es el salario de un niño industrioso y leal? Así le paga a un aprendiz por su trabajo de toda una larga semana?
Regresa al hogar en un revoltijo de emociones y deprimido por la humillación. Alarga el recorrido y hace un rodeo. Que dirá cuando le pregunten? Si lo dice Quien comprenderá y quien compartirá su tristeza? El patrón tiene siempre razón. No, mejor no quejarse en la casa. Si este Aarón es un pariente cómo no se avergüenza de explotar así a la carne de su carne? Que se puede comprar con semejante suma? En realidad, muy poco. No tiene sentido ahorrarla. No se acumular hasta formar una fortuna, aunque trabaje años.
En la esquina de la calle que baja hasta su casa, en la tienda de cigarrillos y bebidas, se detiene. Después de muchas vacilaciones compra una barra de chocolate en la que sobresalen trozos de nuez. El vendedor la extrae, sin envoltorio, directamente de un frasco enorme y panzón. Sin otra alternativa se la muestra a sus hermanos. ¨Guardarla para el Sábado comerla en seguida? Por el consejo del hermano deciden comerla en seguida, antes que se ablande y pierda el gusto. El chocolate hay que comerlo fresco. David come su parte y siente el dulce sabor del salario, la recompensa de su esfuerzo, en el que entremezcla el gusto amargo y acre de la ofensa y la decepción.
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