Friday 27 April 2012






רבותי המושבעים


 
אוּלַי מֻבְטָח אֵי בָּזֶה פֵּשֶׁר

לַפִּיד מַמְתִּין תָּמִיד בּוֹעֵר –

אוּלָם אֲנִי מִן הַחוֹלְפִים מַהֵר

וּבִינָתִי דַּלָּה, נוֹטָה לְהִסָּתֵר.


זֶה מַאֲמָץ, עַד כָּאן אֲנִי יוֹדֵעַ,

לִסְעֹד תַּפְאוּרָה רָפָה עַל עָמְדָהּ.

לַהֲגַנָּתִי אוּכַל בְּהֵן צֶדֶק לִטְעֹן

שֶׁלְּהַצִּיל נִסִּיתִי כָּל עוֹד נִתָּן.



בְּעֵת יְרִידָה בַּמּוֹרָד הֶחָשׁוּד הַהוּא,

אֶמֱת, הָיוּ נִסְיוֹנוֹת מִסְפָּר לְהַמְרוֹת.

עֳנָשִׁים הוּטְלוּ. הוּטְחוּ הַאֲשָׁמוֹת –

וְעִם כְּעוּרִים מִמֶּנִּי נָאֲפוּ מִשְׁאֲלוֹתַי.



רוֹאֶה אֲנִי אֶתְכֶם נָדִים בָּרֹאשׁ.

בְּתִחְכּוּם יוֹדֵעַ-כָּל אַתֶּם מְגַחֲכִים.

רַבּוֹתַי הַמֻּשְׁבָּעִים, לֹא חֶמְלָה רַכָּה,

לֹא אַהֲבָה בִּלְתִּי נוֹדַעַת בְּעִירֵנוּ,



גַּם לֹא זִכּוּי-בְּכָל-מְחִיר אֲבַקֵּשׁ –

רַק קֶשֶׁב-מָה בְּלֹא חִיּוּכֵי מִרְמָה,

קֻרְטוֹב כֹּבֶד רֹאשׁ לְכִשְׁלוֹנִי

יַקִּיר לִי, שֶׁהוּא לִי כִּבְשַׂת רָשׁ
.

14.8.1972









סמוך לחומת היקב

לְכָל תַּחֲלוּאַי רוֹפְאָה, וּמִקָּצֶה לְקָצֶה אֶת חַיַּי גּוֹאֶלֶת הָיְתָה - אִלּוּ רַק סָמוּךְ לְחוֹמַת הַיֶּקֶב, בְּמֶרְחַק הוֹשַׁטַת כַּף יָד מִדַּם עֵנָב חוֹמֵר לְיַיִן, אִלּוּ חָלְצָה לִי שַׁד - וְעֵינַי, הוֹ, עֵינַי מֵחוֹרֵיהֶן, בְּגִּמְנַסְיָה רֵיאָלִית רִאשׁוֹן-לְצִיּוֹן בְּתוּלִית.
.
אֱלֹהִים לֹא הָיָה גּוֹאֵל אוֹתְךָ, לוֹעֵג אֲנִי, שֶׁכֵּן,אֲפִלּוּ הוּא אֵינוֹ נוֹטֶה מְאֻחָר לְהַקְדִים.
.
וְאוּלָם, לַיְלָה וָיוֹם אֵינִי נִלְאֶה לְשַׁחְזֵר חַיַּי. וּרְאֵה פֶלֶא, פַּעַם וָעוֹד, אֶלֶף נְשׁוֹת הַמֶּלֶךְ שְׁלֹמֹה וּפִילַגְשֵׁי הַסֻּלְטָן הַמְפֹאָר נְכוֹנוֹת לְהֵחַלֵּץ, גַּם הַלַּילָה, אֶת הַנַּעַר הָאוֹבֵד הַהוּא מִמְּצוּקָתוֹ לְהוֹשִׁיעַ!


14.2.1997
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Monday 31 January 2011

El síndrome del poeta tártaro




El síndrome del poeta tártaro mortifica, entre otros países, a Israel. Se manifiesta en las relaciones entre la mayoría de nacionalidad judía versus la minoría de nacionalidad árabe – aspecto que por falta de tiempo no lo tocaré, y en las relaciones entre las élites versus las periferias dentro de la misma mayoría judía.

Toda una serie de denominativos oficiales, populares y, lamentablemente, académicos, como: Sfaradí (sefardita), Mizrají (oriental), Etni (étnico), Adatí (comunitario/tribal), turco, marroquí y un largo etcetera – tiene un origen espúreo, mal intencionado y nada científico.

Su única finalidad fué y sigue siendo – marcar a muchos de entre nosotros como "otros". El hecho es que no pocos de los mismos marginados han interiorizado toda esta vana terminología, a veces, con un patético orgullo. Pero ya no se puede camuflar por más tiempo lo que es el propósito central de este desprecio: el saqueo de los recursos por parte de las élites, dejando tan sólo esparcidas algunas migajas para “los otros”.

El síndrome del poeta tártaro

En un libro sobre la Unión de Escritores Soviéticos,
Maximo Gorki se refiere a un camarada
que dijo: "Soy un poeta tártaro y me invitan a hablar
en favor o en contra de temas de los tártaros.
Para el resto de los asuntos,
están nuestros compatriotas rusos. ¿O no?
.
Su Excelencia el Presidente no le otorgará la amnistía,
ni nuestros honrados jueces
le reducirán ni un sólo día por buena conducta.
Para el torturado poeta, del ácido dicho tártaro:
lo siento, compañeros, ni su muerte lo liberará.
#
אבי, יהודון מלוכלך

הָיָה מַשֶּׁהוּ בִּלְתִּי מֻסְבָּר אֵיךְ זִנֵּק מֵהָאֹהֶל כָּל אֵימַת
שֶׁזִּמְזוּם פַּיְפֶּר חָלַף בָּרָקִיעַ מֵעַל "בֵּית הָעוֹלִים
בְּאֵר יַעֲקֹב" הִקְפִּיץ תָּמִיד אֶת אַבָּא וַאֲנִי, בֶּן זְקוּנָיו
בֶּן הָעֶשֶׂר דּוֹלֵק אֶל מַחֲזֶה שֶׁחָזַר עַל עַצְמוֹ כְּפֻלְחָן
.
אַבָּא מַצְבִּיעַ לָרָקִיעַ נִרְגָּשׁ, וְשׁוֹאֵל בְּקוֹל תֵיאַטְרָלִי
בְּחַקּוֹתוֹ מְפַקְּדִים תּוּרְכִּים מִימֵי מִלְחֶמֶת הָעוֹלָם"סָלָמוֹן אוּצַ'רְמִי?" (כְּלוּם יָטוּס הַיּהוּדוֹן?)
שְׁאֵלָה רֵטוֹרִית שֶׁעָלֶיהָ עָנָה כְּמִתְנַקֵּם עַל עֶלְבּוֹנוֹתָיו
עַל הַשְׁפָּלוֹתָיו מִימֵי עַבְדּוּתוֹ בְּהַרְרֵי אָנָטוֹלְיָה
שֶׁלֹּא הַכֹּל שָׁבוּ מֵהֶם חַיִּים
.
וּבְעוֹדִי פְּעוּר פֹּה וּמַבִּיט בּוֹהֶה עָנָה לְעַצְמוֹ בְּסִפּוּק
שֶקָּשֶׁה לִטְעוֹת בּוֹ: "סָלָמוֹן אוּצָ'ר! סָלָמוֹן אוּצָ'ר!"
הֲרֵינִי עֵד אֵיךְ אָבִי, סְתַם יְהוּדוֹן וְ"צִ'יפוּט מְלֻכְלָךְ" 
זָקַף קוֹמָתוֹ לְעֵינֵי בְּנוֹ
#
Mi padre, un judío ímpuro

Era algo inexplicable, como al oír el leve zumbido
de un desgraciado planeador. Con un sorprendente salto,
mi padre salía de nuestra negrusca tienda
de refugiados recién llegados a Israél.
Era una escena recurriente, un rítual que yo nunca me perdía,
.
Con un índice a los cielos y en una voz burlona e insultante,
imitando a sus arrogantes y sobérbios sargentos turcos, me preguntaba:
?Salamó Uçarmi? ?Un judío cobarde puede volar como una pelota?
.
Estupefacto, enmudecido, yo esperaba la respuesta conocida.
Sin olvidar ni perdonar ninguna de las injurías y humillaciones
de la esclavitud en las crueles montañas de Anatolía,
con satisfacción, mi padre respondía: ¡Salamón Uçar!
.
¡El judío cobarde vuela y vuelve a volar! Fuí testigo de cómo mi padre,
un ordinario Pis Yahudi y çifut – sució judío ímpuro –
recuperaba su dignidad frente a su hijo de diez años,
su único público en aquel ritual.
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De Musa Dagh a Gallípoli

Nadie sabía que hacer con él. Sus epopeyas
aburrían a sus propios hijos en los bloques de Nes-Ziona.
Yo, con mis once años, era el único que le escuchaba.
"Lee Los 40 dias de Musa Dagh y verás lo que hicieron tus turcos…"
me dijo hace poco Maestro Yako.
.
Qué sorpresa cuando mi vecino, el veterano y despreciado cochero,
me contó como llevó en su coche a los soldados turcos a ese lugar,
"Atravesando Anatolía, sus sobérbios ríos, sus picos nevados,
desde el Egeo hasta el Caucáso.
No hubó más que un destino para los arménios:
Quemados en sus iglésias, gritaban y gritaban al cielo".
.
Para divertir un poco a su asustado oyente,
el viejo relató cómo, al llevar provisiones a las trincheras de Gallípoli,
vió desde lejos entre los invasores a hombres con faldas
tocando gaitas, algo verdaderamente extraño,
y los pervertidos ingleses andando en fila
trás estos desgraciados eunúcos, sin verguenza alguna
#

                                 Sammy Davis, Junior

Ciertamente, en aquellos años remotos,
primarios, plenos de hazañas y de equivocaciones,
nadie va a negar que tus padres y tus hermanos
no estuvieron, cómo decirlo, integrados en las élites.
No obstante, tú sí que lo has hecho, Sam,
y a lo grande: alguién medio ciego y de baja estatura,
un negrito impertinente como tú,
y que a mayor escándalo va de judío,
¡ha trepado hasta la cumbre!
Hasta a la misma May Britt, aquella sueca
tan sexual y rubia, de ojos azules,
al lecho de tus amores te ha traído la fortuna...
¿A que diablos te refieres cuando nunca te olvidas de añadir?
¡You never make it
the whole way, man!
Confieso que hasta hoy no he comprendido.
¿A qué te refieres, Sam?

Preparado para el coloquio internacional  "La imagen del otro en la literatura, entre mito y realidad"
Univ. de Haifa, Israel, 21 de febrero de 2010.  Traducción del Hebreo: Joan Margarit y el autor (Shlomo Avayou)













Thursday 6 January 2011

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Saturday 26 September 2009

Sunday 19 July 2009

Shlomo Avayou

Shlomo Avayou











EL ULTIMO NIÑO DE LA JUDERIA
Novela por Shlomo Avayou
Traducción del hebreo
Sra. Ety de Hoter
Tracucción al castellano argentino
de la novela hebrea "Enkat Madregot"
(Quejido de Escalones), publicada por
HaKibbut HaMeujad, Tel Aviv, 1980












Lista de capítulos:
Prólogo
1. El conventillo del hospital viejo
2. Quejido de escalones
3. Una cabeza regia sobre las olas
4. Palacio de vaho y agua
5. La rendición
6. La tribu de Sanson
7. El traje de marinero
8. Primeras ganancias
9. El barrilete
10. Chocolate agridulce
11. Los demonios y la hija de la tía Mercada
12. La hija del Jazan
13. Paladines de la fe
14. Pájaros a bordo
#

Prólogo tardío del autor
.
Soy esencialmente poeta y casi todos mis libros publicados son de poesía, pero tengo que confesar que he pecado y escribí dos libros en prosa. El primero fue "Enkat Madregot" (Quejido de escalones), mi única novela que en su hebreo original se pulicó por la editorial HaKibbutz HaMeujad en Tel Aviv, 1980, y que
algunos de sus capitulos fueron integrados en libros de textos para las escuelas secundarias en Israel. Lamentablemente su traducción al castellano argentino quedo hasta hoy inedita(!). El segundo libro de prosa "Zekifei Aava" (Estalagmitas de Amor, publicado en Tel Aviv por Sifriat Poalim,1991), es una colección de doce cuentos cortos, la mitad ubicados en mi Esmirna natal (Izmir, Turquía) y la otra mitad en los años cincuanta y sesenta en Israel. "Leon, el último músico" que esta en este blog, es uno de los cuentos de este libro, en traduccion al castellano.
Las peripecias de esta traducción fueron muchisimas y sus defectos, que hoy los veo muy claros, me han causado esconderlo en mi archivo y lo he olvidado. Sólo antes poco tiempo lo encontré por casualidad y decidi de ponerlo aqui sin cambiar su castellano porteño.
Esta novela que su forma o genero literario es de Bildungs Roman, es decir novela de aprendizaje y que exteriormente narra algo de las peripecias de mi niñez en Izmir en los años 1946-1949, poco antes de inmigrar con mis padres a Israel en marzo del año 1949, teniendo yo diez años... no fue escrita por alguna nostalgía, cosa que detesto, ni con ninguna intención de idealizar la Judería Sefardita, otra cosa falsa y abominable para mí... No sé si logre o no realizar mi meta o mi inteción, pero, al menos traté de dar una respuesta honesta y atrevia a la pregunta que me interesaba en los años setenta, cuando la novela fué escrita. La preguna fue - cómo y porque dejó de existir, murió, más correctamnte dicho, toda esta "civilización", o todo aquel mundo conocido como la cultura judeo-española, sefardita, incluida la muerte del ladino, que fué la primera lengua que hable... Yo recibo respuestas escribiendo y no escribo para difundir ideas o "respuestas" politicalmente muy correctas (es decir moralmente bastante feas...), que muchos otros, para mi charlatanes y oportunistas, cuando no ignorantes, en su gran mayoria, que siguen deambulando por el mundo y vendiendo con bastante ganancias la falsa legenda del los muy "vivos" ladino, cultura sefardita y hasta poesía ladino macaronica... sin que nadie se atreve anunciar que este rey esta desnudo y desbragdo... conforme el muy propio dicho ladino - " toparón kazal sin perro, kaminarón sin palo", es decir, encontraron aldea sin perros (criticos literarios, en buen romance) caminaron y siguen caminado sin palo... y siempre hay quien los aplaude...
Sh.Avayou 19 de julio de 2009
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Capítulo 1
El CONVENTILLO DEL HOSPITAL VIEJO

Refugiarse en lo más hondo del contacto reconfortante consigo mismo, desbordante de compasión blanduzca. calladito como el niñito bueno, obediente que es. Como una barrera de almohadas en torno a un enfermo, así lo envuelve su soledad. Paredes gruesas, pesadas, potentes, pero silenciosas, tiene la casa. Puertas de madera desteñida se aferran a los vanos con dedos de moho persistente. Las piedras de las jambas abrazan de ambos costados, como si dijeran: con nosotros se construyó la casa, con nosotros se derrumbará . No aflojaremos nuestro abrazo. Puertas que vigilan umbrales. Por la noche se cerrarán con un gemido y una tranca de hierro las atravesará. Fortaleza impenetrable. Nadie entra ni sale. Ciudad sitiada. No es fácil levantar la barra oscura, lisa, que dice: hasta aquí ý, adentro, nuestro, judío. Desde aquí hacia afuera, ellos, gentiles borrachos, la calle.
Noche. Quien prestará oído, quien acudirá en su socorro. Solitario en la tiniebla acuosa, mientras el peligro expreso, palpable, acecha. Verdad es que su hermano y también su hermana yacen en su vecindad, sobre el colchón del piso, pero lejos de el y sumidos en sueño inquieto. Papá y mamá ý sobre una alta cama de cajones. Desde abajo no se los ve. A veces los cajones crujen como si quisieran revelar su secreto, contar algo, pero finalmente se muerden la lengua y callan. Uno o dos gemidos más y enmudecen. El se queda esperando, sin saber que, explorando, tenso, la oscuridad, mientras contiene su deseo de llorar. De pronto, todas las sombras pueden surgir de sus escondites y echarse sobre el, juntarse una con otra y acosarlo por todos los costados.
Un terror inconfesable lo posee y se sumerge hacia abajo, buscando la protección de los pliegues de la cobija. Como precio de su amor esta pretende sofocarlo. Seno maternal soy -susurra- pero refugio hermético. La cobija de retazos, rellena de algodón, le aherroja espalda y extremidades con su peso. Más de una vez sospecha que muy adentro, entre sus costuras, alberga un alevoso deseo - ahogar con astucia a los niños sumergidos en su sueño invernal.
Pero ahora es mañana avanzada. Todo aquel que debía dejar la casa, se fue. Los niños mayores que el, aquellos a quienes todo les est ý permitido, han levantado vuelo alegremente y ya no están. Una luz de un amarillo meloso y transparente se apodera del corredor, y deslizándose desde la calle a través de las puertas abiertas acorta camino hacia "El Cortijo Grande", ese patio del conventillo que bulle de voces, movimiento y algarabía velada, que arrastra y aspira con fuerza tenaz a todo: mujeres y hombres, viejas y viejos cojos, niños en cantidad, y sólo el quedó tristemente olvidado en la cocina.Si entrecierra los ojos hasta reducirlos a un par de rendijas el día que avanza se transforma como por encanto en un relumbre de plata tembloroso y acariciante. Fascinantes, trizas de color se desplazan incesantemente. Todo parece estar en movimiento. Un sueño delicioso y viajero, airosos potrillos galopando en el espacio, incluso las columnas de luz polvorienta que se extiende de la ventana al piso están sembradas por diminutos puntillos de plata que brincan con donaire.
El patio refuerza su algarabía permanente en alternados altos y bajos. Pero casi todo el ruido se vierte de las fauces de la sala de lavado junto al portón. Cómo espanta esta sala! Todos evitan pasar a su vera cuando está oscuro. Sentado en su rincón sin ser notado, se deslizó a su oído el secreto, mientras su madre explicaba a Bojora, la vecina de enfrente, a quien hay que explicar con lujo de detalles lo que todo el mundo ya da por sabido: ¨Y que por algo es? ¨ No sabes que solían lavar aquí ... aquellos que no se puede nombrar ? Si, estos cuartos, este patio, pertenecieron durante muchos años al hospital "Rotschild - Vida y Merced". Pues se cambio el edificio en casa de vecindad. Al principio la gente no se animaba a venir a vivir aquí, hasta que rebajaron los precios del alquiler.
Pero la sala sigue siendo distinta de los cuartos y cuartuchos. Más de una vez surge de allí el eco del golpeteo de zuecos, voces de mujeres y gritos que no salen de gargantas mortales. Todo el mundo lo sabía.
Desde entonces no le era fácil dormirse. Entre aquella pavorosa estancia, desierta y sumida en la oscuridad y las ventanas de su casa mediaba un paso apenas. De un sólo salto podían estar a su lado.
Pero la mañana luminosa y abierta no le recuerda para nada la noche poblada de criaturas y susurros horripilantes. Los enormes zuecos de madera que calzan las mujeres repiquetean mientras se acercan y alejan del grifo que alborota debajo de su ventana, y nuevamente con apresurado paso a las enormes tinas rebosantes de espuma, a la ropa humeante.
Un niño con medio cuerpo desnudo juguetea con sus desnudeces. "Shabtai, suelta ese collar" - le regaña cariñosamente una de las mujeres y todas estallan en alegres carcajadas.
Con atención creciente David oído a las voces que se entrelazan una con otra. Se esfuerza por diferenciar, por ubicar según el repiqueteo del taco, el modo de arrastrar el pie y de andar quien es la mujer, quien la moza, quien la anciana.
Cada día que pasa se perfecciona. Tenso en la emboscada, paciente y experimentado. La alegría del logro ilumina su alma melancólica cuando la voz de la mujer que espera junto a al fuente confirma su deducción. A menudo se equivoca, mas no desespera y vuelve al ejercicio que vierte en sus miembros una leve ebriedad.
Este es su entretenimiento. Una nerviosa ansiedad se apodera de él cada vez que le parece que logró aislar de la maraña de repiqueteos y el nudo de voces el eco de los zuecos de su madre. Ya se acercan a la puerta. Ya vienen, sólo para él, pero no. Que pasó? su imaginación lo engaño. Cosas que pasan.
Ya hace rato que aprendió a andar e incluso a correr, pero su madre, antes de irse, lo sienta sobre lo alto de una cómoda, con orden de quedarse quieto, para no caerse. Y así, pasa el tiempo esperando, aburrido.
Se avergüenza de llorar como una niña, y teme protestar. La observa en su quehacer. Ella, que durante todas las horas de luz se afana afuera, no cesa en sus afanes al llegar a la casa: barre, lava, frota con dura mano como resuelta a algo que no da lugar al arrepentimiento. Si lo deja al cuidado de la abuela también esta se apresura a alzarlo y sentarlo sobre un alto estante recubierto de hojalata, pegado al antepecho de una enorme ventana de la cocina.
Hora tras hora está condenado a mirar a través de las rejas de hierro a la explanada del patio bañado de luz, pululante de imágenes que cambian constantemente. Se puede abrir grandes ojos y mirar al frente. Se puede también hacerlos rodar, distraídos, mientras se sume en reflexiones indefinidas, en melancolía vaga, altanera.
Detrás suyo, frente a la ventana grande, se abre un nicho separado de la cocina. En el techo se amontonan cacharros viejos, defectuosos y polvorientos, que los grandes desecharon por cansancio. El interior del nicho sirve de retrete de las tres familias que viven en ese flanco de la casa.
Al otro lado de la puerta hay diarios esparcidos y junto a ellos una jarra de arcilla para lavarse las manos. La abuela prohibió a los niños beber del agua. Dijo que estaba vedado por la Torá . Como todo lo prohibido, también esta prohibición trae en pos suyo el castigo. A veces una cachetada resonante, a veces pinchazos de alfiler sobre el dorso de una mano que se retrae de dolor.
En medio del piso hay un agujero oscuro y repugnante. A través de el, salen la noche ratas que arrancan dientes de niños malos directamente de sus bocas. Se acercan a la cama, muerden y tiran.
A papá lo mordieron los ratones mientras dormía con sus hermanas y hermanos sobre el piso. De niño era rebelde. Se pasaba todos los días de verano en la playa, ofreciéndose para extraer algas y otras porquerías del fondo del mar. Competía con niños Tártaros en la zambullida mientras se aferraban salvajemente uno del gañote del otro. Solía arrojar bolas de papel a los maestros del Talmud Torá ý. Volvía tarde a su casa y trepaba por el portón de hierro ya cerrado. Que tenía de extraño que los ratones se le hubieran echado encima y entre todos sus hermanos lo hubieran elegido a él para morderle el labio. A duras penas pudieron detener la sangre. Sólo con el látigo flexible y benéfico logró el padre enderezarlo.
A causa de esos desenfrenados roedores se permite a los enormes gatos pasearse por todos los cuartos, y a la hora de la comida, enredan debajo de la mesa entre los pies de los comensales. Para evitar su contacto David levanta los pies y dice en un susurro, "gato, gato", hasta que el abuelo Nissim se levanta y los echa.
El abuelo, naturalmente, lo hace porque lo ama, a él, al Davico, el nieto de su vejez. El abuelo bondadoso y valiente. Los vecinos aseguran que tiene tanto coraje que es capaz de cazar con la mano desnuda a la más grande de las ratas y estrellarla contra el muro de piedra del edificio de enfrente, sede del rabinato.
Muy de vez en cuando se puede ver aquí a los gatos de la casa corriendo por los corredores, a un ratoncito que silba desesperado mientras se debate entre sus colmillos. Los grandes se ríen y dicen que esos gatos perezosos temen a las ratas grandotas y se la dan de héroes con los pequeños. Todos los niños alborotan entonces de contento con gritos y saltos y empujones hasta que sale alguien a regañarles: Hay enfermos, no tenéis temor de Dios? Tal vez los niños no escucharon a mamá explicándole a la pobre Bojora que nunca se puede saber con seguridad cuál es gato y cual - un maligno disfrazado de gato. Debido a su antipatía por esos animales, sospechosos y perversos, David prefiere quedarse a un lado, mirando, y no participar de la baraúnda.
Desvía sus ojos de la cocina y los coloca en lo que sucede del otro lado de la ventana. Allí, debajo suyo, hay un grifo de bronce gordo y de boca ancha, cuya agua se vierte sobre una pila de cemento pulido. A ese rincón se allegan no sólo las lavanderas en el día de lavado, sino todos los habitantes del patio e incluso quien no vive en él, como los aprendices de los talleres. A veces se acerca un forastero transeúnte, a fin de reponer el agua fresca de su bote o llenar un balde para su caballo cansado. Todos conversan en la fuente pública y concentran su amorosa atención en los carros que se colman de abundancia deliciosa. Como no siempre alcanza a ver los cacharros presta atención, fascinado, al ruido del agua.
Al caer en la jarra vacía tañe y resuena alegremente y poco a poco su voz se va abombando. En un balde de metal salta y alborota a grandes voces como las ruedas de un carro cargado de pasas traqueteando por el empedrado. En cambio, las botellas emiten voces tenues y deleitosas, gratas al oído. Se llenan con rapidez, mientras se las sostiene con la mano.
A veces sucede que una mujer parlanchina abre el grifo a todo trapo y se hace a un lado para de devanar una charla hasta que se llene su jarra. En ese instante acerca él su mejilla al vidrio y mira en derredor. Tenso y anhelante escucha el ruido del agua, comenzando por el golpe del primer chorro en el fondo del recipiente y su emoción llega a la cima con el agua que desborda de la boca del cántaro.
Lo anima entonces un tembloroso deseo de levantarse y dar aviso que corran a cerrar el grifo y se lleven de una vez la jarra pesada y goteante. Tenso asiste a las historias de los cántaros que se colman, para desviar su pensamiento del agravio de la prolongada soledad.
Pero bajar del estante alto como un altar, el estante en cuyo vientre se amontonan carbones que se pulverizan en la oscuridad, no se atreve. De pronto se imagina descendiendo para salir a la calle o al patio para unirse a las correrías, pero el temor de caer y lastimarse - no, el miedo al castigo y los agraviantes regaños lo fijan en su sitio.
Apoyado en las cálidas almohadas prefiere portar su aburrimiento en silencio. Esperar sumiso, con una tristeza que se va acumulando como miel espesa y sofocante, el regreso de su madre o de su abuela. Cuando vuelvan, lo alabarán por su obediencia y mansedumbre. Vaya, sí, lo alabarán.
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Capítulo 2
QUEJIDO DE ESCALONES

Una voz irrumpe desde afuera al cuarto en penumbra. Fin de la noche o tal vez comienzo de la alborada. A retazos llegan las voces a través de los algodones del mundo exterior, se infiltran por los muros, engatusan viejas persianas, cayendo como blandas plumas en los oídos. Est cómodo, caliente sobre el colchón, tendido en el piso del cuarto de los padres. La abuela Perla se acaba de levantar y sus raídos chanclos hombrunos se arrastran con una peculiar melodía. Ocupaciones matutinas que no pueden ser postergadas al momento de la plena luz. "¡Sicak! ¡sicak!" (turco: caliente, caliente), viene el lejano pregón. El vendedor de "sahlep" pasa por debajo de las ventanas. Relincho de caballo, sonido de cencerro, rumbo a la ciudad baja. Desde lo alto de la montaña, desde los barrios de los turcos, también ellos de condición humilde, el caballo hace su largo camino hacia el puerto. Palabras borrosas, quizás entre el carrero y el vendedor de sahlep, que no lo hay mejor para la bebida de la mañana. Paz apagada, apoltronada, que devora las primeras voces, suaviza el mundo en su despertar.
El abuelo Nissim ya salió para su trabajo de confeccionar escobas, amarillas y flexibles. Sin despertar a nadie madrugó y salió de puntillas. Cuán delicado es su carácter. Cómo oculta su preocupación por sus hijas, por el hijo perdido en el extranjero. Cuidándose siempre de no intervenir en cosas que no le conciernen. Apresurándose a endulzar las sentencias de su mujer Perla, severa en el juicio. "Imposible enojar a mi padre" - suele decir Oro a sus amigas de la vecindad -. " Mi padre tiene entrañas de azúcar y dulce la sangre. Hasta mamá no consigue reñir con él. Él simplemente le sonríe con su sonrisa bondadosa, le da la razón en todo".
La mamá acomoda la ropa de cama antes de salir a sus tareas diarias, en el taller de gorrearía; coloca almohadas en la ventana que media entre sus cuartos y la vivienda de la abuela Perla.
- Mamá , conviene abrir las persianas - aconseja por encima de las
almohadas.
La voz de la anciana llega desde su cuarto interior, el cuarto alejado: "Ya lo haré, hija, no me apures". E inmediatamente el gemido de pesadas persianas que plañen al contacto de la mano de la anciana.
- "Tú, a la izquierda, y tú, a la derecha", trata ella, con curtidas manos, de persuadirlas que se abran, cual si fueran alas de paloma y no chatarra de cien años. "La bula (doncella) blanca. Allí está , en todo su esplendor " - estalla de su boca una exclamación admirada.
Un viento frío y una luz brillante irrumpen en los cuartos despanzurrados y el ámbito se llena de dulce fiesta. David se deshace de sus mantas y corre también a ver. La madre deja almohadas y sábanas y viene de su cuarto a la ventana que da la calle para contemplar el blanco milagro:
­ ¡Hermosa novia, madre ! - se excita Oro - ¡Y que blancura se extiende sobre todo !
- Espero que tanto tú Shemuel como tu padre hayan tenido tino
suficiente como para abrigarse debidamente antes de salir. La vista es hermosa pero el mal, como es sabido, con las plantas de los pies pisa la helada, mas con la frente arde al sol.
El corazón se expande ante la abierta vista y la luz colma todos los compartimientos del cuerpo. Todo se sumerge, se zambulle, en una suprema pureza. De pie entre su madre y su abuela, David contempla también el gran prodigio, que aterrizó sorpresivamente. Esponjoso y limpio se extiende sobre todo. Los tejados se cubren de una capa de ternura. Los tiestos de los balcones, los canos, las cercas, los muros de piedra terminados en una fila de botellas rotas, todos perdieron su herrumbre y su fealdad, ocultando remiendos y roturas bajo una capa de realeza. Un mundo en descomposición, mustio de vejez y de pobreza, se evade de su sordidez por varias horas, hasta que caballos y carros, transeúntes y asnos, turben el albor nupcial del camino y todo vuelva a ser lodo interminable.
Lo más hermoso es el ciprés grande en el frente del patio del rabinato, aquel que vigila celosamente los enormes portones de hierro. Fuerte y más alto que las casas que lo rodean, las atalaya bondadosamente. Ahora la luz se quiebra sobre su ropaje invernal. Oro y plata lo orlan y el alma de David ansia llegar a él como un pájaro que tuviera un nido entre sus ramas. El buen ciprés cuyas ramas se doblan hacia los costados por el peso de la nieve que se posa sobre ellas, extiende sus brazos y bendice ese mísero vecindario, tan necesitado de caridad y auxilio.
- Es buena señal que el día comience así, con pureza - susurra la abuela con voz tierna y rostro apaciguado, que no es el rostro de todos los días.
Oro hace un gesto de asentimiento mientras desliza una mano amante por la cabeza de David. Una sonrisa aflora a su rostro, y entretanto cae en la cuenta que en un día más¡ su esposo puede llegar temprano, y con las manos vacías, de las calles a las que salió a ambular con su cesto de baratijas. Las mujeres salen a la proveeduría, a la tienda de carbón, al vendedor de queroseno para las lamparas, pero quien osa poner el pie en la calle nevada para elegir un hilo de bordar, o adquirir alfileres, botones u otros chifles por el estilo?
Radiante está el rostro de la abuela - piensa David, asombrado. Ella, la del ceno adusto como si soportara el yugo del mundo y su manejo, se transforma en una niña transportada frente al esplendor de plata. La belleza del espectáculo y el radiante albor la sacan de quicio, quizás por algunos instantes. No es mujer para transportar lejos de su sitio, de la firme fortaleza de las obligaciones hogareñas.
En una mañana como esa es siete veces más difícil encender el fogón, que tiene el aspecto de un cajón cuadrangular, con las dos alas abiertas de sus persianas cayendo a uno y otro lado. Sus patas son negras y finas como, los dos fierros sobre los cuales se posan pesadamente ollas y pucheros. Los comerciantes mojan el carbón para hacerlo más pesado, mezclándolo con arena negra y sucia. La anciana se esfuerza para que el fuego prenda en ellos. El carbón escaso, húmedo y caro produce un humo que irrita los ojos. Ella agrega astillas cuya resina ayuda al carbón a arder rápidamente y una palada de carozos triturados de aceituna, recogidos en la prensadora de aceite. Se inclina y revuelve con un pincho de hierro para que el aire se abra camino hacia el fuego. El humo sigue mordiendo perversamente sus pupilas. Con un abanico de plumas de pavo apantalla enérgicamente la llama que finalmente prende en los carbones. Con sus hábiles manos los irá transformando en hermosas y buenas brasas.
La rugosa "Erma" Vida Alaluf, madre del tío Menasch, el soldado, viene en hora tardía de la mañana a visitar a su comadre, la abuela Perla. El fogón que ya arde bien está plantado en el centro del cuarto y esparce su calor a los que están sentados en torno. Las dos ancianas beben café de diminutos pocillos, y David se deja ganar por el embrujo de las sonrosadas brasas. Escucha a medias la cháchara y penetra con todo el alma en los castillos que se alzan de las brasas, uno tras otro, uno dentro del otro. Pasajes encantados, grutas y túneles y también balcones que cuelgan y se desprenden de pronto de las pequeñas construcciones. Cuando el fuego se asienta un poco, Perla lo revuelve, y una nueva serie de estructuras se alza ante sus ojos embrujados.
- Apárate del fuego. Un poco más y te quemarán las pestañas - le dice con dulce voz la humilde Erma Vida, de suaves modales -. ¨Extranas al tío Menasch, David ?
- Si, mucho - responde el niño con fervor - ¨ Cuándo vendrá?
- Me pregunto si verdaderamente se acuerda de el, después de tanto tiempo.
- Y yo me pregunto - le interrumpe Perla, tanteando con la voz -si no hubiéramos debido casarlos antes que se fuera ese dichoso ejercito...
- Crees que no lo habló conmigo poco antes de la movilización También yo aprecio a Vicky, como tú sabes, como si fuera hija mía... Que termine su servicio en buena hora y celebraremos su regreso con la boda... se lo merecen.
- Un compromiso que dura más de la cuenta lleva en su seno peligros que no hay porque mencionar...Tres anos, o quizás más...
- Cuántas guerras tendremos que pasar en vida ? Desde que soy niña, el mundo da vueltas y vueltas - comenta la enjuta Vida.
Y frente a ella reflexiona Perla, con voz preocupada : " Ojalá que esto termine pronto y salgamos también de esta calamidad".
David se entristece sin saber por que. También el embrujo de las brasas parece apagarse, pierde algo de su encanto.
- Me voy - se levanta Vida para irse - es jueves y debo preparar el Shabat.
- Yo no salgo hoy. No puedo soportar la humedad en los pies. Todo aquel que sufre de reumatismo no debe pasear por los mercados en los días de nieve. La persona debe cuidar ante todo sus piernas. Está comprobado, para todo aquel que quiera cuidar su salud.
- Tampoco a mí me gusta salir al frío, pero hoy es jueves, y quien me preparará el Shabat ? Por lo que me dije. " Viducha, haz de tripas corazón y salía a hacer compras. No recurras a la caridad del prójimo, aunque se trate de tus propias hijas".
- ¨ Vendrías a visitarnos en Shabat, al atardecer ? Mi Vicky se alegrará de verte con nosotros.
- No, este Shabat no, no alcanzaré. Pero la próxima semana, sin
falta.
- Serás bienvenida en todo momento.
- Menash me insiste en sus cartas que me saque una foto y se la mande, para que no extrañe tanto.
- También nosotros recibimos carta suya, no hace mucho.
- Quiere que me retrate - ¨ Para que ? ¨ Soy acaso hermosa y joven para plantarme delante del fotógrafo ? Pero el insiste "manda una foto", y ¨ cómo puedo negarme?
- ¨ Vas a fotografiarte ahora, Erma Vida ?- se interesa de pronto David en los planes de la visitante.
- No, para que ahora. Puedo esperar unos días.
- Yo también quiero fotografiarme, yo también - ruega el niño con tono zalamero, seguro del cariño de la anciana-. Menash me extraña a mi también.
- Si, claro que te extraña. Hasta escribió en la carta : " Dale saludos al querido Davico " - así, tal cual, escribió.
- Entonces, llévame cuando vayas a hacerte la foto, si?
- Bueno, si tu abuela no se opone me retratare gustosa contigo. Que mas quiero yo, que una pareja tan joven y linda.
A la espalda de los fotografiados, un fondo pintado con colores agrietados sobre una tela. Una casa con jardín italiano con columnas y arcos. Agua que corre al pie de coposos arboles. Sobre una columna de m mármol, un tiesto del que rebosan pimpollos y flores. Pinos recortados y narcisos que emergen del centro del prado. Toda esa gloria barata desplegándose de un manotazo detrás de la espalda.
Erma Vida esta en los comienzos de la cincuentena, y ya parece tener sesenta años o mas. Pelo muy claro y enmarañado, labios hundidos que revelan el mal estado de su dentadura, hombros sepultados dentro de las solapas de su abrigo, el cual se prolonga hasta rozar los bruñidos zapatos. Su calzado no condice con la época del año: abierto, de taco chato, prendido con un botón brillante en el extremo de la tira, resabio de los días claros de antes de la guerra. Medias oscuras y un largo vestido asoman por el abrigo, completando un cuadro de pobreza serena, sumisa, resignada a una vejez prematura.
Imposible dejar de notar la sonrisa benévola que irradia de esa criatura femenina. Imagen humilde que se va constriñendo con el paso del tiempo, mientras contempla el mundo del Creador a través de un par de lentes aferrados a la nariz, que esparcen diminutas chispas de luz. David siente la bondad y la desconfianza en la gente de esa mujer de voz melodiosa, exenta de toda mala intención. No puede decirse lo mismo de su futura comadre, la abuela Perla, cuyo carácter y expresión del rostro recuerdan casi siempre a un halcón colérico y pendenciero, que acaba de ser arrojado de lo alto del risco.
La abuela Perla Januca no es de las que se esperan que le repliquen. A nadie se le ocurrirá apelar. Escuchan para obedecer. Habla con parquedad, con autoridad, sin abundar en palabras. Hasta el padre de David, esposo de su hija, escucha y obedece. Clava los ojos en el piso mientras ella le habla. El ojo del niño apresa un musculo tenso y tembloroso en la mandíbula contraida del hombre regañado. Sombrío y plagado de tristeza, así es su padre. La madre sigue la escena preocupada, sin intervenir. Los ojos ennegrecen repentinamente, se agudizan. Pero el es incapaz de reaccionar en forma descortés. Incluso hombres que no son de la familia agachan la cabeza y escuchan sus regaños sin animarse a abrir la boca. Por su propia voluntad traen ante ella sus pleitos. Erma Perla escucha con atención, medita y sopesa en medio de un silencio intencionadamente prolongado. Después dirá alguna palabras a la mujer, al marido, o quizás a ambos, en plural. Expresa su opinión sin ambages ni pizca de fingimiento. La respetan y un poquitin le temen. Sin esperar mas se levantaran para irse apresuradamente.
La tía Rajel la grande, la hija mayor de Erma Perla, se parece mucho a su progenitora. También ella es un pesado roble, árbol que no se mece con el viento. Dicen de ella que debiera haber nacido varón; el orgullo, la mano que ayuda, el discernimiento. El padre de David tiene en mucha estima a su cuñada. Sabe que muchas veces suministra en secreto, sin que el debiera saberlo, pequeños prestamos a su mujer. Prestamos que deben ser devueltos, según ella, cuando Dios disponga mejorar la situación de el, es decir, de Shmuel, cuya suerte, en materia de sustento, no es de las mejores. El padre sospecha, pero no averigua. Calla. David presta oído a la conversación de las hermanas que se secretean lejos de la mirada de la madre, a los cuchicheos de los padres en medio de la noche, cuando les parece que el sueño venció ya a los niños tendidos en los colchones sobre
el piso. Espía con astucia. Capta medias o cuartas palabras, silencios; sospecha, supone, desata nudos, ata cabos.
Pero también la respetable tía grande Rajel cae a veces en la frivolidad. La semana pasada, en el gran frío, volvían los chicos y las chicas del barrio de la escuela. David, su hermano y hermano se unieron a los bullangueros arrastrados por el alboroto de gritos, persecuciones y travesuras, hasta que la cabeza de Perla parecía pronta a estallar de tanto ruido. De pronto, en medio de la bulla, cayó de pronto el grito: - Allí viene el " bambarato "
Una figura envuelta en alba sabana de pie a cabeza surgió de los cuartos del pabellón, a los gritos y tropezones, saltando y gritando, " Uh, uh, uh", con voz misteriosa de búho, el p pájaro agorero. Blancas manos se adelantan y los ojos corren dentro de las órbitas clavándose en los pequeñuelos aterrorizados. Los mas ágiles huyeron con rapidez para refugiarse en los cuartos, y los pequeños quedaron paralizados, pegados a las paredes:­ mamá , mamá! - Sean niños buenos y obedientes, o el bambarato los comer vivos, revoltosos! - sentencia la abuela desde la pila de ollas frotadas con barro. La figura fantasmagórica que corre de un extremo al otro del corredor no la concierne. Sólo vino a cazar niños. Los grandes no tienen por que temerla . David corre al escondite de su falda para salvarse.
Rivka, la hermana de David, flacucha, bajita e insignificante, es la que reveló el timo del monstruo blanco. Desde su escondite vislumbró un par de zapatos blancos que le eran conocidos, taconeando y bailando debajo del revoltijo de la sabana. Y entonces gritó con alivio, en agudo gorjeo: ­Es la tía Rajel, es la tía Rajel!
Todos los niños asomaron de sus cuevas y salió la tía sofocada y riendo, como una enorme mariposa emergiendo de los restos de la crisálida. Con gran alegría vuelven los niños al foco del regocijo que se renueva. ­ Cuan buena e inteligente es esta hermana mía! David siente por ella un cariño agradecido. A veces piensa que merece mucho m s amor del que el le demuestra, especialmente en los momentos en que se planta, delgada y transparente, del hermano mayor Rafael o de los niños del patio grande.
Fin del invierno, quizá s comienzos de la primavera. La acacia se cubre de renuevas. Un poco mas y el anciano árbol que se alza junto al portón del patio grande estar cargado de flores blancas que ocultan en su seno un dulce néctar. Viaje de David al otro extremo del patio. Peregrinación, con corazón expectante, hasta el tallo de gorrearía, para visitar a su madre.
Alzanse los escalones desde el sitio en que se encuentra hasta lo alto del piso. Cada uno de ellos una tabla de grietas separadas del otro por la mitad de su altura. Tantos son que no puede vislumbrar el m s alto que besa el piso del taller al que ansia llegar. Crujen con un seco maullido de gato. A través de las grietas y agujeros asoma desnuda y malevolente, la oscuridad. Sensación de blandura placentera y nauseabunda a la vez que viene del polvo de hilachas y una maraña de hilos de colores que se espesan en una película parda algodonosa, grasienta al tacto. Sus blancas manos buscan apoyo e imprenta en esa pasta diminutos hoyos. A lo ancho de sus caderas ennegrece una franja de suciedad que se disgrega.
Desde la explanada del patio asciende por un peldaño de piedra y entra a un pequeño recinto en el se apoya en forma transversal el tramo de escaleras cuyos escalones están clavados a la izquierda de la pared y atados al lado derecho a una frágil baranda. La penumbra del cuartucho lo intimida, pero el alboroto de maquinas y voces humanas fluyen hacia abajo en andanadas, y el toma coraje, se anima. Ese alboroto le anuncia que poco tiempo mas la tendrá a su visita. Como buzo que emerge del agua jadea y se debate hacia arriba, se ayuda con brazos y piernas, va subiendo y trepando por endebles escalones de madera hacia su madre. La sabe allí, afanándose y fatigándose con todos. Ya la puede imaginar disimulando su sorpresa y susto, temerosa de pronunciar un palabra, no sea que el pierda el equilibrio y caiga hacia atrás.
Cuando su cabeza emerge de los escalones superiores todo en el taller queda congelado por un instante. Moise, un apuesto muchacho, discierne con su fino oído, en medio del ruido general, el crujido de las tablas debajo del niño. Como un águila sobre un cordero salta de su lugar, separa las piernas - una sobre la base de la baranda y la otra junto a la pared -, y viene por detrás para alzarlo en vilo como un lío de ropas, y depositarlo en la falda de su madre. Sorpresa y risa estrepitosa de las jóvenes obreras, entre ellas su madre Oro, que sienten especial simpatía por el águila elástico y musculoso.
Debido a la fuerza del impulso y la garrula recepción se le quita el habla. Como si no fuera un niño grande que ya sabe declamar poesías con gracia y a pedido. Se siente incapaz de contestar a una pregunta o de acceder a la insistencia de su madre de decir alguna gracia. Pollito desplumado y jadeante que alcanzó a la clueca que hurga en el basural, y se refugia entre sus c lidas plumas.
Es suya. Por un corto tiempo, lamentablemente. No de su padre, que pregona en esos momentos su mercancía por las callejuelas de los barrios turcos, sino de el, del hijo m s pequeño. Con sus dos manos encierra las manos frías del niño, después se levanta y acerca a la m quina de coser el alto brasero de tres pies, para que se caliente. El le cuenta de la visita de Erma Vida, que lo llevar a retratarse. Un pájaro saldrá volando de la manga negra del fotógrafo. Ella lo silencia: " después me contaras, David,
en casa, de noche... Ahora quiero que te vuelvas rápido donde la abuela, antes que te resfríes afuera... "
Muchas veces le repitieron que mama se fatiga y marchita para mantenerlos a el, a Rafael y a Rivka en esos espantosos años de guerra a la que se echa la culpa de todo: " Porque no hay mas pan, mama ? " - " Por la guerra ". "¨Quien grita afuera que apaguen de inmediato la luz?" " Es la guerra, hijo mío, y por favor, no hagas tantas preguntas. Mama est muerta de cansancio. Mama quiere descansar".
Medias claras, caídas, le rodean los tobillos como cálidas polainas de lana. Calza zapatones de caña alta que heredó de su hermano. Rodillas esféricas y arcos de musculos carnosos que se ocultan detrás de pantalones de tela a pintas. Sobre ellos blanquea un suéter tejido a mano que lo protege del frío. El pelo largo y liso remata en la punta del cráneo en una cresta enrulada en forma de salchicha. Mofletudo y vestido igual que una campesina de fiesta , su aspecto es la realización de un ideal materno, piadoso y dulzón.
David recuerda toda la conmoción del bambarato y se mantiene sumiso en su puesto junto a la anciana. Una gran dulzura lo penetra. Obediente contempla, como se le pidió, un trozo de papel desteñido que le colocaron en la mano izquierda, una pequeña foto de pasaporte del tío Menasch Alaluf, que esta haciendo el servicio militar en la zona de los Dardanelos. Menasch, que tan lejos esta y tanto ansia volver, pero no se lo permiten. David sostiene en su mano la foto como testimonio de que también el recuerda y extraña al tío heroico que se encuentra en el exilio. Y para que la foto salga bien y el niño no salte de pronto de la escena cuidadosamente preparada, le colocan la mano derecha dentro de la mano de la anciana. Ella permanece sentada pacientemente en la silla de madera frente al fotógrafo, ocupado en sus artilugios dentro de la misteriosa tienda negra.
El taller de gorrearía de Musiú Beja y su socio Salvatore Garguir, este último un refugiado de Odemisch. Su mujer, Diana hace frecuentes visitas al taller, pues tiene celos de las jóvenes obreras. En el taller hay gorras de hombre de todo tipo, ordenados en pilas. A veces una pila se mueve y se viene abajo y David abre los ojos asombrados, banandose de una alegría que le ensancha el alma. Mosiu Beja, el cortador, frecuenta la sinagoga. Como todos los refugiados de la ciudad de Tiria, también ellos fugitivos de la guerra anterior, es estrictamente observante. A diferencia de su socio, que sale en busca de pedidos, permanece casi todas las horas del día en el taller. El joven Moise Shujami, pelirrojo y vestido con gracioso abandono, es el primo del patrón. Mamá asegura que es diestro en todos los oficios. Sea empuñando la pesada plancha de vapor, o cosiendo con rapidez y también como cortador. Ese aprendiz de largas piernas es el que introduce vida y un poco de espíritu travieso en la tristeza del sudoroso taller.
Los ojos de David siguen, fascinados, los movimientos del señor Beja quien, aislado en su rincón, se alza de la mesa como un árbol trunco y zarandea hábilmente las telas de un lado a otro. Es posible que su sordera lo hace desentenderse de la conmoción provocada por la aparición del niño, o quizás de esta manera expresa su desaprobación por la holganza y las perdidas resultantes. Su silueta se inclina sin rostro sobre las telas marcadas con jabón blanco de sastre. Echa parte del cuerpo a un costado y descuelga de un gancho de la pared una larga regla de madera para trazar una lina guía, después lo inclina hacia el otro costado para descolgar un par de tijeras que clava en la tela y corta siguiendo las marcas.
Es sabido que las tijeras de un sastre o gorrero que cortan telas tendidas sobre una mesa producen un sonido peculiar, que no se puede confundir, por ejemplo, con el crujido sibilante de las tijeras que cortan papel e incluso tela sostenida en el aire. Compacta trama sonora compuesta por ricos sonidos que se deslizan dentro del oído como agua que penetra en tierra sedienta. Un puesto de honor tiene reservada esta voz en la colección de voces amadas. Sola la pitada de los barcos anclados en el puerto, que hiende la distancia hasta llegar al viejo barrio judío, esa pitada que atesora un mensaje misterioso cargado de esperanzas, y que los niños imitan con exactitud, solo ella supera en importancia al sonido del cortador que marca en la tela rutas a su antojo.
Musiu Beja, chismea su madre a oídos de la vecina Bojora, esta eximido del servicio militar debido al defecto de su oído, pero a tiempo sospechó que en época de guerra no se tiene tan en cuenta la letra de la ley, y podía ser enrolado a pesar de todo. Que hizo ? Se apresuró a instruir al joven Moise en los distintos aspectos del oficio de gorrero, y efectivamente, en ausencia del patrón queda este a cargo del taller, junto con el socio Salvatore, y lo dirige con talento: " Moise es ya un experto con las tijeras. Coloca cuatro telas, una sobre otra, y as¡ salen de sus manos una docena de gorras a la vez " - se admira.
- Escuche que es experto en otras cosas también - irrumpe el padre, sin ser llamado, en el entusiasta discurso de su mujer. Hay un tono de mofa en su voz.
Oro se interrumpe y lo mira con sorpresa. No tiene ningún deseo de aventar una discusión entre ella y su marido, con mayor razón en presencia de la tonta y charlatana Bojora. Sopesa su mordiente observación por todos los costados.
- En total es un mozo joven de buen carácter que no le hace mal a nadie - dice - su voz es apagada y sin brillo.
- Depende de cómo se mire - remata el a su manera. El cuadrado de su bigotito, tipo Charlie Chaplin, el héroe de las películas de su juventud, le roza la punta de la nariz. Cuando tuerce el labio superior, el bigote se alza hacia arriba. Pareciera que hasta su ojo derecho tendiese a subir en dirección a los pliegues de la frente.
La exactitud y la limpieza de trabajo de Moise tiene sus ventajas. Por regla general el resto de la tela, después del corte, no se devuelve al cliente sino que se distribuye entre los obreros. Mas de una vez le ha entregado a mama retazos de tela. A veces le cose un saco de escuela a Rafael, otras un par de pantalones para el. Mama confecciona muy bien ropa de niños y es también diestra en otras tareas, no solo en costura. Abunda en historias sobre Moise. También el niño siente por el cariño. Nadie le pregunta al respecto, pese a que con frecuencia le piden que confirme su gran amor por cada uno de los miembros de la familia, sin saltearse a nadie.
Los hombres del taller son grises y sin vida en comparación con las mujeres. Insignificantes y arrumbados en los rincones. David observa con curiosidad a su alrededor desde su puesto en la falda de su madre y ve tres m quinas de coser a lo largo de las paredes, junto a las ventanas de grandes antepechos y que producen gran alboroto. Sus trípodes est n cubiertos por un plumón pegadizo, lanudo. Un pedal rectangular yace sumiso al pie de cada obrera y cuando esta acciona el pie con un movimiento experimentado, enérgico, irrumpe la rueda de transmisión de la derecha en alucinante torbellino. No una rueda de hierro de radios en espiral y una flexible correa, sino un disco de plata que alborota y chisporrotea. Las costureras, jinetes arrebozados en capas de colores, montando, airosos, los ágiles y briosos caballos, que corcovean y galopan sin descanso. Solo los pies de los campeones son hierro firme aferrado al piso de madera temblequeante.
Los hombres se ocupan del paño exterior de la gorra, primero como cortadores, y en la etapa final, como planchadores. Las mujeres tratan la tela del forro, cosen las partes internas y todos los otros aditivos al paño exterior. La primera dobla el forro hacia adentro, la segunda, su madre, sentada en el medio, ajusta y pega el forro al borde la circunferencia de la gorra y la cierra, y la tercera, que maneja una m quina especialmente pequeña y de nombre cómico, Firildac, añade la visera afirmada con cartón. Después la gorra es arrojada con diestro movimiento a las manos del planchador, quien siempre logra atraparla al vuelo, con gracioso ademan.
David se hizo la costumbre de visitar el taller del extremo del patio. Debido a la frecuencia de sus visitas se conoce al dedillo todos los trabajos. Pese a los ruegos de su madre y las prohibiciones de la abuela, consigue siempre zafarse de la vigilancia y llegar. Ama el crujido de los maderos flexibles al que se mezcla un riesgo dulzón, el quejido de escalones agrietados y resecos.
Papa regresó no hace mucho del ejercito. Nadie sabe cuando volver n a movilizarlo. En todo tiempo, incluso con nieve y helada, no se tiene compasión, y sale a la buena de Dios para traer pan al hogar, como si quisiera demostrar que es capaz de mantener a su mujer y sus tres hijos con su propio esfuerzo. No le hace feliz el duro trabajo de su mujer - No quiere que trabaje fuera de casa. " Tres años en ese maldito taller ya bastan" - se enfurece. Tampoco yo quiero trabajar tanto, pero ¨ cómo podremos vivir de lo que el trae a casa ? - arguye Oro a oídos de su madre, en tono defensivo, como si pidiera clemencia.
- Tendrás que trabajar en tu m quina sin salir de casa. Sabes muy bien que todo ese asunto lo come vivo - explica la abuela Perla con severidad implacable -. Tiene celos de los hombres que te ven todos los días mientras el traquetea sus pies como mercachifle. El carácter del celoso no cambia, hija mía. Y en cuanto a trabajo, no te faltar también aquí¡, ya veras.
David siente la tensa atmósfera del hogar, que se agrava cuando regresa con sus cestos. No se dirige a los niños. Pincha el plato con el tenedor con chirridos irritados. Intercambia largas miradas con mama . Esta suspira y sale del cuarto. La abuela la insta a obrar con rapidez.
Si mamá deja de trabajar, reflexiona David, mejor para mí. Será una alegría y un alivio. Estar todo el día en la casa, junto a él. al alcance de la mano, libre para de dedicarle toda su atención. Su hermano y su hermana en la escuela y el padre rondando por las callejuelas, solo David y su madre en la casa, solos y juntos.
Hace dos días que el padre abandonó, colérico, el hogar y duerme en casa de su hermana mayor. La cosa es mantenida en secreto para evitar las malas lenguas de las vecinas. La abuela Perla en persona fue a ver a la madre de el para hablar frente a frente. Consintieron de inmediato. Todo se arreglar , le prometieron, el volver , como si nada hubiera sucedido. Nadie preguntará nada sobre su ausencia. Lo que exigió, se hará , con tal que vuelva a su mujer y sus hijos, donde debe estar. Después de todo, nada, Dios libre, sucedió.
¨ También con el, David, esta enojado papá ? Nuevas zozobras, que no se sabe donde se originaron, afloran a la superficie. ¨ Lo tomara papa cuando vuelva, sobre las rodillas, para explicarle, para darle una razón que lo tranquilice, que aparte la angustia de su corazón ?
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Capítulo 3
UNA CABEZA REGIA SOBRE LAS OLAS

Una veintena de chicuelos de escasas carnes, vistiendo ropas que no son de su medida, se acurrucan junto a las paredes. Algunos de ellos sentados sobre un jergón raído, los ojos de todos clavados en la puerta del cuarto interior donde se encuentra la "Maestrica". Los ojos vigilan la puerta, pero las bocas no dejan de parlotear ni las manos de accionar, empujando, presionando, haciendo cosquillas y otras mil travesuras. David est de espalda a la pared, encorvado y con las manos sobre las rodillas levantadas. Habla con el niño sentado a su derecha, mientras mantiene la mirada preocupada puesta en la puerta, por la cual debe hacer su aparición la mujer enjuta con el cabello recogido en un rodete sobre la coronilla y ardientes ojos saltones. Todos la temen, y más que temerla, se estremecen ante su voz desbordante de cólera sibilante y desesperación resignada.
Su misión es evitar que los niños salgan al patio y estorben a sus madres. Para eso los han mandado. su casa es un cuarto dentro de otro, como la mayor parte de las viviendas en el patio grande. Todos se apretujan en el corredor sin entrar en el cuarto donde ella se refugia, cerrando la puerta tras si. El ruido de afuera crece hasta convertirse en una batahola. En cuanto toca el picaporte para salir, se hace inmediatamente el silencio. Pero viéndola atravesar el recinto para salir al patio, respiran aliviados, y nuevamente sube el alboroto como leche hervida.
Las madres est n muy ocupadas. Algunas trabajando hojas de tabaco y otras preparando higos secos y pasas para su envío a todas las ciudades del mundo. Esas ocupaciones no son de todo el ano. Por regla general trabajan en las casas de los ricos, judíos y no judíos. Lavan días enteros sus ropas sucias o cumplen otras tareas domesticas como sacudir alfombras, lavar vajilla, limpiar los cuartos, servir la mesa. La madre de David lleva a su casa cuero para coser por las noches, y como suplemento inevitable, trabaja en el club del partido situado en el parque municipal. Allí limpia y lava los pisos y est a cargo del guardarropa, donde los concurrentes dejan sus abrigos y cartapacios. Una vez les cosió gratuitamente cortinas enormes, para ganarse su favor.
La Sra. Reina es la maestrica en cuyas manos las madres del patio y fuera de el confían sus polluelos cuando salen a trabajar. La Sra. Reina est muy enferma y su estado empeora por momentos. Tose continuamente. En el pasado, atendía a su sustento su único hijo, de su casamiento anterior, hasta que sucedió la desgracia y la fuente de su sustento se obturó. El Varlik, el tributo especial de los no musulmanes, lo abrumó. Ni siquiera vendiendo su taller y sus herramientas pudo hacerle frente. Entonces encontraron para el una solución : lo mandaron a los montes del este de Anatolía para limpiar de nieve los caminos y construir vías de ferrocarril, hasta que lograra rescatar la deuda con su salario. Regresó a la ciudad esquilmado y vencido. Sin taller y sin herramientas para trabajar, se incorporó a las huestes de los receptores de caridad en el patio del rabinato. Poco tiempo se lo encontró colgado de una de las vigas del techo de su casa, dejando a su madre desamparada y su padrastro en la soledad. Hay que ayudar a Reina - decidieron las mujeres y le propusieron dejarle los niños por un modesto pago. Ella aceptó pero la cosa le pesa. Especialmente el bochinche.
Erma Yuda, su marido, luce una rala barba de chivo, grísea y flameando hacia los costados. Es el bedel de la sinagoga Beit Hilel, conocida en boca de todos como la sinagoga del Palatchi. David reza allí por las mañanas con su padre y hermano. Es lindo ir de madrugada a esa pequeña casa de oración. El roce de los flecos de los mantos de rezo que caen de los hombros de los mayores le causa placer y le infunde seguridad. Se atan las filacterias con los ojos entornados, acompañando los movimientos con un fervoroso cuchicheo. Al termino de la oración Erma Yuda espera junto a la puerta sosteniendo una alcancía de lata.
Al termino de esas plegarias recitadas por la gente de duro sustento que habitan el vecindario, su rostro trasunta un sereno placer. No as¡ en su propia casa. Allí su semblante se oscurece. Al entrar echa una adusta mirada sobre el bullicioso grupo y sale al patio a beber allí su café.
A veces, después de beber, se siente el viejo junto al vano, de cara al patio, y lee en un libro pequeño y grueso. Al leer, entrecierra los ojos y se menea. Los niños no le temen y no interrumpen el alboroto por su causa. De pronto irrumpe la señora Reina, sin que nadie sepa de donde y se aposta entre ellos, como una leona :
- Pero, ¨ no lo est n viendo, malvados ? - sus ojos parecen querer salirse de las órbitas - ¨ no ven que Erma Yuda est leyendo Salmos, y Vds. lo estorban ? Est n cometiendo una gran pecado.
Los niños la miran y se llaman a silencio, estupefactos. Ella sigue de pie, por encima de ellos, mientras habla, regaña, explica, y poco a poco su voz se quiebra, perdiendo fuerza y seguridad. " Les pido por favor, sean niños buenos - suplica finalmente, y su rostro oscuro se oscurece más aún - "Traten de guardar silencio. Me duele mucho la cabeza ". Esta cabeza que parece a punto de irse a pique sobre las olas de un borrascoso mar,- “Por favor chicos, se los pido ".
Los niños parecen olvidar su temor ante su voz suplicante. No saben que hacer. David contempla con boca abierta por el asombro la puerta que se cierra detrás s de Reina. Hela aquí, plañendo y suplicando un momento después que sus gritos sembraron el pánico dentro del cuarto sofocante. Esa mujer lo fascina. Cómo llegó a ser Reina - se pregunta. No es as¡ como el se imagina una reina, un rey y un palacio. El sabe perfectamente que aspecto tienen los reyes y las reinas. Escuché sobre ellos cuentos sinfín. No hay como su madre, Oro, para narrar historias. Tanto hombres como mujeres se hacen lenguas en el patio de su talento de relatora, sin parangón en el vecindario. Y he aquí a esa que llaman Reina, seca y oscura, el vestido colgándole como de un espantapájaros. Solo sus ojos se agrandan cada día m s, y la cabeza parece desprendida del cuerpo, flotando sobre las aguas. La horrorosa cabeza de ojos desencajados contempla a los niños. El bullicio de estos vuelve a crecer, se agita como las ramazones del bosque.
Los niños m s grandes atormentan a los pequeños. Pellizcan y empujan, los hacen caer y se encaraman sobre ellos. Esos aúllan y aquellos lloran. Quien puede se hace a un lado y se adhiere a la pared para estar protegido, por lo menos de atrás, de manos hostiles, de pies que patean. En medio del bosque de voces y del mar de manos flota sobre las verdes aguas la cabeza de la reina doliente, de cascada voz. Su pelo se suelta de sus ataduras, esparciéndose como delgadisimas víboras sobre aguas turbias. Un poco mas y la cabeza se sumergir en las profundidades. Un poco mas.
No hay mayor placer que pasear por la costanera y contemplar las procelosas aguas desde la seguridad de la tierra firme. El misterioso mar esconde en sus profundidades el mellizo y doble de cada criatura que por la tierra camina, se arrastra o vuela. Todo hay allí, hasta personas. Estas, tanto hombres como mujeres, tienen la parte posterior del cuerpo en forma de pez. En el fondo del mar tienen sus casas, sus ciudades, sus reinos. Que suerte que la tía Rajel Contente ama a los niños de su hermana. Oro se casó muchos años antes que ella y tiene tres hijos, en tanto que la tía Rajel, que es la mayor, tiene solo una niña. Cada vez que su marido Jacques sale a pasear los sábados después del desayuno a la orilla del mar, no se olvida de decirle que se lleve también a los hijos de su hermana. Que los pequeños gocen un poco y Oro pueda descansar de los afanes de la semana.
Rafael ya no necesita que lo lleven. Tiene su propia patota y desaparece con ellos para vagar y pasear. Jamas lleva consigo a David, quien se muere por ser de la partida. Todas las suplicas no lo mover n a llevarse consigo a la colita lloriqueante. Por eso David y Rivka se alegran con el tío Jacques que viene a recogerlos. Oro se apresura a vestir a ambos y enviarlos lo m s temprano posible.
- Iremos, caminando despacito, hasta el monumento - anuncia el bueno del tío y los cuatro salen alegremente al camino. Suben por la calle Ergat Bazar que comunica los vecindarios turcos de lo alto del monte con la ciudad baja, yendo a desembocar en la plaza del monumento sobre la costa. Junto a los grifos públicos frente al cine " Tiare " Rivka se detiene a beber agua. Se inclina y se moja los zapatos. El tío tuerce la cara. Teme que también David y su hija se ensucien junto a los grifos y los insta continuar la marcha. En la plaza les comprar agua limpia y transparente en un vaso.
Shemuel, el padre de David, no gana lo suficiente para comprar ropa nueva para sus hijos. Por eso Oro se afana en improvisar. Lava, surce, adapta las vestimentas de uno para el otro. A veces una prenda pasa de Rafael a Rivka y de esta a David, lo que se trasluce en la traza del niño. Su aspecto es una sola manifestación de pobreza : pantalones cortos de una tela áspera, desteñida, de confección casera, sobre sus piernas largas y flacas. Abrigo que supo de otros dueños antes que fuera adaptado a su cuerpo, que entretanto creció. Medias largas sujetas por ligas junto a las rodillas salientes, calzado viejo con las puntas raídas de patear piedrecitas y latas vacías que le salen al camino. David no puede vencer la tentación de patear . Patear y hacer rodar objetos sonoros a lo largo de la ruta. A falta de otro juguete, fuera de una pelota de trapo de fabricación propia, patea todo lo que se le pone delante de su pie inquieto. De ese envoltorio flaco y mísero asoma una cabeza rapada. Ya no se lo puede confundir con una niña. Es un hombrecillo. Sus ojos oblicuos parpadean al sol y sus orejas apuntaladas flamean hacia los costados.
David tiene la mano puesta en la de su hermana. Tras ellos camina el tío Jacques con su traje abotonado, por el que asoma una corbata de colores. Siempre prolijo e impecable, un poco pomposo. Su mano empuña la de su acicalada hija, la pequeña Jacqueline. Cómo la envidia David. Que hizo ella para merecer que sus padres fueran m s ricos e instruidos que los suyos Su abrigo nuevo luce un cuello de piel, sus medias cortas son nuevas y bonitas, da gusto verlas. Todo en ella habla de la buena posición de su padre, quien de joven tuvo el buen tino de aprender el oficio de la imprenta, un trabajo limpio, que da un respetable sostén.
Un kilo de matzot contra ocho puntos de la cuota del pan, esta la ración que se puede comprar para la fiesta de Pesaj, pero tampoco para eso alcanzan los medios de los parientes de su mujer, y junto con los otros "pobres, pero honrados", recibirán matzot en forma gratuita del rabinato. Pero el, el tío Jacques, no aparece en la lista de los necesitados. Lee el francés mejor que nadie y todo lo que aparece en las revistas ilustradas lo cuenta cuando se reúne la familia y los vecinos. Maravillas del gran mundo : caza de tiburones en el Mar del Norte, la lucha de valientes marineros contra los pulpos, los osos blancos, descubrimientos de tesoros en la profundidades de la tierra y en el fondo del mar. Cuentos con aroma de un mundo prodigioso, lleno de misterio. Son esos relatos lo que hacen a ese tío tan respetado y querido por todos.
Su casa se maneja de acuerdo al principio de la economía inteligente, de la contemporización. Reina allí una limpieza respetable, un poco fría, y una plétora de carpetas de encaje dispersas sobre los respaldos de los sillones, las cómodas, los banquillos junto a las paredes. El tío es muy solicito con su mujer que le lleva diez años. Sus relaciones son de respeto mutuo y cariño reservado, discreto. Hasta la abuela Perla adopta una actitud cautelosa al hablar con el, pero con Shemuel, que vive con ella y no gana lo suficiente para vivir, su comportamiento es mas brusco.
Los paseantes dejan taras el parque nacional que se levanta sobre los terrenos quemados y destruidos de la ciudad junto a la escuela de comercio. A la izquierda se alza una iglesia quemada y cercada con alambre de púa. El edificio en ruinas, calcinado, infunde en David un opaco pavor. Siempre al pasar por aquí lo fascina este espectáculo de misterio y horror. No le cabe duda que el maldito lugar est lleno de malos espíritus, y quien entra en el pone en peligro su vida. David conoce también muy bien el paseo de la costanera y la estatua ecuestre que se encuentra en su centro. Mas de una vez lo lleva allí su padre en las mañanas de los días festivos. A papa le gusta detenerse junto a los pescadores sentados por encima de las aguas oscuras, y que deslizan sus cañas hacia abajo con infinita paciencia. A veces se queda contemplando largamente a los grandes vapores. ­ Como quiso en su juventud partir en uno de ellos, al igual que muchos de sus camaradas ! Buenos Aires, el Río de la Plata, la " Habana de la Cuba ", de todos esos lugares habla como si hubiera estado allí y lo hubiera visto con sus propios ojos. Al acercarse a la plaza los niños alargan, impacientes, los pasos.
En medio de la plaza hay un alto pedestal sobre el cual se alza un monumento de bronce de grandes proporciones. El padre de la nación turca de uniforme y a caballo, señala la lejanía del mar. Así señalo y venció sus enemigos griegos aquí, en esta ciudad. Aquí se completó su victoria. En torno al monumento canteros de césped y flores. También bancos pintados de verde, ocupados por familias enteras. Junto a ellas pasa un muchacho turco, cuyas ropas atestiguan su procedencia de los barrios pobres. Vendedor de agua. "Agua de vertiente, fresca agua de vertiente" - pregona su barata mercancía. Vende el agua traída de las caudalosas vertientes de las afueras de la ciudad en vasos que trae atados a una reluciente bandolera en torno a las caderas. De ese recipiente de estaño extrae un vaso, lo enjuaga, lo frota hasta hacerlo brillar, y por unas pocas monedas escancia una copa llena con gracioso movimiento. " Agua fresca como el hielo " - continua el niño pregonando, mientras David bebe de su vaso y se hace a un lado para permitir que otros abreven su sed.
Un fotógrafo ambulante ofrece sus servicios. En cuanto obtiene el consentimiento dispone a los interesados de espaldas al monumento y los enfoca de modo que aparezcan ellos y por encima caballo y caballero congelados en un gesto heroico y victorioso. El tío le dice al fotógrafo que quiere fotografiarse con los niños, pero junto a los canteros de flores. Se arrodilla y con la mano izquierda abraza a David y con la derecha rodea el hombro de su hija, menor que David con tres años. La mano derecha de la pequeña est dentro de la mano de Rivka, la hermana de David.
En esos primeros días de la primavera, entre lluvia y lluvia, sucede que se da un domingo de sol, límpido y precioso. Una cálida placidez se esparce por la calle. Los viejos del hospicio "Ozer Dalím" que no están postrados en sus camas se lanzan hacia afuera e invaden todo trozo soleado junto a las paredes. Debajo de las ventanas del edificio del rabinato se sientan, haraposos, a gozar del sol. Las aceras son muy estrechas. Una angosta saliente de la pared les basta como asiento. No son pretenciosos. Se conforman con poco. A todo lo largo del edificio del rabinato y de las pocas escaleras del hospicio siéntanse viejos y viejas, disfrutando y dormitando al calor del sol. Aquellos que en un tiempo estudiaron en los libros santos - y son pocos - se apretujan para salmodiar los versículos con melodiosa voz. David ama a esos viejecitos que son de buen corazón y muy amistosos. No como los mendigos que cuando se ofenden pegan con sus bastones hasta hacer doler, y son muy propensos a la ofensa. Los niños callejeros les tiran piedras y saben cuál es el insulto que les hace hervir la sangre.
A veces el aspecto de los viejitos no es agradable. Las bocas babeantes, los mocos goteándoles sobre las ropas raídas. Las moscas se ensañan con ellos y se les adhieren perversamente, con obcecada dedicación. Sus manos tiemblan. A veces uno de ellos dormita al sol y a través de la abertura del pantalón asuman sus peludas desnudeces y su oscuro falo. No se abotonó como es debido. Su cuerpo marchito y su extraña vestidura son un foco de atracción para David, que da vueltas a su lado y lo examina con suma curiosidad. Una divertida canción infantil le sube a los labios:
Yoja tenía frío,
se sentó en el sol.
La braga tenía rota -
¡Se le vido el coshcondón!
Más de una vez se allega al lugar un carricoche negro, atado a bríos caballos ornados con flecos y correas de colores. Desde su asiento, el postillón vigila atentamente, y nadie se atreve a arrancar crines de las colas de los caballos para las cañas de pescar. El largo látigo en manos del postillón llega hasta detrás de la capota del carricoche, a la barra trasera de la cual suelen colgarse los m s osados. David se acerca a mirar a prudente distancia. No sea que el turco le atribuya las malas intenciones, no sospeche de el. No es sino un niño bueno y curioso sin la menor intención de colgarse del coche o atormentar al caballo. Todo lo que quiere es contemplar a las respetables señoras que se apean y entran con digno empaque al patio de entrada rodeado de un pequeño jardín. Unos cuantos escalones las llevan al recinto de los viejos y las viejas. Un piso para los hombres y un piso para las mujeres. Camas de hierro carcomidas y miserables, como enormes saltamontes que llevan sobre sus lomos la liviana carga de los hombres flacos en el ocaso de sus vidas, los viejos que las damas vienen a atender personalmente. Todos saben que hacen una gran obra de bien y se congregan para alabar su buen corazón. Mujeres ricas de otros barrios que vienen en días domingos de sol. La cocinera trata de congraciarse y el conserje corre de un lado a otro para impresionarlas con su dedicación al lugar y a sus habitantes. Los viejecitos se alegran con esas visitas. Esos días comen mejor y hasta reciben dinero para sus gastos.
- Eh, chico, Si¡, tu, - se dirige a el uno de los viejos desparrados de bajo de la ventana - Ven acércate - El anciano espera que David se acerque y se coloque a su lado.
- Que? - pregunta solicito. A veces piden un vaso de agua y el corre a traaerselos. La abuela Perla suele enviarlo con un paquete de masitas para uno de ellos y el lo entrega con alegría.
- Toma este dinero. Que no se te pierda en el camino ¨eh?, y bien, muchacho, corre a lo de Osman y tráeme una cajetilla de tabaco de oler. ¨Nos basta una? - dice, volviéndose a quien est sentado a su lado que mira la lejanía y se entrega al agradable calor del sol que se derrama desde arriba.
Hay entre los viejecillos algunos vivaces que incluso entran en conversación con los niños de la calle. Con ellos la abuela Perla no quiere trato. Se desentiende de ellos como si no existieran. Su amistad es con los ancianos que se ocupan de asuntos de religión. Estos pasan mucho de su tiempo en las sinagogas, aparecen periódicamente en la ceremonia de recordación de los muertos y aprovechan las comidas de caridad. Perla les sonsaca todo lo que saben acerca de los sabios y sus discípulos. Sobre "Los Asara Batranin" ("Los Diez Ociosos") y sus hazañas. Sobre el nombramiento de nuevos administradores de sinagoga y los coros de niños que se preparan para cantar en las fiestas o a recitar salmos en el ocaso del shabat, con una melodía grata al oído y cercana al corazón. Esos son los viejos que disfrutan de sus cocidos y masas. La tratan con respeto y le hablan con una voz en la que solemnidad y cariño, que no emplean con sus colegas los viejos ignorantes que, como suele suceder con los incultos, se hacen m s imbéciles cada año que pasa. A David, no le cabe duda que si la abuela Perla fuera hombre, seria uno de esos respetables senores de rostros importantes que pasan por los portones del rabinato.
El padre lee en el diario una noticia sobre el ungimiento del rabino Catribas en la ciudad de Estambul y la abuela Perla escucha con unción. Si alguien deja escapar un sonido ella lo hace callar con una penetrante mirada. Una nueva época comienza, y se vislumbra el fin de la espantosa pobreza de los años de guerra. Las sinagogas de la ciudad son refaccionadas y pintadas y cada vez es mayor el número de feligreses. La madre de David concurre junto con su madre al piso de las mujeres de la sinagoga portuguesa, que es la sinagoga distinguida de los días Shabat. También el padre y el abuelo Nissim van allí en Shabat, pero las oraciones diarias las hacen en la sinagoga " Beit Hilel ", pequeña y humilde. En el "Cal Portugués" hay sermones a la hora de la oración vespertina, sobre temas religiosos o eruditos. Los mas jóvenes hacen gala de su saber en tanto que los viejos hablan sobre religión y moral y la necesidad de salvar las almas de los niños de los peligros de la calle y enviarlos a toda costa a las lecciones de Salmos y a los coros, y va sin decir que deben concurrir a la sinagoga, todos los días. Escuchan las mujeres tocadas con pañuelos o pelucas y enjugan una emocionada l grima. A través del enrejado siguen atentamente lo que sucede abajo, en el mundo de los hombres orantes.
A veces en el Shabat, después del desayuno tardío. la abuela Perla dice con soñadora voz que quizá pueda hacer de Rafael un hombre docto. Si pudiera estudiar en " Majazikei Tora " y perseverar ... Pero al parecer dejó de depositar esperanzas en Rafael, quien ingresó a la Escuela de Comercio, en la que hay muy pocos judíos. Entonces, quizá s el pequeño, su nieto preferido, quizás el llegue a jajam con la ayuda de Dios. Que lo dejen por cuenta de ella. Ella atender a su educación. Y es necesario comenzar a temprana edad. As¡ le aconsejan los viejos de larga experiencia, sus amigos de Ozer Dalim. Al principio cuidaba que Rafael lo llevara lo de la maestrica para que se acostumbre a estar con niños y estudie de boca de erma Yuda, el bedel, quien como es sabido es cabalista y se mortifica en la plegaria de medianoche. Que de el aprenda a decir Bendito El y Bendito sea Su Nombre. Rafael no perseveró y después de una o dos veces empezó a escurrir el bulto, desentendiéndose de esa cargosa obligación. La abuela Perla empezó a llevarlo en persona todas las mañanas a lo de la Sra. Reina.
El entierro de rabí Menajem Matal¢n, el anciano de noventa años, y de Rabí Itzjak Gershón, a quien atropelló un tranvía conmoviendo a la ciudad y estremeciendo a los corazones. También el padre y el abuelo de Nissim marcharon con rostros adustos detrás de los catafalcos. Viejos, jóvenes y alumnos de Talmud Tora formaban la caravana. Al día siguiente la abuela Perla se lo llevó a su cuarto para tenerlo bajo su protección. Desde entonces empezó a dormir con ella, sobre un colchón extendido en el piso. El abuela Nissim, hostigado ya por la enfermedad, ocupaba la cama junto a la ventana. El hermano y la hermana de David no obtuvieron el permiso para dormir en el ala de los abuelos y seguían durmiendo con los padres en los cuartos que daban al cuarto grande. El cuarto interior, bello y espacioso, donde se alzaba una gran cama de bronce, lo ocupaba un inquilino, y la abuela prohibía la entrada de los niños en el.
Rafael y Rivka envidiaban a David, el privilegiado y mimado, el niño preferido de la abuela a quien nadie, ni siquiera el mismo padre, Shemuel, le estaba permitido pegarle con la correa. El derecho a castigarlo le estaba reservado solo a ella. Ello lo trae y lleva de la casa allí donde vaya. Es que el lleva el nombre de su hermano menor, que siguió el camino de toda carne. David, el hermano renacido. Tiene todas las esperanzas depositadas en el. De el vendrá el consuelo, y nadie osar desviarla de su camino y de sus planes. Nadie en la casa. El hermano y la hermana reprimen su envidia, el padre domina su ofensa y la encierra en su corazón a tranca y candado.
La abuela viste una toca de terciopelo negro con un pinche que remata en una perla lechosa, clavado como un apóstrofe, y sale con David a la casa de Mercada, la hermana que vive en el barrio de Carratash. Allí vive esa tía anciana con sus hijas y en la vecindad de su hijo, con gran desahogo y en cuartos muy bien amoblados. En las fiestas Perla toma a David y viaja con el a Carratash. Con ella duerme, con ella come, con ella regresa de sus viajes para envidia y resentimiento de Rafael que se ve desplazado por su hermano menor.
David se sumerge en el calor del mimo especial que se derrama sobre el. Pero los privilegios suponen también obligaciones. El dominio de la abuela se hace m s estricto cada día. Mama Oro trabajo mucho. Papa Shemuel se desloma por un mísero pedazo de pan y ambos sienten agradecidos a que hay alguien que se preocupa por el pequeño y le impide que vague por las calles.
El ojo de águila de la abuela todo lo ve, todo lo sabe, aun sin salir del patio. Pese a su pobreza, vienen a contarle sus cuitas todos los que necesitan su ayuda, su arbitraje o su caridad. Otros niños trepan a su antojo a los arboles, saltan muros y cercos, hacen largos paseos, se dan de moquetes y se revuelcan en el suelo con gran energía. David no puede permitirse todo eso. A la cobardía y timidez profundamente estampada en el se suman las prohibiciones y las advertencias. Si le pegan, no reacciona; si lo empujan, no empuja por temor a caerse y ensuciarse los pantalones. Los niños ven su apocamiento y su sumisión y se burlan de el, relegándolo a los peldaños mas bajos de la escala social.
A pedido de su doliente mujer, Erma Yuda dedica de vez en cuando unos momentos a los niños. Entra al cuarto y trata de enseñar algunas bendiciones. No todos escuchan y el se interrumpe intentando mirar por encima de sus gafas quien es el que molesta. Ya les enseño la bendición del alimento. Ahora están aprendiendo el Shema Israel. Es necesario aprenderlo al dedillo. Antes de cerrar los ojos en la cama se debe recitar el Shema con suma devoción para que los sorprenda la muerte estando dormidos y se encuentren yéndose de este mundo como gentiles, Dios libre, sin haber aceptado la carga del reino de Dios.
David estudia con ahínco, estremecido por la idea no muy clara de la negra muerte, llena de sombras, que por la noche ambula por los cuartos y estrangula a los niños durante el sueño. Por eso debe afilar el arma con que lo proveyó Erma Yuda. Armado y protegido por el Shema , no osar el ángel hundir la punta de su sable en el cuello de David. Como ya aprendió la bendición del pan, David pone cuidado en sumergir el pan en la sal, mucha sal, después de la bendición, con lo que se gana m s aun el favor de la abuela Perla. David bisbisa la bendición y la abuela Perla lo mira con buenos ojos. Hay salario y recompensa para esa labor. Siempre.
Un niño de pelo crespo y rojo se siente en su derecha en casa de la maestrica. David ansia tener el pelo crespo. Los niños mas grandes le dicen: "Pídele a tu mama que te rice el pelo". David pide y su pedido le es negado. Insiste y provoca una respuesta impaciente. Nuevamente lo azuzan los niños. Por que no pide que le ricen el cabello como es debido. Torna David a cargosear a su madre hasta que esta pierde la paciencia y le da una bofetada. Su rostro arde con el fuego del dolor y la ofensa. Se lo voy a contar a la abuela - amenaza a la madre . Le voy a decir que me pegaste. Veras lo que ella te hace. A eso le llaman ser soplón, querido hijo -responde ella, burlona.
Una carroza idéntica a la que suele detenerse a las puertas del asilo de ancianos se para ahora frente al portón de hierro del patio grande. La señora Reina camina sostenida por ambos costados. Oro la sostiene por la derecha. Los niños se apretujan para ver cómo llevan a su maestrica a la carroza que espera. La reina es conducida al hospital judío en el barrio de Carratash, en lo alto de un monte que atalaya sobre la bahía. A través de la ventana podrá contemplar la gloria del mar que alberga en sus entrañas a los semejantes de todo lo que vive en tierra firme y vuela sobre ella, y sobre los cuales reina un monarca sentado en su trono entre rocas de coral y columnas de m mármol.
Detrás de los niños van las mujeres que tratan de consolar a Reina, oscura y enjuta. " Pronto volverás" - le dicen. Ella las mira con ojos desencajados y calla. De pronto se desprenden y caen sus calzones de color, de costura casera, hasta las rodillas. Oro se agacha de inmediato para levantarlos y ayudarla en camino al carricoche.
- Hay de mi - plañe la reina mientras la conducen -. Oro, querida Oro, este es el fin de Reina.
- Guardate de decir semejantes cosas- dice alarmada la madre de David, mientras la l grimas cuajan dentro de sus ojos.
La maestrica trata de sujetar sus ropas desprendidas y sigue su marcha doliente y exhausta, hasta el portón.
- Si Reina llegó a eso, a la vergüenza de que se le caigan los calzones, sepan que Reina no volver - profetiza .
Las mujeres se enjugan una l grima y los niños lo presencian todo, boquiabiertos, sin comprender el significado de lo que están viendo. El postillón se mueve sobre su alto poyo y se rasca con impaciencia los pelos de la barbilla. Reina vuelve la cabeza y sus ojos brillan como alucinados o como si viera cosas m s allí , por encima del público que la acompaña desde el patio, desde la casa donde pasó toda su existencia a la carroza que ennegrece en el vano.
Una noche pesada cae sobre el patio y sus pabellones. También en casa de David se comentan los tristes acontecimientos del día. ¨Se recuperar Reina? ¨Y que ser del marido que no tiene en el mundo m s que a esa pobrecita y su sinagoga y sus preces día y noche ? En esas preces exagera, en opinión de las mujeres del patio, mas allá de lo que est obligado todo judío. El verano pasado Reina viajo por indicación m‚medica a las termas de Liga, y Erma Yuda se quedo solo en su casa. No era hombre de descuidar sus obligaciones en la sinagoga para concurrir a balnearios de cura. Cuando Reina regreso, se apresuraron contarle sus inquietudes: por las noches se escuchaban quejas que provenían de su cuarto, voces gemebundas, y ellas las vecinas, que Dios las perdonara, fueron a echar una mirada. Tal vez estuviera enfermo. Y a quien ven, a la luz de la lampara, si no a Erma Yuda, medio cuerpo desnudo, bisbisando y azotándose con un látigo, azotándose y gimiendo con angustia desgarradora. " No se aflijan, no es locura ni embrujo, las tranquiliza Reina, sino aceptación de la carga de los azotes divinos. Expiación de Lea, expiación de Raquel ". Las mujeres no se convencen. Oro, que aprecia mucho a la mujer del Bedel, sola insistirle que vigilara el anciano y no permitiera que se quedara solo de noche. Con esos azotes sobre los huesos secos y los baños fríos a la madrugada acabaría por matarse, y ella Reina, quedaría sola. " No tienes a nadie fuera de el y tu deber es velar por su salud - le decía Oro - y ojal que estés sana para cuidarte tu y cuidarlo a el."
Reina no consiguió cuidarse a si misma. Desde ese momento, nadie cuidaba de Erma Yuda, el cabalista solitario. Desde que fuera conducida al hospital sobre el monte, no se apretujaban ya los veinte chicuelos inquietos, gritones, en su cuarto pequeño y sofocante. Esa misma noche anegaron las rompientes del mar, verdes, negras y fragosas, la cabeza desgreñada, atormentada, de desencajados ojos, que tantos años flotó sobre ellas. Vencida cayó la reina ante el embate
de las olas del mar.
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