Saturday 18 July 2009

Capítulo 7
EL TRAJE DE MALINERO

La más larga de las guerras llegó a su fin. Ciudad a medias quemada en una época distinta. Cual mujer que aprieta contra el seno a su niño moribundo, así se niega la ciudad a enterrar sus ruinas. Ciudad cuyo corazón está sembrado de musgo y pasto para las ovejas de engorde destinadas a la fiesta del sacrificio. Azotada por el hambre y la pobreza, los espera, ansiosa y conmovida. El diario de papá , escrito en judeo-español e impreso en otra ciudad, vuelve a agrupar a su derredor a los vecinos. Inquietos, tratan de barruntar las maquinaciones del ruso.
El oso blanco vuelve a levantar cabeza, alargando su zarpa codiciosa hacia los encantos de esta tierra. ¨De verdad acabaron los días de hambre, de oscuridad, de zozobra? ¨Que será de los judíos? También esta vez se producir el milagro, como cuando el maldito alemán llegó con sus cañones a una distancia al alcance del oído, pero la ciudad se salvó? Entonces los ayunos dieron resultado. Las plegarias fueron escuchadas. Pero no siempre ocurre el milagro. La noticia sobre la probable llegada de los americanos inyectan esperanzas en los temerosos corazones. Dicen que también a nuestra ciudad llegarán. Los recibiremos como se merecen. Pero, ¨quien es ese nuevo americano, que se propone? Las opiniones al respeto difieren. La imaginación se esfuerza por trazar línea tras línea, trata de ensamblar rasgos confusos, pero no llega a dibujar un rostro nítido.
No se ve el mar desde el vecindario, si bien las pitadas de los barcos se abren camino hasta el. No todo lo que llega del mar a la ciudad es posible ver desde el muelle. No a todas partes puede llegar el civil. No en todo lugar abierto al público es prudente que el judío meta las narices para satisfacer su vana curiosidad. Como blancos pájaros que caen repentinamente sobre la ciudad, sin que nadie sepa si vienen de la montaña o del mar, y hacia donde alzaran el vuelo después, así fueron aterrizando las bandadas de marineros. Seres humanos, sin duda alguna, pero que hablan a gritos en una lengua pintoresca y cómica. En su revoloteo, como aves de corto alcance, de sitio en sitio, recuerdan en no poco a las fantasmagóricas imágenes de la pantalla donde nada es palpable, ni tiene asidero en la realidad.
No bien aterrizaron, invadieron las calles y callejas, su hablar derramándose de su boca como habas secas que se volcaran de un saco roto. Todo lo encuentran gracioso. Un hombre va montado en su mula por la ladera, de inmediato se produce un alboroto como si estuvieran en presencia de un caballo alado. Palpan a la bestia asombrada, empujan monedas en la mano de jinete estupefacto para apearlo, y se suben ellos, uno por uno, para fotografiarse. No alcanzaron a moverse de allí cuando chocan con un camello cargado de bolsas de manzanas y nuevamente se apodera de ellos el delirio.
Lo que mas les atrae son los coches con capota atados a una yunta de caballos ornados con collares azules. Los arriendan por grandes sumas de dinero y galopan con ellos cuesta arriba y por la ladera. Ni siquiera los policías, a quienes todos temen, les hacen observación alguna. Cuando se encuentran dos bandadas irrumpen los gritos en idioma extraño y se interpelan a voces como si toda la ciudad les perteneciera. Uno a otro se arrojan las frases como si fueran livianas pelotas, por encima de las cabezas de los religiosos musulmanes, que marchan con digna humildad a los costados del camino, por encima de las carnosas portadoras de canastos y los mozos de cuerda bigotudos y violentos, por encima de los grupos de niños de narices moqueantes. Todos acogen con tolerancia y comprensión a esas criaturas alegres y extrañas llegadas de ultramar.
Aarón Gabai, el sobrino de papa , fue de los primeros en inscribirse para subir a bordo de las naves de los americanos, y vino a llevarse al pequeño David para compartir con el la vista del prodigio. Poderosas son las naves de los delirantes marineros. Nunca se vieron embarcaciones tan grandes y potentes. Quien quiera regalar sus ojos puede abordarlas y recorrerlas a su antojo. Nada malo le suceder . Y si todos van, un hombre como Aar¢n no vacilara . Y si no hay oposición, se llevar al niño.
El mayor, Rafael, no oculta su deseo de ir con Aar¢n, pero le recuerdan que debe seguir preparándose para su Bar Mitzva . Que dirá la gente si lo ve, tan próximo a la ceremonia, profanando el sábado en el puerto. Del pequeño David nada dirán. No hace mucho Aar¢n terminó el servicio militar y se puede confiar sin temor al niño en sus manos. Por el contrario, que se vaya y deje de molestar al mayor que prepara su discurso y la lectura de la Tora . Rafael es el orgullo de la familia. Por su parecido con el hermano de la madre, Bojor Jánuca , cuya huella se perdió desde que fuera hecho prisionero por los alemanes en Francia, es objeto de un piadoso cariño. Como hijo mayor, su posición en la casa es firme. David es el protegido de la abuela Perla, y por lo tanto, privilegiado y defendido. Solo la hermana, la mediana, bajita y delgada, se esfuerza en silencio para impresionar con su industriosidad. Abusada, discriminada y apretujada entre el mayor a la derecha y el pequeño a la izquierda. Al fin y al cabo, no es sino una niña y m s no merece. La abuela Perla dice de ella : " Si aprende a escribir su nombre en la escuela, suficiente. No necesita mas. Yo me arregle con menos". Sumisamente ejercita Rivka sus funciones de dueña de casa, tratando de suscitar un poco de buena voluntad, pero sin demasiado éxito.
David contempla con abierta y doliente admiración a Rafael y sus acciones. Con sumiso amor, con envidia. Cuando dicen en la escuela que el, David, llegar a ser como su hermano, que lo precedió, se llena de orgullo y reverencia. Siente el peso de la responsabilidad, la carga de las esperanzas depositadas sobre sus hombros. ¨Sera , como el, un buen alumno? ¨Lo señalaran con el dedo? ¨Lo alabaran vecinos y vecinas? Ni le pasa por la cabeza revolcar en el barro del camino el buen nombre de la familia, cuyo prestigio ante los vecinos del patio se mantiene alto, gracias a Rafael. Si lo hace, ¨d¢nde lo llevar su bochorno? ¨C¢mo se evadirá de los ojos acusadores?
El verano se presenta m s placentero que nunca. Y todo lo destruido y defectuoso en la piedra, el árbol y el hombre queda perdonado. En apariencia se dio la señal al florecimiento y la esperanza del fruto. Nadie lo proclama en la calle, ni lo escribe en los diarios. Sin recibir permiso expreso salen todos a pasear y gozar con el brillo del sol, el renuevo de los arboles, la limpieza de las aceras y la sonrisa abierta de la gente. La añosa acacia que vigila la entrada del patio grande, se recubre con la gracia de la primavera. Oro cortó un ramillete de blancas flores del viejo árbol y se lo coloco en el pelo, por encima de la oreja. David contempla a su madre y se regodea en su belleza. No la hay mas hermosa que su madre en todo el patio, morena de grandes ojos, del color de la miel, y el pelo largo y lacio. Ni siquiera el pesado trabajo junto a la m quina de coser logro encorvar su airoso talle y restarle gracia y donaire. No por nada la prefirió su padre a la hermana mayor, Rajel, cuando ambas, de muchachas, ayudaban al abuelo Nissim en el taller. Papa , que era aprendiz en casa de griegos quedó sin trabajo al ser estos expulsados de la ciudad, y viendo que se trataba de un buen muchacho, el abuelo Nissim lo recogió. Durante años cortejó a Oro hasta que consintieron en dársela antes que se casara la mayor. Rajel misma intercedió por los amantes e instó a sus padres a retirar la oposición. La tía Rajel, la grande. Hasta ahora siente Oro por ella respeto y gratitud por la grandeza de alma que entonces revelara.
En muy poco tiempo celebraran, Dios mediante, el Bar Mitzva de Rafael. En la casa la expectativa va en aumento y el mismo redobla sus preparativos. Ya declama de memoria su discurso. David, que en todo imita a su hermano, repasa también las extrañas metáforas que le escribió en una hoja de papel Don Reuben Carmona, quien imparte lecciones particulares de religión. Se trata de un jajam joven, siempre afeitado y cuidadoso de su aspecto, que ofrece sus servicios voluntarios a todas las asociaciones de caridad y ayuda de la ciudad. Se murmura que es el quien se ocupa de enviar a muchachos jóvenes, por caminos clandestinos, a Palestina.
En la hoja del señor Carmona hay muchas palabras de agradecimiento para los padres que con tanto esfuerzo educaron al niño Bar Mitzva para que llegara a ser un hombre temeroso de Dios y observante de los preceptos, respetuoso de abuelos y padres. Hay también promesas de conducta ejemplar en el futuro, para bien de la familia, la comunidad y la patria turca. Todo lo necesario para encontrar la gracia a ojos de Dios y del hombre. Rafael deber pronunciar su discurso delante de los invitados y ya est preparado. También David, en su afán de imitarlo, se conoce el discurso al dedillo, y est no menos emocionado que el mismo protagonista.
Rafael estudia el capitulo bíblico de la semana en casa del jajam Carmona en los altos de la ciudad, cerca de la vivienda de los turcos. Solo los ensayos los hace en su casa. Las palabras no son comprensibles como el discurso, formulado en idioma judeo español, pues es sabido que la Biblia est escrita en lengua santa. Pero si bien las palabras no tienen significado, tienen en cambio melodía. A diferencia del discurso, no esta destinado a los invitados de la casa, sino a un escenario mas conspicuo e imponente, el púlpito de la sinagoga. La proximidad de la prueba infunde pavor en Rafael y suplica que le quiten de encima a David, quien tararea con el la melodía y lo confunde con la lectura. Esta vez consiente la abuela en tratar severamente a David y le ordena alejarse de Rafael durante los ensayos. Ella no obstante, no puede ocultar su orgullo:
- ¨Vieron a David, Dios lo guarde, leyendo el capitulo como un grande? - se jacta ante su hija Oro y la vecina, Bojora.
- Bueno, se ve en el chico que tu lo destinas a ser un erudito - le dicen, zalameras.
Pero Rafael no puede resistir la tentación, ni permanecer
indiferente a la presencia de los maravillosos americanos. Al día siguiente, domingo libre de trabajo y de estudios, sale con los amigos a la calle para encontrarse con los extranjeros y verlos en acción. Hablan un poco de francés y cuentas con algunas palabras del lenguaje de los vaqueros y asaltantes, que se proyectan incesantemente en el cine "Asri" de la cercanía. Armados de todo eso se ofrecen a ser guías y acompañan a los marineros de rápido andar, los llevan de sitio en sitio, a la carrera, para mantenerse a la par, y reciben de ellos regalos a granel. Rafael, que es afortunado de nacimiento, y no hay cosa que no le salga bien, recibió de ellos algo realmente valioso. Todos lo envidian, hasta los grandes. Si no se avergonzaran, se apegarían también ellos a los marineros para recibir de sus manos una cajetilla de cigarrillos "Player's" casi llena. Los grandes sorben con fruición los cigarrillos e intercambian observaciones sobre su calidad y gusto. Pero m s bello que los largos cigarrillos es el envase mismo. Es de lata negra con el dibujo de un marinero rodeado de letras de colores. Su interior brilla con un mágico dorado. David se muere por la caja, pero Rafael se mantiene firme en su resolución de no dársela a nadie.
El marinero pintado en la caja lo tiene fascinado. Si también el vistiera esos oropeles, flecos y alamares y charreteras doradas, nadie de los niños se le compararía en gloria e importancia. Los niños de su clase, fuertes y enclenques por igual, todos los de pantalón roto y ropa remendada, lo seguirían en bandadas. David correría igual que los americanos, cuesta abajo, a lo largo de las tiendas, solazándose por alcanzarlo, suplicándole que les arroje un mendrugo.
La feria de la ciudad se extiende sobre un terreno enorme. Se trata de un vecindario griego quemado, que lo tragó la tierra. La feria que se levanta de las tumbas calcinadas comprende pabellones de exposición de mercancías de distintos países, una variedad de espectáculos recreativos y muchos parques de entretenimientos. Hay una plaza de juegos, lagos de cisnes con botes de alquiler, un lindo zoológico y arboladas avenidas para pasear. Olvidar lo que hubo. Olvidar lo que habrá, quizás. Por encima de los celebrantes dan vueltas ruedas de luz y penden, como corbatas, cadenas de lamparillas de colores. Aquí vuelven a dar muestra de su energía los traviesos marineros, los huéspedes de albos ropajes. Alborotan y desparraman el dinero todos los vientos, mucho dinero, para alegría de los locales. A la puerta de un pabellón de fotografía se alza la estatuilla de bronce de un niño que orina en arco hacia el centro de la fuente. Uno de los prodigios europeos que adorna la feria. De inmediato vienen los americanos, acercan la boca al falo del niño de metal y beben del agua, para risa de los circunstantes.
Los ricos visitantes quieren recibir a sus pobres anfitriones en sus naves. Al principio, estos vacilan. Pero poco a poco aumenta el numero de locales que corren a ver los monstruos de acero que flotan sobre las verdosas aguas del puerto. Oficiales que lucen uniformes celestes con alamares de oro, se pavonean como faisanes y dan la bienvenida a los visitantes del destructor. Todo provoca admiración y envidia. Sobre la cubierta superior de la legendaria fortaleza yacen en dos filas aviones de alas plegadas, ángeles que se juraron no volver a destruir la tierra, y como el arca de Noé, también esta hecha capa sobre capa. Un cuadrado pintado de blanco en el piso de la cubierta sirve de ascensor para zarandearse de piso en piso.
David se aferra con fuerza a la mano de Aar¢n y baja con el por interminables escalones en caracol con reluciente baranda de oro. Pasea por largos corredores ornados de fotografías de barcos y submarinos enemigos hundidos por los marineros de este destructor. Barcos que humean, barcos que estallan en medio de una nube con su proa dentro del agua, como si se pararan sobre la cabeza. Y en todas partes, equipos de toda clase. Abundancia que horada los ojos, despierta envidia. No hay ninguna semejanza entre esos seres maravillosos y los marineros cales de sucios uniformes y rostros caídos. Los hermosos americanos desparraman cigarrillos, goma de mascar, dulces e insignias. Hasta el papel de envolver y los envases que tiran tienen valor y son arrebatados por los mas ágiles, que le siguen la pista o se pasan días enteros junto al amarradero para conseguir los preciosos objetos.
Como metido en un sueño, o en una película de cine, avanza David en medio de la multitud de visitantes que fluye y es empujada hacia adelante. Caravanas de hormigas pasan de corredor a corredor, suben y bajan de las cubiertas, llegan a los pasadizos donde cuelgan los botes salvavidas. Todo reluce, invita al tacto, a la caricia. Es un milagro que entre los que empujan por las pasarelas y caminan sobre tablas que se mecen suspendidos entre el portaaviones y los otros barcos, y de ellos al submarino de negro casco, que recuerda a un enorme tiburón, nadie haya perdido el equilibrio y caído al agua.
Los días de la estadía de los americanos son días de exaltación, de promesa. También después que acabaron las visitas a las naves siguen los paseos por la costanera para llenar los ojos con la vista de las naves, que se alejaron un tanto de los muelles. Una atmósfera de fiesta y de radiante espera palpita en los corazones, como si los buenos días que aguardaban, cuya llegada tanto ansiaran, estuvieran a la vista de la esquina.
Sábado por la mañana. El verano aprieta aun y es bueno salir de la trampa de paredes pesadas, sofocantes, hacia la orilla del mar, llenarse los pulmones de aire puro y ver la luz. El padre, la madre, la tía grande, Rajel Contenti, y su hija Jacqueline, todos caminan por costanera y David se enreda entre las piernas o se queda de tanto en tanto atrás para apretar la nariz contra una vitrina. Automóviles, jeeps estacionados del otro lado de la pared de vidrio, dentro mismo del negocio. ¨C¢mo llegaron hasta aquí ?Hermosas son esas maquinas nuevas de después de la guerra, los jeeps, de virilidad atractiva y reluciente. Cuando David sea grande se comprar uno. Meter adentro a toda la familia y se la llevara lejos, mas allí de las montañas que se cierran sobre la ciudad. Es necesario comprara de inmediato un billete de lotería para ganar un jeep, que es uno de los premios. Papa comprara , y el David, con sus propias manos, extraerá el billete ambicionado.
Papa Shemuel solía comprar billetes de lotería junto con el abuelo Nissim, antes que este ultimo cayera enfermo. Lo pagaban a medias y frente a una fuente de pasas, higos secos y semillas de zapallo se complacían en imaginar cómo gastarían la fortuna que les caería del cielo. El abuelo amaba a su yerno como a un hijo. Cuando llegara el dinero, así esperaba, abrirían, en sociedad, un taller de escobas. Trabajarían juntos, como entonces, antes de la guerra. La enfermedad venció al anciano y Shemuel ya no compra billetes, o si los compra, no lo comenta en casa. Si se lo pide David, papa no se opondrá a comprar el billete de lotería para ganar un hermoso jeep.
Muchos premios esperan a los afortunados, todos pintados sobre el billete y el cartel de la calle. No vale la pena perder el tiempo pensando en los premios chicos y mejor dejárselos a los otros. El billete de David ganar el jeep, ¨o quizás mejor la casa? El ganador del premio mayor obtendrá una hermosa casa y podrá entrar a vivir en ella de inmediato. Todos los pobres ambicionan la casa del dibujo. Turcos locales o refugiados, gitanos del barrio de las latas, judíos de la judería y pobladores de otros vecindarios pobres. ¨A quien no le gustaría vivir en una casa con jardín, junto al mar? Es una casa que muestra las cuatro
paredes, como una reluciente caja blanca con techo rojo y una chimenea. En torno a la casa, un jardín y una cerca de madera. La casa de David es fea y sombría, de paredes gruesas y descascaradas. Debajo del crujiente piso de madera se ocultan ciempiés y otros bichos inmundos. En la casa nueva, que ganar en la lotería, no habrá ratas ni víboras. David caminar por ella orgulloso, como un magnate, vestido con un traje de marinero llegado de Francia. Ya le pidió el tío Jacques, el m s instruido de todos, que escriba a Francia al tío Bojor Jánuca , quien regreso del campamento de prisioneros y renovó el contacto de cartas y fotografías con la familia. De allí llegara por correo un traje blanco bordeado de franjas, con cuello cuadrado y corbata azul. Así vestido, como un autentico marinero americano, se sentar en su sillón de patas curvas a la puerta de la nueva casa junto al cantero de flores. Tal cual como en el dibujo.
Pasean David y su familia en la mañana del sábado, con el corazón contento. Tras ellos se arrastra un marinero turco. David lo mira de reojo y vuelve a examinarlo por encima del hombro. En el rostro del marinero se va perfilando una colérica. David no puede menos que despreciarlo. Que tiene ese que ver con los extranjeros, ambos como ángeles? En comparación no es sino un pobre gato, digno de compasión. David vuelve a mirar de reojo y casi tropieza. El marinero observa al niño y su cólera estalla.
- Que miras as¡ - pregunta el soldado en rencoroso bisbiseo -Que soy?
¨Un animal del zoológico?
David se asusta y se aferra a la falda de la tía Rajel. Todos se detienen y miran hacia atrás s, sorprendidos. También el marinero se queda plantado en su sitio, agitando airadamente los brazos:
- Acaso soy un mono, que me miran as¡? - los acusa colectivamente.
- El niño lo hizo sin querer, señor soldado, no tuvo ninguna mala intención, como lo ve - trata el padre de aclarar el malentendido. Û La tía Rajel, p lida y estupefacta, aprieta con fuerza la mano de su hija. Todo su coraje y su orgullo se manifiestan dentro del patio, no en la calle, no con los gentiles. El uniformado le arroja sus palabras y ella bizquea, sin saber que contestar.
- Si no nos merecemos a los relamidos americanos - se sofoca, ofendido el marinero - ¨ que culpa tenemos si no somos tan ricos como ellos ?
- Pero nosotros nada dijimos... el señor se equivoca - trata Oro de salvar la situación.
- Extranjeros insolentes! Quien los invitó a venir para aquí?
- Pero, nosotros somos gente sencilla, y nada tenemos que ver - pone Oro las cosas en su lugar.
- Vds., se ve que Vds. se alegran con los extranjeros, salen bailando a su encuentro. Basura judía! Lastima que los alemanes no los barrieron también de aquí.
De pronto el susto se anida en el corazón y el frío penetra en el cuerpo. ­Que este desarrapado se muestre tan altanero con ellos! Tratan con todas sus fuerzas de apaciguar la cólera del amargado. La madre habla su idioma, que adquirió de niña, trabajando de sirvienta en casas turcas. Solo Oro logra enfriar un poco la ira del joven. Después que se fue regañan a David: que no trate de llamar la atención. La vergüenza de los marineros locales, es tan grande que caminan cabizbajos. Muchos buscan pelea, y nada mas fácil fue pelear con los judíos. Otros se encogen para pasar desapercibidos, que los comparen con los blancos huéspedes, esos que erigieron de las películas en colores cada vez mas a las pantallas de los cines. Con una pesada congoja y sensación de alegría desbaratada, regresan, decepcionados, del frustrado paseo.
A un costado de camino, junto a la nueva escuela de comercio, se alza la iglesia de tronchadas torres y paredes destru¡das, que los mira con profundos ojos tiznados, los señala con dedos de hierro retorcidos y agoreros. Es un lugar plagado de malos espíritus. Todo el mundo lo sabe.
¨ Y los americanos ? As¡ como vinieron, se desvanecieron. No se ven ya sus barcos sobre las aguas que debieran ser azules, sucias de aceite de m quina y toda clase de desperdicios. las calles vuelven a su natural sombrío y gris. Solo el envase de lata de los cigarrillos "Player's" negro por fuera y dorado por dentro, recuerda la visita de los seres prodigiosos que llegaron del mar y desaparecieron dejando tras ellos una ciudad estupefacta y desorientada, que despierta, como queriendo olvidar un sueño.
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