Saturday 18 July 2009

Capítulo 8
PRIMERAS GANANCIAS


Con el fin de doblar la ventas toman Rafael, que ya celebró su Bar Mitzva, y David, quien no cumplió todavía ocho años, una tabla cada uno y la cuelgan del cuello. Sobre esos mostradores ambulantes exponen toda clase de baratijas: agujas, cajas de crema y carreteles de hilo. Salen a recorrer las calles adyacentes de la plaza del mercado. Andan por calles paralelas y cada uno ofrece su mercancía pregonando: "Todo a diez groshes". David comprueba con alivio que hacer cuentas no es tan difícil, como se había sospechado, y la tarea de dar vuelto, que lo atemorizaba especialmente, puede ser salvada sin mayores dificultades.
Hay también algunos compradores. La caminata cansa rápidamente a David. Sus ruegos fueron rechazados una y otra vez por Rafael, y ahora que logró salir a trabajar con el como socio igualitario, esta firmemente resuelto a no ser el primero el campo de batalla y no pasar vergüenza ante su hermano. Ya conoce la feria y sus alrededores y los clientes no le infunden temor. Hay que cuidarse de los ladrones, es verdad, de los coches y carros de carga, pero mas que todo teme a los arrapiezos turcos. Son sumamente peligrosos y se complacen en hacerle daño y atemorizarlo. Mas de una vez pasa uno y con un movimiento de "ahora te hago caer el mostrador de un manotazo" le hace morir de susto. Afortunadamente, la presencia de un gran numero de personas mayores lo tranquiliza un poco. Los pequeños bandidos no se atrever n a cometer sus hazañas frente a respetables, adultos y ancianos.
Entre los amantes de las bromas figuran algunos adultos, sea entre los dueños de los estancos o de los concurrentes de los cafés. Estos ponen obstáculos en el camino de David cuando viene a pedirles cambio de un billete. Con cortesía y voz suplicante expone su requerimiento hasta que alguien se decide a aceptarle el billete. Tomando el papel de una lira, se lo mete disciplinadamente en el bolsillo del pantalón, espera un momento, con aire de estar mirando a los pajaritos, y después dice:
- Si, que est s esperando, chico ?
- ¨Yo?
- ¨Se te perdió algo?
- La lira. Yo le di...si fuera posible...tartamudea, confuso, David.
- ¨De que lira me hablas? - pone el otro cara de inocente - ¨Quieren decirme que quiere este chico ?
- Yo...quiero decir...para el vuelto...si me quisiera cambiar...- Trata el niño de refrescar la memoria del hombre.
- ¨Que? Quieres decir que yo... ¿de ti? - el hombre se muestra ofendido, pero sus camaradas no disfrutan del juego y lo miran indiferentes, faltos de interés.
- Vamos, Mustafa, déjate de historias. Cámbiale la lira y que el chico pueda ganarse su pan - dice alguien, salvando a David de la trampa. David sigue paralizado en su sitio y espera. No sabe que decir. El hombre nota la aflicción del niño y se apresura, antes que rompa en llanto a volcarle en la mano diez enormes monedas. Y bien, fue solo una broma, comprueba David, quien no sabe que hacer, como reaccionar.
Es dudoso que los bebedores de café de la acera gocen de este espectáculo, pero David odia y teme esos encuentros en los que siente impotente. Rafael no esta a su lado, pues, ¨como es posible estar vendiendo la misma mercadería en la vecindad inmediata? Por lo cual se ve obligado a arreglarse solo para salir del enredo. Un estremecimiento nauseabundo le pasa por la espalda y sus ojos dan vueltas. Después, el suspiro de alivio. No hay alegría en la venta callejera de baratijas. Lo esta aprendiendo en carne propia. Pero es capaz de hacerlo. No peor que Rafael, se dice. Y agilizando el paso torna a pregonar su mercancía. Es necesario seguir adelante, aunque la tristeza se clave en la garganta.
Aquí y allí tropieza con otro niño que ofrece una mercancía parecida: baratijas, chifles de marinero, bollos y dulces baratos. Se miran con recelo y se apresuran a irse cada cual por su lado. Que le da a este por arrastrarse detrás mío en la misma acera y arrebatarme los clientes - piensa David, rencoroso. Los dueños de las tiendas, si bien no molestan a los niños, no los aman. Muchos transeúntes evitan la proximidad de los pequeños mercachifles, como si fueran a contagiarles la lepra. Entre los adultos hay algunos pegotes que hacen a los chicos toda clase de preguntas para distraerlos de su trabajo. David trata de evitarlos y no trabar conversación con ellos. Salió para vender, para poner el hombro como un grande, no para perder el tiempo con adultos latosos.
Caminar con una bandeja de baratijas al cuello tiene también otros inconvenientes, como ser, tropezar con un condiscípulo. ¨Que hacer entonces? ¨deslizarse rápidamente a una calleja lateral y desaparecer? Pero no, es preferible mostrarse jactancioso: heme aquí, trabajando, ganando dinero, como un grande. Que lo vean y envidien. Para suerte suya, no se le pone en el camino ningún niño de su clase. Ni uno solo.
David besa furtivamente la "sefte", el producto de la primera venta de la mañana, la que decide la suerte de todo el día, y mete la moneda en el bolsillo de atrás. Esta moneda no debe ser entregada por error. Si se la da como vuelto, su bendición cesa. El otro dinero, el que vino después, lo mete en el bolsillo derecho, debajo del pañuelo, y de tanto en tanto lo revisa, por temor a los carteristas que pululan en la vecindad. Con toda su alma quiere ayudar a su padre. ­ Si fuera un poco mas grande!
Fue idea de Rafael salir precisamente aquel día. David se lleno de entusiasmo. ­ Salir con Rafael a una misión as¡! No verse rechazado por ser el hermano menor. Ser útil a la familia y merecer el aprecio de todos.
- ¨No es peligroso? - pregunto la abuela Perla.
- ¨Por que peligroso? - intervino Oro -, si toda la zona bulle de actividad, y ellos prometieron no alejarse hacia las callejuelas solitarias. No hay razón para temer.
- Prometieron, si! Y tu ve a bajar tu balde al pozo con semejante cuerda. Yo creo que no hay que dejarlos - sentencio.
El padre Shemuel, que no tomaba parte en la conversación, decidió que había llegado el momento de dar su opinión :
- Chicos - se dirigió a ellos directamente, haciendo caso omiso de la anciana - tuvieron Vds. una excelente idea.
- Fui yo el que lo penso - exigió Rafael el derecho de autor.
- Y bien, fue una buena idea tuya, Rafael, y me parece bien que tu, David, acompañes a tu hermano mayor. Y en general, me alegra verlos hacer algo juntos. Los hermanos deben colaborar. No pasarse el día riñendo.
- Mejor así - prosiguió, dirigiéndose a las mujeres-. De esta manera aprender n a trabajar, a tratar con la gente. Muy bien chicos. Este domingo, saldremos los tres juntos.
El puesto del padre en la feria est hecho de cuatro postes y un techo de lona para defender del sol de verano y las lluvias de invierno. No se diferencia de los puestos de la derecha y de la izquierda. Sobre este mostrador, parecido a un gallinero sin paredes, se exponen en días de feria los mil y un artículos de mercería y baratijas: carreteles de hilo de coser y de bordar, alfileres y agujas para costureras y sastres, rollos de elástico, broches de presión y alfileres de gancho, para uso casero. Coloridos pañuelos de cabeza y medias de lana que pinchan las piernas, bolsitas conteniendo bolitas blancas de naftalinas, cordones para zapatos; peines de distinto tipo; perchas, boquillas de cigarrillos y hasta azules ojos de vidrio para colgar a los bebes y a los caballos contra el mal de ojo. David y Rafael, de regreso de sus recorridos, unen la Martinica que les resta a la del padre y después se sientan a ambos costados para vigilar que no roben. Entre los ladrones, campesinos de las aldeas, Turquemanos errantes que bajan a la ciudad para la feria, gente de la ciudad de baja ralea y especialmente niños abandonados, conocidos por su brutalidad y su natural violento.
Los días domingo tienen lugar dos ferias en la ciudad, sobre grandes terrenos destinados al efecto. Una en Eshref Pasha, en la ciudad alta, allí donde antes se levantaban las viviendas de los Tártaros fugitivos de los rusos, y la otra en la ciudad baja, en Tilquilic, en la vecindad de la estación del tren. En un tiempo, este sitio estaba próximo al barrio de los armenios que, como es sabido, fue arrasado. Los padres de David habían conocido a esos gentiles, pero no tenían por ello ninguna simpatía. Shemuel y sus dos hijos se encaminan a la feria del bajo, y en el camino cruzan el río Guediz sobre un puente de asfalto, con aceras estrechas a ambos costados, destinadas a los peatones.
Extraño es el aspecto de la feria fuera del domingo, por ejemplo, los sábados cuando papa lleva a David a pasear y alquila una bicicleta por media hora, paseos preciosos para David, pues le dan la oportunidad de acariciar con los ojos los caballos de alta alzada de los guardias que acampan en el estuario del río, y asombrarse una y otra vez a la vista de la feria llena de puestos de madera vacíos de mercancía, golpeados por el viento, como un bosque azotado por una plaga que hubiera derribado copas y hojas, dejando solo los troncos desnudos, que despiertan compasión.
La feria baja funciona en toda estación y se extiende sobre una vasta superficie. Los días domingo el lugar revive y se transforma en una bulliciosa ciudad con vida propia. La vida de toda una semana se concentra en el estrépito delirante de un solo
día. Urbe multicolor, plena de acontecimientos interesantes. Ciudad compuesta por filas de puestos, cada calle dedicada a una determinada mercancía. Hasta espectáculos de circo surgen y florecen en sus entrañas. Acróbatas que al final del acto recogen óbolos de los espectadores, y también un circo verdadero, cercado, al cual se entra pagando entrada. Pululan en el lugar ladrones y carteristas. Las riñas no cesan, sino que se trasladan de un lugar a otro, y esta es la razón de las frecuentes visitas de policías ostentando cachiporras pequeñas, relucientes y hermosas, que les cuelgan de la cintura con amenazador elegancia.
Al caer la oscuridad se empaca todo. Lo que estaba extendido, expuesto, se vuelve a juntar dentro de los cestos. Queda entonces el estanco solo con sus patas y el marco, vacío y desnudo de todos sus oropeles, su aspecto lamentable como el de un gallo desplumado. El padre carga en sus brazos los dos cestos, y Rafael y David se echan al hombro dos pequeños fardos. Así cargados, inician la marcha hacia el hogar.
En ese momento se les une Aar¢n Gabai, el sobrino de papa . Hay que cruzar el río y llegar a la estación del tren. La marcha hasta el barrio judío es larga y pesada. Muchos van a pie desde la feria hacia el centro y otros hacen su camino en carro o a lomo de una bestia de carga. El poseedor de un carro , e incluso de un burro para montar es, a ojos de David, mas rico que Creso. Esos dichosos no tienen necesidad de cargar sobre sus hombros la mercancía y cansarse en una larga caminata, al termino del día de feria.
En su recorrido entre los estancos y terrenos de la feria David presta oído a las vocingleras discusiones de los comerciantes de las bestias, interesándose por los precios de los caballos, los mulos y los asnos. No pierde su esperanza: porque no puede su padre adquirir una bestia paciente y buena para cargar sobre ella su mercancía?. El tío Menasch, quien ahora se encuentra en Palestina, en su colonia, tenia en su época una mula blanca. David recuerda claramente a los dos armarios, verdaderos armarios, que colgaban a ambos lados de la montura. La bestia era muy alta. Gracias a esa fiel compañera se alejaba hacia las aldeas para vender allí piezas de telas de toda clase.
- Una linda mula blanca - comenta el padre, sonriente, mientras reacomoda su carga -, que quieres que te diga, no vendría mal.
- Entonces, porque no compramos una? - comenta ingenuamente David. Su precio no es mucho m s alto que el de un simple caballo, pero tiene mucha mas fuerza.
- No se, pero si te empeñas, lo pensare - y después, como recordando algo - Quien sabe, quizás encontremos una baratija, de segunda o tercera mano.
El padre mira a Aaron que marcha a su lado, también con su carga, y ambos sonríen ante las palabras del niño. Un cariño de muchos años une a Shemuel con este sobrino, si bien Aar¢n tiene mas hermanos. Vienen para las fiestas a besar la mano de Shemuel, que es el hermano de su madre, pero no se les ocurriría hacer bromas con el.
- En realidad, ¨porque no le compras a David un asno joven? - tercia Aarón.
- Si no se puede comprar un caballo o una buena mula...me conformare con un asno - asiente solemnemente David.
- Por que no comprar uno de aquellos que hoy trajeron para vender...había unos diez, frescos, y no todos se vendieron... quedó alguno para nosotros - dice Aar¢n con aire travieso a Shemuel.
- De acuerdo, lo compramos...solo que...responde el padre y prosigue después de una corta pausa - de que color lo compramos?
- Si, ¨de que color? - se entusiasma el niño, pendiente de la boca de su padre.
- Hay bestias de montar de distintos colores - explica Aar¢n- Las hay blancas, negras y hasta rojizas.
- ¨Un burro colorado? - se asombra David- ¨Colorado de veras? ­ Cómo me gustaría uno así!
- Si es así, tendrás un burro rojizo. No cuesta demasiado...
La alegría desborda de David, quien contempla con cariño a los adultos, pendiente de cada palabra.
- Aarón, ¨no viste uno de esos, as¡, rojizo, puesto a la venta en la feria? - insinúa Shemuel a su sobrino.
- ¨Que si vi? Ya lo creo que lo vi. Y no solo eso, sino que le pague al vendedor una, para que no lo venda.
- ¨Por que no te lo llevaste en seguida? - pregunta, ansioso, David.
- Pues, porque...porque necesita otra mano de pintura. Es cierto que es pelirrojo, pero se destino un poco, por lo visto a causa de la tierra. Y el vendedor prometio darle otra mano de pintura para que el color relumbre a la distancia.
- Cuando lo recibiremos, cuando?
- Paciencia, querido, es cuestión de una semana...dos, a lo sumo.
Un turco pasa a su lado montando en su alta cabalgadura. También el pasó el día en la feria y se apresura para llegar a su casa.
Guiñando un ojo le pregunta a Aar¢n - que habla turco con fluidez- si no es cierto que en la feria fue puesto en venta un asno pelirrojo.
- Lo vi, por la cabeza de mi bestia que lo vi - dice el otro, inclinándose sobre su montura para ver al niño - El burrito espera que vengas a buscarlo - agrega, y sigue su camino.
- ¨Has visto? - vuelve Aar¢n a dirigirse al niño, mudo de asombro. Si tuvo dudas, vino el jinete y le confirmó la noticia del burrito maravilloso que lo espera en el corral de las bestias de la feria. Le dijeron que era cuestión de una semana. No había m s que esperar.
Hay caballos belgas y caballos árabes, famosos en el mundo entero. No había nada que impidiera - piensa David - la existencia de un caballo judío. ¨En que se manifiesta su judaísmo? Pues si el caballo sabe que es judío, sin duda se comportar amigablemente con los niños judíos. Es sabido que en la antigüedad todas las personas eran judías, pero se rebelaron contra Dios y trocaron su fe en la Torre de Babel. Incluso los animales eran judíos, e igual que los hombres, se rebelaron contra la divinidad y trocaron su fe. ¨Que aspecto puede tener un caballo judío y cómo diferenciarlo de los otros? Es necesario encontrar la respuesta. Hay que pensar.
Sobre el carácter y la religión de los asnos no penso hasta ahora. Si no son judíos, por lo menos sus bienhechores. Solo muy de vez en cuando hace su aparición un caballo, de cualquier nacionalidad que sea, en el barrio judío. En cambio, no faltan los asnos. Vienen cargando leche por la mañana y legumbres durante el día. Al atardecer regresan montados por muchachos que gritan, para quien las cascaras de sandia, para quien las cascaras de melón? Todo poseedor de jugosas cascaras las ofrece a los dueños de las bestias. En las alforjas se acumulan las sabrosas cascaras para alimento de los industriosos asnos, que retornar n al día siguiente al trabajo, ahítos y descansados. Sin caballo a la vista, quizás sea mejor que papa y Aar¢n hayan pensado en un asno para David. El color rojo compensar por los defectos de la humilde bestia. Guapo, ágil y paciente, el asno conducir sobre su lomo a todo aquel que quiera montarlo, llevándolo lejos del aborrecido barrio.
Los niños del patio grande y del Talmud Tora corretean ahora
libremente, gozando a grandes bocanadas del hermoso verano: David termino el primer grado y ya es considerado grande. Desde ahora lo recibir n como igual de su hermano, juntos comerciar n y juntos saldrán a corretear. Que afortunado es en tener un hermano grande y talentoso que lo ama y lo defiende. Desde este momento en adelante lo recibir n en el circulo de Rafael, vivir junto a los grandes de verdad. Con ellos tendrá amistad y solo a ellos les permitirá montar su asno pelirrojo.
Fatigados por la carga y la caminata llegan los tres a casa. Sin duda les espera el recibimiento de quien vuelve del campo de batalla - piensa David. Como un hombre m s se sentar a la mesa, y las mujeres le servir n de comer y de beber, mirándolo con respeto y amor. Las primeras monedas ganadas resuenan en su bolsillo -­y no es moco de pavo! Paso la prueba con bien, y tiene por testigos a Rafael y a papa. A la entrada del patio, amontonamiento y alboroto. Seguramente salen a recibir a quienes vuelven de la feria ¨A tal punto participa todo el patio de alegría? No puede discernir el sentido de las voces aun estando cerca pero ya es evidente que algo paso, que conmovió a todos. Alguien murrio, o ocurrió alguna otra desgracia? Descargan sus bultos sin que nadie les preste atención. Solo en casa todo se pone en claro : el pequeño Shabetai, el hijo de la viuda, desapareció. Toda la policía de la ciudad salió en su busca.
- A su regreso del trabajo no lo encontró. Crey0 que estaría en casa de un a vecina. También aquí estuvo...hasta que se enteró que se fue con los niños de la calle...explica Oro a su marido.
Erma Perla dice, desalentada: "Llegaron hasta el cementerio griego...solo eso se pudo sonsacar a los niños que regresaron. Estuvieron jugando a las escondidas, hasta que se perdió"
- ¨El cementerio griego? Cómo llegaron hasta allí ? Es un sitio lleno de tipos pervertidos y asesinos...Espero que no le haya sucedido nada. la madre enloquecer .
- Ya enloqueció. Se arranca los pelos, se desmaya...si no le devuelven a su Shabetai sano y salvo se arrojar a las vías del tren...o al río o correr al mar...No quieras saber que día hemos tenido.
- Nos afligimos por Vds. - le reprocha la anciana.
- ¨Por nosotros? ¨que había que afligirse? - se sorprende Shemuel
del tono de su suegra - Rafael no le quitó los ojos de encima, y ambos no se alejaron m s que un par de calles.
- No quiero, no quiero que el pequeño ande entre gentiles, solo. Hay tiempo para que fajina.
- Pero, que pasa? No entiendo. Crees que nosotros, que yo, su propio padre, queremos su mal?
- Nada sucedió, gracias a Dios, pero no hay que esperar a que suceda - interrumpe la anciana, ofendida, exigiendo obediencia, como en años anteriores.
- Llévate contigo al grande, si quieres...pero no te permitiré que te lleves a David. No lo permitiré- farfulla, enojada.
- M s vale que ande dando la vuelta entre las piernas de las mujeres.
- Yo me comprometo a que no moleste a Oro en su trabajo...y que no
corretee. Yo misma lo cuidare con siete ojos.
- No me cabe duda - comenta Shemuel, amargado. La fatiga de todo el día le quiebra la voz- . Sea. Vigílalo como se te antoje...también a él...también a él.
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